CANTO RODANTE 4
COSMOPOLITA Y ESCÉPTICO
Regreso a la más absoluta tranquilidad. El otoño llegó como siempre, sin avisar ni medios tiempos. De una semana que ibas con camiseta en septiembre a llevar cazadora de cuero a la siguiente.
Afortunadamente en el trabajo no había muchas complicaciones, al menos intentaba ser pragmático y no perderme en discusiones que no iban a ningún lado. La firma se expandía y me propusieron entrar de jefe de tienda en la de la calle San Martín. No sabía como tomármelo, siempre son caramelos envenenados. Tendría menos trabajo cara al público porque nada tenía que ver este local con el de la Gran Vía. Como soy muy escéptico y los cambios no me gustan ni para mejor, dudé, pero de la sugerencia se pasó a la orden.
- Con tú edad, ya debes de asumir más responsabilidades.
¿ Qué significa eso ? Ganaría más, me encargaría de la selección de personal, de llevar parte de la contabilidad; vamos que la vida es el napalm que arrasa la teoría.
No variaba mucho mi existencia. Podía desplazarme igual desde casa andando, estaba en pleno corazón de Madrid entre la Puerta de Sol y Ópera. El sitio lo conocía, de pequeño íbamos con nuestros padres a la iglesia del Niño Jesús, mi madre era devota, mira tú por donde y estaba al lado del nuevo destino laboral.
El otoño llegó con ese cambio, Patty Hopkins de vuelta a Estados Unidos, yo quedando con Jaime para ir al cine o algún concierto y cuando el tiempo acompañaba quedábamos los tres para tomar el aperitivo en alguna terraza cubierta de la calle General Perón, que era por donde Jaime vivía, hasta que se instaló a primeros de año definitivamente en La Moraleja con Marga y sus dos hijos. Él ya trabajaba desde hacia tiempo en un departamento del Ministerio de Sanidad, había acabado Estadística, que nunca supe para que sirve. En cuanto a ella, su inmobiliaria de segunda mano iba viento en popa y ganaba mucho dinero. Su oficina, instalada en la calle Santa Engracia, en pleno barrio de Chamberí, acogía a un buen número de vendedores y compradores.
- Debes ir pensando en comprar algo, José, ahora es buena época, esto va a ir subiendo... me decía Marga entre martini y martini.
Una de las ventajas que tenía mi nuevo puesto era que no tenía turnos partidos. Trabajaba de lunes a viernes y amén. Así pues podía tener los fines de semana libres.
Empecé a leer novela negra de manera convulsiva, primero los grandes de la literatura americana, luego la europea.
La televisión me estimulaba muy poco, con lo cual invertía gran parte de las noches tumbado en la cama mientras leía o sobre una hamaca, con el flexo en un lateral de mi rostro. Dashiell Hammett o Raymond Chandler pronto se convirtieron en mis compañeros durante las horas que pasaba en mi cuarto.
El detective Sam Spade con sus métodos tan particulares y en una época del siglo XX en concreto, desarrollaba una radiografía muy particular de la sociedad americana. No en vano, la literatura y el cine negro conseguían un acercamiento más real que las edulcoradas comedias de Hollywood, que siempre me parecieron inaguantables y muy alejadas de mi vida cotidiana.
Cosecha Roja, La Maldición de los Dain, El Halcón Maltés, La Llave de Cristal o El Largo Adiós de Raymond Chandler con el uso del género negro como instrumento y análisis de la crítica social, ayudados sin duda estas obras por las grandes películas que se desarrollaron algunos años después, me llevó a ser un gran lector de todo lo publicado hasta entonces.
Con el tiempo un libro te llevaba a otro y a descubrir cada pocas semanas a otros autores. Ross Macdonald, Frederik Forsyth, Mario Puzo, John Le Carré; otras veces para atrás como con el Blues a autores de las décadas pretéritas : James M. Cain : El Cartero Siempre Llama Dos Veces, Pacto de Sangre... de las cuales se fueron haciendo adaptaciones cinematográficas con excelentes resultados. Ese cine en blanco y negro, seco, duro, con tipos de una pieza.
Yo tenía 28 años, trabajo, buena salud, algo de dinero, miles de discos y algún centenar de libros, y de a poquitos empecé a comprar cintas de vídeo para ver en casa. Ya que no tenía pareja, empecé a plantearme sacarme el carné de conducir, deseaba tener una moto pero no descartaba el coche. De cualquiera de las dos maneras tendría que alquilar o comprar plaza de garaje, donde vivía era imposible otra alternativa. Con la llegada del nuevo año llegó la boda de Jaime y Marga, así pues ya no tendría coche compartido.
