DE BARRO Y CORTA HILOS - III -


 EL INSTITUTO Y EL LECHERINA.-  El cambio a estudiante de bachillerato parecía daros un nuevo status, una oligarquía, aquello de tener un carnet y un libro con el que se marcarían los pasos de tu docencia, un documento administrativo en el que el Estado certificaba de lo que eras capaz. A fin de cuentas los nuevos planes de desarrollo educativo, La Ley 14/1970, de 4 de agosto, denominada General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa, fue impulsada por el Ministro del ramo, Villar Palasí, era de largo, la mejor que se ha hecho en este país, además con la separación clara y meridiana de Letras y Ciencias, para quien deseaba continuar al bachillerato superior y tal vez, universitario. Un niño preadolescente sabía sobre los 14 años de concluir dicho asunto si valía, quería y deseaba seguir, o emprender otros derroteros como la formación profesional, de acuerdo con sus conocimientos o manualidades. 
 Lengua, Matemáticas, Ciencias Naturales, Sociales, Idioma extranjero ( el francés predominaba en tu generación, o inglés), Plástica o Trabajos Manuales, Religión y Educación Física. Ese era el menú, luego si seguías elegías camino y sendero. Letras puras o Ciencias. Además se suponía que tendrías un profesor en cada asignatura, a veces uno/a te daba dos o tres materias. Si era bueno/a bien, si se convertía en pirata mal asunto para ser el jefe de la nave. Como todo, había discrepancias y opiniones diversas.
 El Instituto Medina Cauria acogía a toda la comarca. Niños/as de las poblaciones adyacentes acudían en coches habilitados al efecto de La Mora Leja y de El Terrón Del Ojillo, los dejaban en la explanada del mismo. Otros venían en coches de línea regulares, algunos empezaban a compartir la Residencia con los estudiantes del seminario, otros estaban en pensiones. Parece que no, pero el que vivieras en la corte y villa te facilitaba el paso y mucho. Las clases no eran mixtas, a las niñas las veía como en educación básica, al entrar, al salir, en los pasillos y en el recreo. Eran mundos separados, juegos diferentes y el concepto femenino se reducía, al menos en tu caso, a tu madre, hermana, las adjuntas de tus amigos y las vecinas. Luego ya fue otra cosa, ahora era lo que era.
  A mediados de la década de los 70 se comenzó a realizar las obras de otro Instituto, al lado del antiguo, algo así como la Catedral de Salamanca, que sobre la vieja del siglo XIV, La Santa María, se hizo la nueva, de La Asunción De La Virgen, del siglo XVIII. Aquí éramos así de chulos. También se empezaron las clases nocturnas y de adultos en el Virgen De Argeme para sacarse el graduado escolar. Parecía una ciudad que avanzaba y acogía gentes, como cabecera de comarca que era.
  Amparo Guerra siempre conducía rápido, con su Seat-1500 se desviaba, a veces sin dar el intermitente desde la carretera y descendía por la calle De La Corredera, al llegar a la muralla de la Puerta De San Pedro y entrar en la Plaza, tiraba todo recto y sin muchos miramientos continuaba por la calle de Las Hilanderas y dejaba aparcado el automóvil en la Plazuela De San Benito, donde tenía su mansión. Fue la primera mujer conductora que tú veías, además fumaba y bebía, pertenecía a la jet local.
  Ortigón era un niño un poco grande y pantagruélico, patoso y algo tontón, como esos perros de adorno que van en la parte trasero de los coches, junto al cristal, moviendo la cabeza arriba y abajo. Su padre era lento, por decirlo, de alguna manera y el abuelo paterno padecía de priapismo. Luego heredaron y eran ricos, pero igual de idiotas. Vivían por el atrio donde Baito no lo tenía acogido en su seno de piratas, y su madre regentaba una tienda en la calle de La Rúa De Los Paños. La hermana pequeña se tiró un día por la parte trasera de la Catedral y se descoyuntó entre las chumberas, fue un deceso rápido. Era bipolar. Él, entre otros niños, sólo estuvo un curso o dos en el Instituto, sus padres comprendieron que era inútil que siguiera allí, en esa edad se es muy cruel con el compañero diferente y decidieron llevarlo a un colegio privado en Cáceres. Silvestrín Alvárez igual, todos los recreos los mayores de cursos superiores le sentaban en las escaleras del Instituto a que contase chistes, allí, Granados, El Topo, Vicente Acosta, Valle… le sonsacaban y le pedían dinero para comprar a un señor mayor que tenía un puesto de chuches, desde chicles a chocolatinas, y algunos que ya fumaban compraban pitillos sueltos. Como el padre del chaval, un albañil, tuvo la habilidad de invertir y arriesgarse, se hizo rico en apenas cinco años. Ahora era constructor, lo sacó al siguiente curso y se lo llevó a Villafranca De Los Barros. Al otro vástago José Antonio, no esperó a saber si era igual de idiota, al acabar básica también se lo llevó allí.
