DE BARRO Y CORTA HILOS - II -





 CAMBIOS.-  Terminados los San Juanes de 1969, al día siguiente tu casa se llenó de cajas y tanto tu madre como tú empezasteis a colocar las escasas pertenencias que poseías. Allí fueron platos, cubiertos, copas, envueltos en hojas de papel de periódico para mejor conservación ante las eventualidades de golpes. Por la tarde tu padre echó una mano y aparecieron algunos amigos tuyos, Boni y Pepín Sierro, Paco Recio y algunas de sus hermanas. Aquello era un batallón de empaquetamiento pues abandonabais la Plaza De La Cava para instalaros en la Avenida de la villa y corte, lo más florido de la urbe en su expansión a lo que ahora sí, parecía una ciudad.
 La más contenta, tu madre, que además de estrenar piso en una urbanización, tendría una lavadora que duraría más de treinta años, una Balay que habría que hacerle un homenaje. Lo que duraban entonces las máquinas de la incipiente clase media española!. Dejaría atrás las sempiternas fiestas sanjuaneras que las teníamos, literal, a la misma puerta de la casa. Las ayudas eran varias y aquella tarde aun la tienes reciente en la memoria. Preparó una suculenta merienda a tanto comensal suelto y agradecido que por allí estaba. También, deduces, los propietarios del inmueble por un lado estarían encantados por cerrar la puerta de la calle definitivamente en las fiestas, pero perderían para siempre el lustre que vosotros le dabais.
 En cualquier caso, y no es por nada, mejorabais en cuanto a la calidad de vida. La nueva vivienda estaba justo enfrente del recién terminado colegio Virgen De Argeme, tiendas en toda la Avenida y en los locales del inmueble, que eran dos bloques, y que tú ya conocías por las reiteradas visitas que acompañando a tus padres efectuabas, de hecho las escaleras eran de obra la primera vez que elegisteis el piso, que por su puesto, quiso tu madre, un segundo exterior con balcón grande a la carretera de la ancha Avenida. Cuatro habitaciones, un largo pasillo, un baño como un campo de fútbol, despensa, lavadero y la cocina que sin ser espectacular cubría de sobra para poder comer si se quería allí. Algo que sólo veíamos en las películas americanas y que luego se arraigó hasta en la villa y corte.
 Un sábado por la mañana ya del verano tu tío aparcó el camión de culo debajo de los balcones para poder bajar con una polea la nevera, televisión y algún escaso mueble que poseíamos. El resto entró de sobra en el remolque y allí, en el viaje hasta vuestra nueva casa, recuerdas ir en la cabina del conductor casi encima de la palanca de cambios, mientras tu madre llevaba cogida entre sus piernas a tu hermana que a su vez llevaba su pecera. Tu padre debió de hacer el viaje a pie y ya os esperaba a la puerta del amplio corredor callejero que dividía los dos bloques. Debisteis de ser de los primeros en cambiaros, pues entregadas las llaves a primeros de julio, todo el verano fue un trasiego de nuevos vecinos, divididos por entre las cuatro alturas del inmueble, cuatro pisos por planta salvo la primera y la última, que sólo eran de tres.
 Atónitos, una madrugada del 20 de julio de 1969, arremolinados en el nuevo salón alrededor del televisor, asistáis a los comentarios y la visión algo incorrecta, de la llegada de la nave de los astronautas americanos a la Luna, casi lo que más recuerdas es la exégesis  de Jesús Hermida, aquello durante días era comentario obligado en cada telediario. No te cansabas de ver semejante hazaña, además, era verano y sin clases cualquier cosa alteraba la atención de un niño que acababa de cumplir su primera década en la primavera pasada.
 No todo fueron cambios bruscos. Mantenías el intercambio de tebeos y libros con Puchín, algunos ejemplares desde la Semana Santa, pues él al irse al colegio de pago en Villafranca De Los Barros, a veces hasta las siguientes vacaciones no se podía producir semejante permuta. Manolin González se instaló en el tercero de la otra escalera, pero tres ventanas de las habitaciones daban al patio común, por lo que podíais llamaros sin necesidad de más inventos. Era bueno para ti tener un amigo tan cerca, aunque él, unos meses mayor que tú, estaba en un curso superior y eso marcaba mucho.
 La nueva vivienda era salir fuera de la ciudad amurallada, pero las ventajas eran evidentes. Más matices, vivacidad, coches y peatones daban un color un poco especial. Tiendas, varias, un sitio cercano donde jugar, la Cruz De Los Caídos, monumento funesto que desaparecería con el tiempo, pero que por esta época, no hay que olvidar que vivíamos bajo el yugo opresor de una dictadura militar, era refugio de juegos con sus múltiples poyos y poyetes laterales, una fuente en medio que daba agua, flores  en jardineras, al lado de la carretera, con escalones frontales y un quiosco de prensa que servía para comprar chuches y tebeos. Según bajabas, veías bien claro el alto del Castillo, que como un torreón observaba al resto de la ciudad, las calles laterales se iban llenando de coches aparcados en batería y otros junto a los muros de las viviendas. Al lado el cine de verano, enfrente un descampado que servía de aparcamiento para camiones y algún vehículo agrícola,  el sitio se llenaba de niños al atardecer sin que ningún adulto os molestase, esa libertad jamás la volvisteis a tener.
