CANTO RODANTE 5
FUN HOUSE
La independencia sólo existía en el plano de las ideas, y eso sólo durante un breve periodo de la vida, el de la juventud. Ni siquiera lo tenía muy claro que en esos momentos hubiese disfrutado de una total libertad, pero objetivamente no podía quejarme de mi existencia.
Alejado desde mis tiempos de estudiante de cualquier clase de tribu, más cercano al cuerpo a cuerpo; me interesaba más la individualidad que el colectivo, el primero cuando pasaba por demasiados filtros se diluía como un azucarillo en el café.
El vacío seguía siendo igual de profundo, pero cada vez era mayor la oferta de entretenimiento con que rellenarlo. El final de la década volvió a traer cambios: una vez más me trasladaban de tienda y volvía a la Gran Vía como simple comercial, estructuraban la cadena Madrid-Rock y en ese nuevo esquema necesitaban ejecutivos agresivos para los nuevos tiempos en la cabecera de los locales. Al parecer no daba el perfil de moderno. Eso conllevaba una perdida en mis emolumentos mensuales y regresar al horario continuado de seis horas, cinco días seguidos, con lo cual se acabaron los fines de semana completos, se libraban dos días a la semana. Por razones técnicas, me despidieron, para incorporarme una quincena después. Parecía como si un diablo borracho jugase a los dados pues justo por aquel entonces me llegó la notificación del Ruta 66 de poder desplazarme a Londres para cubrir el concierto de The Who. Una mañana me dicen que me despiden y a la tarde me dan el premio. Acepté y Rita pidió unos días en el trabajo, se comió lo que tenía reservado para la Navidad y nos plantamos en la capital británica.
Pasamos la primera semana de noviembre en Londres con la coartada de cubrir la premier de Tommy en el Royal Albert Hall. Fue como una especie de luna de miel. Recorrer la ciudad durante 7 días supuso un recorrido por la historia del imperio británico. Entrar en las tabernas, pasear, ver tiendas de discos, recorrer el Soho dejando la estación y llegar a Piccadylli Circus. Lo nuestro fue pasear y sacar fotos, pararnos donde nos daba la gana y reírnos, observar. Entiendo que ir a una nueva ciudad y espacio es recorrer sus calles, escuchar a sus gentes, diluirte en la masa sin llamar la atención. No perdimos ni un segundo en hacer el recorrido típico de museos, galerías, etc; entre otras cosas porque nuestro arte era otro. Todo aquello que tenías en la cabeza y ahora lo veías y tocabas, estaba ahí.
Nos hospedamos cerca del Royal Albert Hall, a fin de cuentas el alojamiento me lo pagaban, pero con la liquidación podría cubrir el de Rita y darnos algunos caprichos en esos siete días. Carpe Diem, por si acaso. Seguíamos con nuestro idilio y confirmando lo que siempre sospeché de toda relación marital: conexión íntima buena, economía saneada, dan una ecuación perfecta. Si lo segundo falla, el amor salta por la ventana en cuanto la miseria penetra por la puerta. Lo de contigo " pan y cebollas " de Miguel Hernández, nos quedaba muy lejos.
Reincorporado a Gran Vía y reposando en mi "casa divertida" ; Marga me invitó a comer en vísperas de año nuevo para confirmarme si quería adquirir el ático, pues los propietarios estaban dispuestos a vendérmelo por un precio por debajo del mercado. Eché cuentas y acepté. Digo compré, no compramos. De hecho lo pusimos a nombre de mi hermana y mio y Rita en esto no tuvo nada que decir. Tampoco ponía nada ni yo se lo propuse. Ella era la tercera de siete hermanos, todos varones, y al parecer estaba mejor conmigo que en su casa, que era un delirio constante. Parecía una figurilla de porcelana, una niña encantada de tener para ella sola un armario empotrado de dos cuerpos, donde acumulaba toda clase de ropa y bolsos. La parte que a mí me tocaba era más modesta, pero funcional. Sólo la otra habitación, donde pasaba las horas muertas: leyendo, escribiendo o escuchando música, era la que sentía como más mía. El baño de nuestra alcoba y el aseo eran territorio de Rita casi en exclusividad; el hall, el pasillo y la terraza sólo se me consultaba algo cuando ya era ineludible.
