DIOS TE MANDÓ AL PELOTÓN DE LOS TORPES .- Segunda Parte ( Capítulos VII a XII )
VII
Se pasó el estío
entre canciones, lecturas, comidas, algún derroche de vitalidad que parecía
infinita al borde de la veintena. Llegaron las primeras lluvias y el cielo se fue
oscureciendo, los días se iban acortando y la longevidad de la noche acariciaba
los sentidos más íntimos para recogerse en sí mismo.
El último
trimestre del año sin hacerse largo, cayó un poco en el tedio. Mentalizado los
últimos 24 meses a un cierto estrés, vivías tiempos convulsos, sobre todo
cuando los pocos amigos que aún conservabas se fueron a sus quehaceres, la
mayoría proseguían con sus estudios superiores, el resto, los que se quedaron
en la ciudad centenaria con sus trabajos a cuestas, poco o nada tenían que ver
con tu mundo, habitabais espacios muy diferentes, sino opuestos.
Como tenías
tiempo, pasasteis por la tienda en cuestión y te regaló el Beggars Banquet de los Stones.
Mientras tomabais algo en un bar cercano, mantuvisteis una conversación que te
esclarecería el futuro inmediato, aunque no fuiste consciente de ello hasta
unas semanas después.
- ¿Tú
que vas a poner?
- Estudiante
– respondiste.
- Tardó
unos segundos en replicarte, apuró un trago de cerveza y respondió con calma.
- Pon
lo de tú padre.
Ahora eras tú el que tardaste en asimilar el
concepto. Tú progenitor era abogado aunque ejercía de auxiliar de Juzgado.
Plaza que sacó en su momento y llevaba entre otras cosas el registro de una
población que era cabecera de comarca de 19 pueblos: natalicios, decesos…lo
sabías bien porque durante 2 años, aquellos que cursabas 5º/6º de bachiller de
letras, le acompañabas alguna tarde al Juzgado, y allí entre archivos, pasar
informes a máquinas, etc.; tenías una idea de su oficio.
Esa simple conversación te sirvió cuando de
recluta colocaste en tu ficha: administrativo, y las diversas pruebas a los que
os sometieron como dictados, cuentas, escribir a máquina… te llevó a pasar una
mili sosegada, pues acabaste en Ingenieros, en la plana mayor de oficinista durante
todo un año. Eso, te salvó la existencia.
VIII
La noche se hizo
eterna. De Madrid a Almería. Apenas alguna cabezada que se acoplaba al
traqueteo del tren. Ya cuando amanecía el olor del mar impregnaba el ambiente,
los débiles destellos del sol se reflejaban sobre las palmeras de secas
ramblas, solitarias. Asomados algunos a las ventanas del convoy cogiendo el
último aire de libertad que tendríais en semanas.
En la estación de
tren una hilera de camiones militares os esperaban. Como ganado, unos se
incorporaban a la parte trasera del mismo y se acomodaba como podía. Hasta en
esos pequeños detalles juega la suerte. No fue lo mismo un vehículo u otro.
Según tus huesos se aposentaran, cada uno de ellos se dirigía a las 6 compañías
de reclutamiento que el campamento Álvarez de Sotomayor, en Víator, tenían para
la formación militar correspondiente.
Uno de este
periodo de su vida puede hablar mucho o nada. El consejo que te dio tú tío
Alipio sirvió. Pasaste pruebas mecanográficas (aunque la letra t se te quedaba
pegada al rodillo de la máquina); ejercicios matemáticos, dictados… cómo
desconocías el nivel de los demás y cuánta gente necesitaban en oficinas,
aquello eran tiros al aire y de brindis al sol. Pero te esforzaste. Tú
reemplazo de enero 1980 era muy deslavazado. Predominaban mecánicos,
electricistas y la nada más absoluta de desempleados que ni sabían ni
contestaban, simplemente les tocaba estar ahí un año largo de sus vidas.
