JOSÉ SARAMAGO: LA PACIENCIA HECHA ARTE






   Llegué tarde a su literatura como él a la escritura, o quizás le comencé a leer en el tiempo exacto, ¿por qué no  es verdad que quedan los textos ahí, durante años, décadas, para que alguien los lea?
 Lo que sí está claro que Saramago empezó a publicar cuando pasaba de los 60 años y ahí había acumulado una experiencia exquisita de persona que tenía o creía cosas que contar.  Que editó una novela en 1947 y poesía (ambas las desconozco), me basta con lo que he leído posteriormente. Su literatura no es fácil, o dicho de otra manera, es “especial” en el sentido que él coge una idea, un concepto, etc.; y sobre eso construye una historia. Es muy original, cuidadoso con el lenguaje, pausado como buen portugués; la calma, el sosiego, acabará dando sus frutos. Persona tranquila, va amansando como un  artesano las miles de palabras que nos coloca en sus novelas con algún personaje simple en apariencia,para luego descubrirnos que tiene muchas cosas que contarnos.

No hay respuesta para el tiempo. Estamos en él y asistimos, nada más.

 La narrativa de lo fácil hacerlo ameno, interesante, a veces lo superficial, lo que se nos pasa bien por ignorancia o por descuido, cualquier detalle es extraordinariamente importante en Saramago, quizás su infancia pobre con unos abuelos que  no sabían leer y escribir, en una zona del país luso donde no abundaban los lujos le hizo ser una persona preciso en sus afirmaciones, en sus calmosos diálogos, en sus largos soliloquios por este caminar de la vida; su escritura está llena de “detalles”, sacar novelas de una simple sombra o si se sentía sólo imaginar un hombre duplicado, o sí su alma estaba herida saber que había de cierto en el Evangelio, porque como todo es según San … y ahí nos quedamos, labrando toda un vida sobre humo, hipótesis; absolutamente insoportable para un ser racional valorar toda tu existencia sobre un ser mezquino que dejaba morir sin más o apabulla con su soberbia las desgracias cotidianas sin ningún atisbo de arrepentimiento o tristeza, jugaba- juega o no existe – con nosotros como simples dados, briznas al viento que deambulan sin más.
 Como el albañil que amasa su cemento y va colocando ladrillo a ladrillo, Saramago comienza con una “idea” y la rumia palabra a palabra y a veces se le olvida poner un punto y aparte,  y así nos encontramos con una obra maestra desarrollada a partir de un personaje Todos los Nombres, seres solitarios que cultivan alguna afición y eso le hace dar una consistencia a sus vidas que sería insoportable sin esas “cuestiones”. En esta obra nos encontramos con Don José, un funcionario que cultiva el hobbie de coleccionar noticias sobre personas digamos que famosas; pero no se queda en la simple anécdota sino que para otorgarles fiabilidad y aprovechando que él trabaja en el Registro Civil, las complementa con documentos que obtiene de su cargo aunque eso le lleve a cometer infracciones y a verse en alguna travesura de la que no se creía capaz de cometer. Y lo  hace con descripción de personajes, sobre todo de Don José, pero también de aquellos que comparten su espacio y su tiempo, que coinciden en algún momento del día o a lo largo de los años; de los objetos cotidianos que componen su mesa de trabajo y no es baladí lo que digo, pues para no perder la madeja del asunto describe con todo detalle dónde se encuentran instalados y cómo funcionan los archivos y los ficheros. Personas así como este Don José, – sin apellidos – se encuentran en todas partes intentando ocupar ese tiempo que parece que les sobra con algo que les entretenga, lo cotidiano aplasta, apabulla y si todavía tienes ¿fe?, ¿no es peor? Todo el día pensando en que “alguien” te ve, te observa… Insoportable, Saramago nos presenta a un  tipo tranquilo, metódico, solitario, en esta angustia metafísica intentando poner algo de orden es este caos único que es el Universo y desde sus peculiaridades, encontrar apenas a cien famosos en un país pequeño, Portugal, y es ahí en este personaje en apariencia corriente, incluso vulgar, donde el autor juzga, crítica la sociedad contemporánea, su decadencia, su falta de equilibrio con un ser que actúa contracorriente, con valentía, sin ninguna heroicidad y a veces rozando el patetismo, pero con los escasos medios que tiene a su alcance intenta que el mundo sea más habitable.

 Cada instante de la vida parece una pequeña estafa, la felicidad llega de golpe y desaparece igual  de rápido.