 Alrededor, el Cuartel De La Guardia Civil, calles anchas sin asfaltar, luminosidad escasa de los faroles callejeros, sin embargo la iluminación a la largo de la carretera se fue corrigiendo con farolas urbanas altas que se bifurcaban en lo alto en dos copas.
 Hasta la fecha habías tenido tres maestros en los cursos correspondientes que aprobaste, don Manuel, un recién licenciado, un viejo cascarrabias como don Benigno y un borrachín ejemplar y lector empedernido que acabaría siendo vecino tuyo, viviría en el 1º, don Eulogio Santos y que lo más te gustaba era la biblioteca que poseía y que fuiste a verla una tarde con tu padre. No sabías que a la vuelta de las vacaciones, el último curso escolar de básica, un tipo grande y flaco, con voz de mando y situado en las escalaras del nuevo colegio, como si fueseis ganado, sonriendo y tocando a todos los chavales en la cabeza, eligió para su cuarto A, a unos 25 alumnos que debía dirigir durante nueve meses en su formación, se supone que como personas. Varios ya estaban escogidos por repetidores, pero dos de ellos fueron especiales aquel curso, y repetían por 3º año consecutivo, a saber: Carlos Rodríguez y Julián Coscorrote. Más de media cabeza os sacaban a casi todos salvo a Tente Amorrortu. Allí, el primer fascista que conociste en tu vida iba con su mano en alto llamado a los niños que él quería tener en su curso. Cuando llegó a ti no se anduvo con pamplinas, te llamó “el del Juzgado, a ver, para acá” cuando por el apellido te tocaba en el otro curso. Aquello que podría ser una moto de polvo sin más, acabó por amargarte todo el curso. También fueron ventajas, aprendiste una disciplina, casi militar, para unos niños, a escribir correctamente, las puñeteras matemáticas entraban con reglazos en el cogote, a tener los cuadernos limpios y sin un tachón, a cuidar los libros de texto que tu padre te forraba cada año y le colocaba tu nombre en cada uno de ellos, a que permanecieran casi nuevos todo el curso escolar, los bolígrafos y los lápices bien puestos en el lateral del pupitre. Pero el precio que se pagaba era demoledor. Tenía la osadía de colocar el primer día a todos los niños por el orden alfabético de sus apellidos, pero a la segunda clase hacía preguntas y te iba cambiando en función de los aciertos y errores. Aquello eran cuatro filas de a diez alumnos, así pues, podías empezar de los primeros y acabar el último, debía de ser una especie de pique entre los niños.
 Por las mañanas matemáticas, tú ya estabas entre la 3ª y 4ª fila, luego mejorabas en cuanto el asunto derivaba hacia las Unidades Didácticas, Lenguaje, Ciencias Naturales o Dictado. Nunca alcanzabas a Tente Amorrortu, ni a su primo Tintín, ahora ya no era el pequeñajo Tres R, ni a García Castany… los muy jodidos dominaban bien todas las técnicas. Así pues amagabas con su trono, pero no os dabais cuenta que Pedro Yerpes, el maestro fascista, conseguía lo que se proponía, incentivaros a base de enfrentaros. No dudabas de que diera resultados, pero el precio era excesivo para unos niños de apenas 10 años. Más o menos todo fue normal hasta cerca de las Navidades, allí cometió un error imperdonable. Una tarde simplemente no debiste de dar la respuesta correcta y estando en el encerado, el guantazo que te dio acabó contigo en el suelo. No esperaste mucho más, te levantaste llorando y sin ver apenas por las lágrimas que corrían sobre tu rostro, saliste de clase disparado. Tu casa estaba justo enfrente, sólo tenías que cruzar la carretera y al llegar tu madre se asustó, no sólo por cómo llegaste sino que aún tenías la marca de sus dedos en tu rostro enrojecido. Tu padre no estaba, debía de haber bajado ya al Juzgado. Pero no regresaste a clase en toda la tarde. Pasadas las cinco, el tal elemento que ejercía de profesor, alquiló un local y puso una librería justo debajo de tu casa, y que todos los días al salir de impartir las clases, allí estaba. Tú madre no eras tú, claro, pero bajó contigo casi a rastras las escaleras pues te negabas a ir a hablar con él, pero fuiste. Nunca volviste a tener tanto miedo en tu vida, lo de estar debajo de las faldas se queda corto. Cuando entrasteis Yerpes como un don Quijote sin Rocinante, casi os esperaba en el mostrador de la tienda. Pili, la dependiente, se retiró discretamente a un lateral, había más gente comprando utensilios de librería, pero la conversación, bueno, el monologo de tu progenitora no dejó muchas dudas de que jamás volviera a ponerte la mano encima. Si había suspensos o no sabía, se lo explicaba a la criatura tantas veces como hiciera falta, que para eso era funcionario y si no lo entendía y suspendía, pues eso, pero ni en sueños había parido a una criatura para que semejante insecto le sacudiera.