Pasadas las Navidades, a primeros de enero, se casaron. No había asistido a una boda jamás. Al menos de adulto, me invitaron a varias, no fui a ninguna, de hecho no he ido ni a la mía. Pero esta era especial. Porque mi amigo Jaime se casaba y para Marga era la segunda vez y para las mujeres: la primera es para lo bueno o lo malo; el segundo intento sólo para lo bueno, así pues debía de haber visto el futuro. Lo único que tuve que hacer fue comprarme un traje a medida y asistir a la ceremonia, luego al banquete y posterior fiesta. Como novedad en mi existencia urbana, no estuvo mal. Aunque supe enseguida que pese a tener dos amigos, ya nada volvería a ser igual. Cuando se va de single por la vida uno es una especie de cuña que se va introduciendo poco a poco hasta resquebrajar el leño, pero jamás vuelve a ser lo mismo. Eso se va aprendiendo con el transcurrir de los años, más bien hasta llegar a la treintena donde se pone a limpio los apuntes y luego ya cuesta mucho cualquier rectificación.
Hay que hacerse preguntas correctas para obtener respuestas adecuadas. Dejé todo en suspenso. Vivía muy bien al lado de mi madre, no nos estorbábamos y mi hermana aparecía todos los días por casa. Pero empecé a darle vueltas a comprar algo propio. Todo el mundo que giraba a mi alrededor parecía tener fórmulas mágicas para vivir mejor. Te daban consejos de manera inmediata. En el caso de Marga era admisible y lo estaba valorando, aparte de ser mi amiga y quererla, me propiciaba un punto de vista analítico que yo desconocía y sé que lo hacía porque sabía de lo que hablaba. El resto de los mortales balbuceaba ocurrencias hasta que mi cara de póker y sin decir nada, les aplacaba y no insistían. Parecían poseer una porción de la realidad de la que yo carecía.
Nada mejor que el tiempo para situar a cada uno en su sitio. Los universitarios que me cogieron delantera la década anterior, salvo alguna sorpresa, ninguno era feliz ni trabajaba en lo que terminó, tenían estudios superiores y nómina inferior a la mía. Todo eso me hacía ser muy escéptico porque tampoco veía la ventaja que yo podía tener. Hacía mucho que no quedaba con nadie, pero tarde o temprano te acababas encontrando con alguno o en la misma tienda, luego se corrían las voces. A alguien hubo que le sorprendió, aún me hacían repartiendo octavillas en la boca del metro. ¡ La vida .!
Pasadas una semanas en mi nuevo destino, terminaba mi jornada merendando en el Café Real de la Plaza de Ópera. Me relajaba acabar las tardes allí. Tenían toda la prensa, podías tomarte tú café con leche y algo de bollería mientras hojeabas el periódico o leías con atención algún artículo o noticia. Echabas tú pitillo sin que nadie te molestase.
Como siempre pasa, una vez que vas varios días al mismo sitio, acabas intimando con el personal de la cafetería y echándote alguna charleta. Como a veces iba con discos sobrantes en la tienda, aquellos que se perdían en el almacén, pues empecé a hacer amistad con dos de las camareras que estaban en el turno de tarde.
¿ Dónde trabajas, qué haces ... ?
Que caminos nos tiene guardados la existencia, que meandros y vueltas para volver al río principal. Acabada en el verano mi relación sentimental y finiquitado el último número de La Luna, parecía que al final del año se terminaron ciertos sueños. Se acabó una etapa. Habría más. No me sentía mal, incluso libre... pero ya no era capaz de salir y sentarme solo horas enteras en la Plaza del Dos de Mayo, simplemente estando. Me dolían los huesos si miraba de soslayo y no encontraba la cara de Patty Hopkins... era soledad o nostalgia decaída.
Llegado el otoño y en vísperas de las Navidades, Clara, una de las camareras me presentó a su prima Rita, que trabajaba en Juteco de dependienta. Parecía haber hecho el papel de Celestina pues la muchacha sabía algo de mi, lo poco que le comenté entre café y café a su pariente. Pero las mujeres, siempre más intuitivas y con ese afán de tener un proyecto, creyó que le encajaría y no dudó en presentármela la tarde en que Jaime y Marga me dijeron que se casaban a primeros de año. Que ya tenían todos los papeles, el divorcio de ella y las tres amonestaciones del Juzgado; así pues a primeros de año juntos.
Había mujeres que llevaban sus cuerpos como si fueran ciudadelas que sólo los hombres más valientes pudieran tomar.
EL PADRINO
No fui consciente hasta años después que cayó en mi manos la trilogía de Coppola que en esta Obra " está la vida ". La explicación de todo: si tienes la calma, la paciencia, la inteligencia... para ir viendo de a poquitos el transcurrir de la existencia; igual que hacen las gallinas cuando beben y levantan el hocico sobre el suelo, mantienen un segundo la cabeza en alto como si pensaran e insisten en su picoteo.