 El Año De La Muerte De Ricardo Reis es un heterónimo, un ser que busca una sombra, la del poeta portugués Pessoa en una Lisboa de 1935, y Saramago escoge una época muy concreta: va a estallar la guerra civil española, Italia interviene en Abisinia, las radios transatlánticas  dan cuenta de demasiadas noticias -  nunca son bastantes -, la lluvia y la niebla invade Lisboa cuando nuestro personaje llega a la capital lusa desde Brasil para vivir sus últimos nueve meses y encontrarse o intentarlo con la sombra del gran poeta portugués.
 La Lisboa que acoge al médico Ricardo Reis después de varios años de estancia en Brasil a bordo del Highland Brigade está lluviosa y algo triste, pero él ha decidido instalarse en la capital lusa y aún no tiene muy claro qué va hacer con su vida, a  qué se va a dedicar o si está de paso o en realidad, aunque no lo quiera reconocer escapó del país sudamericano por sus nuevas revueltas. A fin de cuentas cae en el Hotel Braganza donde poco a poco va entrelazando una cierta amistad con algunos personajes que a lo largo de la historia ocuparan espacio y tiempo en nuestro protagonista: el mozo Pimienta , Lidia, la chica que hace las habitaciones, la joven Marcenda que acude con su padre a Lisboa cada cierto tiempo pues tiene un brazo paralizado y viene a que se lo traten; y así sin darse cuenta Ricardo Reis establece un vínculo carnal con la primera joven y uno platónico con la segunda mientras nos dibuja una Lisboa nostálgica en los paseos interminables por sus calles, sus cafés, sus nieblas, sus lluvias y se va encontrando y desencontrando con Fernando Pessoa o lo que queda de él en su memoria y obra.

 Sólo  anda por la calle quien no puede evitarlo, se dice para sí Reis un 30 de diciembre de un día cargado. Toda la novela transcurre lenta, a veces se hace difícil la narración pero está tejida con tanta precisión en los detalles que poco a poco lo echas de menos si no es acompañada de reflexiones sobre el ser humano que tanto gustan a Saramago, toda la novela es una poesía andante con los fantasmas del pasado y las calles de la hermosa Lisboa, aquí, donde el mar se acabó y la tierra espera.
 No somos lo que decimos, somos el crédito que nos dan.
  Su siguiente obra parte de un planteamiento narrativo bastante audaz, la Península Ibérica se transforma en una gran isla flotante moviéndose en dirección al otro lado del Atlántico, buscando, esta vez sí, un encuentro cultural con los pueblos que manejan la herramienta más eficaz que el hombre se ha dado : la lengua. No en vano España y Portugal son almas mater de Sudamérica y el idioma tendría que unificar y no destruir. Porque cada uno de nosotros sabe infinitamente más de lo que cree y cada uno de los otros infinitamente más de lo que en ellos queremos reconocer.

 La Balsa De Piedra es una visión utópica, una enorme metáfora humana. De la certeza sale el error, el error produce la certeza.
 Saramago entendía Europa con una clara diferencia en los dos países ibéricos por su contraste cultural, social y económico con el resto del continente que poco o nada nos unían; para ello juega con cinco personajes y un perro que simplemente aparece, no se sabe si iluminado por el destino o sin más: Joana Carda que hace rayas en el suelo y ahí se quedan, Joaquim Sassa que coge una piedra con el fin de tirarla al agua y descubre para su sorpresa que no sólo cae a sus pies, como esperaba pues era conocedor de sus fuerzas, sino que es impulsada hacia arriba, cayó luego contra el agua de plano, volvió a subir y a bajar hundiéndose a lo lejos; José Anaico es seguido a todas partes por una tropa de estorninos; Pedro siente vibrar la tierra y María ve atónita como de una de sus manos surge una madeja de lana que se extiende sin fin, y el perro, ya me contarán… Y todo esto viene provocado por una enorme grieta que se ha abierto en los Pirineos y va haciendo poco a poco una separación con el resto del continente europeo.