 Esa era la parte visceral, la dogmática fue el recurso de tu padre vía escrito al director del centro, don Gabino, una excelente persona. De hecho se habló de cambiarte de curso, y apunto estuviste. Total, las materias eran las mismas. Pero el mismo maestro solicitó una reunión a solas contigo, y te pidió que no lo hicieses. Si la Elisi y tú os mirabais raro desde hacía años a cuenta del balón de fútbol, qué decir de los 6 meses restantes entre Pedro Yerpes y tu pequeña persona. Eso sí, aprendiste mucho, y de las ganas que tenías de salir del colegio, con 4º de Básica, podías pasar al Instituto al siguiente curso. Ni que decir que volaste a hacer la matricula en cuanto se abrió el plazo, aquel verano, el último que pasarías con los abuelos en la finca charra, lo disfrutaste a tope. Jamás volviste a salir al encerado y sólo te preguntaba cuando estaba muy seguro de que lo sabías, tampoco volvió ni a rozarte.

LOS NUEVOS Y VIEJOS BARRIOS.- Si Baito seguía reinando en el atrio y sus muros, Chagüí lo hacía en el de Nueva York. Tampoco te podías fiar de la manada de Parros entre hermanos y primos que eran, ni de Menor. Si te veían solo, ellos siempre iban en grupo, mejor que llevases unos bolindres (canicas) en los bolsillos para hacer un intercambio, que consistía en que no te achucharían a cambio de quedarse con algunas y salir ileso, así estaban las cosas. Igualmente caminar como acostumbrabas a solas por la ciudad amurallada, pasó a ser con el velocípedo, mucho más ágil en caso de huida. Tampoco es que aquello fuese el western más salvaje, pero la finalización de la Avenida Virgen De Argeme con sus múltiples edificios de cuatro plantas a lo largo de la carretera, sobre todo en el margen de la izquierda, pues en el otro lateral predominaban las casas familiares con jardincito, o simplemente de pobres, como las “casas de Málaga” que cerraban casi el término municipal con salida a la ciudad de La Mora Leja.
 La villa y corte vetona y luego romana, creció a lo largo de la década de los 60 unos 2000 habitantes, era cabecera comarcal de 19 pueblos más, aunque a su población se añadieron los términos municipales de Puebla De Argeme y El Rincón Del Obispo, si a la finalización de la contienda de la tan traída y llevada guerra civil, esta parte del Estado era pobre de solemnidad y el hambre hizo que fuera durante décadas tierra de emigración al norte de Europa, sería a partir de finales de la década de los 50 y sobre todo ya en los 60, que sobre una política de regadíos y colonización de varios pueblos colindantes con la villa romana, esto empezó a florecer. Esta es una zona eminentemente agrícola y a la vera del regadío del valle del Alagón que daba excelentes cultivos que llevaban familias enteras de agricultores, algunos de medieros y otros como pequeños latifundistas, se empezaban a ganar la vida, dura y exigente, pero suya por primera vez, tal vez en generaciones. Diversos poblados auspiciados por los planes de regadíos de Paco Franco hicieron posible que dehesas deshabitadas pasasen a ser poblados pequeños, pero rentables: El Batán, La Moheda…
 El antiguo barrio de Nueva York era semejante al proletario y plebeyo de Moscoso en el noroeste de la villa: casas bajas de una o dos plantas y blancas, con tejas algunas sujetas con piedras y alpendres. La nueva Avenida le dio un lustre curioso y de ciudad abierta, casi hasta grande, que llegaba la modernidad hasta la pista de Piro, una discoteca de verano abierta a mediados de la década de los 60 y el Instituto de Enseñanza Media, Medina Cauria. Uno y otro, con su reguero de estudiantes al comienzo del otoño, y el inicio de la primavera, que solía llegar a la par con la romería local y noche de inauguración de la pista de baile veraniega, daban un colorido curioso. También existía un Seminario en la calle de La Iglesia que acabaría un tiempo después por convertirse en Residencia de Estudiantes, sobre todo los que hacían el bachiller procedentes de las zonas de la Sierra De Gata.
