GOLLUM # 15

  Fueron los niños Toñete y Josue quienes descubrieron al personaje pasados unos meses de que se instalase en el edificio, escondidos en la zona del cuarto de la basuras donde se meten los contenedores de la Comunidad; allí, agazapados y muertos de risa nos exhibieron como un individuo de aspecto pequeño, enjuto, feo, viejo y calvo, con gafas graduadas, recién jubilado de una Residencia de Ancianos donde ejercía de Conserje, acababa de instalarse en nuestro bloque.
 Admito que al principio no reparé en susodicho personaje, pero poco a poco y con lo que me comentaron tanto Toñete como Josue, con quienes mantenía cierta complicidad, fui percatándome de que el homínido en cuestión era repulsivo, y no sólo en el aspecto físico, sino en materia de personalidad manifiesta dubitativa, más bien parecía ejercer sobre él otro siniestro personaje que no le dejaba vivir de acuerdo a cómo él debería de sentirse.
 Los muchachos, apenas unos críos de 12 años, en esa edad de abandono de la infancia y la entrada en la loca adolescencia, no les hice mucho caso al comienzo. Manías suyas o fantasías de esconderse donde se dejaban los cubos de la basura, enfrente mismo de los buzones. Aprovecharon unas semanas en que la cerradura se estropeó, y por dejadez, abandono o inutilidad de la Presidenta de turno, aquello se convirtió en su guarida. Pues allí, tanto Toñete como Jesue se escondían semiagachados y por los respiraderos a la altura de sus ojos, podían observar sin ser vistos a todo individuo que se acercarse a abrir los buzones y comprobar su correspondencia. La mayoría publicidad no deseada, cartas de bancos y poco más de interés. Pero ellos se lo pasaban en grande, de su voyerismo sacaron algunas conclusiones. Que Aniceto, que es en realidad como se llama nuestro hombre, paso a ser Gollum, por un parecido insultante con el personaje de la película de Peter Jackson ( El Señor de los Anillos).
 Se metía el dedo en la nariz, se rascaba la calva y se colocaba la mano derecha por dentro del pantalón cuando se creía a salvo y sin que nadie le mirase. Pero los 4 ojos de los muchachos no daban crédito y se partían de risa a cubierto de la puerta metálica que los protegía. Gollum se asustaba, miraba hacia arriba y de soslayo cuando escuchaba “risitas”, pero nunca adivinó de dónde provenían. Al poco, se encaminaba hacia el ascensor o salía por la puerta principal con dirección a la calle. Hubo más vecinos observados durante las semanas en que al salir del colegio se pasaban larga una hora observándonos a todos los vecinos que por allí pasábamos. Unos hablaban solos, la mayoría, otros se rascaban la entrepierna sin ningún pudor, alguna se subió la falda para colocarse el tanga que iba demasiado al centro; lo de meterse el dedo en la nariz y tirar algún pedo, era lo normal. Y todo porque nos creíamos a salvo de no ser vistos.
 Gollum salía temprano cada mañana de su casa. Como si le hubiesen dado, literal, con el escobón en la cabeza calva. Siempre descendía en ascensor e iba directo a comprar la fruta de los pobres y de baja calidad que le proporcionaban las fruterías de los “chinos”. Alguna vez me lo crucé y si me veía metía su cabeza en una papelera en busca de algún periodico o detrás de una farola, escondido, mirando el sol, la nube, oliendo el viento… Me pareció raro pero me lo fueron confirmando más vecinos. Era así con todos. Salvo si te lo encontrabas en las escaleras, zonas comunes o el ascensor. Como no tenía escapatoria saludaba. Yo decidí pasar de él. Ni holas ni adioses a partir de ahora. Si no saludaba en las aceras de las calles, tampoco en las distancias cortas. ¡ Pero es que yo soy así. !
 Poco a poco y muy de mañana con la fruta de los pobres, se dirigía a algún supermercado por Lope de Haro o bajaba hasta el Mercado de Las Maravillas en Bravo Murillo. Con una bolsa del Mercadona recorría varios puestos con una supuesta lista que sacaba de a poquitos de la raída chaqueta. Carne, algo de pescado, productos de la droguería… Luego, siempre andando, subía por la acera de la derecha en dirección a la Plaza de Castilla hasta que se desviaba hacia su casa. Luego, lo normal cuando llegase a su domicilio, es que su pareja, mujer, etc; no se sabía lo que era, le regañaba a voz en grito para que todos nos enterásemos de los “inútil que era “. Si lo pimientos que traía eran rojos, debían de ser verdes. Si la fruta estaba demasiado pasada, o los plátanos secos, las manzanas duras… así hasta que un rato después Gollum, como un  personaje apesadumbrado, lo mismo que el dubitativo monstruo de la novela de Tolkien, salía de  nuevo a la calle para intentar corregir sus múltiples errores.