 La maestría de Saramago quizás radique en ver nuestras limitaciones y buscar nuestras raíces, en sentirnos cómodos con el traje que nos vamos haciendo a medida sin necesidad de que otros sastres nos lo vayan ajustando con culturas muy diferentes a las nuestras y observar como Alemania, Inglaterra  y Francia, los tres países dominantes en el continente, nos imponen horarios, distribución económica y costumbres que tal vez no nos hagan mejores; ahí radica el audaz planteamiento narrativo de Saramago.
 Tres años después publica Historia Del Cerco De Lisboa y nos encontramos otra vez con ese Saramago que me entusiasma, ese detalle, ese matiz, una nueva introversión en sí mismo, personajes íntimos, muy suyos, de rica vida interior y que por una vez en su anodino trabajo, como le pasaba a Don José en Todos Los Nombres, se rebela ante lo que se supone debe de hacer. Raimundo Silva es un revisor de textos que tiene la misión en su vida de conservar la integridad de los mismos; hasta que un día revisando uno introduce un NO cuando debería aparecer un SI. Apenas es un error pequeñísimo, una partícula perdida en el aire: los cruzados “no” ayudaron a los portugueses a conquistar Lisboa. Todo esto subvierte la Historia y de paso la niega como conjunto de hechos objetivos, ya sabemos que eso que llamamos “la historia” siempre está contado por los vencedores, pero aquí nuestro escritor se transforma en un demiurgo capaz de transgredir lo consagrado. Raimundo Silva da el paso y quiere ser protagonista, su acto de rebeldía le posiciona como individuo y asume el papel que le corresponde en la vida.

 Guardado está  el bocado para quien lo ha de comer.

 Y es que todo puede ser contado de otra manera, pero ¡ay…, hay que demostrarlo! Esa pequeña palabra agregada intencionadamente es una agresión a sus lectores, algo que no estaba en el guión y que a fin de cuentas viene a negar el pan y la sal de ese Portugal moderno. ¿Qué habría pasado si ese “no” es verdad? Pese a que cuando se publica también se hace con una fe de erratas, casi le cuesta el puesto de trabajo a  nuestro anodino personaje, y ahí aparece una mujer, María Sara, uno de sus superiores que le propone que cuente la historia como no es, que esta Historia Del Cerco De Lisboa en la que los cruzados no ayudaron a los portugueses; y volvemos a lo de antes, a la demostración de tu argumento.

La distinción entre el no y el sí es el resultado de una operación mental que sólo tiene como objetivo la supervivencia.

 Cuando Raimundo Silva comienza a trabajar en su nuevo texto, abandonando todo lo anterior, a imaginar personajes y darles vida en una realidad que jamás existió, cae en la cuenta de que lo que realmente desea es agradar a María Silva de la que se va enamorando y quiere agradecer su entusiasmo; una relación sentimental que marcará el resto de la narración y el resultado final. Es la coartada que le sirve a Saramago para demostrar el aislamiento al que está sometido Portugal, muy alejado de la grandes gestas históricas de antaño, como Raimundo Silva que lucha cuartilla tras cuartilla en blanco para rellenar textos sintiéndose aún más solo ahora que reescribe, como su país que está a un “lado del continente”, la virtud no es tan fácil como el vicio, pero puede ser ayudada.
Mezcla de cotidianidad con historia, de buscar frases profundas, la reflexión sobre la realidad de los hechos y de aquello que debe o no de creerse; a veces, sólo a veces, una palabra altera La Historia de la historia.
 El silencio tiene, si le damos tiempo, una virtud que aparentemente lo niega, la de obligar a hablar.

