ETELVINO # 7
ETELVINO
Etelvino acaba de jubilarse hace apenas un año, y en las primeras semanas andaba como perdido, sin apenas saber que hacer. Su mujer, Edelmira, sigue en el tajo, a eso de las 06.30 se levanta cada mañana, se ducha, desayuna , se arregla y sube a La Paz donde trabaja de limpiadora de 08 -15, así de lunes a viernes, aún le quedan unos dos años, mas o menos, porque como anda el asunto nunca se sabe. Quiere llegar a los 65, apenas cubriría unos 15 años de cotizaciones, porque antes Edelmira no trabajaba, o mejor, puntualicemos: trabajaba más pero sin remuneración económica propia e independiente. Hacía la casa, cuidaba de él y de sus dos hijos : Manolo y Pedro, pero de eso hace casi 15 años.
Etelvino poco a poco se ha ido adaptando a su nueva vida.
Trabajó casi dos décadas en un almacén de piezas de distribución nacional para autobuses en la Plaza de Legazpi, pero a mediados de los 80 los polígonos industriales fueron desapareciendo de la ciudad para irse instalando en los extrarradios de Madrid. A Etelvino le hicieron la puñeta para que andar diciendo otra cosa. Él iba cada mañana al almacén en metro: de Estrecho a Sol y luego cogía la linea 3 y directo a Legazpi. Cuando ocurrió el tenerse que desplazar hasta un polígono en la carretera de Andalucia, Etelvino no tuvo más remedio que empezar a estudiar para sacarse el carnet de conducir; él, con ya 40 años cumplidos y que lo único que había leído de corrido era el " libro de familia ". Las letras todas juntas le daban mareos.
Bien, pues Etelvino tuvo que empezar a estudiar. Primero se matriculó en una autoescuela del barrio, y pasados varios meses se atrevió a presentarse para el dichoso carnet de conducir, que maldecía una y otra vez; pero peor era estar hora y media de su casa al trabajo y aún maldiciendo por las tardes, que a eso de las seis salía y no llegaba hasta las ocho. En coche todo más fácil, pero claro.
Etelvino estudió y estudió y a la tercera sacó el teórico, otra vez renovar papeles y a la segunda aprobó el práctico. Compró un Citröen AX de segunda mano que todavía conserva y ahora tardaba más en llegar al trabajo que antes en transporte público. ¿ La respuesta ? Tenía miedo al tráfico y hasta que se fue encontrando " suelto " pasaron seis meses, en los cuales descubrió que necesitaba gafas para conducir y ver la tele.
Ahora Etelvino come solo todos los mediodías. Edelmira no llega hasta pasadas las cuatro. Así pues él se calienta el " taper " que su mujer le deja en la nevera, coge algo de fruta y se toma un café mientras observa a veces atónito a Ana Blanco en las noticias de TVE 1; luego se echa la siesta que es como se lo encuentra Edelmira cuando llega a casa.
Pero Etelvino empezó a leer, le fue cogiendo gusto al asunto. Él que no juntaba dos letras le cogió el punto a las novelas policíacas. Todo empezó por las series de televisión, y luego pasó a la lectura. Cada semana iba a la tienda de segunda mano en la calle de Jerónima Llorente, allí compraba alguna y ya tenía para unos días. Se sentaba por las mañanas en la mesa camilla que colocaba junto a la ventana que daba a la calle y la abría para expulsar el humo de su cigarro; sí, porque Etelvino fumaba Ducados, negro, como los hombres, y así no se condensaba el ambiente ni le reñía Edelmira por el pestazo que dejaba en la estancia. Luego salía algunas mañanas a tomarse un vinito, paseaba por Lope de Haro donde en el bar " A Veira do Mar " se bebía su riojita, iba hasta los jardines de Francos Rodríguez y pasaba el rato observando a los abuelos jugando con los nietos que acababan de recoger del colegio, y a él se le iba la mañana. A veces llevaba su novelita, se colocaba las gafas casi al borde de la nariz y leía.. leía hasta que iba a casa a comer.
En algunas ocasiones él y Edelmira salían a dar una vuelta o a comprar. Entonces él llevaba el carrito al mercado de Maravillas, otras al Mercadona, así transcurría la existencia de este ser.
¿ Los hijos ? Ah... bueno. Manolo es el mayor y se casó hace mucho, vive en el Barrio del Pilar, en una 5ª planta de 15, trabaja con un " toro " en la misma fábrica que su padre desde hace, huy... ni se sabe. Tiene dos hijos y se supone que es feliz y era lo que quería. Pedro es otra cosa, apenas dos años entre los dos hermanos de diferencia, pero éste, pasados los 30 se gana la vida en una gestoría de administrativo, pero todos los martes y jueves ensaya con su grupo de rock en la calle Tablada y de vez en cuando dan algún " bolo " donde les dejan. Vive en Leganés en un piso amplio, pero solo, eso sí, Etelvino ya ha perdido la cuenta de las novias que ha tenido y que hayan ido por su casa a eso de comer, merendar, etc, algún fin de semana. Etelvino lo ve bien, Edelmira frunce el ceño, pero que van a hacer, son sus hijos.
De los nietos, bueno, el chico es como más normal, la chica pues como que va siempre vestida de negro, con un piercing en la nariz, otro en el labio inferior de la boca, media cabellera de verde y la otra cambia cada mes... depende. Etelvino pasadas las primeras sorpresas : calla. Ya no es cosa suya. La chica está en el último curso de bachillerato, quiere hacer Periodismo, ya veremos, eso sí se lleva muy bien con su hijo Pedro. Bien pensado es normal. El niño también está en el bachiller y como era de esperar es el ojito derecho de Edelmira, según ella igualito que su Manolo, pero para Etelvino, que cualquier día aparece como su hermana, eso sí, no va siempre con los vaqueros rotos y con las orejas tapadas con uno de esos chismes oyendo música o lo que sea a toda pastilla como su hermana, pero bueno, piensa, es lo que hay, y a él ya no le toca " reñir " a nadie, cada cual es cada uno, y en realidad que sabe él que pueda ayudar a los demás, si lo único que ha hecho toda su existencia es ser honrado, trabajar, querer a Edelmira desde que la vio por primera vez en aquel baile en Valdepeñas cuando la pandilla iba a la ciudad a divertirse y luego venirse a este barrio de Tetuán, donde pasaron por varios pisos y calles distintas, hasta poder comprar una vivienda nueva en los 90, en la Avenida de Pablo Iglesias.
Pues eso, Etelvino calla, observa, se coloca las gafas sobre la punta de la nariz y lee a John Le Carré, que le está costando todos los sentidos entender la novela: grande, hermosa historia , pero que El Jardinero Fiel le está poniendo a prueba sus conocimientos y cree sino será mucho libro para él, pero ¡ que carajo ! enciende un nuevo pitillo, abre la ventana del salón para el humo, y ya puede venir tarde de otoño con su frío, que tiene los pies bien calzados en sus zapatillas y el brasero de la mesa camilla funciona.
Pues eso, piensa Etelvino mientras lee a Le Carré, el hecho de no poder hacer gran cosa no es pretexto para no hacer nada.
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