LA ARBOLEDA PERDIDA : RAFAEL ALBERTI
Un melancólico lugar de
retamas blancas y amarillas llamado la arboleda perdida.
Perdido en los estantes de la biblioteca,
colocado junto a la A, siempre por orden alfabético, veladamente se me había
pasado inmiscuirme en la autobiografía, casi, que son las memorias del poeta
gaditano divido en 2 partes diferenciadas, donde Rafael aun niño saltaba de
azotea en azotea, miraba ensimismado el mar y nos adentraba en un bosque de
ecos dormidos. Luego vendrían los sueños, los infiernos interiores y
exteriores, los miedos, por otra parte casi iguales a los miles de europeos que
tuvieron la suerte y la desgracia de venir a este mundo a comienzos del siglo
XX. Ya saben, 2 guerras mundiales, y otra de propina por si habías nacido en
Iberia, para ir bien servido.
A modo de memorias, La Arboleda Perdida nos va desgajando por sus páginas el desdoblamiento
de un hombre, primero niño que sueña con pintar, sí, porque Alberti es pintor
de la realidad que le circunda. Los soles, el mar, la luna, todo lo que ve e
intuye en su Puerto de Santa María, natural y vivaz como cualquier rapaz, ajeno
a cualquier ideología política pese a tener una familia acomodada y
conservadora en los usos y costumbres muy del sur de la Península Ibérica.
Divido en 2 partes : 1902 – 1917 y 1917 –
1931. A su vez Alberti va interiorizando lo que acabarían por ser estas
memorias en varias etapas de su dilatada y en ocasiones atropellada existencia,
nada de escribirla de un tirón, de hecho cuenta 36 años cuando inicia la prosa
de este libro, y esas circunstancias ya le tienen alejado ¡ay, no solo del
Puerto de Santa María y de su luz y de las calles de Madrid, sino en París!
Como una nostalgia caída en desgracia, no sólo huye de los acontecimientos
nefastos que apabullan a nuestra España, es que empiezan a caer las bombas que le
refugian en la capital francesa. Otro desaguisado se avecina en la vieja
Europa, él que huía se encuentra de bruces con las fauces del lobo estepario
alemán.
Es ahí donde Rafael Alberti inicia, tal vez
como catarsis intelectual y evasiva estas líneas que forman La Arboleda Perdida, alejándose, aunque
sea de manera metafórica, del presente tan duro y triste y comienza a evocar
aquellos años, que sin ser maravillosos, al menos estaban regados de luz de la
bahía de Cádiz, aireándose la frente con las ondas de los pinares ribereños,
sintiendo como se le llenaban los zapatos de arena, esa tan rubia de las dunas
quemantes, sombreadas a trechos de retamas.
Lamentables generaciones españolas salidas de
tanta podredumbre, encubadas en tan mediocres y sucias guaridas.
Una infancia marcada por el reino matriarcal con un padre
ausente en sus muchos negocios por el norte del país, esa sagrada fauna
familiar que le imprimirá, como a todos supongo; aparecen sus primeras musas, amigos y
compañeros en un colegio de jesuitas: San Luis Gonzaga. Y ahí comenzará Alberti
a abrir los ojos, a rechazar tanto clérigo y ortodoxia y a tomar conciencia
social en el nivel de categoría que se establecía entre alumnos internos y
externos y el trato diferencial que se le da a unos y otros.
Los colores, la luz, la arena de la playa,
comienzan en Alberti a tomar posición los pinceles, porque antes que poeta es
pintor, a evadirse de ese charco triste en mitad de su clara niñez andaluza.
Siempre libre, poco acto para los estudios académicos, más
dado a escaparse a jugar con sus amigos a la playa donde en ocasiones es sorprendido
por algún familiar o conocido, todo se sesga de manera abrupta cuando en 1917
la familia abandona el sur y se instala en Madrid.
Dejar atrás los blancos y azulados años de
infancia andaluza, acaba con la visión de unos áureos naranjos, vistos como un
relámpago desde la ventanilla del tren que lleva a toda la familia camino de
Madrid.
La 2ª parte del texto la comienza a escribir
cuando Rafael Alberti se encuentra en Buenos Aires en días de primavera
atolondrada, violenta y apasionante y se centra poco a poco en su vida
madrileña. Alejado del caserón familiar, de los atardeceres que tenía en el
Puerto, la Villa y Corte se le hace inmensa y dura a un chaval ávido por
respirar la libertad que poco a poco le va dando una urbe colosal. Mal
estudiante, a duras penas puede con el bachillerato, pero inicia un camino de
pintor que le lleva caminar por la ciudad en busca de acomodo para sus pinceles
e inspiración.
Siempre frágil de salud, delgado, casi
escuchimizado, todavía el poeta Alberti tardaría años en asomarse a su mente y
a su pluma. Ahora sólo aparecían paisajes, calles, personajes, pero la métrica
lírica no. Aprovecha Alberti para acudir a diario al Casón del Buen Retiro donde
pinta durante todo el día y conociendo a sus primeras amistades madrileñas, sus
primeros contactos artísticos. Sólo un
largo reposo en la sierra por la enfermedad de un pulmón le aleja de sus largas
caminatas por Madrid, pues apenas tiene dinero para ir en tranvía, pese a vivir
en casa de sus padres. Eso y el deceso de su progenitor en 1920 le hacen
recapacitar y comenzar a ilustrarse leyendo mucho, los poemas comenzaron a
fluir de una fuente misteriosa que él todavía desconocía.