 El Evangelio Según Jesucristo es para mi gusto una obra enorme y que pone en cuestión esas verdades “tan absolutas” que de tanto serlo y a veces parecerlo no admiten un mínimo de rigor histórico y un raciocinio elemental. Libro complicado el de Saramago que en esta ocasión “la idea”, es Jesús: hijo, profeta, amante,  embaucador, iluminado… y así hasta acabar con el diccionario. Nada empieza que no tenga fin, todo lo que empieza nace de lo que se acabó. Cualquiera puede hablar, narrar de aquello que le contaron y si Lucas el Evangelista puede hacerlo sin haber estado presente en los hechos que aquí se desarrollan, cualquiera puede hacerlo también y escribir por tanto otro Evangelio, y a esa tarea se encomienda Saramago en esta maravillosa obra, de lo mejor de su narrativa. No se inventa nada que no esté ya en las escrituras, el matiz está, en la interpretación;  como si ya conociésemos la película, pero el actor le da otra dimensión, otra forma de analizarlo.
 Y empieza por el final, o al menos aquel que todos desde niños hemos tenido alguna referencia, da igual de donde procedas y en lo que creas o no; ya te habrás dado cuenta, todo es relativo. Saramago nos pone a los pies de la cruz donde tres individuos han sido crucificados y al parecer, sólo el del medio goza de cierta reputación o al menos desde su mirada lánguida y aún con escasa vida observa  que tiene quien le quiera o se preocupe de su persona: la bella María Magdalena que se presenta en esta hora tan trágica con un escote tan abierto y un corpiño tan ajustado a su cuerpo que  hace subir y realzar la redondez de sus senos, lo cual no hace más que atraer  miradas ávidas de hombres que pasan por allí; a su lado María, madre del finado, con el rostro lacrimoso y las manos desfallecidas, viuda de un carpintero y madre de varios hijos e hijas que a su vez apoya el antebrazo en otra mujer, María, hija de ésta. También se encuentra apesadumbrado un joven, Juan, con mirada perdida y llena de dudas.
  El alma, hijo mío, para salvarse, necesita el sacrificio del cuerpo. Saramago excava hasta las raíces de la propia civilización para hacer preguntas esenciales. El Evangelio Según  Jesucristo responde al deseo de un hombre, no niega la religiosidad latente de cada persona, ni se niega lo divino, lo que se hace es interrogarlo y ponerlo en cuestión. Lo mucho puede ser compartido, lo poco no.
 Afortunadamente ya habían caído en mis manos otras lecturas de Saramago, con lo cual avisado estaba de lo que iba a encontrar. Ese humor finísimo que desarrolla a lo largo de toda la novela, ese Jesús niño y luego adolescente que como tal riñe y pelea con sus hermanos y hermanas; las envidias, los celos, todo de lo más terrenal y creíble. El hombre nacido de mujer es escaso de días y rico en inquietud. Tal vez Cristo sea el parido de hembra más famoso de nuestra especie, pero tuvo una familia, un entorno, un espacio único e intransferible como cualquier otro ¿mortal? La historia es de todos bien sabida, pero los ”matices” es una parte importante en la obra; a un José carpintero, hombre normal tirando a pobre de escasa cultura casado con una adolescente que es María concibe a Jesús, ella tampoco es muy lista ni culta, las relaciones de pareja son escasas: los  hombres comen primero y aparte, las mujeres después y éstas hablan cuando se les pregunta, su embarazo no queda acreditado a qué se debe más allá de relaciones sexuales normales como si a través de José, Dios hubiese unido su esperma al del carpintero o fue un sueño o alucinación de María, no queda claro. Todo el desarrollo del texto nos lleva a un viaje a Belén para censarse, el nacimiento de Jesús en una cueva, los pastores que le asisten y le dan leche, queso… la matanza de  niños de Herodes, la huida a Nazaret… pero todo está despojado de misticismos, todo terrenal con los miedos y pasiones de los humanos y he ahí su grandeza.
 Vamos descubriendo los seis hijos y dos hijas que tuvieron José y María y observamos a un Jesús adolescente, díscolo, rebelde, a veces maleducado, de escasa cultura, impetuoso que sigue las enseñanzas del Torá y las interpreta como todos, cada cual a su manera. Todo lo que sigue ya lo conocemos: María Magdalena a la que conoce y se enamora de ella, antigua prostituta la aparta “del mal camino”, normal si entendemos que el chico en cuestión, Jesús, es un chaval sano de 18 años y viven como marido y mujer. Los apóstoles, los milagros, los peces, los panes, el andar sobre aguas… pero todo es muy diferente a lo que utilizaron Marcos, Mateo, Juan y Lucas, es ahí donde Saramago con sus matices y su crisol especial da un giro diferente.
 Dentro de la obra maestra que es El Evangelio Según Jesucristo y de lo que le cuesta poner un punto y aparte, escaso de diálogos, parte de su encanto y de su maestría en toda su narrativa, no quiero dejar pasar por alto el exilio de los 40 días que vive Jesús y cuando  Dios se le aparece junto al Diablo y le rebela los planes de expansión que tiene para el mundo y que él, una especie de primer ministro actual, es el encargado de divulgarlo más allá de esa pequeña porción de tierra que es el pueblo hebreo, ¡ no tiene desperdicio ! De nada le sirve negarse, rebelarse  y más cuando conoce el sacrificio que ha de hacer, su propia vida y crucificado… todo lo que vendrá luego: Las Guerras Santas, Las Cruzadas… todo es tan apocalíptico que hasta Lucifer quiere mediar y Dios se lo niega: Si el Diablo no vive como Diablo, Dios no vive como Dios. Creo que con eso está todo dicho.
 Saramago establece el debate, no niega ninguna divinidad, cada cual lleva una, sólo introduce preguntas, se cuestiona todo lo que se dice no dando por cierto todo lo que nos ofrecen, no era nada nuevo en su obra como ya sabemos, y en la medida de lo posible con un humor finísimo trata de racionalizar y terrenal, izar, si se me permite, tan ardua cuestión.

