LA PISTOLERA, MARÍA, MALASAÑA Y LAS ESPUELAS DE SIETE PUNTAS





 ¿ Hay algo hoy en día por lo que valga la pena levantarse de la cama ? . Se duerme una con el ruido de las reinas que caen por la noche, y se barren cada mañana delante de la puerta.
  Se había divertido de lo lindo, desde que llegó a la capital del  pueblo. Sus buenas notas académicas, unos padres entregados a la causa de la “ niña ”, una excelente beca, una enorme ilusión abrían las puertas para que al comienzo del otoño estuviera en la Complutense matriculada en Económicas. Nada de tonterías: colegio mayor con todo en orden y a estudiar; tomar el sol, algunas cañitas, amigas, amigos pocos y sin derecho a roce que la carrera son unos años y ella no era su madre que heredó buenas tierras y dote suficientes
 para que su padre las ampliara y su hermano se apoltronara.
 Así que ella, la mayor, abría espacio, aire entre esos dos mundos y en unos años sería Licenciada en Económicas. Pero claro, la vida es aquello que transcurre mientras tú haces otros planes. Y  estudió, pero el segundo año puso a su padre la mejor de sus sonrisas y compartió piso con tres amigas de la Universidad y como las notas eran espléndidas, aquello empezó a arder.
 Debió de ser por aquella época que conoció a Jaime, demasiadas cervezas y hachís traído de Tanger,no recordaba bien, y empezaron a quedar en Pepe Botella por las tardes mirando la Plaza Dos de Mayo mientras juntaban  sus manos, o besándose en la madrugada en la Vía Láctea. Salía poco del barrio, sólo para ir a clase, para eso tenían el piso bien céntrico, era la movida y vaya movida. Serían novios como los de antes, María no quería liarse del todo pero se lió tanto que el último año de carrera vivía con Jaime aunque sus padres no lo sabían y sus notas seguían siendo espléndidas.

 Llegó
 a la conclusión de que el único arte posible en esa especialidad no consiste en intentar hacer lo que una quiere sino en dejar de hacer lo que una no quiere. Tanto es así, que entre movida y fiestas dedicó un año de su existencia  a preparar unas oposiciones en una Academia que acabó sacando para trabajar en un banco. ¡ Que bien, que bonito, que felicidad a su alredor!: padres, Jaime, compañeros. Así pues ya quedaba lo socialmente establecido: compra de un piso, boda, embarazo – María no tardó mucho en venir -  y apenas llegada la treintena se vio rodeada por las tardes de madres como ella en un parquecito al lado de casa, esquivando excrementos de chuchos, alguna vomitona fin de semana, trabajo, pediatras y ver el mundo a través del televisor.
 Hasta entonces había realizado lo que esperaban de ella. ¿ Pero hizo Económicas para trabajar en un banco, levantarse a 6.30 h. y comer a las 16.00  h? Con los años y los cambios de sucursal acabó teniendo un despacho, y luego la dirección y eso, y Jaime, y María, y que no leía, y que el cine sólo era el de casa, ni se acordaba de lo que era salir a cenar una noche,  ni bailar, ni soltarse la melena, ni echarse ese  pitillo de marihuana en el balcón después de cenar que tanto le apetecía y desde que llegó María, Jaime se lo tenía prohibido. La misma rutina, hasta las vacaciones en la misma Costa Brava  en hoteles donde te hacen de todo. Se supone que eso era madurar: encontró al novio que luego era marido, se casó, tuvo una hija, dos se lo plantearon, no quería ser esclava de dos mamones. Eso sí, encantada en su barrio y con su piso se plantó en el nuevo Siglo XXI, hasta que Jaime, que ganaba un pastón, vestía camisas de seda a medida, corbatas y trajes de Emidio Tucci, con despacho en una de las Torres de Europa, casi imposible hablar con él antes del mediodía pues tenías que sortear una legión de secretarías y su móvil no era operativo hasta después de las tres. Se empezó a cansar de dejar el coche en una plaza de garaje alejada del piso, de las pintas bohemias del barrio y le planteó  comparar un chalet y vivir en el extrarradio.
 Y lo hizo un año más tarde, pero no con ella y María, sino con una chica muy mona 20 años más joven que él. Ahora seguía en su buen trabajo, con su chalet y su nuevo bebé. Y ella empezó  a retomar su vida, a salir, a montar con una amiga perdida en su memoria un negocio, a dejar el banco, a no madrugar, a ser la dueña de su tiempo y espacio, a sus errores y a sus risas. Total María era ya una adolescente medio autista siempre con el móvil en la mano y el i-poid conectado a sus orejas; apenas conseguía una conversación con ella más allá de unos monosílabos y un ligero cabeceo. Pero no le preocupaba, problemas no le daba ninguno y sabía lo que toda mujer no debe de hacer.
 Comenzó a ir los fines de semana por Louie Louie. Primero sola, luego con su socia. Entabló amistad con el dueño y al poco de vez en cuando “ pinchaba “ en alguna sesión hasta altas horas de la madrugada. Empezó a colocar la mano en forma de pistola cuando alguien le decía algo o le sonreía, y se ganó el nombre de La Pistolera. Nunca había ligado tanto. Bueno, es que en realidad y le daba una enorme vergüenza, sólo había conocido un hombre: Jaime.
 Se compró en Malasaña las botas australianas con espuelas de siete puntas.Un pastón, pero tenía bastante para ella y María, el ex colaboraba, el piso estaba pagado y el arreón inicial del negocio ya estaba medio cubierto. Así pues salvo sus padres que no la entendían, los pobres creían que habían realizado un buen trabajo con ella y ahora veían consternados que de ecologista pasaba a ecomarxista. Con el buen partido que es Jaime, hija, si hasta ha salido en el telediario al lado del Ministro de Industria.
 El invierno se hizo llevadero. Algunas noches doblaba demasiado las esquinas y las espuelas rechinaban en los adoquines. En esos instantes iba sola, llegaba a casa y simplemente se echaba en su cama. Cuando por sus venas no había tanto alcohol y salía  acompañada del Louie Louie e incluso si María estaba de vacaciones, desenfundaba un disco de su colección y lo colocaba con suavidad en el plato y hacia una sesión especial para su amante ocasional. Y era feliz porque se olvidó de pensar en el futuro, así no corría el riesgo de perderse el presente.









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