HOULADA BELASI # 16
Camina por la calle General Orgaz moviendo sus grandes caderas, y
menos mal que desde hace unos meses puede recorrer sin ayuda de dos muletas el
asfalto, por ella misma y sin necesidad de ayuda. Dos largas y espaciosas
operaciones de sus huesos a la altura de la cintura la mantuvieron 2 años en
casa, parada, casi sola, engordando más de lo que quisiera, sin apenas dinero,
dependiendo de su madre y de las ayudas que llegaban cuando le daba la gana de
su ex -marido, padre de sus dos hijas. Cuando podía depender de sí misma, todo
llegó de golpe, de mal en peor : divorcio, salida de la casa de alquiler,
porque los echaron por falta de pago acumulado en varios meses, sin trabajo,
sin honor, agachando la cabeza, tuvo que reclinarse ante su madre para que la
dejase un hueco, a ella y a sus hijas, casi adolescentes, en su piso.
Lo malo aún estaba por venir.
Cuando todavía tenía el susto en el cuerpo por su anunciada separación, mal
vista por su madre y por su hermana, aunque esta nunca tuvo novio que se le
conociera, demasiada mala leche, además de fea, siempre tenía el carácter de un
“demonio de Tasmanía”, aunque eso sí,
siempre fue autosuficiente y vivía sola en un pequeño piso de la calle Juan
Montalvo, 3º sin ascensor, pero bueno, a su manera era autónoma. Bien, pues a Houlada se le rompieron parte de
las piernas en una caída absurda al descender por las escalaras, estrechas,
como de caracol, que hacían un recodo difícil en el 1º de donde residía con su
madre, en la calle Adrián Pulido, apenas llevaba 3 meses cuando una mañana al
salir para trabajar se trastabilló con un tacón de su bota sobre un baldosín húmedo,
quizás acumulado de la noche, y salió disparada varios metros con la cabeza por
delante. El asunto fue serio, la mujer, ya de por sí corpulenta, se rompió la
cadera en ambas piernas y las posteriores exploraciones no recogían nada
halagüeño; muchos meses de retoques y una operación varias mensualidades
después de la caída en la pierna derecha y casi un año más tarde en la
izquierda, la dejaron un largo periodo de inactividad, con la pérdida del trabajo, que no era otra cosa que empaquetadora en una empresa del Polígono de Alcorcón.
No, Houlada Belasi no estaba
nada feliz. Sin apenas dinero, agotado el paro, engordando por tantos meses de parálisis,
apenas se podía mover con las muletas por la pequeña casa de su madre, sin
poder casi fumar porque tenía otras necesidades que cubrir, sin hombre que
llevarse a sus manos, ¿ quién la iba a tocar ahora que estaba como una ballena,
con lo que le gustaba a ella ?
Houlada camina en dirección a
Bravo Murillo, pero hoy que es viernes va a parar un rato a tomarse unas
cañitas en la calle Carolinas, en ese pequeño bar, El Anfritión, donde a veces
liga. Hoy ha cobrado la semana, sí, porque ahora se saca unos cuartos haciendo
casas por horas y entre unas viviendas y otras, casi sale por lo que ganaba
antes. Sin contrato claro, todo underground, en B, menos da una piedra. De vez en cuando, tienen que llamar a su ex
para que le de los 800 euros de las niñas, ahora ya adolescentes, que debe de
añadir a su ingresos mensuales; pero los paga cuando quiere, dentro de la 1ª
quincena de cada mes.
Los sueños de Houlada Belasi no
se han cumplido. Aquella niña que jugaba en las calles de tierra de Casablanca
y que soñaba con ser madre enamorada sólo duraron un rato. Su madre quedó viuda
joven, con apenas 30 años, y ellas se quedaron con sus abuelos mientras la
progenitora emigró a Madrid a mediados de los 80. Poco a poco encontró varios
trabajos en una época fácil para ello, aprendió el idioma, lo suficiente para
soltarse y años más tarde, a comienzos del siglo XXI, adquirir la doble
nacionalidad española-marroquí. Con el transcurrir del tiempo acabó por traerse
a sus hijas con ella y solo Houlada encontró el amor en un hombre español, pero
aquello duró el tiempo suficiente para engendrar dos niñas, ahora adolescentes;
acabar con discusiones continuas y un cariño y respeto que se esfumó.
Houlada pide una cerveza de
tubo, mientras ingiere el primer sorbo observa aun conocido de barra. Ha aprendido a seducir con la mirada, esa que
apenas envejece, un “hola” tierno, un dejarse tocar los muslos recubiertos con
unos vaqueros nuevos, estrechos y marcando, no discutir nunca, darle la razón, sonreír,
dejarse llevar… Si hay suerte acabará en la cama con el muchacho, más joven que
ella. Si tiene sitio donde alojarse media hora no le importaría llegar más
tarde a casa de su madre. Las chicas no son inconveniente, si no está Houlada,
se calentarán la comida al microondas y se largarán al colegio, Los Salesianos,
en la calle Francos Rodríguez, ellas no tienen que saber de dónde sale el
dinero para sus caprichos, que en esta edad son muchos además de las
necesidades básicas más simples.
Houlada no pide nada, sólo si hay regalito, y si obtiene recompensa,¡
faltaría más!, con esos euros extras puede salir ahora que puede caminar sola
por la noche a tomar alguna copita,
incluso hasta el sábado. Ya no discute con su madre, está a punto de llegar a
la cuarentena, así que menos consejos y más disfrute, que le parece a ella que
ya ha sufrido bastante; sólo desea que sus hijas sean autosuficientes, jamás
piensa en volver a las calles sin asfaltar y con escasa iluminación de donde se
crió y donde su abuela sigue viviendo. No, no será para ellas, ojalá encuentren
algún trabajo al acabar de estudiar que las pueda mantener libres, aunque eso
por ahora no se lo plantea, cómo hacerlo con dos crías de 16 y 14 años.
Houlada coge algo de fruta, no
mucho peso, pese a su corpulencia no está ella hecha para muchos sostenimientos
de material. Desciende hacia Adrián Pulido, apenas son unos metros de dónde
viene, la casa del chico joven, tras dos cervecitas y un buen retozón, la dejan
como nueva e incluso con ganas de más; por ahora dejará la fruta parte en la
nevera y otra en el frutero de la ventana de la cocina. Se duchará bien, comerá
sola con el murmullo de la televisión y se echará la siesta a la que se
acostumbró en España nada más llegar. Su madre no vendrá hasta casi la noche, y
las niñas, ¡ ay las niñas!, es posible que sobre las 6 de la tarde caigan por casa,
tiempo suficiente para que Houlada haya descansado y pueda acicalarse para
salir por la noche y ver qué hay por los pubs y discotecas de la calle Almansa.
No deja de hacerle gracia el poder que tiene una mujer sola tomando una copa…
No deja de hacerle gracia el poder que tiene una mujer sola tomando una copa…
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