 A veces lo hacía en media docena de ocasiones. Su mujer o lo que fuese, le maltrataba y Gollum volvía a salir de nuevo a las aceras. Otras le estorbaba en su domicilio pues barría, fregaba y él pisaba por donde no debía. Nuevos gritos. Más parecía un crío al que reprendían su conducta, que el marido de la susodicha. No, no parecía muy feliz Gollum. Amedrentado, huraño, falto de entusiasmo, asustadizo en todo momento, se escurría en cuanto observaba a todo vecino a pocos metros. Luego, cuando el matrimonio o pareja salía junto, salvo en el pasillo central del edificio que recorrían uno al lado del otro, jamás caminaban así por la calle. Ella delante, él detrás, en plan sumisión o vergüenza de tener a semejante espécimen por compañera. El caso es que poco a poco y pasados los meses a todos nos hacía gracia.
 Gollum, Gollum. Vaya nombre más patético y acertado que le pusieron Toñete y Jesue. Pero acertaron, ver la película y el personaje real y eran casi idénticos. Ya se dan una idea. Si luego oyes gritos en su casa, sólo de su mujer, él nunca, casi ni se le escucha ni se le ve, cual lagartija por el escondrijo, huye, desea ser invisible. Vergonzoso, nadie atina por qué aguanta esos modales en su propia casa a no ser que sea un pusilánime en potencia. No le había ido muy bien la vida al personaje en cuestión, si acaso ya en el ocaso de su vida, consiguió meterse en el único piso que se puso a la venta en la urbanización, el más pequeño de todos, apenas 30 metros cuadrados con 2 dormitorios, pero lo debieron de comprar pues así constaba en las escrituras y como tal en la Urbanización como propietarios. Los gastos comunales eran los más pequeños debido a la división de porcentaje de metros que tenía, y decir que desentonaban con el resto de los vecinos, era contar un chiste.
 Gollum era abuelo, y ahora que debería de vivir un cierto relajo económico, no era tal. Fruto de su unión con su mujer o pareja, tenía 2 hijos : varón y hembra, algo retraídos. Si el chico, ya cuarentón consiguió ocupar su puesto de Conserje en la Residencia de Ancianos, pero que todos los días comía en la casa de su padre; divorciado de una mujer bala que jamás lo quiso y era mucho arroz para semejante pollo, pero que le dejó un  hijo al que debía de cumplir sus obligaciones. A esto se añadía su hija, ésta con 3 vástagos en edad de consumir hasta el aire que no respiraban: con dos hijas pequeñas, gemelas, y un chico bastante bruto que también acudía al “cazo” de comida caliente que preparaban en casa de Gollum. Total que se juntaban varios comensales todas las mediodías, lo cual Gollum lo llevaba mal. Sus hijos no contribuían en nada económicamente, ni el Conseje ni la Asistenta por horas en casas ajenas, aunque al menos ella sí estaba casada, pero el susodicho trabaja también de Conserje en un colegio público y los recortes le habían dejado con un 20% de su sueldo mensual; en fin, que todos comían en casa de Gollum, más por necesidad que por ilusión, pero deberían de llenar el estómago, que distraído aguantaría hasta el ocaso de la tarde.
 Gollum tenía un vicio secreto que ocultaba a cuanto ser consanguíneo tuviese, y era que cada mañana se gastaba unos euros en las máquinas tragaperras, que si ganaba algo, era para él, como su pequeño tesoro que  jamás compartiría con cuanto arpía tenía en su familia. Hechos sus quehaceres domésticos muy temprano, aguantado la bronca cotidiana, bajaba por Bravo Murillo hasta instalarse en un taburete en la Glorieta de Cuatro Caminos de una casa de apuestas deportivas, allí pasaba gran parte de la mañana. Si tenía sustento, a eso de la 12.00 horas, Gollum metía las monedas y algún billete en un pañuelo y lo escondía nada más llegar a su casa y antes de que empezaran a llegar los nietos para “ el cazo” diario; para tal menester tenía un rodapiés de su habitación suelto, justo debajo de la cama conyugal, y allí depositaba en una bolsita de plástico el dinero que acumulaba cada día. Hasta que su mujer descubrió el escondrijo y lejos de recriminárselo, le cogía pequeños hurtos: unas monedas, algún billete de 5 o 10 euros y así… esa era la vida de Gollum, y si lo sabíamos, era en parte por las broncas diarias que su pareja, mujer, o lo que fuese le daba a voz en grito.
 No Gollum, no sólo no parecía feliz, es que además no lo era.



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