 El corsario malo del barrio de Nueva York era Chagüi, tipo delgado y alto, mayor que tú unos tres años que se encontraba por 5º o 6º curso en el Virgen de Argeme, éste no se andaba con miramientos, directamente quitaba balones y de una patada los encajaba en las copas de los árboles o iban de un puntapié al otro extremo de la carretera. Castigos y demás cuestiones le daban igual, si te chivabas era peor. Poseía una buena colección ajena, de canicas, de tiradores y que no te pillase con una bicicleta, dala por perdida durante un rato, pues simplemente te la quitaba. Tú tuviste suerte o habilidad. Esa capacidad tan tuya de observar te llevó a la conclusión de que era amigo de Julián Coscorrote, sino íntimos, si de la misma edad, y al conocer a éste último de los tiempos en que jugabais al fútbol en la Plaza De España, cualquier eventualidad con Chagüi, mejor hablarlo con tu amigo y compañero de clase. Esto no era infalible, claro, qué iba a serlo con 9 años que tenías y negociadores de 12, pero ayudaba. Se daba la curiosa paradoja que el corsario malo era hijo del sargento de policía municipal.
 Tu nueva casa no te hizo perder mucho tiempo en el nuevo barrio, casi todas las tardes bajabas a jugar un rato a la Plaza De España o de La Cava. El colegio Virgen de Argeme aglutinaba en aquel momento a todos los niños y niñas en edad de escolarizar de la población, por lo cual no era difícil quedar con algunos en las horas vespertinas. Con el aumento de población a comienzos de los 70 se empezó a construir un nuevo colegio en la Avenida Alfonso VII, el Camilo Hernández. Pero existió un pequeño problema para las salidas de la tarde, después del desaguisado con Yerpes vísperas de las Navidades de 1969, se decidió que te quedaras todas las tardes al concluir las clases  “ en permanencias”, que era algo así como una hora de estudio extra para aquellos que necesitabais apoyo. Un maestro, a veces el del otro 4º, un tal Paco Domínguez, las impartía. Y allí, a base de preguntar, sobre todo las matemáticas, llegaste a comprender los conjuntos, ecuaciones, raíces cuadradas... que Yerpes, a veces a voces sobre el encerado, no dejaba ni la punta de la tiza en condiciones con sus explicaciones.
  Sentados en las sillas, sobre los pupitres, bajo la luz de los fluorescentes, apenas unos 10 niños, la mayoría de tu curso, insistíamos en aquello que no comprendíamos, y en cuadernos, al margen de los que utilizabais en clase, os esmerabais en sacar aquello adelante. Allí te diste cuenta por primera vez en tu vida, que cualquier materia es factible de comprender independientemente del intelecto de cada individuo, en menor o mayor grado, pero que quien te dé esa lección es más importante que la asignatura o texto a estudiar y comprender. De los listos de 4º A no estaba nadie, como es natural, ni Tente Amorrortu, ni Tintín, ni García Castany, ni Santa, pero sólo Evaristo Montero y tú parecíais del mismo bando, el resto eran hijos de agricultores que buscaban una cultura, una formación para sus vástagos y poder al menos terminar los estudios básicos o el bachillerato, entonces podía ser elemental hasta 4º, o el superior, que concluía en Preu, más tarde, COU. Manolo Sánchez, Juan José Moreno Castillo, Jesús Sánchez, Paco Valbuena… se afanaban en sus cuadernos escolares por aprender y comprender las malditas ecuaciones, que al día siguiente repasando las matemáticas,  seguro que Yerpes preguntaría.
 Tú sólo hallabas dificultades ahí, los dictados, lectura y demás materias las llevabas muy bien, incluso alguna como Lengua Española te gustaba mucho. Todos erais conscientes de que si te quedaba alguna para el verano tus padres tendrían que pagar un profesor particular los dos meses del estío, al margen de que las vacaciones, en tu caso, se fastidiarían, pero sobre todo, Yerpes, al que suspendía en junio, era repetidor al curso siguiente, salvo la excepción de que te hubiese quedado una, si era alguna más, ya podías estar sublime en septiembre.

UNA NUEVA FAMILIA.- Tú padre era el 4º hijo de una familia pudiente procedente de Galicia y que instalada a primeros del siglo XX en Badajoz, donde tu abuelo era Registrador De La Propiedad con plaza por oposición y casado con un rica hacendada de Olivenza, Carmen, tú abuela claro. Licenciado en Derecho, tu progenitor siguió los pasos de su hermano mayor Teófilo, abogado también y ya con bufete en la capital pacense y diez años mayor, pero nunca se vio cómodo en un despacho profesional;  sólo una juventud vivida a tope con novia sevillana le hizo permanecer por aquellas tierras un par de lustros. Luego, se sacó una plaza de Auxiliar para Juzgado Comarcal y estuvo algunos años en Fernán Nuñez (Córdoba), pasados los efluvios de juventud, decidió cambiar radicalmente y pedir plaza en el Madrid de los años 50. Por allí debió de conocer, entre otras, a la que sería tú madre. Entonces tú no sabías que ellos existían con vida propia y autónoma antes de convertirse en los pro generes de dos niños. El asunto no le duró mucho, apenas unos 10 años, el trabajo descomunal y la pausa con que tu padre se tomaba el asunto, hizo que de nuevo pidiese el traslado a provincias y acabase sus días en la villa y corte romana.