 Cuatro años después nos llega con otra gran obra, casi aterradora, en esta ocasión “el matiz” se encuentra en la vista, ¿qué pasaría si todos nos volviésemos ciegos, perdiésemos la visión? Da yuyu…  Ensayo Sobre La Ceguera nueva vuelta de tuerca sobre el género humano y sus diversas variantes; la crueldad, la pérdida de principios éticos y morales, un mundo inundado por una espesa luz blanca que nos volvería egoístas,  duros, toda una sociedad dominada por el pánico buscando una esperanza que nos devuelva a la cotidianidad, aunque esta sea fea y a veces difícil. Como siempre escrita casi sin puntos y aparte, no deja de ser excelente, el género humano tensado hasta el máximo.
 Nos saltamos Todos Los Nombres con la que he abierto este blog pues fue la primera novela que leí de Saramago y es la publicada posterior a Ensayo Sobre La Ceguera, para llegar a otra de sus cumbres narrativas, la hermosa La Caverna, máxima expectación creada pues había sido galardonado dos años antes con el  Premio Nobel de Literatura ( 1998).
 Nos proporciona una mirada atenta al mundo moderno, como la obra homónima de Platón, una pequeña familia de alfareros comprende que ha dejado de ser necesaria al mundo que tienen delante, el de las grandes superficies, y no saben si serán capaces de cambiar de piel tan rápidos sin que antes no les alcance la extinción. Dos mundos contrapuestos. Es una estupidez perder el presente sólo por el miedo de no llegar a ganar el futuro.

 Como siempre llena de monólogos interiores, se evitan los diálogos, personajes muy trabajados: Cipriano Algor el alfarero, su hija Marta y su yerno Marcial Gacho, sobre ellos tres edifica la capacidad para expresar ternura, afectos; hasta Encontrado, de nuevo un perro que simplemente aparece sin más explicación y un amor tardío en el patriarca, viudo hace tiempo en Isaura, suficiente para tejer una obra atractiva, hermosa de leer y donde el centro comercial es la moderna Caverna donde perdemos horas, dinero, ilusiones y compramos a veces cosas que  no necesitamos y nos damos cuenta cuando llegamos a casa. Hay momento así en la vida, para que el cielo se abra es necesario que una puerta se cierre.
  Quizás se sentía solo o pensó Saramago, ¿qué pasaría si yo fuese dos? Uno+uno son dos. Si la especie se multiplica, tal vez una misma persona pueda ser duplicada, como una fotocopia, la misma moneda  y la misma cara. ¿Cómo saber quiénes somos, qué nos define como únicos, podríamos vivir en el otro sin lo que los allegados se dieran cuenta?

 Tertuliano Máximo, un profesor de 38 años, es el protagonista y hace ese descubrimiento justo en un momento de crisis personal: acaba de terminar con María Paz, su novia, y se ha dado cuenta de que ya no tiene mayores expectativas profesionales. Por mera casualidad encuentra a su duplicado, un actor secundario que no es identificado en los créditos de la película, y ese hecho azaroso se convierte casi en una obsesión para él. Recién hacia la mitad del libro lo consigue, y aunque la experiencia resulta decepcionante, al menos lo ayuda a superar su crisis y a retomar con renovado entusiasmo su relación con María Paz. Pero las consecuencias del encuentro entre los “duplicados” resultan finalmente trágicas para ellos y todas las personas de su entorno.


  Levantado del suelo en realidad es su primera novela (1980) con que el obtuvo el premio ciudad de Lisboa y en el que Saramago da identidad a su propia manera de crear, de desarrollar su obra literaria. En muy simple en su apariencia, comienza por lo que el autor mejor conoce, las gentes de campos sencillas, tiernas, con sus virtudes, sus miedos, sus alegrías y fracasos en un territorio portugués muy concreto: el Alentejo. Y le sirve para dar un repaso a este país durante gran parte del siglo XX hasta la revolución de los claveles de la década de los 70.  Todos los días son iguales y nunca ninguno se parece.
 Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. La mirada de Saramago se centra en la miseria, sacrificios e injusticia de una familia de campesinos durante tres generaciones en una condición de casi esclavos de los latifundistas del Alentejo, región del sur de Portugal. A través de Domingo Maltiempo se inicia la saga que abarca hasta su nieta María Adelaida que sale a la calle a celebrar  como miles de sus paisanos la victoria de la revolución sobre la dictadura.
 El libro vino a acercarse a la vida, la fuerte denuncia social, la descripción del paisaje que es protagonista junto con sus gentes de toda la narración; el Estado, los latifundistas, la Iglesia Católica con su doble moral (curioso el cura Agamedes), no sólo sermonea sino que interroga a los campesinos cuando éstos se van agrupando en organizaciones políticas para obtener mejoras en su vida. Saramago conocía desde pequeño perfectamente esta existencia, no en vano él se crio con sus abuelos Jerónimo y Josefa y poseía una amplia información sobre el modelo de vida agrícola de estas gentes, y lo hace sin caer en dogmatismo panfletario aunque cae en la empatía sobre el paisaje, los animales y las plantas del medio ambiente. Pero los niños, si pueden, crecen.