Durante una larga estancia de convalecencia,
toda la poesía que emergía de su mente se ve apartada por un momento pues los
allegados llegan a convencerle para que exponga lo pintado hasta ahora, y en
1922 en el Ateneo madrileño, deja su obra a la interpretación de los asistentes.
Era su adiós pictórico.
Empeñados espejos de aguas ennegrecidas
recogían las sombras de estantiguas señoras enlutadas, solitarios caballeros de
cuellos anticuados, pobres familias de clase media, con ajadas niñas casaderas,
tristes flores cerradas contra el rendido terciopelo de los sillones.
Poco a poco reúne en una enorme colección el
poemario, poemas que va dejando en
cuadernos hasta encontrarse de pronto
metido totalmente de lleno en el mundo de la poesía. Animado por Claudio de la
Torre se presenta al Premio Nacional de Literatura y para sorpresa suya, lo
gana, y 5000 ptas de las de aquella época. La Arboleda Perdida nos guiará por todo el poemario de Rafael Alberti, toda su
obra publicada y cada paso que daba a cada nuevo texto colocado en las
librerías. A Marinero En Tierra – 1924
escrito durante su estancia en un sanatorio de la sierra madrileña, un recuerdo
de las olas y las barcas de la bahía de Cádiz, juguetón a veces, absurdo en sus
versos, para dar paso a un relato poético de un viaje en automóvil desde Madrid a la costa norte y el regreso, en La Amante - 1926 . Su obra hasta ahora
se caracteriza por la sencillez, canciones escuchadas en su niñez, el Sur está muy
presente en dichos y cotidianidades, donde el tono risueño prosigue en El Alba Del Alhelí – 1927, pero todo
cambia a mejor y más profundo.
Yo era un tonto y lo
que he visto, me ha hecho dos tontos.
Cal Y Canto – 1929 ya bajo la influencia de Luis de Góngora, es más radical, donde
los versos aspiran a una belleza difícil en un reino enraizado de imágenes y
conceptos intrincados que exigen una reflexión y un laborioso desciframiento.
Otros reflejan la vida moderna y vertiginosa. Apenas con 25 años Rafael Alberti
tiene una obra interesante, pero la gravedad de su enfermedad se agudiza tras
la publicación de Cal Y Canto y es de agradecer que pese a la caída en el
infierno personal, no se diera por vencido, no sólo para la literatura y la
poesía en particular, sino para la vida misma. Todo queda reflejado en La Arboleda Perdida con muestras incluso
de humor. Sus diversos contactos con Lorca, Buñuel, Dalí… la Residencia de
Estudiantes se convertirá en una fuente inagotable de experiencias y un
torrente de acontecimientos no exentos de cierto dramatismo en algunos
momentos.
Curiosamente sus circunstancias más bajas y las
vivencias difíciles dieron con la publicación de su mejor libro de poemas: Sobre Los Ángeles – 1929, donde a pesar
del carácter introspectivo de su queja, nunca pierde de vista el hecho de que
si intención es comunicarla a los demás.
Escaso de bienes, de salarios, vive como
puede. Pese a todo conoce a María Teresa León, con quien se casaría, prosiguiendo con su inteligencia poética y
su visión de la realidad, que seguían intactas. Recorre la España de finales de los años 20 pero curiosamente va perdiendo vigencia entrada la década de los 30, donde todavía nos deleita con
Sermones Y Moradas – 1930, que era una
especie de prolongación de Sobre Los Ángeles. La inmediatez y la intensidad han
desaparecido en calidad, a partir de estos años su obra poética es relegada por
sus actividades políticas y su entrada en el Partido Comunista en 1931.
De sus poemas tendremos más en A La Pintura – 1952, poemas llenos de
sensibilidad y de su talento todavía no agotado para las artes plásticas, o la nostalgia, siempre profunda que nos deja
en Retornos De Lo Vivo Lejano -1952.
Termina de escribir La
Arboleda Perdida en 1959, en el exilio, alejado no sólo del mar de la
tacita de plata, sino del Madrid que le vio crecer como pintor primero y luego
como poeta y hombre, después. A lo largo del texto traza imágenes, situaciones y
curiosidades varias. Una se me ha quedado grabada, el homenaje que unos
artistas quieren dedicar a Luis de Góngora en el centenario de su nacimiento y las
muchas cuitas que se originan, eso nos da idea de la España cainita, tan
difícil de aceptar otro planteamiento diferente al que tenemos por propio.
Menos mal que Alberti nos disecciona y nos
provee de numerosos recursos imaginativos haciéndonos una radiografía en
ocasiones pintoresca de su vida, de sus costumbres, y de paso una búsqueda y
reflexión de esta España nuestra, a fin de cuentas, La Arboleda Perdida son paisajes y hombres y mujeres tiernos,
superados por los acontecimientos.
Rafael Alberti Merello .- 16 de Septiembre de 1902 .- Puerto de Santa María .- 28 de Octubre de 1999 .- Puerto de Santa María (Cádiz ) España.-
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