PIO BAROJA : LA LUCHA POR LA VIDA.-
El
tiempo es, según algunos graves filósofos, el cañamazo en donde bordamos las
tonterías de nuestras vidas.
El solsticio, esa época en la que nos vemos
arrullados por el rumor insistente de las olas que tercas llegan a las playas
una y otra vez, o te inmiscuyes en el trinar de los pájaros que te arrullan
mientras sostienes en tus manos un libro. O textos que años a leíste en tu
etapa de bachiller y que en estos días de playa y siestas a la sombra de un
árbol, te cobija. Vuelves a ellos cada año, porque los marcaste en rojo en su
página superior y cada cierto tiempo regresas a sus líneas, casi siempre
agradecido porque te vuelven a enseñar nuevas cosas.
Pío Baroja vivía con su hermano Ricardo, su
hermana Carmen y sus padres, a finales del siglo XIX, en un caserón antiguo de
la calle de La Misericordia, unido al Convento De Las Descalzas Reales de
Madrid. A fin de cuentas vienen de una familia de panaderos y eso les dio a los
hermanos una realidad de la vida muy coherente en sus escritos y pinturas,
según iban encaminando sus cualidades.
Siempre me atrajo la trilogía con un título
tan darwiniano, La Lucha Por la Vida,
por su enorme dimensión histórica del Madrid de comienzos del siglo XX que era
la España provinciana y corta de entonces y tan parecida a la del siglo
siguiente, aunque carentes de tantos medios y técnicas audiovisuales, mero humo
me parece a mí tanto invento.
Obviando su enorme bibliografía, que no es el
caso de mi artículo, esta trilogía no debe de dejar indiferente a ningún lector
que se precie de tal; sin ningún género de dudas Baroja consigue describir la
tristeza, la sordidez y la fealdad de los barrios bajos madrileños en términos
de una experiencia estética profundamente impresionante que también nos
transmite a pesar de todo un sentido de vitalidad que a veces está cerca del
auténtico optimismo.
Baroja consigue tener un papel decisivo en la
creación de la conciencia social de la clase media de la época; las 3 novelas
son una brecha en el muro de la ceguera egoísta que la burguesía había
levantado en torno a sí misma para ignorar la miseria de la mayoría de los
españoles a comienzos del siglo XX.
LA
BUSCA .- 1904 .- Que el autor
estaba familiarizado con los bajos fondos del Madrid de finales del Siglo XIX y
comienzos del XX es una obviedad. No creo que sólo fuese por la panadería
heredada de su tía materna Juana Nessi, sino que me da la impresión que frecuentó
el hampa “del foro” con mucho tiento y cuidado en sus ojos de voyeur urbano.
A modo de grandes autores que leyó como
Dikens, no hace falta trasladarse al Londres de la misma época, Madrid ofrecía
un espectáculo digno de enmarcarse en estas novelas. La Busca cuenta con enorme frialdad e impersonalidad las desdichas
de un muchacho, Manuel, a su llegada a la capital de un medio rural donde era
acogido por familiares hasta que desemboca en la pensión de doña Casilda, donde
su madre y hermana trabajan por un escuálido jornal.
La novela halla al muchacho en una situación
absoluta y permanente de desamparo y vive dentro de una especie de estado de
anomia social que produce la ciudad misma. Pasa por diversos trabajos, mal
remunerados, de chico de los criados en la pensión, en una tahona,
vagabundeando en los bajos fondos, durmiendo en la calle, juntándose con el
hampa más harapiento de los bajos fondos del Madrid de comienzos del Siglo XX.
Golfo, vagabundo, descuidero, lucha por encontrar su camino hasta que acaba con
un “sabio” carretero que lo acoge en su casa y le da una cierta formación humanística.
El trapero analfabeto, el señor Custodio, le pone ciertos palos en la cabeza
para que el joven aprendiz de todo que es Manuel, pueda sobrevivir en esta
sociedad urbana, desamparada y abigarrada, violenta, grotesca en muchas
ocasiones.
Todo en la novela subyace una colectividad
emergente todavía sin industrializar pero que va poco a poco calando el
malestar social en los muchos grupos anarquistas y socialistas que se van
formando. Baroja describe un mundo fastidiado y hastiado, donde los pobres parias
que forman Manuel y sus compañías, son el caldo del cultivo de las grandes
protestas sociales que acabarían desembocando años más tarde en una guerra
civil.
Ricardo Baroja ilustra con sus dibujos a pluma
el texto, haciéndolo más llevadero y estético.
El cansancio físico
consume las fuerzas y excita el cerebro; la imaginación aletea en la oscuridad
como los pájaros nocturnos; como ellos, también se reflejan en las ruinas.
MALA HIERBA.- 1904 .-
Como hilo argumental de la vida y
andanzas de Manuel, que aquí va creciendo y teniendo conciencia obrera de lo
que representa y es, es esta 2ª entrega más folletinesca y de más acción que La Busca. Se potencian más algunos personajes que antes
eran ambiguos o se citaban de pasada; aquí cobran relieve y aparece un mundo de
bohemia.
Pio Baroja maneja el lumpen con una cierta
refinación en las relaciones que Manuel lleva a cabo, como con Roberto, un
aristócrata venido a menos pero con aires de heredero eterno. El muchacho,
siempre vacilante, metido en varias historias a la vez no acaba de cuajar en
ningún trabajo ni sitio que le depare estabilidad y sobre todo haga de él un
hombre digno, de su deambular de un lado a otro conocerá tugurios, juergas,
alguna paliza, comerá la sopa de los desamparados, entrará en los calabozos,
bordeará la legalidad y sorteará los peligros de lumis pobres de solemnidad,
mientras en su cabeza se irá formando una conciencia social que estallará en la
siguiente novela.
Las leyes son como los
perros que hay en el Tercer Depósito, ladran a lo que llevan blusa y mala ropa.
AURORA ROJA .- 1904 .-
Si en las dos anteriores novelas Baroja es más
descriptivo, incluso narra en forma de aventura haciendo de su literatura
amenidad y sinceridad, en Aurora Roja pasa
conscientemente a desarrollar una retórica apasionada, la revolución anarquista
que se va fraguando en España, más concretamente en Madrid. En dicha ciudad
había bastantes ácratas mezclados con los socialistas y sus luchas intestinas,
muchas veces coincidiendo en sus objetivos, otras en sus divergencias.
Manuel ha abandonado su carrera de pequeño
lumpen urbano y está asentado como impresor, pero se ve envuelto en luchas
fratricidas y más con la llegada de su hermano Juan desde París, donde se
ganaba la vida como escultor.
Excelentes localizaciones, división del mundo
con la figura de ambos hermanos; uno abúlico que se va acomodando a la vida
social como es Manuel; y la otra Juan como representante de un anarquismo
idealista y febril. Largas discusiones doctrinales a pecho descubierto en
pequeños descampados o caserones aislados que no les llevan a ningún sitio a la
tropa obrera indocumentada y mal aleccionada del Madrid más ácrata que pudiera
existir, utopismo llevado a sus últimas consecuencias, muertes inútiles, sueños
rotos, sirven en Aurora Roja para
darnos a entender cómo era la vida de la sociedad española urbana de esta
época. También demuestra los artificios del anarquismo y socialismo español
como modelos de análisis políticos.
Se necesita alguna
mentira para vivir.
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