JAVIER # 14





 Si uno tiene la intención de comprender a los demás, debe antes intensificar su propia personalidad.


  Descendiendo por Corredera Baja de San Pablo con su carrito de la compra, piensa Javier en que para él, eso de tiempo pasado claro que fueron mejores, asintiendo a las palabras que lleva inscritas en su camiseta blanca de su pub favorito, el Highway 66, ahora el único sitio en el que se permite echarse unas copas o cervezas, según como ande el presupuesto, los viernes por la noche, y sobre todo unas risas con sus antiguos compañeros y amigos que ha ido haciendo en estos últimos años.
  Desde luego, le habían ido mal las cosas en los tiempos presentes. O sería mejor aclarar, que antes eran estupendas y ahora consiste en ajustar costes, mirar el bolsillo con más frecuencia y ser muy poco benevolente cuando abre la cartera y extiende sobre el mostrador de la dependienta del Día la compra que meticulosamente coloca en su carrito, recoge las monedas sueltas de la vuelta junto con el tiket y echado a un lado, para no estorbar, comienza su deambular de nuevo por la calle, ahora le toca en cuesta, pero parará pronto para tomarse un aperitivo en una terraza de la Plaza de San Ildefonso. Allí observará el deambular de las gentes, aunque varias, en general salvo los transportistas que se afanan en dejar su mercancía, el resto es más voyeur que otra cosa. Saca de su chaqueta una cajetilla donde guarda los puritos y se enciende uno, a la 1ª calada la acompaña con un buen trago de fresca cerveza. Tampoco se demorará mucho, lleva en el carrito algo de congelado, yogures, flanes, filetes empanados y arroz 3 delicias. Bien, en unos minutos estará en su espacioso ático de la calle San Vicente Ferrer, colocará lo enseres en la nevera y preparará la comida para cuando llegue Marga se la encuentre en la mesa, ya compuesta y todo.
 Sostiene Javier que definitivamente se ha decantado por negarse a ser un eslabón más en la cadena del esfuerzo y del trabajo, que sólo beneficia a los mafiosos de siempre, que ya no necesitan llevar revólver y sombrero Stenton en sus cabezas, les basta con especular sobre miles de vidas y jugar a la Bolsa, maniobrar para comprar terrenos y adquirirlos a coste ínfimo, y venderlos, algunos construidos, a costes millonarios. Si lo sabrá él, que ha estado los últimos 15 años trabajando para ellos, dejándose la vista en planos, su espalda arqueada sobre el tablero varias horas, ajustándose sus gafas graduadas para que todo fuera exacto y cerrarlo sobre el terreno poco después. Y no se quejaba, buenos emolumentos llegaban a su bolsillo,  excelsa nómina que acompañaba con sobrecitos de color crema, en negro por supuesto, y no de horas extraordinarias. Sí, porque  Javier es arquitecto, pero ahora trabaja para él y no porque quiera ser su propio jefe, simplemente Reyal Construcciones se fue a pique tras décadas doradas de obras y adjudicaciones públicas. De tener un estudio completo de buenos profesionales pasó en unos meses a escasas 3 personas, entre las que no se incluía a él, no por nada, sólo porque sobraba.
 Sostiene Javier que hasta hace justo 2 años era uno de esos tipos en los que todavía creía en los valores burgueses del esfuerzo y del trabajo. Y de paso casarse con la chica que conociste hace década y media, de asistir a la fiestas familiares, de parecer y de ser buen chico y conseguir a la mujer si no de tus sueños, si al menos una compañera con la que sobrellevar mejor el viaje. Demasiadas elucubraciones para esta espléndida mañana de Mayo, pero le sigue dando vueltas a la cabeza mientras asciende en el ascensor, abre la puerta blindada no sólo de su vivienda, ahora también de su estudio, y va colocando poco a poco todo en la nevera Cundí: congelados arriba, fruta en el primer estante, carne y pescado en el siguiente; las verduras en el último cajón; la leche, algunas cervezas, en la puerta, y así. Cuando acaba sostiene sobre la palma de su mano derecha el móvil y repasa si ha habido algún mensaje nuevo o llamada que no hubiese oído: nada, así pues se pondrá sobre su tablero y terminará de diseñar las mejoras de dos pisos que le han encargado una empresa de reformas especializadas en interiorismo, a eso se dedica ahora Javier. Tiene tiempo de sobra, hasta le ha planteado a Marga hacerse con un cachorro de perro, así al menos saldría dos veces al día y no sólo para ir a comprar casi a diario, ahora que él era: autónomo empresario y amo de casa.