A lo largo de tus
14 meses sólo fuiste a casa 3 veces. La jura de bandera, en Semana Santa y 21
días en julio, no regresaste hasta que tuviste la blanca como vulgarmente se le conocía a la cartilla de
licenciamiento. Y como luego aprendiste, te gustaban las flores que nacían y se
desarrollaban en la basura, apareció el 2º ángel en tu vida. El entonces
teniente Haro y unos meses después capitán de Ingenieros, te resguardó de males
mayores. Acabaste en esa compañía, en la sección de La Plana donde iban
oficinistas y mecánicos y os alojabais en Telecomunicaciones. Fue una suerte la
verdad, porque disponías a partir de las 6 de la tarde de tiempo libre y del
espacio que te daba la oficina para leer, escuchar música, fumar hachís y
compartir el resto de tus horas con ese amigo del alma que se hace en estos
lugares; Iñaki Guisasola Leizaola, con la carrera de Magisterio acabada y un
postgrado, se encontraba a sus 23/24 años
haciendo la mili. Lo que tú querías evitar con esa edad. Lo tenías delante de
ti, lo cual te reafirmaba en que acertaste en parar los estudios, acabar con
este asunto de hacerte hombre y a
otra cosa.
Tú trabajo junto
con otro chaval que llegó 3 meses antes y nunca acabaste de conectar con él,
consistía en llevar los vales de gasolina de toda la compañía, remitir cuanto
documento llegase a los mandos correspondientes, estadísticas varias, todo lo
relacionado con el armamento, bajas y entradas de material diverso y de
personas… No agobiaba, pero no te aburrías. La perfección del Capitán Haro era
obsesiva, todo debía de ir limpio y con copia, perfecto, lo cual te vino bien.
Una vez
mentalizado del asunto, aquello era como un trabajo burocrático, sólo que ibas
vestido de militar como otros mil más. La diferencia estaba en qué compañía
estabas, que pertenecías en cuerpo y alma al ejército de tierra y ubicado en
Ingenieros, lo demás ya era cuestión de cierto talento, suerte y pasar lo más
desapercibido posible. La oficina te salvó de casi todo, te daba espacio para
las horas de asueto. La llave junto a la de tu taquilla formaba un apéndice de
tu personalidad. Echar partidas de ajedrez dentro de la compañía, entre las camaretas,
en ocasiones os jugabais una botella de vino, partidos de fútbol los sábados
por la mañana, en tu caso una vez al mes bajabas a Almería a pasar el fin de
semana en casa de tu amigo Paco Vivas que era de tu reemplazo pero hacia la
mili de voluntario, con una familia que te acogió como uno más. No abusabas,
distanciabas tus salidas. Alguna imaginaria y muy de tarde en tarde tenías que
limpiar el cetme que se te asignó hasta la licenciatura cuando no había
personal suficiente y te tocaba una guardia de 24 horas. Eso era todo… o mucho.
Intentabas no pensar. Leías narrativa, comprabas el Vibraciones cada mes.
Desayunabas y comías en el comedor, el famoso rancho, y sólo por las
tardes Iñaki y tú cenabais en una de las oficinas mientras escuchabais las
incipientes ondas de FM. El asunto era pasar los días, semanas, meses…
A partir de llevar
un año en el campamento, afloraron los nervios cuando se acercaba la
licenciatura militar. Ya habías visto a 3 reemplazos irse y otros tanto en
llegar. Una tarde de lunes tú te dirigías al hogar del soldado en busca de tu
barra de pan para merendar con Iñaki, a la altura de las gradas donde jurasteis
bandera te encontraste con Losada, el furriel gallego de vuestra compañía que
venía nervioso. Te comentó que un guardia civil había entrado con una tropa en
el Congreso de los Diputados en plena sesión de investidura de Calvo Sotelo.
Como con él si se sabía si iba o venía, lo tomaste por cierto. Aquella misma
noche os acuartelaron. Era como perder la llave de casa y tendrías que esperar
que alguien llegase a abrir. Se suponía que ese fin de semana os tenían que
haber licenciado a los de tu reemplazo, con esto, ya veríamos…
Ocurrió que el día
25 de febrero de 1981, el capitán Haro a eso de las cuatro y media de la tarde
cuando entró en la oficina te dijo que acabases lo que estabas haciendo y que
te vistieses, de paisano, claro, que os ibais ya. A las seis todo tu reemplazo
iba de civil, entregaba ropa y demás utensilios al brigada de la compañía;
despedidas, abrazos, alguna lágrima, buenos deseos, y todo el mundo bajaba a
coger el autobús que te dejaría en la estación de tren. Tú te quedaste hasta
las 8. Aquella tarde en el hangar de coches y camiones el capitán Haro estuvo
una hora larga contigo dándote consejos, mientras paseabais, como padre e hijo,
vaya, ante los ojos atónitos del resto de la tropa que a lo lejos y de manera
discreta, os observaba. Entre otras cosas te propuso quedarte de oficinista
civil en el Registro del campamento Álvarez de Sotomayor. Tú te lo pensaste, no
te caía de nuevas, te lo dejó caer en varias ocasiones a lo largo del último
trimestre. A eso de las ocho de la tarde tú bajabas junto a Paco Vivas, que
tenía pase de pernocta, a su casa, pasarías unos días en Almería tranquilo y de
paso llamaste a tu casa y a María. Deseabas ir también a Madrid, cosa que
hiciste el sábado por la tarde donde te alojaste en casa de tu amiga en Arturo
Soria, en unas horas tu vida había vuelto a cambiar y ahora sí que lucía el
sol.