 El nuevo piso recibió la visita hasta entonces de desconocidos primos que tenías. Por allí apareció Ángel, perito agrícola instalado en Montijo y que hacía regularmente prospecciones por la zona del Alagón; Mercedes, profesora de Universidad en Cáceres, Carmen, ingeniera destinada unos años en Plasencia. ¡En fin, el nivel era incuestionable! Hay algunos matices, si tu madre era hija de ganaderos y la mayor de 6 hermanos, tú padre era el menor de 4 y encima, para dar sal al asunto, entre tus progenitores existía una diferencia de edad de casi 15 años, con lo cual te encontraste que tú prima a la que tu seguías en edad, estaba en 25 años y otros llegaban a la cincuentena teniendo niños incluso mayores que tú.
 Los fuisteis conociendo de a poquitos. Aquello era una saga que ni El Padrino. Sólo vivía tú tio Teofilo, instalado en Badajoz, que tenía 5 hijos, dos repetidas ( gemelas ); Ángel con 8 y tú tía Carmen con 7, y a su vez multiplicados en sus propias familias varios de ellos. Las bodas eran el sitio de acercamiento, y el lugar Olivenza, de donde casi todos eran naturales, incluyendo tu padre. La casualidad de la vida hizo que un niño, un poco mayor que tú, Guillermo Fernández también corretease por las calles de las blancas fachadas de una población tan bonita y que con los años terminase de médico forense y de Presidente De La Junta De Extremadura, lo conocías porque asistía a cuantas bodas y bautizos celebraba tu familia, pues él, es primo 2º también.
 Con tanta gente, raro era el verano que no ibais a algún acontecimiento familiar. La casa de los abuelos, donde sólo vivía tú tío Guillermo, viudo de tu tía carnal Carmen, era señorial, patriarcal dirías, con el escudo familiar a la entrada, patio sureño lleno de plantas, enorme, donde varias primas lo llevaban con primor. Asistentas varias, alguna cocinera y un piano de cola enorme que te atreviste a sentarte en el taburete, levantar el tapete y con curiosidad, tocar con las yemas de los dedos. ¡Que maravilla! Con todo, lo que más te llamaba la atención de la camada familiar era el acento portugués y el deje que todos tenían. Ya te habías hecho al de la villa y corte, pero aquello a tu hermana y a ti, os superaba. En cualquier caso, tienes unos excelentes recuerdos de aquellas tardes y noches veraniegas y el trayecto en coche de una villa a otra. La muletilla de “ hija de españoles nieta de portugueses”, aún se lo dices a tu hermana de vez en cuando.

 DEL TORPEDO AL INCA.- Aquel renacer de una década nueva, trajo que el curso que ibas a iniciar de bachillerato se iniciaría a comienzos de octubre, te darían un carnet de estudiante con el que debías de cumplimentar con varias fotografías tamaño carnet, una de ellas se quedaría en el cuadernito de notas hasta la finalización de la enseñanza media y que debías de entregar en la Secretaria del centro. Por lo tanto, el mes de septiembre que iba aflojando en cuanto a calores y espacio de luz, se reducía a leer por las mañanas, practicar a escribir a máquina, anotar algo en un cuaderno muy chulo de tapa dura que te encaprichaste de él, y que compraste en la nueva librería que los Fernández acaban de abrir en la Avenida, cierto esplendor que iba cogiendo la villa y corte romana con el cambio de los tiempos.
 Como varios de los amigos eran muy de ir al río y tú poco de baños en el Alagón, hasta el extremo de que tu madre te compró unas sandalias acuáticas para poder meterte en el agua sin que los muchos guijarros te cortaran en las plantas de los pies, no te las quitabas claro, cuando en un intento algo defectuoso dabas algunas brazadas, cortas y siempre pudiendo salir rápido, no te metías más allá de que te cubriese la cintura. En esto, como en todo, había héroes, pero también alguno se quedó en la orilla.
 Ese septiembre te compraron un balón de cuero en la droguería y juguetería Maldonado, y nada mejor que estrenarlo en la era de Tente Amorrortu, donde cada tarde ibais a echar un partido que duraba hasta el anochecer. Allí se gestó el primer equipo de fútbol con el que participaríais en el campeonato del Instituto. En el erial jugabais bien, o eso creíais, en cuanto aquello se hizo oficial, no tanto. El insecto fascista sería el profesor de educación física en secundaria y quien regía el torneo. 9 equipos, 4 partidos el fin de  semana, o sea el sábado, 1 descansaba. Aquello a ti te duró casi hasta el final del bachillerato, 5 años y el penúltimo te cambiaste de equipo, no soportabas jugar mal tirando a peor, ganar de vez en cuando, salir a empatar y palmar casi siempre. Más que el Torpedo sería mejor haberos puesto La Alegría Del Contrario.