Para conocer bien a una persona se necesitan tres cosas : compartir sábanas, lavabo y cuenta corriente. Las dos primeras nunca me importaron, la tercera jamás cedí a tener una cuenta común: cada cual disponía de su economía según sus necesidades, gustos, vicios... Como tenía experiencia desde mi adolescencia de llevar las cuentas de mi casa, me encargaba de pagar la hipoteca y las letras de la moto, todo lo relacionado con fun house, y del resto se encargaba ella: incluidas cenas y copas cuando salíamos. Ganábamos los dos, cuando había un extra "depende ". Eso sí : no había nada que un buen polvo no solucionase.
R U N A W A Y
A veces Rita se desbocaba y como una yegua sin corcel ni montura corría sin rumbo. Eso solía ocurrir cuando en el trabajo tenía algún problema, su madre quería organizar nuestras vidas o alguno de sus numerosos hermanos aparecía por casa y deseaba llevarse cualquier disco o libro, con el fin de devolverlo en breve y ocasionaba una discusión entre los dos. Entonces te podía llamar desde cualquier barra de bar cuando ya su cuerpo había ingerido varios " sol y sombras ", su voz pastosa y agresiva, veía enemigos en cualquier cosa, dos moscas juntas sobrevolando su cabeza se convertían en un acto terrorista, cualquier mujer a un metro de mi persona pasaba a ser mi amante, cualquier sombra las tinieblas... Era el yang... Para compensar lo bueno. En esos momentos había que actuar con tranquilidad : la falda corta que casi siempre se ponía - invierno o verano, era indiferente -, la frente muy ancha y la lengua muy... muy larga no ayudaban cuando llegaba al sitio desde el que me llamó. Calmarla a base de mimos y llevarla a casa hasta que una buena dormida dejase las cosas en su sitio. Doblar esquinas en las madrugadas nunca fue mi especialidad. Cuando el alcohol se diluía en sus venas y su cabeza tenía el riego sanguíneo adecuado, daba que el río volvía a su cauce y nuestra vida en común, era placentera. Debía de ser el precio que pagaba por eso que se llama felicidad o vida en común. No digo que no me asustaba y a veces me daban ganas de acabar, pero compensaba lo positivo a lo negativo.
Mi hermana finiquitó su relación de una década con su novio y regreso al piso familiar de Tirso de Molina, según ella para poner sus ideas en claro, siempre las tuvo ... Mi madre, que esperaba algún nieto se encontró con lo inesperado. No le vino por parte de su hija, sino de su primogénito unos meses después...
Había visto mucho caballo, cocaína a mi alrededor durante toda la década de los 80. Ahora que entrabamos en los 90 empecé a ver las consecuencias en forma de suicidios, muertes por sobredosis - que no era otra cosa que fuese demasiado pura y tu cuerpo reventaba -; gente loca, como ludópotas vendían cualquier cosa para meterse en vena o esnifarla. Siempre me horrorizó desde pequeño las jeringuillas, cuando el practicante aparecía por casa yo corría como un poseso; de adolescente hacía de tripas corazón y con el culo al aire esperaba el pinchazo y el líquido penetrando en mis posaderas; aquello quedaba como agarrotado durante varios días, pero te quitaba la fiebre y el resfriado. Me quedó ese resquemor de por vida con las jeringas. Toda la liturgia de quemar la heroína en una cuchara mientras se disolvía, colocar la aguja para extraer el líquido, encontrarse la vena. El primer chute es "salvaje", luego el camino a la perdición de tu persona era ineludible. No controlas nada, cuanto más lo dices, más idiota eres. Las condiciones económicas se resquebrajan, las familiares se deterioran..., no hay cura sino quieres salir; y metido en vena o el "chino", cuando ya cualquiera de los vasos por donde vuelve al corazón la sangre que ha corrido por las arterías no dan más de sí y deseas que te llegue cuanto antes al cerebro. Cada vez es de peor calidad, ya te metes detergente en polvo, ya esnifas las paredes de tu casa. Tu proveedor - sino se ha muerto o está en la cárcel - cada vez te pasa mejor mierda y a tu cuerpo ya le da igual.