  Generalmente los hijos de la jet local eran seres idiotizados, una especie de borbones pueblerinos, endogámicos.  Aunque algunos los había listos y medio normales. Charri era simpático y ya empezaba a ser un borrachín ejemplar y divertido, Toño Bonilla era tonto cuando lo conociste con 6 años y ahí sigue. Gonza, Puchín, eran otra cosa, incluso Leopoldo Gutiérrez que acabó de director de Turismo en la Junta De Extremadura. Tenían un pase. Ellas, las niñas. todavía no habían llegado a tu vida, desde los 10 a los 14 años sólo eran seres inanimados que no te perturbaban la existencia, ni prestabas atención a sus juegos, y sus manías eran otras.
 El Lecherina era el campo de fútbol donde jugabais casa sábado el campeonato del Instituto. Otras, sólo jugar por jugar. Tenía porterías reglamentarias, “los días de festejos” con redes y todo. Todo de tierra, que se convertía en barro si llovía. Pesado, no muy lineal y de superficie sospechosa. Un muro lateral servía de conversación a los espectadores además de refugio. Era curioso, pero los niños de la jet local nunca jugaban al fútbol ni en verano, cuando las clases acababan. Sólo Leopoldo, el hijo del otorrinolaringólogo, del que decía tú madre que era el tío más guapo y elegante de la villa y corte. También Eusebio Acosta le ponía, pero éste era un golfo, lástima que Sabina no lo conociese, hubiese cambiado al Dioni por él en la canción que le dedicó.

 TODO ERA MUY SENCILLO.-  Los años del bachillerato transcurrieron a su ritmo, a fin de cuentas los años desde que nos regimos por el calendario romano tienen doce meses, así pues, unos 48 más tarde finiquitabas la primera etapa del mismo, no sin algún sobresalto en las notas finales de junio, pues en 3º tuvisteis, a los que estabais en la clase del B, a un tipo sevillano que daba Química, y por las cuestiones que fuera, nada más sentarse en su sillón se dirigió el primer día a unos 33 alumnos que formábamos su séquito y dijo: todos estáis aprobados y no quiero pelos largos.
 En aquel curso el que más y el que menos llevaba ciertas greñas, tú todavía acudías cada trimestre a la calle de Las Parras donde Ramón te dejaba curioso o en su defecto Pifa, si el otro estaba ocupado. Algunos aguantaban todo el otoño y el invierno y hasta llegada la primavera no acudían al barbero, también según las casas de cada cual. Pero había varios que lo tenían largo, y José María Vázquez de las Hurdes, lo llevaba como si fuese el guitarra de Deep Purple. Lo que pareció una excentricidad del profesor era una realidad, a la alegría inicial siguió que no dimos nada de Química, y todos, salvo el susodicho aprobamos con un cinco. Pero no sabíamos ni las valencias ni fórmula alguna. Las tres horas que semanales tocaban de dicha asignatura se aprovechaban para estudiar, leer, etc. El asunto era estar en silencio los 60 minutos aproximadamente.
 El sevillano como todos le llamabais hizo lo mismo aquel curso con cuantas clases impartía. Las notas se colocaban en la segunda quincena de junio en las ventanas del Instituto, así pues, todos sabíamos las calificaciones finales, no existía, ni posibilidad, de falsear nada. Sorprendía al resto, que todo 3ºB hubiese sacado un cinco en Química, salvo uno que tenía un O, José María Vázquez, que se negó a cortarse el cabello. Resultado de esos polvos era que en 4º vino el tío del mazo, y a media clase que provenía del sevillano no sabíamos nada de nada, y don Amable, un tipo que no le hacía honor a su nombre, se revolvía en su asiento como un mono cabreado. El tipo tenía lo suyo, como la inmensa mayoría del profesorado, eran PNN, es decir, casi todos numerarios y docentes sin plazas fijas que venían a suplir las muchas carencias educativas de un país sin infraestructuras suficientes, sobre todo en la enseñanza media y universitaria.
 Don Amable tuvo varios encontronazos con media clase que proveníamos del sevillano, pues debió retrotraerse a dar casi todo el temario de 3º, para beneficio de quien si había sido adoctrinado en la materia. Un tipo minusválido, con muy mal carácter, algo desvalido, que andaba a duras penas y se ayudaba de un bastón, que se fumaba unos puros que abultaban más que él y siempre con un blusón blanco, se resignó, pero su venganza fue que Física y Química junto con las Matemáticas quedó para el verano.
