EL MARQUÉS DE BRADOMÍN # 5



               La gente no vive grandes vidas y profundas. La gente, por desgracia, o por suerte, vivimos vidas baratas.

EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.

 Gustavo Adolfo Marqués y Gómez de Mendizabal había sido toda su vida Registrador de la Propiedad en La Coruña y en la década de los setenta se trasladó a Madrid mediante oposición interna una vez que se quedó viudo y quiso salir del entorno enlutado y provinciano de su familia política. De aquel encuentro de dos décadas con su difunta Filomena, salió un hijo, también Gustavo Adolfo que hoy es un simple funcionario de banca y que está más nervioso que una lagartija en un bote de cristal por aquello de los ajustes económicos, pero éste no es nuestro protagonista.
 El Marqués de Bradomín ( Gustavo Adolfo Marqués ) baja cada mañana después de desayunar en la cafetería Nebraska y se sienta en un banco de la calle Pamplona, si el tiempo acompaña, y enciende su pipa con parsimonia y elegancia, con clase y estilo, tranquilo, la aspira varias veces hasta que la chimenea tira el humo del tabaco hacia el cielo contaminado de la gran ciudad.  Es una puñeta ... dice en voz alta El Marqués esto de no poder fumar en los locales; antes lo hacía nada más acabar el café y la copita de  coñac... momentos sublimes donde los haya que la vida te da. Pero ahora tiene que ir a la calle. Y él, persona refinada, de cultura y orden, tiene el suficiente mundo para no meterse a discutir con nadie. De hecho es un personaje solitario, muy bien vestido, más propio del siglo pasado que de los tiempos que corren y prefiere encenderse su cachimba en el banco, a veces se sienta en el parque de Francos Rodríguez y otras pasea hasta la Dehesa de la Villa donde el espacio es tan grande que se respira a todo pulmón; ahí sí, puede explayarse con su pipa siempre en la boca echando humo o reteniéndola en su mano derecha para volverla a cargar de un momento a otro.
 Ya hemos dicho que El Marqués de Bradomín viste exquisito: siempre con traje, verano e invierno, sólo sin chaqueta en el estío pero con chaleco a juego con el pantalón, gafas redondas, pelo largo pese a ser octogenario, cogido con coleta en la nuca, blanco, todavía abundante y cuan luengas barbas bien cuidadas. Zapatos lustrosos, calcetines largos hasta las rodillas, reloj de bolsillo, se apoya  en un bastón para caminar y le sirve de báculo y arma contra caquitas de perros y niños insolentes que a veces se le quedan mirando como un personaje de otro tiempo y otra época.
 El día lo pasa tranquilo. No madruga, desayuna en el Nebaska: café con churros y copita de coñac para entonarse la mañana. Recorre con gusto las librerías que hay de segunda mano en el barrio: la de Jeronima Llorente, la nueva de la calle Jaén, la de Raimundo Fernández Villaverde ... y luego  se sienta a echarse sus primeras " pipas ". La carga con esmero, sacando de un bolsillo de su chaleco la bolsita del tabaco, con tacto,con los dedos de su mano derecha la va llenando en el cuenco de la cachimba, la modula con una pequeña palanquilla que tiene para tal menester y la enciende con una maestría digna de observar. Las primeras caladas son gloria bendita, el humo asciende y él cierra los ojos para retener aún más el sabor en su paladar. Así pasa un buen rato, todo depende de como ande el tiempo, porque si el asunto está lluvioso o ventoso se tiene que meter en casa hasta la hora de comer, que siempre es a las 14.30, donde va a la taberna " Las vaques ", asturiana claro, donde cada día come solo y con tranquilidad mientras escucha sin prestar atención al runrún de los comensales y el aparato de televisión que colocado en  su altar: pregona y pasa imágenes ininterrumpidamente. Su siesta, su paseo y así hasta la noche, donde se queda hasta las tantas leyendo.
 El Marqués de Bradomín tiene una pensión digna, apenas tiene gastos, los de la comunidad y los mensuales de la casa: luz, teléfono, agua ... necesitaría una buena mano de pintura, cosa que Gustavo Adolfo Marqués y Gómez de Mendizabal es consciente de ello, sobre todo cuando llega la primavera, pero lleva un lustro pensándolo y lo descarta cuando llega agosto, se cansa de poder llevar a cabo semejante empresa. No soporta la idea de tener que estar una semana en casa de su hijo, con su nuera y los  dos nietos ya hombres, veinteañeros. Bastante tiene con que su único vástago lo recoja cada domingo y tener  que ir a comer con ellos a un piso nuevo, de la Avenida Donostiarra, una décima planta con vistas a la M-30 y al Pirulí, donde con un poco de suerte se ve hasta el coso de la Plaza de las Ventas.
 No, no tiene buena relación con su familia, si con el hijo, que lo respeta con sus manías, él  siempre fue así recuerda su vástago a los suyos; desde que tiene uso de razón  nuestro personaje vistió, andó, se expresó exactamente a como era ahora, si acaso el único matiz, que su pelo era más corto y ahora era largo recogido en coleta como ya hemos dicho, y  blanco, por lo demás siempre mantuvo el mismo efecto en quien lo veía por primera vez : excéntrico.
 No tiene amigos, apenas saluda a sus vecinos, él vive en un edificio de la calle Álvarado de cuatro plantas, a dos vecinos por cada una; el problema es que no tiene ascensor y ninguna posibilidad de colocarlo. La vivienda que consta de dos habitaciones y dos baños, un pasillo, su cocina que da al patio vecinal y dos balcones que se asoman a la calle. El Marqués, amante de la buena mesa, su rioja vespertino y de la literatura española de mediados del siglo XIX y del XX, lector pertinaz de su paisano Valle-Inclán, amante de su teatro, todos los años por el comienzo del otoño vuelve a releer sus " Comedias Bárbaras ", quizás porque muchas ideas, personajes y leyendas le retrotraen a su infancia gallega.
 Como el salón se le fue quedando pequeño para su biblioteca, aprovechó lo que fue la habitación " del chico " para irla acomodando a sus nuevos libros; allí, junto a algunas medallas de fútbol, copas y posters del Deportivo, el Marqués de Bradomín acomodó varias estanterías que un carpintero del barrio le colocó el año pasado y de paso a su " parienta ", para que dos veces a la semana le venga a dar un repaso a la casa y dejársela limpia y olorosa.
 Gustavo Adolfo Marqués y Gómez de Mendizábal vive feliz, sin apenas achaques para su edad y espera cuando el diablo decida o su corazón se pare, que le coja con un texto de Valle- Inclán en sus manos y que la Santa Compaña le asista en semejante trance, que por otra parte, no tiene ninguna prisa en expirementar.

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