 El equipo que mejor jugaba en categoría de infantil y juvenil en el Instituto era el Inca, todos niños autóctonos de la villa y corte, y sobresalía el tipo más elegante y técnico de tu generación: Gatsby, que ya era un pincel hasta con el balón. El problema del equipo que vestía de azulgrana siendo todos seguidores del Real Madrid, eran 11 muy buenos y un banquillo demoledor de ladrillos. Paco Francis sacudía patadas a los tobillos, caderas y de vez en cuando acertaba al balón pero salía para cualquier lado. Luis Acosta ya tenía problemas de vista desde niño, sin las gafas graduadas no acertaba del todo, ni pases cortos. Martín Carbajo, los demonios jamás le llamaron para el deporte del balompié. Tenían el dilema de fichar, pero quien entrase sabía que no jugaría salvo enfermedad de alguno el día del partido o causa  mayor. Mira tú por donde, en la villa y corte existían dos equipos muy picados por ganar el campeonato, el Inca y El Estudiantes de Jesús Robleda. Los otros, eran uno muy bueno de la Residencia, con los hermanos Breña a la cabeza, y otros hechos a retazos para competir y cubrir el expediente; el resto eran chicos del pueblo, algunos tuercebotas de Moscoso y el barrio de Nueva York que disputaban junto al Torpedo, no quedar el último o penúltimo.
 A ti te ponía a medida que cumpliste años. Cuando llegaste a 5º y estabas en Letras, José Luis García Estévez abanderaba uno de los clubs de la residencia, casi mejor que el de Los Breña, pero no podías jugar pese a ser íntimos, pues mezclas de autóctonos y forasteros, el insecto fascista no permitía cumplimentar las fichas. Manolino González te insistía cada verano para ir al Inca, y sólo cuando perdieron a Ñeñe, su portero, que se fue al Estudiantes de Jesús Robleda en el último año que ellos competían, o sea, en COU, les faltaba uno, y tendría que hacerlo de guardameta, pues el que podía realizar la función por aptitudes y conocimientos, era una estrella que además luchaba por el pichichi cada curso, Mario El Francés, hijo de un "sosialista moguegado" decía su padre que era, siempre lamerón con los próceres locales y con el insecto fascista.
 Jugaste en el Inca el último año con unos guantes de portero que te dejó todo el curso Arturo Jabato, el mejor portero de la villa y corte hasta ese momento y casi semiprofesional, titular del equipo de la ciudad romana. De guardameta, y para más inri no vestiste de azulgrana, sino de negro integral a los Salvador Sadurní que era tu portero, faltaría más.  Tampoco ganasteis aquel curso, pero competiste en un club que aspiraba a ello y eso ya era suficiente. Tintín se enfadó contigo, era quien llevaba las fichas del Torpedo, pero desde 4º de básica al final del bachillerato, ya existía un océano entre muchos de vosotros, entre otras cosas, porque tú nunca fuiste de pandillas, más de dos, ya eran una multitud salvo excepciones, como en el fútbol.

 LAS CHAPAS DE MIRINDA Y EL JUKE-BOX.-  Un año después de estar instalados en el nuevo piso, tu padre se empeñó en tener un adaptador para ver el UHF, un 2º canal de variedad cultural. Manolo Fraga a la sazón Ministro de Información y Turismo con sus ínfulas de modernizar al país, lo había experimentado en pruebas a mediados de la década de los 60 en las grandes capitales. Tardaría años en llegar al resto de la península, pero tus progenitores lo veían cuando iban a Madrid y se quedaban en casa de un prima de tu madre, Carmen. Al comienzo de la década de los 70 por estas zonas extremeñas el repetidor de Cañaveral daba la señal a media provincia, pero colocar un adaptador suponía a veces ver y escuchar el UHF, o la TVE – 2, actual. No era baladí semejante empeño, Narciso, el de Jova, tuvo que hacer algunas maniobras en la antena, la cobertura total en el estado no llegaría hasta comienzos de la década de los 80. Pero algo era algo, por allí se veían programas musicales interesantes, tertulias, algún debate, sólo se emitía desde las 20.00 – 24.00, y ya digo, no siempre conseguíamos sintonizar el asunto. Las televisiones en blanco y negro, la vuestra era una Telefunken, con una ruedecita en la izquierda de la pantalla para cambiar de canal y apretar para quitarla, a su vez, se giraba para encenderla.