Vi en pantalla grande los tres estrenos, las dos primeras me pillaron sin preparación y con acné en las mejillas. Luego, en casa, me estudié las tres. Hallé la piedra filosofal de la vida: honor, guerra, codicia, poder, familia... En esas largas noches en que me quedaba en casa donde la televisión aún tenía dos canales, a veces ponía el vídeo o me marchaba a mi cuarto a leer.
A finales de los ochenta mi vida transcurría entre el trabajo, el Rockola, algún concierto y mi casa. Llegó el invierno crudo con nevadas, algo raro en Madrid, aunque el frío era algo usual en el Foro; mejor en casa que en cualquier parte. Disponer de un aparato de vídeo supuso para mí como descubrir el maná. Ver una y otra vez un film en tu salón: rebobinar, darle para atrás y adelante, parar, copiar frases... Tener a mi hermana en el Corte Inglés donde los estuches de cintas de vídeo eran un primor, sacarlas a un precio más bajo a través de ella, fue todo un descubrimiento.
Así pues invierno de cine: Coppola con las dos películas de El Padrino, la III se estrenó muchos años después; La Conversación, La Ley de la Calle, Cotton Club y la nueva entrega con más minutos de Apocalypse Now, cinta que pude ver en pantalla grande en la Paseo Principal de Almería en mis tiempos de soldado y que con el paso del tiempo comprendí. Años más tarde con Patty Hopkins volvimos a verla en los cines de la Plaza de los Cubos en V.O.S. Alguien que llevaba tatuado en su espalda a The Doors, no podía ser menos que una fans de dicho film.
Como una cosa te lleva a la otra como la literatura, una película te hace navegar hacia otro río y éste a otro, a veces encuentras meandros, otras te paras... pero siempre es estimulante.
Empecé a revisar ese cine de los 70 maravilloso. Aquel que en mi adolescencia cuando se fue estrenando no presté atención porque mis conocimientos de la vida no eran tantos, no daba más de sí. Pasa como con los discos, unos tardan mucho en penetrar en tu sensibilidad, luego se quedan para siempre. Observas texturas, sugerencias, sutilidades...
Tenía - tengo - la manía de ser ciclotímico y obsesivo. Cuando escucho a un grupo o solista: lo despedazo. Busco su obra, me informo, la escucho varias veces hasta hacerme con lo que me interesa. Sé cómo suena al primer acorde. " Es este..." Con el cine me ocurrió igual. A finales de los ochenta las estanterías de la tienda se fue llenando de cajas, cofres, joyas cinematográficas que empezaban a hacer furor en la sociedad española y en los bolsillos. La misma obsesión que con el rock me ocurrió con el cine.
Exprimí a aquellos directores que me apasionaban. Yo era más de dirección que de actores. Scorsese : Malas Calles, Alicia Ya No Vive Aquí, Taxi Driver, El Último Vals, Toro Salvaje, ¡ Jo, Que Noche ! y El Color Del Dinero.
El perfeccionismo de Kubrick me sumía en pensamientos de los más profundos. Esa mirada sumamente aguda sobre su tiempo. Era neoyorquino de nacimiento y el hecho de que primero fuera fotógrafo que cineasta, me interesaba, todo lo relacionada con el mundo de la fotografía. Excelente adaptador de libros, supo llevar sus obsesiones a la pantalla de manera inimaginable y obsesiva. Renueva los géneros con un poder de invención formal fuera de lo común : El Beso Del Asesino, Atraco Perfecto, Senderos de Gloria, Espartaco, Lolita, ¿Teléfono Rojo ?, Volamos hacia Moscú; 2001 Una Odisea En El espacio, La Naranja Mecánica, Barry Lydon, El Resplandor, La Chaqueta Metálica. Cada obra muy distinta entre sí, pero llevaba su firma: los encuadres, la fotografía, el vestuario, los diálogos... Genio hasta decir basta.
Buñuel, Wells, Bergman... se unirían a un Eastwood más maduro y reposado que me daría alegrías con sus posteriores obras en los 90 y la llegada del nuevo siglo XXI. Fueron unos años " muy míos " rayando en el autismo intelectual, pero de gran disfrute y formación. La vida me había ido llevando hacia un lateral del río que me gustaba, me hallaba cómodo. La formación de : rock, literatura y cine cimentaba mi personalidad.