Etapa de tú vida
acabada.
Te quedaste unos
días en Almería, a fin de cuentas la familia de Paco Vivas siempre te acogió
bien y te recriminaba lo poco que bajaste en el año de tu milicia. Pero no
querías molestar, además, ya eran bastante en esa casa, al margen del matrimonio,
eran cuatro vástagos: dos varones y dos hembras y por si faltaba poco, la
abuela. Total, que a ti te acomodaban en un sofá cama en el salón. Estuviste
hasta el fin de semana y el sábado a mediodía emprendiste tu viaje liberador
camino de Madrid. Debías de aprovechar que el billete casi te salía gratis por
el convenio Ejército/Renfe. Allí te esperaba María, donde te alojarías unos
días en su casa.
Tampoco
desaprovechaste el asunto, entre tus tareas estaba el matricularte de oyente de
cara al último trimestre, después de Semana Santa, más que nada para ir
cogiendo trote y ver hasta donde estabas de oxidado. La mañana del lunes se te
hizo larga, desde Arturo Soria os desplazabais a Cuatro Caminos en metro y
luego en bus hasta la Complutense. La siguiente generación ya no tendría estos
problemas logísticos, el metropolitano llegaría a la misma puerta del campus.
Instalado unas
semanas en Donoso Cortés iniciaste un periodo divertido y tranquilo, sin los
agobios de los exámenes finales. Visitaste Aurrera claro, pero Senén tenía
previsto no renovar el contrato de alquiler que llevaba por 5 años. Él
trabajaba en el Banco Zaragozano, y
nunca llegaste a entender porque se daba estos tutes noctívagos. Ya
instalado de nuevo en Madrid, cuando pasaste por allí de vez en cuando, aquel
otoño el Tensión cambió de nombre, dueños y clientela. Ahora era un pub enfocado al
rock duro, y al lado existía otro, que siempre que pasabas por allí, estaba
lleno de chonis.
El nuevo curso te trajo instalarte por Moncloa en un piso compartido con dos chavales que acaban ese año y la hermana de uno de ellos, que empezaba. Sería un habitual, un 4º sin ascensor a lo largo de toda la década en tú vida. Tenías algunas ayudas solicitadas para textos y material escolar, unas te las concedieron y otras no. Pero todo ayudaba, sacar 5 asignaturas obligatorias en trimestres alternativos y otras cuantas optativas, te costó, sobre todo los primeros meses que estabas liberado de toda actividad extrauniversitaria; añadías a esto la logística de tener que comprar comida, tener la ropa limpia y cierto adecentamiento del piso. Cada cual tenía su espacio, su panel en la nevera y el turno correspondiente de limpieza. Hasta donde recuerdas, los apenas 9 meses, aquello funcionó.
Hiciste nuevas
amistades, María ya voló a Londres en el verano con una beca de estudios, y
apenas conocías a gente de tus años anteriores, aunque el personal insistía en repetir
convocatorias y alargar aquello.
El curso
siguiente te instalaste en un apartamento pequeño para ti solo en la calle
Artistas, en Cuatro Caminos. Como siempre, un 4º sin ascensor. Casa y autobús, trayecto directo. A comienzos de año lo que tenías
pendiente de 3º lo finiquitaste y arreaste todo lo que estaba en tu mano por despejar el camino
en junio. Tardarías unos meses más en liquidar el asunto, y entrar en la
lista del paro.