 Lo divertido era cuando íbamos al taller a realizar prácticas, aquello si era un peligro para algunos de vosotros. No eras el único claro, apenas una docena lo sacaron adelante, pero tú entrabas en la patrulla de los que tenían que recuperar.
 Se podía circular con bicicleta ya perfectamente en el barrio de Nueva York. Finalizado el asfalto de las mismas, subías por la Avenida Virgen De Argeme y dabas la vuelta enfrente de Cepansa, la antigua nave que servía para almacenar algodón, pasabas enfrente de la casa de los Monforte y rodeabas el Instituto, atravesabas la amplia explanada y a elegir si te metías por la calle Cervantes o Cardenal Cisneros y llegar hasta el final, donde el nuevo edificio albergaba un hotel, dar la vuelta o subir de nuevo por la carretera. Si querías velocidad debías coger la Travesía Alfonso VII y ya de pie sobre los pedales disfrutando de la velocidad Canónigo Sánchez Bustamante. Mejor al atardecer o de noche, porque con el faro del velocípedo y el de los coches, siempre sabías lo que venía o se cruzaba.
 El largo pasillo de tu casa hacía que jugases con tu hermana a la carretera de coches. Los muchos que tenías y que compartías, de hecho, la niña, pasados las tres primeras primaveras, tenía muñecas y una plancha de juguete, claro, pero empezó a preferir los denominados, masculinos, con lo cual lo normal era compartirlo todo. Allí elegíais unos cuatro automóviles, dividías el circuito desde la entrada de casa hasta la puerta del salón, un carril de subida y el otro de bajada, ajustabais las vueltas que se iban a dar y con un cubilete y unos dados, tirabais. Cada número que salía era equivalente a los baldosines que avanzabas. Ni que decir que el seis era el preferido. Una mañana de sábado que tu madre bajó a comprar a la Plaza De Abastos y tú padre no estaba por allí, al terminar la carrera en honor del coche ganador empezasteis a quemar unos papelitos recortados y lo pusisteis en el cenicero grande de tu progenitor. Aquello echaba una humareda considerable por lo que hubo que dejarlo en la pila de la cocina rápido. El olor tardó en irse, pese a abrir enseguida el balcón que daba a la Avenida.
 La villa y corte crecía en cuanto a maquinaria y tenía una fábrica de renombre, la conservera Conalsa que daba para varios puestos de trabajo y no sólo de la ciudad, sino de la comarca. A la vera del río Alagón y su extensa vega, era el recurso económico más importante. Cuando descendías toda la carretera con la bicicleta te parabas un rato a la puerta de dicha fábrica a observar los enormes camiones que por allí entraban y salían y los muchos remolques de tractor, cargados hasta los topes de tomates.  
 Pero también disfrutabas de la bodegas Toledanas en la calle de La Corredera. Si tenías que subír con dos o más botellas de vino, tu madre te daba una bolsa amplia y de culo ancho, no solías bajar en la bicicleta, ésta era de chico y no poseía una cestita junto al faro delantero. Allí el señor Infantes o la señora Blancas te despachaban. Te gustaba el olor de sastrería del señor Luciano, el único sastre de la zona, y sobre todo el taller de talabartería del señor Antipatro. Todos en la misma calle. Si ibas andando disfrutabas de otra manera, lo importante era que cuando llegases a casa no se hubiese roto nada.
 Con el tiempo bajabas con tu hermana, ella quería ir en bici, así pues en el sillín trasero se colocaba y se agarraba a tu cintura. Cuanto más rápido más disfrutaba, tú no tanto, estabas hecho a tu figura y espacio, llevar a alguien era sospechoso y de mayor responsabilidad, encima si pasaba algo, que nunca pasaba, tenías que dar explicaciones, a veces demasiadas y esa hipótesis te hacía ser más responsable.