 Ensayo Sobre La Lucidez es una novela eminentemente política escrita por este “comunista libertario” donde trata de montar toda una fábula sobre la moderna democracia. Pasados los 80 años se sigue sintiendo ágil, con una luz intelectual que da envidia, atento a la realidad más cercana no se deja dominar por premios y halagos y a esta edad en la que parece que uno ya lo sabe todo, sólo hace falta recordarlo, sigue repartiendo estopa, literaria se entiende, de la mejor calidad.
 ¿Dónde está el matiz esta vez? En un país, cualquiera, no se da nombre, en las elecciones municipales de la capital, la mayoría de los habitantes optan por el voto en blanco, obligando a que se hagan nuevas elecciones, en las que los votos en blanco aumentan, llegando al 85%. Entonces las autoridades, encabezadas por el propio presidente y sus ministros, deciden enfrentarse a lo que consideran una conspiración contra la democracia. Abandonan la ciudad, llevándose al ejército y a la policía, y declaran la emergencia y el estado de sitio. A pesar de ello, los “blanquistas” logran organizarse y vivir en paz sin autoridades; por eso éstas comienzan a perpetrar asesinatos y atentados terroristas, mientras acusan y juzgan públicamente a personas inocentes, para asegurarse que sean los mismos ciudadanos los que pidan el retorno del antiguo orden.
 Bien desarrollada  y basándose en diálogos entre las diversas autoridades y en sus declaraciones y comunicados públicos, con un humor negro soterrado, cuidado el lenguaje, no deja títere con cabeza, al margen de las “autoridades competentes”, a las televisiones, a los distintos medios de comunicación, a la policía,  a los servicios de inteligencia… es excelente y a ratos divertida, ¡y da que pensar!
 Pasa que a veces a uno le da por filosofar, en ocasiones en solitario y otras con amigos, y en esas charlas salen cosas que uno quisiera cambiar, que tuviese una metamorfosis , que la realidad fuese superada por la hipótesis, para variar; por ejemplo la única verdad absoluta conocida y objetiva: la muerte, de una vulgaridad aplastante pues a todos nos concierne y nos llega, y si por un casual dejase de “existir”, que no fuese el horizonte que a todos nos espera sino un simple impás, o se quedase suspendida, etérea, así, sin más. Dos años después de publicar El Hombre Duplicado, Saramago nos entrega una nueva obra y el argumento no puede ser más certero y objetivo: la defunción de cualquier homínido ha desaparecido en un país que no se nombra, decide dejar su trabajo letal.
 Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme. Eso es lo que nos propone Saramago en su obra Las Intermitencias De La Muerte, como es lógico la euforia colectiva se desata, pero eso sí el tiempo sigue avanzando más allá de esa nochevieja en que los excesos no matan a nadie y con el trascurso de los días con sus noches, las autoridades gubernamentales, las sanitarias; etc., no dan crédito que enfermos terminales no “se van”, sino que todo lo contrario hasta mejoran de sus dolencias. Esto empieza a acarrear no serios problemas, si nadie muere las funerarias no sirven para su principal propósito, el futuro se avizora entonces intratable en una población en constante envejecimiento y creciendo, no pudiendo  hacer frente a las consecuencias.

 Las religiones, todas, por más vueltas que les demos, no tienen otra justificación para existir que no sea la muerte. La iglesia, señor Primer Ministro, está de tal manera habituada a las respuestas eternas  que no puedo imaginarla dando otras. Aunque la realidad la contradiga, desde el principio no hemos hecho otra cosa que contradecir la realidad, y aquí estamos. En este soliloquio tan de Saramago se centra parte de la novela. A lo largo de quince capítulos, el escritor portugués nos regocija con el estilo particular de sus libros, ese que contiene ironía y reflexión constante como principales características. Los diálogos entre los personajes (incluidos dentro de la narración, evitando las tradicionales formas de escritura de diálogos) poseen una gran profundidad y dejan al descubierto la condición humana en todo su esplendor; altamente recomendable es la acalorada discusión entre el Primer Ministro y el Cardenal acerca de la ausencia de la muerte, que además de ser ácida, mordaz y divertida, nos presenta de forma clara y contundente la reconocida postura crítica del escritor acerca de la iglesia y la política.