X
España se movía
en una ambigüedad calculada, pero siempre tenías la sensación de precipicio y
pese a todo, la percepción generalizada era que todo se podía conseguir, que la
senda de la libertad que la democracia prometía podría ser llevada a cabo no
sin concesiones y llena de pragmatismo. La oleada que vino con el triunfo del
PSOE nos ponía en el camino de Europa, dejar de ser la cola del pelotón para al
menos colocarte por el medio, sin destacar mucho pero sin llegar al farolillo
rojo. Lo intentos logrados de un mundial de fútbol que logramos organizar nos
colocaban en el escaparate mundial, pero a cambio había qué decidir en qué
bando estabas. La economía mandaba, siempre sobre principios, toda la izquierda
o parte de ella que tomó despachos y tuvo que tomar decisiones, se ató a una transición
que duró demasiado, pero o era eso o de nuevo los tanques en la calle.
Y en medio de tanta
basura acumulada, siempre había flores que nacían en las sentinas. Una mañana
alguien dejó un ejemplar de La Luna de
Madrid en la mesa en la que te ibas a tomar un café en la Facultad. Un tal
Borja Casani la dirigía y por allí podía uno intentar escribir algo, realizar
dibujos, aquello tenía un carácter coral cuyo epicentro era la calle y los
diversos movimientos que la caracterizaban. Era el otoño de 1982 y el número
era el O, tardaría un año más en salir el siguiente guarismo, noviembre de 1983
y con Pedro Almódovar escribiendo sus relatos de Patty Diphusa y la fotógrafa
Ouka Leele, aportando varias portadas en las siguientes entregas.
XI
En tiempos, semejante
antro había sido la sala del sótano, una discoteca con espectáculos picantes,
café- teatro. Poco a poco y tras algunas reformas aquello iba camino de
convertirse en la piedra filosofal de la movida
madrileña, todo sucedía a finales de la década de los 70.
Todo era
provisional, o esa idea es la que tuviste siempre. Desde los porteros,
camareras, la propia entrada y hasta los grupos que tocaban. La añorada cabina
de dis-jokey, los lavabos, los carteles anunciantes de conciertos futuros o
pasados, hasta incluso poder acceder a los camerinos. La magia estaba en el
aguijón de la abeja, y el rock tenía sus tiempos y era el que le tocaba vivir a
Madrid.
La imagen del
grupo era un claro reflejo no sólo de un grupo de rock, sino y lo que es más importante,
de una época muy concreta y determinada, ese afterpunk de comienzos de la década con la metamorfosis de la
revolución psicodélica, lo gótico y siniestro como avance, forma de
diferenciarse, una vez más darle la vuelta a la tortilla y poder creer que todo
podía cambiarse. Se cumplía ese viejo axioma que el rock o es excesivo o no es.
Muchos de los
grupos que tu prestabas atención y tenían en el mercado algún single, EP, veían
cortada su trayectoria porque varios de sus miembros debían realizar el
inoportuno deber conyugal patrio ( mili ); lo cual te dio ánimos porque tú ya
lo habías hecho, aunque el precio, siempre hay uno, era tu retraso académico de
2 cursos. Fueron de las últimas veces que veías a María, que ya estaba ubicada
en otro espacio, digamos en un mundo del que tu no formabas parte salvo
esporádicamente, pero que tenía detalles altruistas contigo de este calibre.
A ti lo que te gustaba realmente de tu hipotético oficio era escribir y trabajar en la radio, donde hiciste prácticas, sin descartar nunca el tema de deportes y tal vez la información política, tan imbuidos en los tiempos en los que te tocó vivir tan en 1ª persona hechos, situaciones, curiosas cuando menos. Las primeras veces que pisaste unos estudios radiofónicos fue en Radio Centro en la calle Huertas, el antiguo edificio del diario Pueblo, y aquello fue como un chute de adrenalina. Tú querías formar parte de ese mundo, y sino conseguías estar en micrófono, existe un protocolo de audición, voz, etc; sí estar en redacción, documentación. Te aplicabas aquello del punk: ¡puede hacerse! Casi toda la programación iba dirigida en AM, cuando los años pasaron FM fue tomando protagonismo.
XII
Reuniones,
planes, discusiones, alzar la mano como en el colegio para tomar la palabra,
nervios y todo debía de escribirlo alguien, levantar acta de lo que se dice a
modo de notario. Entre los que nos sabían expresarse, menos escribirlo y
todavía peor, no entendían lo que leían, aquellas reuniones distaban mucho de
las que estabas acostumbrado, pese a su fugacidad a las que asististe, que apenas ocuparon espacio
en tu existencia.