 Como tú tío se fue en la etapa inicial del bachillerato a Salamanca donde empezó con su negocio de transportes, cualquier arreglo o parche con la bici debías de arreglarlo tú de ahora en adelante. Sabías porque él te enseñó, pero el asunto de cambiar de cubiertas y algún accesorio era harina de otro costal. El señor Tonino tenía una tienda de arreglos de motocicletas en la calle de La Corredera, era un tipo curioso que fumaba en pipa y observaba desde el muro de la calle al personal. A veces se la llevabas a él, luego empezaste a dejarla en la Chatarra que sólo era de bicis, tanto para arreglos como para venta de nuevas, estaba en la calle San Nicolás. Ya de paso le echabas la quiniela de fútbol a tu padre en Las Campaneras. Si el asunto era el balón de reglamento, de nuevo a la calle de La Corredera donde el señor Lisero al margen de ser zapatero remendón, le daba solución al asunto. Si no tenía gente, cosa rara allí, te sentabas alguna vez un ratito en un pequeño taburete de madera, el olor del sitio, la cetrería que también trabajaba, ese aroma a pegamento, a suela nueva de zapatos, recién cortada y sobre todo, la cantidad de posters de equipos de fútbol que no dejaban un resquicio al pequeño habitáculo para saber de qué color era la habitación. Allí, casi cada septiembre al inicio del campeonato de liga, intentabas sacarle alguna foto o calendario del Barcelona. Siempre al recoger el arreglo del balón, te daba algo envuelto en una bolsita de plástico, la felicidad era indescriptible.
 Los juegos caseros casi siempre eran con tu hermana, digamos los más entrañables que te inventabas para entretenerla en los muchos ratos libres que tenías. Al margen de la taba y de las carreras de coches, las casas y fortalezas que construíais del Exín Castillos, colocar dos docenas de pinzas en vertical en un extremo del pasillo, en el otro el mismo número. Coger un bolindre (canica) y con suavidad ir tirando, cada uno desde su posición, el asunto era curioso cuando quedaban una o dos, ni siquiera con la diferencia de edad le ganabas fácilmente, sólo de vez en cuando.
 Todo era sencillo, todo era fácil. Hasta los pocos médicos que había, todavía tardaría en llegar el Hospital. Apenas ambulatorios, cada profesional tenía a varias personas que se hacían una iguala, algo así como un seguro con cada doctor, el vuestro era don Tomás Casanueva y el practicante don Ramón Antón, también podólogo, y que puso una clínica en el bloque 2 de tu edificio. Cualquier emergencia, había que ir a Cáceres; las farmacias surtidas de lo básico, había tres, pero casi siempre a lo que ibas tenías que esperar dos o tres días a que lo trajeran de Plasencia, los pedidos llegaban los martes y los viernes. La oligarquía farmacéutica la llevaba don Francisco Echavarri. El tema odontológico se arreglaba con una visita a la clínica de la Plaza De La Encomienda, don Eladio Clemente te echaba un vistazo. Así era todo.

 LAS TETAS DE CELIA SANTOS.-  Las vecinas, esos elementos mágicos al alcance de la mano podían ser una decoración visual o un incordio. Celia Santos empezaba a tener unos pechos hermosos o eso imaginabas, sobre todo cuando llegaba la primavera y debajo de la blusa se le marcaban los pezones.
 Las madres, esas benditas mujeres que antes de ser progenitoras, en el caso de la tuya al menos, era mujer y con mucha carretera, muy alejada de las paletas pueblerinas que pasaron de tener de dueño a su padre y luego al marido, a ver si había suerte y como decían en la villa y corte romana, la cosa salía, como si fuesen sandías o melones que una vez catados se comprobaba el sabor y la calidad.
 Bien, pues la tuya sabiendo lo que había parido, algo sensible y tímido, conociendo los problemas que tenías en las dichosas matemáticas y teniendo a la niña de los Santos que vivían en el primero, que sacaba muy buenas notas y además su padre, un buen profesor de primaria, lector empedernido con buena biblioteca, pero que también se le iba la mano con los vinos, estaba en el mismo curso que tú, en femenino, pero a la par, debió de hablar con la madre de la niña. Para ellos no dejaba de ser un privilegio, tú casa y la de enfrente, que ocupaban dos pisos el A y B, los Cándenas, primos de Gonza y Puchín, dabais lustre a la escalera y al barrio.
 Te ayudó, claro, con las muchas dudas que tenías y en ocasiones durante los cuatro años de bachillerato, siendo el mismo profesor quien os daba la materia os podías pasar a veces con 24 horas de antelación el examen puesto a un curso y a otro. En ocasiones era igual, otras difería algo, según, también al ser materia principal se daban tres clases a la semana y sólo existía un intervalo de una hora entre clase y clase por lo que os pasabais el ejercicio rápido. Aquello aguantó bien. El asunto era qué le podías ofrecer tú a una muchacha que sacaba diez sobre diez y ya desde el primer año tenía siete matrículas de honor. Es cierto que sus dos hermanos pequeños varones, eran cuatro en total con ella y su hermana Josefina, venían por casa a jugar con tu hermana desde el monopoly, la taba o acabar a guantazos, que también.