Página tras página veremos a la iglesia intentando evitar que su discurso sobre la resurrección quede obsoleto, a los encargados de los asilos y los hospitales desesperados ante el colapso de sus instalaciones, a los vendedores de seguros buscando qué asegurar, ahora que la vida no corre peligro de muerte, y a los políticos buscando explicar lo inexplicable, con sus gastadas técnicas dialécticas. Allí aparece la “imaginación” ante la crisis, con situaciones tragicómicas e inolvidables que dejan en clara evidencia los recursos (salvajes) de los diversos sectores para no perder el negocio; claro ejemplo es el fragmento en el que las empresas funerarias proponen al gobierno declarar obligatorio el entierro de los animales, especie que es ajena a esta “no muerte”. Todo lo que pueda suceder, sucederá.
Parábola de la corta distancia que separa lo efímero y lo eterno. La muerte tiene un plan. Se buscarán maneras de forzar a la muerte a matar aunque no  lo quiera, hasta el día en que la muerte decide volver… Cada uno de nosotros es por el momento la vida. La convulsa realidad del universo en el que somos un hilo de  mierda a punto de disolverse.
 Poco a poco, novela a novela, me iba poniendo al día con Saramago, leída en agosto del 2008, cuatro meses después de acabar Levantado Del Suelo, no podía cambiar más de argumento y de interesarme tanto.
 Vaya por delante que cuando cojo a alguien (literatura, cine, música) que me gusta lo disecciono como un cirujano y tengo épocas de leer sólo a dicho autor/a… y de Saramago pasé de su poesía porque mi existencia no está para versos y para eso ya tengo a Machado, Lorca y el Punk; de ensayos me basta con la vida cotidiana que además de manchar quiebra el ánimo, y de los libros de viajes me interesa “estar” y no que me lo cuenten. Soy de narrativa… cada uno elige, abarca poco aprieta más.

ALCANZAREMOS LA PRIMAVERA.-  Iba a la par de lecturas y publicación con José Saramago hasta que unas neumonías le tuvieron a las puertas de la muerte, esa misma que había desistido de sus funciones en la anterior novela Las Intermitencias De La Muerte. La frase, es suya de Pilar del Río, su mujer y su traductora, se la leí en una entrevista y lo que son las cosas, me enteré estando en Lisboa con un pie de foto del escritor luso algo demacrado. Pasaron los meses y sí, alcanzamos de nuevo la primavera en forma de un viaje épico llamado Salomón que allá por mediados del siglo XVI tuvo que recorrer parte de Europa por absurdas estrategias y caprichitos reales. Era el tiempo del rey Juan III, que ofrece por esas cuestiones tan raras de “estado” a su primo Maximiliano de Austria, un elefante, y claro, tenía que ser africano.
¿Cómo yo, que estuve tan enfermo, encontré el humor para este libro?", se preguntaba el mismo Saramago en su presentación en la Casa América de Madrid.  Ambientada en el siglo XVI,  esta novela nos relata un hecho real, por muy absurdo e irrisorio que pueda parecernos. La obra en sí  obedece a la casualidad, que siempre suele ser la que enciende la mecha y nos enardece para que escribamos.  Eso fue en cierto modo lo que le ocurrió a Saramago. El escritor entró casualmente en un restaurante de Austria llamado El Elefante y en un momento de la conversación se fijó en unas pequeñas esculturas puestas en fila de derecha a izquierda. La primera era la Torre de Belén en Lisboa, y junto a ella, colocadas en fila a modo de itinerario, había diversas representaciones de edificios y monumentos. La curiosidad de Saramago salió a flote y una vez le fue relatada la historia, decidió que ahí estaba encerrado el corazón de una novela y se dedicó a documentarme a conciencia para poder contar el viaje.

 La vida se ríe de las previsiones y pone palabras donde imaginábamos silencios y súbitos regresos cuando pensábamos que no volveríamos a encontrarnos.