 Las muchas chapas de las botellas de Mirinda servían para jugar a las chapas, a partidos de fútbol que efectuabais en el corredor amplio de entrada a tu edificio. Delimitado el campo de juego con una tiza, con córner, las largas líneas laterales de banda, porterías pintadas, puntos de penalti, división del terreno de juego, vamos todo. Allí cada uno se las ingeniaba para colocar en el superficie plana de la chapa una foto recortada y pegada con pegamento y medio el rostro del futbolista, en la parte superior tú tenías colocado el escudo del F.C.Barcelona, dentro iba cada uno con la alineación correspondiente, desde Sadurní, Rifé, Torres, Gallego, Eladio, Marcial, Rexach… poco a poco y con paciencia llegaste a tener unas 18, con reservas y todo. Las fotos en color se sacaban de los especiales del Marca con las plantillas. Los había más mañosos y menos.
 Unos garbancitos servían de balón, algo tan sencillo daba para muchos minutos y hasta horas de estar entretenidos. Y en los dos bloques hicimos campeonatos a doble vuelta. Por allí estaban Pepe Dos Tés, Manolin González, Paco Francis, Martín Iglesias, Ñoño, Gürri y un pirata malo, Chago, el hijo del maestro don Santiago que impartía clases en el Rincón del Obispo y que era el menor de tres hermanos, pero mayor que vosotros en 3 años y tenía un ojo de cristal. No llegaba a corsario.
 El juke-box lo instaló Piro en la pista de baile de la Avenida, y luego se lo bajó en el otoño al bar, allí empezaste a escuchar los primeros temas de Los Puntos, Fórmula V, Los Diablos, rumba campestre de Los Chichos, Los Amaya, Las Grecas y cosas curiosas que al introducir una moneda salía el single de Los Canarios, Los Pekenikes o de los Brincos, niños buenos de la alta burguesía madrileña. Pero eso tú no lo sabías.
  La primera guitarra eléctrica y acústica se la viste a Marcial, el hijo de Pedro Gloria,  al que tú todavía le seguías llevando el Caldo De Gallina Ideales;  que tocaba en un grupo pop desde mediados de los 60 y en la primavera y verano se ganaba sus pesetas con una orquesta verbenera, así durante muchos años. Estudiaba y digitaba en el almacén de la tienda que regentaban desde hacía años en la calle de Las Monjas. Solías llevar el pedido mensual en un folio escrito a mano con letra puntiaguda por tu padre al colmado, y allí, al entrar una música casi religiosa sonaba, unas cuerdas de una guitarra española acariciaba Marcial tratando de sacar algunas notas. Tú sólo debías dejar el folio y marcharte, pero una tarde entraste en el almacén y lo que fue una anécdota se convirtió en las primeras clases de guitarra que tuviste en tu vida. Empezaste por coger la caja, por cogerla bien, tú tenías 10 años, más preocupado en que no se te cayera que otra cosa. Pero poco a poco ajustados los costados a tus tiernos brazos llegaban a las cuerdas y al mástil, aprendiste a colocar la cejilla, el puente, a graduar la tensión de los hilos por los que podías sacar sonidos. La eléctrica era otra cosa, pesaba más, pero te atrajo como la luz a las farolas, enchufar aquello a un pequeño equipo de sonido era como conducir un reactor para un niño. Las escalas, los pentagramas, algunas nociones cogiste de Marcial que él te fue enseñando.
 Piro tocaba el acordeón de oído, Juanito le daba a la percusión en su casa de la calle de Los Labradores, por la amistad de tus padres tenían con ellos, algunas veces te la dejaban tocar, bueno, tocar, simplemente sentarte en el taburete coger las dos baquetas y de a poquitos hacer sonar platos y bombos con un cierto ritmo, lo que más te gustaba era el pedal del tambor que se tocaba con el pie. Le daba un sonido pétreo, hermoso, cerrado. Piro te encontró una batería pequeña en Plasencia, y te la iba a traer, pero tu padre se negó, pese a que había sitio en casa no se imaginaba a un niño aporreando el asunto, en todo caso si te dejó ir de vez en cuando a tocar algo con Marcial. No, nunca te compraron ni tú lo pediste ningún instrumento, te gustaba escuchar más que participar. Además, a los diez años tenías claro que los grupos no te iban, sólo jugar al fútbol, tocar posteriormente en bandas requería empeño grupal del que tú carecías. Ya lo afirmaste, en el amor como en el ajedrez, tres son una multitud. De dos en dos vale, y despacio y a poquitos, luego aquello es una lucha de muflones.

 LA VILLA Y CORTE ROMANA EMPIEZA A DESPEGAR.-  Algunas veces ibas con tu madre al Mercado de Abastos en la Plaza De La Paz. Llevabas un carrito y de la mano tú hermana cuando no estaba en el colegio. Más que nada para repartir cargas. Ya tenía los puestos muy definidos, la carne siempre en Pedro Peseta, la fruta y el pescado también, si era jueves, día del mercado tradicional de la villa y corte, solía ir sola, era más interesante, pues había varios puestos ambulantes de ropa, comestibles… Sólo la acompañabais en verano y fiestas, sin clases, claro. Para qué negarlo, era pasar la mañana por allí, pero caía algo en forma de capricho. El resto de la compra siempre y durante algunos años más en el colmado del señor Pedro Gloria. La leche pasterizada la subía la señora Pura en una mula con aguaderas en sus lomos, a los que tenía asociados, luego iba motorizada en una Montesa. Tu madre tardó en comprar en el Goya, el primer supermercado amplio de la ciudad.