 ¡La televisión! Eso fue lo que tú podías intercambiar con Celia Santos. No es que ellos no tuvieran, pero a veces y a medida que avanzaba la década de los 70 existían series de la misma que se sintonizaban en el UHF y luego los pasarían años más tarde por la 1.  Los lunes por ejemplo había Cine Club y todas las tardes al inicio de la programación a las 20.00 horas, El Conde De Montecristo, donde su madre y sus hermanas venían junto a Pilar, la madre de los Cándenas. Antes incluso que a mediados de los 70 colocaran los excelentes documentales de Félix Rodríguez De La Fuente, allí se inició con Planeta Azul, que veíamos en blanco y negro, claro.
 Aquella vida sencilla también nos llevaba, ya sólo en familia, a reunirnos por las noches en torno al aparato que poco a poco sustituyó a la radio. Por allí como embobados veíamos las series que teníamos conocidas de dos años antes, en 1968: Los Invasores y El Virginano y luego con el devenir de los meses llegaron Cannon, Mannix, Ironside… otra que poseíamos en exclusividad era Misión Imposible, pero a Celia ya no le hacía tanta gracia, pero sí a su hermano José Pedro. La novedad venía en forma del primer musical que veías en la televisión diferente a los programas del sábado a la noche, El Gran Chaparral.
 Cuando pasaste a 5º de Letras y Celia Santos a Ciencias, sus tetas tenían una copa de 100, en primavera se le marcaban mucho debajo del sujetador y de la blusa que llevaba, una de las cosas que te empezaron a gustar del cambio de estación. Minifaldas sólo llevaba Pili Cándenas, dices de la escalera, un año menor que tú y que a sus 14 añazos en 1974, añadía una cintura de avispa, una cabellera castaña, ojos verdes la mar de interesantes y unas piernas rollizas que te empezaban a entusiasmar. En pecho no podía competir con Celia. ¡Cada cual en lo suyo! Los chicos grandes de los primos de Gonza y Puchín, también estaban en Villafranca De Los Barros, en la privada. Los pequeños, todos en el Vírgen de Argeme excepto los dos últimos, uno que apenas hablaba y la pequeña que era un bebé en el verano de 1969. A mediados de la década siguiente, excepto los cuatro mayores, el resto ya estudió en la pública, se notaba que la cosa no daba más de sí.

  EL SALTO CUALITATIVO.-  Tu volvías a recuperar septiembre como el mes más tuyo. Solventados en los dos últimos estíos con el fastidio de madrugar para ir a clases de recuperación, primero con la Chiny, la hermana de Manolino González que te dio el repaso a las matemáticas que debías de recuperar estando en 3º, total sólo era bajar de tu casa y subir las escaleras siguientes del otro bloque donde cada mañana a las 9 allí estabas. Primero una semana con otros dos, luego llegó a la veintena de chavales y chavalas con algo que recuperar, la muchacha había acabado Magisterio y preparaba oposiciones que sacó ese otoño y plaza en Sevilla. Así pues aprovechó sacarse unas pesetas con pobres diablos que nos veíamos en la necesidad de aprender, y de paso le quedaban las tardes para sus certámenes. La cosa cambió poco 12 meses después, ahora bajabas cada mañana del estío con la bicicleta ( La Catramina) por la carretera y te desviabas en la calle de la Corredera, e igual que Amparo Guerra, tampoco ibas con muchos miramientos al coger la puerta de San Pedro y enfilar recto la calzada de Las Hilanderas. Generalmente cuando legabas a la Plazuela De San Benito, algunos chavales como Jaime Gutiérrez, repetidor de 4º, Jesús Sánchez en lo que sería su último curso, Candy Pelliquero, Matilde Hernández o una morenaza muy guapa, de un curso superior, Lola Asterio, estaban ya allí. Juan Hernández era un profesor sin plaza que daba clases en los distintos pueblos de la comarca año tras año, ya cuarentón y con tres hijos, dos hembras y un varón, tenía una casa con jardín en la calle Alfonso VIII donde cada verano impartía su doctrina recuperadora a alumnos como tú. Aquel estío por partida doble, a las matemáticas se añadió, como era de esperar Física y Química. No sabes muy bien porqué siempre eran a primera hora de la mañana, lo mismo las clases oficiales que ahora las privadas. Eso sí, sobre las once y poco aquello acababa, y tú recogías la bicicleta del jardín y marchabas para tú casa.
 Finiquitado el puñetero asunto de las ciencias, elegiste bachillerato superior en la rama de Letras. Les fastidiaste a tus padres su verano, que consistía en ir unos días a Madrid en agosto y parar sobre una quincena en la finca de los abuelos en Salamanca. No tenías edad para quedarte solo, pero mira tú donde los próximos dos años algo así sería, a los permisos que tú padre se cogía en el mes central del verano, hubo que añadirle algunas semanas más porque tu madre era alérgica a casi todo, las distintas pruebas de don Tomás Casanueva como médico de cabecera derivaron en un especialista alergólogo en Madrid, así pues por abril –mayo os quedabais unos quince días tú y tu hermana en casa de José Luis Carreño y Pili Blanco.
