ALMAD EL-GAWWAD .-# 12
El saber en sí mismo no
es nada. La importancia radica en la utilidad.
Almad se despereza y arquea su cuerpo como si de un felino se
tratase. Cuando abre los ojos, lo primero que ve es un poster de metro y medio
sujeto a la pared por cuatro chinchetas en los extremos, de Jimi Hendrix con su
guitarra, su cabeza rodeada de una cinta roja. Bueno, eso lo avista cada día en
los 4 últimos años, hoy no es nada especial. Es su habitáculo, su pequeño
espacio interior y su refugio de cara al exterior. No madruga, para lo que
tiene que realizar en toda la jornada le sobra tiempo.
La pensión en la que vive por un alquiler
modesto, que es su humilde morada, le permite disfrutar de ciertos lujos. Mejor aquí que no en Marruecos.
¿ Qué hace Almad El-Gawwad ? Pues apostar : a los galgos y al fútbol, donde en éste último era
un artista de niño, y luego de adolescente donde probó en varios equipos, pero
su cuerpo esbelto, menudo, mal alimentado, no le permitió convertirse en
profesional que era lo que deseaba, más que meterse en el raja de una hembra cuando las
endorfinas comenzaron a ajustarse en su organismo. Nada pudo hacer ante el
porvenir, y si había que encontrar mujer para yacer no cabía otra que casarse
y eso para él no era.
Sus escasos estudios donde aprendió que allá,
un poco a lo lejos del Mediterráneo había un maná, y no el estercolero del
taller mecánico en el que se ganaba unos dírhams como aprendiz. Años y años sin
más ilusión que jugar al fútbol en el descampado cada tarde, y soñar, y ver a
tus ídolos en la televisión del viejo bar. Y ahí empezó a inocular la idea de
largarse. De reunir unos cuantos billetes atados a una goma y largarse.
Su prima Sayyidna ya estaba en Madrid. A veces
por sus respectivas madres sabía algo. Claro que ella ya era “vieja”, 30 años y
3 embarazos después parecía que conservaba unas buenas caderas de jaca, buenas
tetas lactantes, pero él apenas tenía 17 y todo lo que había visto en su corta
existencia era el mundo en color a través de la televisión, alguna revista
porno y el duro balón de cuero con el que se dejaba los dedos de los pies
intentando de tornearlo a su medida para hacer una vaselina, un rosco con
suficiente comba para que entrase por la escuadra o un rondo, o una pared… y
así hasta el infinito.
Sayyidna llamaba todos los domingos por la
tarde a su casa, eran los únicos de la
calle que tenían instalado teléfono fijo, y su madre, o él o alguna de sus
hermanas corría a casa de su tía, apenas a 100 metros de la suya, para que se
pusiese al aparato. Por las voces que daban al hablar, pocos secretos se
ocultaban. Ella mandaba dinero para sus hijos que cuidaban sus progenitores;
del marido, malo hasta decir basta, salió huyendo y por ahora nada sabemos,
pero no aporta ningún sustento ni tampoco a esta historia.
Alguna foto de Sayyidna, en pose muy
occidental, por la Gran Vía de Madrid, con una sonrisa congelada que fue
cambiando a medida que transcurrió el tiempo a algo más natural, fresco, e
incluso con minifalda y enseñando escote. Almad El-Gawwad las miraba y no daba
crédito, no le parecía la prima, tan recatada y ahora… Pero a los pocos segundos
las fotografías desaparecían de sus manos, bien sus hermanas, su madre, la tía,
lo que fuese, iban pasando de unos a otros y ya no volvían a él. Y todo a voces
e implorando a Alá. No entendió lo que ocurría, pero empezó a planear que el
domingo siguiente estaría como un clavo
junto al teléfono esperando la llamada desde España de Sayyidna y le hablaría,
antes de que apareciese la madre de la susodicha, o peor, su padre, y le
preguntaría.
De aquel domingo soleado con rastros de polvo
en las calles, perros jugando, niños chillando… se le quedó congelada en la
memoria de Almad El-Gawwad. La cálida voz de su prima en nada se parecía cuando
la oía, ¿hablar, gritar ?, con sus padres o alguno de sus hijos, lo cual le
llevó a pensar que su prima se lo estaba montando en Europa y con que
apareciese en agosto por Erfoud con una montaña de maletas, cargadas de
regalos para todos y dinero, era suficiente, el resto del año trabajaba, ¿pero
en qué? Nadie hacia preguntas, al menos directas.
Almad El-Gawwad esperó ansioso al verano y a
la llegada de Sayyidna, y más cuando las últimas pruebas para entrar en el Widad
Fez le descartaron. ¡ Ya no podía más ! Y luego, tras la nueva decepción y las
palmadas cariñosas de los amigos en la espalda, se convertían en carcajadas en
cuanto se daba la vuelta, deseando que más temprano que tarde, él sería como
ellos, otro paría que deambularía de acá para allá o se instalaría con un
taller mecánico propio en Erfoud. Jodido porvenir, pobre hasta decir basta,
y todo impregnado de la negra nube de la moral y de la religión. Si tan malos y
condenados eran los blancos que aparecían por allí de vez en cuando, mal no les
iba, desde luego. Y Almad El Gawwad pensaba, le daba tantas vueltas a la cabeza
como a la pelota que tenía en sus pies. Hasta que llegó el verano, y luego
agosto, y a primeros hizo su aparición Sayyidna. Y tardó casi una semana en
poder sentarse y hablar con ella, primero muy remisa a charlar con él, al que
consideraba un adolescente descerebrado y lleno de fantasías en su cabeza, pero
buen chico. No le fue fácil instalar algunas ideas en su joven cabeza, pero las
suficientes para que tomase la decisión de querer irse con ella, arreglar el
pasaporte, obtener la autorización paternal y las bendiciones de Mahoma, donde
la montaña jamás llegaría y tendría que ir él e instalarse en ella.