Vi demasiados caballos desbocados y ahora esto era un reguero de cadáveres. Ya no eran sólo músicos o intelectuales, sino clase obrera. Como la plaga del sida que se extendió como un reguero de pólvora. Prefería llevar mi vida y alejarme de todo esto. No me conducía a nada ni me aportaba alegrías. Mejor encender mi pitillo de marihuana en la terraza después de cenar y disfrutar de mi pareja, la Luna o los sonidos de la calle.
Walkon the Wild Side titulé mi aportación al Ruta 66 de ese mes y me cayerón palos de punta, aunque también palmadas canallitas. Traté de hacer una radiografía de lo que eran las tribus urbanas: sus vestimentas, sus gustos, sus guetos... Pasados unos años veíamos lo que quedaba tras el incendio: eran muy altas las llamas y las expectativas levantadas después de la muerte del dictador, pero muchos los fracasos, y las cenizas no dejaban ver con claridad los restos cuando el viento amainó. Pero algo quedó, ahora ya sabíamos lo que era eso de andar por el camino peligroso y lo fallido de imitar a los mitos.
DISCOS, LIBROS Y CINTAS DE VÍDEO
Transcurrieron los días con sus noches, las semanas con sus meses y éstos con años. Nuestra vida en común era placentera con algún bache. La casa se fue llenando de cosas, siempre procuré ir ligero de equipaje como escribió Antonio Machado, aún compartiendo mi existencia siempre tuve claro que discos, libros y cintas de vídeo eran prioritarios sobre todo lo demás. Eran mis pulmones, mis arterías... en esos artefactos me veía reflejado, no necesitaba de ningún álbum de fotos familiares para recorrer mi biografía ni mi estancia en este Planeta. Me bastaba ver una carpeta de Lp o un canto de un libro para saber en qué época lo leí - siempre al acabar de leerlo colocaba la fecha -, casi donde lo había adquirido. Si estaban conmigo era como mi piel. Los demás utensilios domésticos sólo valían para hacerte más placentera la vida. Cuantos más platos tienes girando sobre la mesa, más esfuerzo se requiere para que todos sigan "bailando" y ninguno se caiga.
Ya dije que el convivir con una mujer, Rita, me hacía mejor persona y a pensar en dúo en vez de sólo en mí. Ganaba y perdía cosas, como en toda decisión que se preste. Pero ella entraba en un pack junto a su familia, que nunca me gustó. Intenté marcar una línea roja muy clara de lo que significaba Rita para mí y el resto eran "sus circunstancias", que a veces me salpicaban demasiado. De su padre sabía que tenía una tienda de compra-venta de muebles en la Ribera de Curtidores, en pleno Rastro, de su madre que parecía una gitana despechá y que en ella veía a mi pareja con la diferencia de 25 años - eran idénticas en los físico -; apenas tenía mucho contacto, el imprescindible de buena educación; del resto de la parentela más o menos lo llevaba pues no tenía apenas conexión directa. Sólo su hermano pequeño, Rafael, me dio problemas porque se los dio a su hermana. Con apenas 15 años empezó a pasar más tiempo en mi casa que en el colegio, al que apenas acudía, veía un delincuente en potencia, creyó que aquello era el edén. Empezó a pedirle dinero a Rita y ésta le iba pasando pequeñas cantidades de raterillo, así sin importancia, hasta que comenzó a amenazarla no sólo mental sino físicamente con cantidades de "dame un talego tía, a tí no te hace falta". De ahí a quitarme Lps que revendía en las tiendas de segunda mano y algún libro : El almuerzo desnudo o Yonqui de William Burroughs o varios de Bukowski, de éste se llevó cuatro de un tirón. Eso no hubiese sido importante, todo era recuperable, el ojo de Rita morado y su estado de nervios cuando la encontré en casa hecha un manojo de nervios, llorando y aún tirada en medio del salón, no.