 Decidiste dormir en tu casa, las comidas en las distintas casas de los vecinos, pero el desayuno era para ti especial desde la niñez.  Sentado en la cocina, en las sillas y mesa que provenían de la pista de Piro, ese era el mobiliario, cada mañana te sometías a tu zumo de naranja y Cola-Cao. Las cenas de las noches cada una en casa de una vecina, desde la casa de Celia Santos recorristeis hasta el 4º de José María Canelo por no hablar de los Cándenas. Aquello era una rifa de niños por ver quien daba más. Así dos años, y todo iba bien, no provocábamos ningún incendio en el piso, estudiábamos, nos duchábamos, nos cambiamos de ropa, etc. El único problema serio eran las comidas de tu hermana. Con Pili Blanco, nuestra vecina de puerta, que estaba al tanto y le bailaba el agua a la niña, no había problema, pero el asunto cambiaba por las noches pues la criatura, que ya no era tan niña, entre los 7-8 años, estaba tan acostumbrada al menú y toque de tú madre, que si la leche estaba cortada y tenía nata, que si echaba humo y muy caliente, que si la sopa picaba, que si el pescado tiene espinas y el diablo rabo rojo y una horca que pincha… te ponía en un compromiso. Daba igual que hablases con ella antes de ir de comensales responsables, siempre había algo que no le gustaba y la jodida criatura lo decía sin cortarse pero nada. Tú parecías un tomate andante del sonrojo que llevabas cuando salías de las casas al finalizar las cenas y no parar de dar las gracias, además como sucede siempre, a mayor confianza, más asco.
 Te gustaba caminar solo por la calle Hornos y penetrar en un bosque de hierbajos y musgo asilvestrado y salir al antiguo bastión militar, concebido en tiempos como fortaleza defensiva, y ahora propiedad de los Duques De Alba. No te costaba mucho imaginártelo con aspilleras y torres cercado por las altas columnas que aún se mantienen en pie. En el interior, el templo medio gótico y renacentista del siglo XV, llegaste a entrar a través de Santiago, uno de los hijos del cuidador de dicho sitio y también de los piratas de la banda de Baito, que te dejaba acompañarlo, ahora que ya erais más grandes, con la excusa de realizar cualquier recado. Por dentro, al margen de un amplio jardín y un mosaico en el centro, que con el tiempo se desenterró y era un calendario romano, con sus grandes salones y columnas daban un aire imperial.
 Rafael Sánchez Ferlosio vivía allí las muchas temporadas que se tiraba en la villa y corte en los otoños e inviernos de finales de la década de los 70 y gran parte de los 80. Su hijo mayor se ahogó en un pilón en ese mismo jardín cuando apenas tenía tres años. Más tarde, cuando tú acabaste de estudiar, o eso creías, en 1983 y asentado de manera provisional en la ciudad, conociste a su hija Marta que acabaría como muchos de tu generación muerta por sobredosis de heroína. El contacto con ese Palacio siempre te fascinó y ese otoño, hagamos un flashbacks, por mediación de Nete Albalá y de Lísipo que tenían cierta mano con Ferlosio, te presentaron al escritor que necesitaba que alguien le pasase todos sus escritos a máquina eléctrica, al margen de su última obra que preparaba, los artículos semanales, entre otros para El País, donde colaboraba de forma asidua. En realidad aquellos meses entablaste una buena relación con un tipo esquivo y huraño, entrañable pero como un lince difícil de desentrañar, muy suyo, tan suyo como ese dios pecador que nunca dice nada y actúa mucho y mal. Más o menos os juntasteis el hambre y las ganas de comer, el cazo y la sartén, a las pocas indicaciones que te daba tú ya salías para adelante. Las tardes, 4 a la semana, trabajabamos en la casa que posee en la calle de Albaícin, de verde madera la puerta y llave grande y negra, que parece hecha para abrir un castillo. En el Palacio solía ir a temas más mundanos, como el yantar y dormir y cambios de vestuario.
 Durante los cuatros años primeros de la década de los 70, el Juzgado Comarcal estuvo en la Plazuela De San Juan, al no vivir en la Plaza De La Cava, los Sanjuanes pasaban a ser territorio de oficina, sobre todo por las tardes. En una edad donde no podías quedaros solos, a la 2ª campanada en que el toro estaba en la plaza para trotar a las calles, salíais en dirección a la calle Mayoral y de allí a la oficina de tu padre. Generalmente en estas fechas venía tú tía Sofia, la única soltera de las hermanas de tú madre y que tenía un medio novio, Juanito Aragón, que trabajaba en el banco Central luego Hispano, que estaba en la Avenida dando a la carretera. 