Aunque el trasfondo sea real, lo cierto es que la historia oscila hacia los personajes. Son sus voces corales las que oímos a través de una voz omnisciente que les permite tomar las riendas de la historia, aunque haga intromisiones, algunas digresiones y observaciones al uso, algunas anacrónicas, que acentúan el carácter irónico del relato. El libro se detiene ante todo en esa bulliciosa caravana que se orquesta para satisfacer las necesidades del elefante en movimiento.  Los personajes en su deambular sacan sus pechos, se pelean, defienden sus ideas o su derecho a la custodia del animal, frente a huestes en apariencia hostiles y ofrecen lo mejor de sí para que la caravana llegue feliz y a salvo a su destino.  De toda esa red humana que construye Saramago, sobresalen algunas voces con más fuerza que otras. Como la voz arrogante del comandante que en un principio considera humillante su destino, aunque poco a poco se va encariñando con Salomón,  sus comentarios suelen ser replicados por el fiel cuidador del animal, quien, aunque alegue no conocer del todo la naturaleza del elefante, se convierte en su voz, en su estómago y en el salvaguardo de sus necesidades más básicas: dormir, comer, hacer la siesta, etc. El cuidador parlamenta siempre con la comitiva buscando el solaz del animal, que asiste a todas las disputas con verdadero estoicismo.
 Siempre acabamos llegando a donde nos esperan.

  Algo que apreciará pronto el lector habitual de Saramago es que esta es una de sus novelas más gozosa de leer. El Nobel portugués no renuncia a sus caprichos sintácticos, a escribir de renglón seguido sin hacer diálogos ni usar mayúsculas más que al comienzo de cada oración, pero a estas alturas los domina con suficiente soltura como para que se acepten con naturalidad.
Sigue los parámetros de la novela histórica con interrupciones a lo imaginario y fantástico, lo cual deja vía libre a un desarrollo con forma de cuento todo ello impregnado del humanismo irónico que es marca de la casa.
 Caín. Su última obra y lo pilla en plena forma, pasado el susto se recupera y con todas las luces posible nos honra a los humanos con una excepcional novela, repartiendo hasta el final con la marca clásica de la casa: ironía, talento, humor, incisivo…  Qué diablo es éste que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín.
José Saramago vuelca una visión de los hechos bíblicos madurada al calor de los años, las experiencias y los libros; una visión que ante todo está teñida de crítica y cuestionamiento, que huye de los lugares comunes y de la parodia fácil aun a riesgo de resultar insolente; una visión que, en definitiva, tiene en la injusticia y el dolor humano el faro de todo razonamiento.
 Regresar al primer crimen de la humanidad dio pie a Dios en su infinita soberbia condene por segunda vez a los hombres y destierre a Caín a andar perdido para los restos… Vuelta de tuerca con la maravillosa El Evangelio Según Jesucristo, esta última obra se nos presenta más corta, concisa y directa que la anteriormente citada pero llena de elegancia, siguiendo los pasos de Caín nos mostrará a través de los ojos del homicida El Antiguo Testamento y seremos testigos, como si viésemos una película o un pase privado: el sacrificio de Isaac por Abraham, la ira de Moisés en el monte Sinaí, asistiremos a Sodoma y Gomorra, hasta El Diluvio Universal; con una característica común: la crueldad del dios cristiano y sus caprichos arbitrarios.
 La duda es el privilegio de quien ha vivido mucho. Caín puede hacer y decir lo que desea y Saramago aprovecha tal ocasión para ver a través de sus ojos, ¿qué tiene que perder si ya lo ha perdido todo? Por eso se cuestiona el pasado, el sentido de la vida.  El autor una vez más se hace preguntas, cuestiona la Biblia con los ojos de Caín, espectador privilegiado de no sólo lo que acontece, sino de lo que vendrá después y ¿para qué? Habiendo detenido al sol, no necesitó despertar a la luna.
 Novela corta de apenas 13 capítulos y que no llega a las 200 páginas, y como en tan poco espacio se puede contar tanto, si Saramago corridos largos los 80 años era capaz de hacer una genialidad, y a diez años vista de que le otorgaran el Nobel de Literatura, es que todavía había una rendija de luz.  Estoy cansado de esa cháchara de que los designios del señor son inescrutables. Dios debería de ser transparente y limpio con el cristal en lugar de este continuo pavor.




 BIBLIOGRAFIA

LEVANTADO DEL SUELO – 1980    
EL AÑO DE LA MUERTE DE RICARDO REIS - 1984
LA BALSA DE PIEDRA - 1986
HISTORIA DEL CERCO DE LISBOA - 1989
EL EVANGELIO SEGÚN JESUCRISTO - 1991
ENSAYOS SOBRE LA CEGUERA - 1995
TODOS LOS NOMBRES - 1998
LA CAVERNA - 2000
EL HOMBRE DUPLICADO - 2003
ENSAYO SOBRE LA LUCIDEZ - 2004
LAS INTERMITENCIAS DE LA MUERTE - 2005
EL VIAJE DEL ELEFANTE -2008
CAÍN - 2009






 José Saramago : Azinhaga 1922 (Portugal) – Tías – Tenerife – 2010 ( España ). Premio Nobel de Literatura 1988.




Comentarios

Entradas populares