 El insecto fascista fiel a sus principios escabechó a medio curso para repetir en septiembre. Cibrán Tamairon fue una de sus muchas víctimas aquel curso, sus padres decidieron que repetiría pero en un internado en Cáceres, había varios de la ciudad de la villa y corte, como Maxito, Blas Blanco… la camada nueva tenía sólo algunas caras nuevas: los gemelos Garrigues, Carlos Sarasa… otros siguieron los estudios en el Virgen de Argeme como Carlos Rodríguez, Julián Coscorrote,  Juan Carlos Bravo o Paco Valbuena… alguno fue compañero tuyo al final, en el instituto Medina Cauria, en COU. Con otros jamás compartiste juegos ni clases, eventualmente, si las calles.
 Tu tío todavía permaneció algunos años más con vosotros, ahora con todos los carnets de conducir. Tuvo ofertas varias para cambiar de la empresa de obras públicas Tierras y Hormigones a la privada. Serafín Carreño y doña Josefa vivían en el 1º de vuestro bloque e intentó llevarlo a su firma. Sus hijos, también se llamaba Serafín el mayor, y Ángel el 2º, eran gente seria que se dedicaban a lo mismo, no lo gemelos José Luis y Antonio, el primero estaba puerta con puerta con vosotros, pero nunca lo consiguieron, éstos dos eran unos cantamañanas, el vecino todavía tenía un pase, el otro era guardia municipal en San Sebastián en unos años que empezaban a ser de plomo en Euskadi.
 Tú tío se compró un Seat-600 nuevo, las excursiones se ampliaron con los Valbuenas, el progenitor trabajaba en la misma empresa que él y tú y Paco habías sido compañeros en 4º de básica. Comer haciendo una parrillada en el campo era lo habitual, a veces os desplazabais a la finca de los abuelos a pasar el domingo. Un par de veces vino Piro con Elisa y la Elisi, su hermano El Cano con María Lisero su mujer y el pequeño, de tu edad, Vicente, El Peluso. El tabernero amigo de tu padre siempre siendo la luz del grupo, llevaba su acordeón y alegraba las veladas; lo que pesaba aquel instrumento. Varios cumpleaños tuyos y de tu hermana se celebraban el fin de semana de mayo que caía en medio de los dos, pues ambos lo hacéis con 8 días de diferencia, generalmente eran cuando vivíais en La Plaza De La Cava. Luego tú querías más independencia, pero no tú hermana, comprensible por la diferencia de edad.
 Kim Untado era alcalde de la villa y corte cuando unos príncipes, uno Borbón y otra griega, vinieron de visita a la ciudad. También cuando una mañana recibió a Segundo, un tipo con pinta de conductor de gánsteres, llevaba una autoescuela, un comunista de salón, Manolo Sendín, y dos niños parias de la jet-set provinciana oligarcas y latifundistas, Jaime Gutiérrez y Antonio Ballesteros, a pedirle apoyo y arrope institucional para crear una nueva revista y pedir que las fiestas sanjuaneras se alargaran un día más, hasta el día 27. Ellos comprarían un toro para la tarde, el del final del cortejo, el ayuntamiento el de la madrugada.
 Sus deseos se hicieron realidad en 1968 y lo apostillaron con una revista gamberra, crítica, que era El 27, elitista, de rojos de salón en su mayoría y señoritos feudales con medieros trabajando en sus fincas heredadas en su mayor parte. Pero tuvieron esa lucidez, apenas eran un puñado al que se añadieron un par de docenas más. En la década de los 70 eran la “creme de la creme”, diferenciados con su sombrero de paja de agricultores extremeños de las plebeyas Los Suicidas, donde algún sobrino de Sánchez Ferlosio con su camiseta blanca y una mano pintada en el torso que ponía RIP, daban colorido a los festejos. El Zoo, Los Vikingos y los más pobres de los barrios obreros, Los Simios. Aquello era ecléctico y variopinto, sin matices de clase social, pero todavía cada cual sabía de dónde venía y sobre todo, sabían lo que habría a partir del día 28 de junio.
 Jaime Gutiérrez vivía en la calle de Las Rejas y llevó al Juzgado Comarcal la primera revista que editaron, traía varias bajo el brazo, nada, apenas un panfleto gamberro con dibujos de comics en su mayoría, tú padre la dejó encima de la mesa camilla del salón. Todavía vivías en la Plaza De La Cava. Cada año dejaban varias y aquello tomó forma curiosa hasta mediados de la década de los 70.











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