TOÑITO # 9
La gente no vive grandes vidas y profundas. La gente, por desgracia, o por suerte, vivimos vidas baratas.
TOÑITO .-
Cuando el despertador da las 07.00, Toñito ya está vestido y a punto de salir de la habitación que le designaron de pequeño sus padres y se dispone a calentar un tazón de leche al microhondas con un par de cucharadas de Cola-Cao. Ya en la cocina coge del frutero un plátano, mientras lo va pelando recoge su tazón y se lo coloca en la mesa. Come, bebe. Su madre, la señá Manuela se encuentra en esa duermevela de los octogenarios, no se sabe. Toñito antes de salir a la calle entra en la habitación de su madre y se acerca hasta la mesilla, que está atiborrada de cajas de medicamentos y un vaso de agua medio lleno. Parece que duerme, su respiración es acompasada. Se va tranquilo.
Toñito es del 59, madrileño, gato, heredó el quiosco de prensa del que es propietario, además de hijo único jamás tuvo otro oficio ni jefe salvo los años que vivió con su padre, pues al acabar el entonces bachillerato elemental se tuvo que hacer cargo del negocio familiar. Huérfano de su progenitor a los 15 años, lo que empezó para echarle una mano a su madre ya viuda, acabó por convertirse en su manutención.
Toñito lo lleva bien. Ha estado mejor, incluso llegó a tener dinero en condiciones cuando esto daba pasta, pero ahora sólo da para ir tirando...
Se casó pronto, apenas 25 años con Nurita, no conoció ni otra novia ni hembra salvo ella. Adquirieron vivienda en el barrio, apenas a cien metros del kiosco. Ella se dedicó a él y luego a Toño Jr y Nuria Jr; no fueron muy originales en los nombres, lo reconoce, la alternativa eran los de los abuelos. ¡ Mejor los suyos ! Aquello fue bien, aunque Nuria era " estrechita " de carácter y de miras, aún así Toñito vivió feliz dos décadas de vida marital. El kiosco daba dinero, su madre ya no le podía echar una mano como antaño, demasiadas horas, muchos periódicos, revistas, coleccionables. " La señá Manuela " le servía para una rato, mientras él tenía que hacer algo en el banco, en el taller con el coche, ir al servicio de la cafetería de enfrente... pero poco más. Tuvo que coger a alguien para el trabajo. Muchas horas, 14, había tardes que recogía a las 20.30 y al rato vuelta a abrir; así de lunes a viernes, los sábados y domingos sólo las mañanas pero le daban las 15.00 horas cuando recogía del todo. Sólo Navidad y Año Nuevo no abría, bueno, también cerraba agosto. Pero era mucha tralla, aunque se compensaba con la parte crematística.
Con su mujer no era menester contar para que le hiciera un rato en el kiosco. Inútil total, apenas sabía dar los cambios y su humor no era precisamente lo más comercial. Nuria era " la mujer " como le recordaba ella en algún arrebato de mal humor, él traía la pasta. Sí... parece mentira pero aún en estos tiempos así funcionaba el asunto entre ellos dos.
Del dinero que acumularon en estos años de bonanza, les alcanzó para hacerse una casita en la sierra pobre de Madrid, y allí se desplazaban los fines de semana con los niños, con la abuela Manuela y a veces con la madre de Nuria. Toñito, sólo bajaba a la capital en esta época a trabajar y al cerrar subía a su nueva mansión, que como toda la clase media con pretensiones de este país en los 90, se lo hizo de dos alturas con varias habitaciones, garaje, trastero y piscina privada. Unos setos enormes y cuidados les mantenían alejados de sus vecinos a derecha e izquierda. Chalecitos adosados. ¡ Felicidad de anuncio !
Poco a poco Toñito se fue notando cansado. Entrada en la cuarentena como que le costaba más levantarse por las mañanas, algo que su cuerpo jamás relacionó con el trabajo o fatiga. Así pues decidió meter a alguien en el kiosco que le echase una mano. Media jornada, sueldo de jornada partida. Y sí, metió a su cuñado Vicente creyendo ir para adelante, y ahí empezó su ruina para meterse en un túnel.
Saben aquel de meter familia y dinero ...
Su cuñado aprendido el oficio: los albaranes, los pedidos, las devoluciones, etc; y Toñito ya pudo hacer un cuadrante mensual y así si una semana uno abría por las mañanas, el otro cerraba por las tardes; a eso de las 14.30 se hacían el relevo como una guardia y hasta el día siguiente. Los fines de semana libraba uno cada uno y así iban.
Pasaron las semanas, los meses y hasta ocho años hasta que Toñito se dio cuenta de que le robaba su cuñado. No era ya que Vicente discutiese con clientes de fútbol como si aquello fuese una taberna de barrio de mala muerte, que las ventas empezaran a bajar con esto de Internet y la dichosa crisis, es que le sisaba pasta todos los días. Cuando se cercioró de la verdad más absoluta aquello ardió.
Toñito, ingenuo, buena persona, creyó que Nuria le apoyaría para echar a su hermano... y lo que encontró fue el desprecio más absoluto, el divorcio después de dos años de papeleos y el alejamiento de los críos que ya no eran tales. Total, que otra vez se veía a sus años viviendo con su octogenaria madre, pagando las cuotas del chalet en la sierra y soltando pasta para los hijos y su ex, pues ésta no hacía nada, manteniendo todos los gastos del piso conyugal, que al menos no tenía ninguna carga hipotecaria.
Toñito volvió a fumar, ¡ que menos ! , a trabajar 14 horas otra vez solo, eso sí, los viernes ya no abre por las tardes y cada quince días sube a su " mansión " de la sierra que la tiene para su disfrute o con su madre... y en las últimas semanas lleva a su nuevo amor: María, otra mujer del barrio también divorciada pero sin hijos y que juntos como dos náufragos se agarran el uno al otro y se cuentan sus cuitas.
Toñito ha recuperado el pulso en este año. Parece más joven de espíritu y tiene otra cara, no gana lo de antes, ya lo hemos dicho pero va tirando. Su madre ahí está todavía, sus hijos como que ya le miran y se pasan por el kiosco a verle casi todos los días. Lo tiene todo a mano en el barrio: trabajo y familia todos juntos y en apenas unos metros unos de otros.
El kiosco de Toñito es epicentro para todos aquellos seres desvalidos y lúcidos que vivimos por aquí. Lo mismo sirve para una larga charleta vespertina que para un adiós rápido; Toñito haga frío o calor siempre está la mayor parte de las horas, salvo en verano que cierra dos quincenas: una en julio y otra en agosto, por aquello de que le cunde más; él es como un faro para navegantes urbanos, como el reloj de la Puerta del Sol.
Toñito ya deduce que como el futuro ya está tan preñado de condicionantes, que mejor no pensar demasiado en él.
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