Cualquier
organización política requiere de cierta estructura, sumario a desarrollar y
llegar a ciertas conclusiones, pero aquello era un arroyo sin agua y las
sombras de los árboles estaban lejanas, pese a ir el camino sembrado de buenas
intenciones y algún que otro fantasma que jamás falta en una reunión de
homínidos que pase de tres. Aquello no era distinto a lo que habías vivido en
las asambleas universitarias, cansinas, agotadoras y nada eficaces. Pero a ti
te hacía cierta gracia y quizás por la curiosidad y un cierto protagonismo,
tomabas nota porque así te lo pidieron los compañeros. Estuviste un rato,
claro, aquél camino no era ni de lejos el sendero que tenías en la cabeza un
lustro antes de desaparecer de donde te criaste en busca de nuevos horizontes,
pero la vida vino así en esta temporada.
Como le dieron
una lista de libros para leer en Literatura, curiosamente todos los tenías tú,
te ofreciste a dejárselos. Y claro, también entre ellos estaba Cinco Horas Con Mario de Delibes, que se
fueron convirtiendo en varias cuando las semanas transcurrieron hasta llegar a
una especie de noviazgo consentido mientras tú te afiliabas a un partido de
izquierdas sin más pretensión que ayudar en la medida de lo posible, pero sin
agobios ni protagonismo de ningún lado y preparabas con entusiasmo y dedicación
las dos asignaturas pendientes. Pero la vida es aquello que transcurre mientras
tú haces otros planes que raramente va en paralelo
No deseabas
meses perdidos en tu vida. Parecía que estabas en el mismo punto de partida de
más de un lustro atrás, acumulabas una experiencia que en estos lares no
funcionaba como a ti te gustaba y el medio de adaptación lo conocías demasiado
bien para querer desarrollarlo en su integridad. A finales de septiembre, con
una maleta y apenas unos billetes en la cartera te plantaste de nuevo en Madrid
y el autobús te dejó en la Glorieta de Pirámides, donde Rosa ya te estaba
esperando. Juntos fuisteis al piso de unos amigos de tu hermana que te alojaron
durante unas semanas, hasta que tú encontraras trabajo. Mientras ella se
quedaba en casa de unas tías cerca de la puerta de Alcalá, al lado de la
embajada francesa, tú te quedaste en la calle Garcilaso, al costado de la
Glorieta de Bilbao.
Tenías algunos contactos y varias curiosidades. Te salió ir de ayudante de cámara de fotografía de un freenlance a
África, allí había diversos conflictos armados constantemente. Lo pensaste, se
encargaban de gestionarte el pasaporte, algún dinero, billete de avión y una
vez allí te buscas la vida. Llegaste
por un anuncio del periódico Ya. Cuando llegaste esa tarde había varios
aspirantes, de casi todas las edades. El asunto lo certificaste enseguida, el
tipo que iba a ser tu jefe era un chaval un año menor que tú que acababa de
realizar las prácticas de Periodismo en junio, una especie de Tintín, la
verdad, te dio muy poca credibilidad.
Acudiste al Segundamano, revista semanal que sacaba
un número en sábado dedicada a inmuebles y sobre todo trabajo. Fuiste a varios
relacionados con lo que se supone te habías preparado, curiosamente te llamaban
al teléfono que tenías en casa de tus conocidos para una 2ª entrevista hasta
que te cogieron en una editorial como corrector de pruebas, pasar apuntes mecanografiados
y realizar, sobre todo por las tardes, los muchos pedidos que se acumulaban en
el almacén de colecciones de libros que vendían una tropa ingente de personal
que tenían contratados por el territorio español. Normalmente estabais Eva, la
secretaria, y tú gran parte de la mañana, luego aparecía un gerente y un chaval
que se encargaba de llevar los pedidos a correos en una furgoneta. El trabajo
estaba bien, de lunes a viernes salvo una vez al mes se iba un sábado por la
mañana.
Los amigos de tu
hermana que vivían en el piso contigo se iban a primeros de año a otros pisos, cada cual por su lado y dejaban
aquello libre. Como el mes de enero estaba pagado por la fianza que dejaron, tú
tuviste un mes para buscar acomodo, el precio del alquiler no lo podías pagar
tu solo, era un inmueble de cuatro habitaciones más saloncito, cocina y baño.
No deseabas, a ser posible, vivir con nadie, ya tenías a Rosa para compañía
íntima y paseos, pubs, cines y demás zarandajas. Te instalaste cerca de donde
estabas, en la Plaza De Olavide, un apartamentito coqueto con dos ventanales a
la calle, apenas un dormitorio, saloncito, baño y cocina independiente; por
supuesto: un 4º sin ascensor.
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