De lo primero me di cuenta enseguida. Tanto discos, libros como cintas de vídeo las tenía clasificadas por orden alfabético para encontrarlos mejor, empecé a echarlos en falta y en principio eran un préstamo, del mismo se pasó a no verlos más. Lo siguiente fue buscar a Rafael y como sabía por donde trapicheaba para sacar droga, lo encontré en plena faena en un solar de la calle Mesón de Paredes, cerca de su vivienda familiar y además en el barrio del que me había criado, a cien metros de Tirso de Molina. Recuperé la última adquisición que se llevó de casa. Estuvimos hablando mucho rato sentados en unos escalones de la calle, fumamos unos pitillos y cuando creyó que todo había pasado le rompí la cara de dos bofetones a cada lado de la mejilla. La acción fue rápida, yo de pie, él aún sentado. Mi tamaño, ya tenía 30 años y el suyo, un crío de 15, marcó territorio, le dejó estupefacto y a mí con un acelerón del corazón que se me salía por la boca. Para asegurarme de que no se me escapaba, lo agarré bien de los cuellos de su cazadora vaquera, amortigüé bien mi mano sobre su cara. No nos dijimos nada, estuvimos mucho rato mirándonos a los ojos mientras él arrancó a llorar pero sin mover su rostro. No volví a verlo por casa.
Rita empezó a sembrar dos plantas de marihuana en la terraza, cansados siempre de buscar "costo" en los sitios donde sabíamos que nos suministraban bien, nunca entendí porque no lo legalizaban como el alcohol, el tabaco, el humo de los coches, la estafas de los bancos... gravaría como un impuesto más al Estado y se acabó el problema. Parecía que las mentes conservadoras que con esto se acabaría el mundo, como cuando se legalizarón la ley del aborto o la del divorcio. Quien quisiera echar mano de ellas porque las deseara o las necesitara, ahí estaban. No entendía porqué no eramos adultos de verdad para tomar decisiones, fueran malas o no.
Conocimos un domingo en el Rockla Club a Sergio Entrena. Vivía aún con sus padres - que remedio, solía decir - en las Torres Blancas. De buena familia, como se suele decir, era un estudiante-opositor al cuerpo del Estado, a cualquier cosa : administrativo, bedel... Vestía como un mod trasnochado al Madrid de primeros de los 90. Tenía la edad cruzada, era un moderno en música, de hecho su hermano tenía un grupo y estaba muy puesto en la nueva ola española y británica. Fue sencillo ser su amigo, en muchas cosas era recuperar con él diez años y a Jaime, al cual veía poco, pero veía. De excelente humor siempre, bien vestido, perfumado, elegante. Congeniamos rápido y empezó una larga amistad. También a Rita le cayó bien, esto siempre que se convive en pareja es muy importante; él no tenía amistades masculinas, sólo amigas. Poco a poco intimamos, y empezó a aparecer por casa, a tomar nuestras copitas sentados en las hamacas de la terraza y sobre todo a oír música y a reírnos, que nos venía muy bien a los tres.
Algunos domingos que el tiempo acompañaba nos íbamos con la Yamaha a recorrer la sierra de Madrid, la Alcarria o los pueblos negros de Guadalajara : Campillo de Ranas, con apenas 100 habitantes y sus casas de pizarra metido en un abrupto terreno y asilado; Campillejo, El Espinar, Majaelrayo... es un valle hermoso, acostumbrado a inviernos durísimos y veranos húmedos y verdes, que moldeaban un carácter especial en sus gentes y en todo el entorno con sus calles, paredes, techos cubiertos todos de pizarra del lugar. Años después descubrí Las Hurdes, en el norte de Cáceres, sitio parecido por su encanto y por los lugareños.
Salir de Madrid rumbo a estos parajes, incluso todo el fin de semana cuando podíamos - Rita trabajaba también los sábados y cada dos libraba - hacía que nos sintiéramos bien, cargadas las pilas para unos cuantos días. Poco nos preocupaban los atascos domingueros pues con la moto se salvaban mejor las interrupciones.
La vida fluía y nuestras dos almas urbanitas encontraban sosiego en esas excursiones, mientras algunas noches desde nuestra terraza contemplábamos la Luna llena, cuando ésta se dignaba a aparecer.
Somos delgados como el papel. Existimos a base de suerte, entre porcentajes, de manera temporal. Y en eso radica lo mejor y lo peor, la vida podía ser buena en ocasiones, pero a veces eso dependía en parte de nosotros.
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