Pero pasarían algunos meses, los suficientes
hasta que en la vieja lata de conservas que tenía en un cajón de su cuarto que
compartía con otros 2 hermanos, sacó todo el dinero que poseía, enrollado en una goma y decidió que el año lo comenzaría
en Madrid. Si iba de Erfoud a Casablanca y cogía un avión rumbo a Madrid, se
irían todos los cuartos que poseía, decidió finalmente ir a Fez, Volubilis y de
Tanger coger el ferry a Algeciras. Mucha
gente, demasiada, parecía que no había salido del pueblo. Poco a poco y ya en
tierra, los distintos autobuses le acabaron por instalar 2 días más tarde en la
estación de Atocha, donde un moro más o menos en el andén, carecía de interés. Pero Almad El Gawwad miraba y estiraba el cuello a un
lado y a otro mientras sostenía su maleta llena de ropa y algo de calzado,
intentando ver a su prima Sayyidna, que 1 semana antes le confirmó que estaría esperándole.
Pasó rato, casi 1 hora hasta que su prima le alargó el brazo y en un beso
cariñoso con muchos “ahlan wa sahlan ”, lo llevó a una pensión de Lavapiés
donde compartía habitáculo con varios paisanos, más que nada para ir entrando en
ambiente.
No, no viviría con ella, Sayyidna ya estaba “instalada”
en España y aunque aún le faltaba mucho para obtener la doble nacionalidad,
quería quitarse el polvo de pobre que Almad El-Gawwad arrastraba tras de sí,
incluso su pigmentación era más oscura, demasiados recuerdos que ella evitaba.
Le colocaría y ayudaría los primeros meses, pero el resto dependería de él, y
para empezar mejor en el barrio multicolor y multicultural de Lavapiés, y que
aprendiese lo suficiente de castellano para manejarse.
Las luces de neón, las calles atestadas de
gentes, ahí sí que había, buenos abrigos, excelentes hembras, cazadoras de
cuero, y frío, mucho frío en este otoño madrileño. Todo era nuevo para Almad El
Gawwad : coches, calles, multitudes, y eso que aquí llaman Navidades. Descubrió
que su prima siempre estaba rodeada de hombres o ella los buscaba, así
descubrió que Sayyidna era una “lumi” que se buscaba la vida por la Plaza de
Santa María de la Soledad y que con otras 2 paisanas tenía un piso alquilado,
un meublé, donde se lo hacía con cuanto macho pagase su cuota. ¡Días buenos,
noches gloriosas, otras torpes y nebulosas !
Como la goma que ataba los dírhams ahora convertidos
en euros menguaba, buscó trabajo en talleres mecánicos, hasta que en Embajadores encontró
uno que le dio oficio a comienzos de febrero. Allí no era Almad El Gawwad, era
morito sube, morito baja, morito coge, morito lleva, morito mira esto y ajusta lo otro. Bueno, no estaba mal, comía todos los días, con el tiempo pasó de
tener un cuarto conjunto a otra habitación solo para él y en el otoño siguiente
se mudó a la calle Mesón de Paredes con un cuarto de gran ventanal a la calle,
eso sí, 4º sin ascensor. Los domingos jugaba al fútbol en la casa de Campo y
algún fin de semana Sayyidna le invitaba a su casa a comer, un precioso piso
que tenía en Bravo Murillo a la altura de Quevedo. Era otra historia.
Almad El Gawwad tuvo su primer contrato a los
2 años de estar en el taller, su 1ª tarjeta sanitaria, no volvió ningún verano
a Erfoud, y pasó de llamar cada domingo a casa de sus padres a hacerlo cada 15
días, sabían por él por Sayyidna, suficiente pensó él. Tuvo una hembra entre
sus brazos casi a los 20 por 1ª vez y cuando dominó el castellano lo suficiente, dejó el
taller, se instaló en la calle Berruguete del barrio de Tetuán y empezó a
apostar a las carreras de galgos y de fútbol, lo suficiente para que cada
semana sacase el dinero necesario que cubriese sus necesidades.
Han pasado casi 10 años y Almad El Gawwad ya no es un niño, se acerca a la
treintena, quiere ir este verano a Erfoud para ver a su familia. No asistió a 3 de
las bodas de sus 2 hermanas y 1 hermano, pero él es así, ahora entiende a su prima
Sayyidna que regenta un club nocturno, está expuesta tras la barra de un bar,
pero ya no hace la calle. De vez en cuando se ven, se hablan, se toman unas
copas, pero no son íntimos. Agradece en su corazón sus primeros pasos en Madrid a su prima, pero cada cual vuela solo.
Ya no llama desde un locutorio, lo hace desde
su móvil a sus padres y cada tarde a la hora del café se deja caer en el salón
de juegos de la calle Bravo Murillo a la altura de Cuatro Caminos para observar
las distintas carreras de galgos, apuesta y según salga el asunto la noche es
una u otra. Como cada viernes después de pensar mucho, saca un pequeño papel
que lleva en su cazadora y lo extiende sobre el mostrador con los resultados
que cree van a salir en la jornada de fútbol. Siempre apuesta lo mismo, 2 euros
a cada columna, unos 8 resultados, si sale bien el mes resuelto, sino… a mirar
los coches.
Ya no juega al fútbol, pero sueña con el
porvenir del día a día, mañana no existe y ayer ya pasó.
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