 Si el animal pasaba, bien, sino a entretenerse con lo que hubiera. Por las noches ya sólo, excepto el día 24, bajabais tu padre y tú, eso sí, tenía otras vertientes que a tu madre le divertían. Fuera de cohetes, petardos, voces, calles sucias, borrachos… ganamos  que el ferial se colocaba en el Lecherina, ese descampado que servía de campo de fútbol el resto del año. Estaba al lado de casa, cuando aquello se acababa, de montar en un sitio y en otro, tu hermana tenía sueño y pese a querer ir al encierro, a eso de las dos de la madrugada estaba como un tronco. Tú tenías permiso para irte, sólo debías de cumplir una misión, a eso de las tres de la madrugada debías de estar en la talanqueras, todavía de madera, de la Plaza De La Cava, era la hora que más o menos tú padre pasaba en dirección a la Plaza a esperar el encierro y verle un rato en el coso taurino. A veces te daba no sé qué verle solo, y ante su insistencia alguna noche le acompañabas, eso fue siempre así, y juntos entre la marabunta de personal descendíais por la Rúa De Los Paños, las entradas valían 100 ptas, os colocabais en el tablado inferior del Ayuntamiento.
 Salíais por la calle de Las Monjas y le acompañabas hasta la esquina de Carterino, allí como cada noche tu padre emprendía el camino de casa, una madrugada te quedaste observándole, no había nadie excepto una ambulancia que se colocaba en esa zona antes del encierro, con unos sanitarios, y debía de permanecer hasta la muerte del toro. Con la soledad por bandera, a la altura de una tienda de muebles se volvió y te vió tieso como una estaca, te volviste a despedir con las manos en alto y echaste a correr en dirección a la Plaza De La Cava, con la portona de madera ya cerrada, se tenía que entrar por una de las dos gateras al recinto amurallado.
 Se decía que Los Gritos iban a salir por la tele, el último grupo pop de la villa y corte, no fue posible. A los cantos de Phil Trim de los Pop Tops, se unían los de la cadena UHF, Musical Pop de Ramón Trecet, un periodista vasco que te enseñó cada semana a ver y escuchar a Deep Purple, Led Zeppelin, Pink Floyd, Jethro Tull… aquello té fue formando con los años, eso sucedía por 1974 – 1976. Lo curioso del asunto es que debido al éxito minoritario que tenía, la última etapa del programa la pasaron a la TVE 1, todos los domingos al acabar el telediario, a eso de las 15.30, comenzaba la tralla. Sólo era media hora, pero qué gozada. Por tus ojos de adolescente aquello empezó a tomar forma, coincidió que lo mismo veías eso que el Estudio 2 de José María Iñigo y ni que decir que a tu padre le entusiasmaba las muy buenas entrevistas que realizaba Joaquín Soler Serrano, en A Fondo, sobre todo en el ámbito de la literatura. Era una bocanada de aire fresco, no digamos La Clave de José Luis Balbín, pero ya a mediados de la década de los 70.
 Ahora era el Musical Pop de Ramón Trecet quien te ocupaba de delirio.
 La llegada a 5º supuso le creación de una amistad muy sólida con varios chavales que venían de fuera de la villa y corte. Procedentes de Cáceres, allí aparcaron sus huestes alumnos interesantes. El curso sólo tenía 25 personas, 19 chicas y 6 chicos, con matices éstos últimos. Al margen de ti, estaba Carlos Untado que a duras penas había llegado hasta aquí y tenía dos asignaturas pendientes de 4º, que como era de prever, no sacó en el mes de febrero y tuvo que irse a 1º de BUP. José Luis García Estévez, de padre marino octogenario y el más rico de Acebo, viudo dos veces, todavía engendró en su tercer matrimonio, al margen del muchacho, a otras dos crías. Chuchi “El Estrellado” Gómez, de padre practicante, en Villamiel, con tres hermanos más entre hembras y varones y Juan “Canuto” Rodríguez, hijo del Secretario del Ayuntamiento de Eljas, era el pequeño de tres hermanos, el mayor licenciado ya en Historia. El último personaje era Melchor Beltrán “Boti”, hijo a su vez del cartero de Hoyos. Ese era el sexteto masculino.