  Sostiene Javier que uno nunca sabe quién es. Son los demás quienes se forman una idea propia y no coincidente muchas veces sobre uno mismo. Te lo explican de formas distintas y a veces hasta te despistas y pierdes la perspectiva de tú propio ser. Y lo va madurando mientras en la encimera de su cocina prepara unos entrantes en dos platos, luego en cuanto Marga llegue, cansada, probablemente incluso malhumorada, calentará el arroz 3 delicias y comerán;  terminarán con algo de fruta y café nexpreso, el que toque, Javier compra las cápsulas, unas 9 cajas cada mes, de diferentes sabores aunque se han aficionado al Roma, Cosi, Caramelito, Ciocattino... Lujos que se pueden permitir. Sí, porque su pareja, que conoció en la facultad mientras ella estudiaba Filosofía y Letras, jamás llegó a sacarse una plaza de funcionaria que le hubiese permitido dar clases en institutos de Enseñanza Media. Se quedó en el camino y en el largo trasiego de sustituciones y clases particulares, hasta que llegada la treintena, entró en el circo de las ETT y ahora está de inspectora de una empresa de encuestas, todas para la Sexta, Cadena de Televisión. Tiene horario único, eso sí es lo bueno, pero entra a las 09.00, sale a las 15.00; o sea, que no comen hasta las 16.00 ningún día. En primavera lo llevan mejor, Javier en otoño no, y no la espera para yantar a mediodía, acuerdo al que han llegado de manera sosegada y hablada.
 Sostiene Javier que uno siempre anda cambiando de opinión sin necesidad de acaparar la atención de los demás o la capacidad de sorprenderlos, quizás, piensa, porque no acabamos de tener noción de quiénes somos o podríamos llegar a ser.  Apenas hace unos 3 años atrás, él apenas pisaba el barrio en el que se crió; entraba directamente al garaje con su Opel Corsa; ahora hace mucha calle y se sosiega.  Algunas mañanas cuando ha acabado de barrer y pasar la fregona por los suelos de tarima flotante de su ático, sale a la Plaza Dos de Mayo y espera a comprar una “ china” de marihuana a su proveedor habitual.  Luego enciende su purito, a veces baja con el carrito a comprar, unas veces al Día o al Lidl, donde lo hacen los pobres; otras desciende desde su casa de San Vicente Ferrer y se mete en el Róterdam de la calle San Bernardo, generalmente cuando Marga ha cobrado, sobre el 5 de cada mes. Sí, porque Javier tiene dinero cuando le pagan sus trabajos. Ahora es así, hace unos años no, cada día 30 tenía su nómina, pero eso cambió. Luego consumió medio año de paro, cobraba el 10 de cada mes; pero más tarde se incorporó a cursos de formación y estuvo 9 meses contratado dando clases de informática para gente sin trabajo; después se cansó de tanto papel de ir al INEM, de alta, de baja. Decidió salir adelante a su aire, lo que sacaba era para vivir; la hipoteca y las letras del Opel Corsa las pagaba Marga.
 Sostiene Javier que tampoco sus coetáneos andan mucho mejor, pero no es de la opinión de que mal de muchos consuelo de tontos. Algunos amigos de siempre, de barrio o de Universidad, no trabajaban en lo que terminaron. Malasaña tiene, entre otros muchos, ese encanto, gentes que regentan tiendas de ropa de diseño “especial”, de pubs, de vinilos, de librerías, de artes plásticas. Músicos mayores que él, profesionales, que formaron grupos de rock en los comienzos de los 80 como Sex Museum, alguno de los hermanos Pardo se los encuentra de vez en cuando y se saludan, por la Plaza Dos De Mayo, en la calle Tesoro; etc; novias antiguas que uno ahora de adulto no sabe qué decir ni a dónde mirar. Pero Javier ahora es feliz, porque sabe que sólo tiene presente, apenas se acuerda del pasado ni echa de menos pasar las tardes enteras de sábados llenando el carro de la compra en los supermercados de las afueras de Madrid, unas veces iban al corredor de Henares, otras por Alcorcón, con cine y cena romántica en el menú de fin de semana. Ahora toca copa en el Highway 66 los viernes por la noche y algún sábado, buen rock, buena compañía y risas, algo que no tiene precio y sale barato, porque ahora,, sostiene Javier, no hay futuro porque el presente se esfumó en la última colilla de su pito de marihuana.



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