 Juan “Canuto” en realidad compaginaba las clases con las de 6º y sólo venía a las vuestras para recuperar Latín, hasta ahí normal, con don Maurilio, que era quien las impartía, otro insecto fascista, pero éste diplomado universitario en clásicas;  y la otra, y ahí la novedad, Historia. No podíamos comprender cómo tenía pendiente dicha asignatura y además su hermano, un tipo bajito con gafas, más propio de personaje de comic, con bigotito, bien vestido, vamos, que nada más verle te daban unas ganas tremendas de “darle una hostia, así sin más ni venir a cuento”. Cosas que pasan por el cerebro de uno. Bien, pues Juan “Canuto” supimos, y no sólo por él, los demás compañeros de La Sierra De Gata lo corroboraban, no se le ocurrió mejor aventura que en el examen final tanto en junio como en septiembre de a las tres preguntas finales que debía de desarrollar, sólo colocó el encabezamiento, y aquí lo bueno, se dedicó a rellenar tres folios largos con la explicación sucinta y concreta de “la revolución bolchevique de 1917”. No satisfecho, en septiembre volvió a repetir el asunto con la vida y obra de Stalin para defender toda la trayectoria de León Trostky. El asunto llegó a un punto que llamaron a su padre por qué no sabían cómo calificar dicho examen, en realidad tanto un examen como otro era más que correcto, pero es que no se le había preguntado eso. El asunto acabó con cambiarlo de Instituto y acabó en el Medina Cauria bajo una vigilancia estrecha del director, Bienvenido Martín, que para no ser menos, vivía en la escalera enfrente de la tuya, o sea, el  bloque 2. Jefe de estudios y profesores estaban al tanto cuando apareció y se le pasaban informes mensuales a su progenitor de su comportamiento en clase y las diversas actividades que realizaba, al margen de las docentes; para mayor control, estaba en la Residencia de estudiantes del Seminario con exhaustiva verificación de Juan García, un ex cura, ahora regidor de dicho centro.
 Convencido por todos nosotros, porque valía mucho la pena su conversación y actitud, prometió aprobar en febrero. Lo hizo y con muy buenas notas las dos que tenía pendientes, pero tenía la costumbre de cuando asistía a las clases de 5º, de pintar enormes pollas a lápiz en las mesas de las chicas, o en ocasiones en la que le tocaba, él no tenía un lugar asignado como el resto. Algún conflicto hubo, en el pupitre de Rosa Aurora Pérez, "La Pichila", le tenía cierta querencia. Juan “Canuto” era militante activo de las juventudes comunistas cuando aún Paco Franco vivía, con carnet y todo, y cuando en noviembre del 75 palmó el General, ni corto ni perezoso, aquella mañana fría otoñal en las escaleras del antiguo Instituto se sacó un enorme pitillo de marihuana y lo encendió. De ahí lo del apodo, de todos ellos, los chicos de la Sierra De Gata, cada cual tiene su debida explicación. En clase se nos dijo por don Manuel Díaz, el profesor de griego, que cerrarían una semana, así pues vacaciones. Acabado el mini discurso, Juan volvió a encender el cigarro trasgresor que se le había quedado seco en los labios.
 Aquello si era un salto de calidad, muy diferente a lo visto y oído por ti hasta ahora y muy, muy alejado de los principitos de tus primeros amigos que sacaban tan buenas notas. Aquellos que se reían mucho con El Gordo Y El Flaco, el tontorrón de Chaplin, los castigados en básica que se tenían que poner de rodillas contra el encerado hasta que el maestro de turno se cansaba, en ocasiones con los brazos extendidos y encima sacaba una moneda pequeña, de a peseta, que debías de sujetar con la nariz y ahí de ti si se caía, aquello podía durar sus largos minutos. Bien, pues a ti, que todo el mundo te llamaba por el diminutivo del nombre de pila, y luego por el apellido, no te hacían gracia los estúpidos de El Gordo Y El Flaco, ni pizca el perdedor hambriento de Chaplin cuando en un lado y en otro hallaste a Roberto Alcázar Y Pedrín o Baster Kyton, y jamás, jamás sonreíste ni hiciste una mueca cuando un compañero estaba en tal situación. Se suponía, que los que sacaban matrículas y dieces, tenían categoría y algo de sensibilidad. Por eso, tú descubriste un nuevo mundo en unos muchachos alejados de tontorrones que sólo sabían la lección como la niña alcarreña de Cela, todo de carrerilla, pero cuando le preguntaban por el socialismo democrático y el comunismo europeizante, por ejemplo de Italia, el mayor grupo de izquierdas, el PCI liderado por Enrico Berlinguer, no sabían qué contestar, porque claro, fuera del circuito del fútbol e ir agrupados siempre en manada, aquello no estaba en los libros.
 
















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