Llegada la primavera alquilé un ático de una sola habitación de apenas 30 metros y 22 de terraza en la calle Huertas. Cinco plantas con un pequeño ascensor. Hice caso a Marga, tenían la exclusividad de dicho inmueble y el fin era comprarlo pasados unos dos años. Los propietarios vivían en Málaga y querían sacarle partido antes de decidirse a venderlo. Y desde luego buenas referencias; como el piso familiar ya quedaba poco para liquidar la hipoteca, me lancé a ello; también en parte porque Rita aparecía demasiado por casa y no me gustaba verla cuando mi madre estaba en ella.
No quería caer en la disculpable vanidad del hombre solitario que tiende a creer que el suyo es un caso único.
CUIDANDO DEL NEGOCIO
Intentaba que mi existencia fuese apacible, duradera, diáfana en cuanto a sabiduría, centrado, ecuánime... Todo proceso exige una logística pero tiene que sustentarse en una base económica sino quiere fracasar y arrastrar deudas que, o pagarás a lo largo de tu vida, o dejarás un camino de hormigas que tendrán que liquidar otras personas allegas a tu existencia.
Con mi nueva casa de alquiler intenté transformar lo que hasta entonces era mi cuarto en toda mi expresión como persona. Requerí de un desembolso que podía permitirme y que además quería hacer. Acabé yendo a una autoescuela durante tres meses para prepararme el carné de conducir con el firme propósito de motorizarme y así lo hice. Escribí y llamé algunas veces a Ruta 66 para ver la forma de colaborar con ellos; La Luna se acabó en el número de Navidades y le había cogido el tranquillo a escribir crónicas de conciertos, pasar fotos, desarrollar argumentos... pero pasaron varios meses hasta que un día mi madre me entregó una carta de la editora para que me pusiera en contacto con ellos. Yo los leía cada mes, compartía lecturas con el Popular 1 y anteriormente con Vibraciones, ambas se editaban en Barcelona.
Era un tema que casi se me había olvidado. Entre tanto acabé de aprobar el carné teórico de conducir y en unos cuantas semanas más de prácticas, saqué el de moto y el de coche por insistencia de la autoescuela: mejor los dos juntos. No sé si me lo tomé muy en serio - era mi dinero y eso siempre ayuda a centrarte - pero todo salió a la primera.
Como venía siendo tónica habitual en mi vida, con la llegada de la primavera se acumulaban las decisiones: compré una Yamaha Virago 500 cc, alquilé un garaje por mediación de un camarero de pub que estaba debajo de mi casa, a apenas cincuenta metros de donde vivía. Trasladé mi equipo de música con un par de centenares de Lps a mi nueva casa, apenas unos cuantos libros y me dispuse a vivir como quería y deseaba sin renunciar a nada de lo conseguido hasta entonces. No tenía vídeo, pero a fin de cuentas la casa familiar se hallaba cerca.
Llegaba el final de la década y era como un ajuste de cuentas con el pasado. Cuando los del Ruta 66 me aceptaron en su familia recibía encargos de manera directa para escribir, otras veces sólo eran crónicas de conciertos por el área de Madrid, otras sería de libre elección; algunos meses era todo junto. No se ganaba mucho, pero era feliz. Mi trabajo sostenía mi vida y con eso me bastaba por ahora. El primer número que pude meter algo de mi cosecha fue un resumen de los conciertos grandes a los que había asistido en los últimos diez años añadiendo fotos de las entradas. Parece que gustó. Ni que decir tiene que esto me ocupaba mucho espacio en mi transcurrir diario, como tampoco era una persona excesivamente sociable, si por eso se entiende estar horas en los bares y en los domicilios ajenos o propios, pues lo era; invertía mi tiempo en mi trabajo y en esa pecosa llamada Rita que se fue metiendo en mi negocio hasta que un día compartíamos habitación, armario y cuarto de baño.
La llegada de una mujer volvió a darme esa tranquilidad de la que ya disponía, pero también a estar más pendiente de alguien que no fuese yo mismo. Comprobé con el transcurrir de los años que cuando vivía en pareja me convertía en mejor persona. Solo, era una especie de Clint Eastwood que caminaba a paso ligero teniendo claro a dónde iba en ese momento y de dónde venía. Con una mujer a tu lado reparabas en cosas nimias que jamás antes te habías fijado: escaparates, tiendas, marquesinas de anuncios, puestos callejeros, incluso buscar un sitio para sentarse a veces era un concurso de selección de ubicuidad idónea; solo, escogía el primer taburete en la barra de un bar y se acabó.
A Rita le gustaba el reggae y Scorpions y fue la única persona que pasó por mi vida que más tiempo empleé en enseñarle todos mis conocimientos musicales: desde la raíz del Blues más rural hasta la new wave británica, americana y española. Jamás volví a hacer un esfuerzo similar con nadie; entre otras cosas porque me perdía de lo espontáneo que me pudiese aportar el otro ser.
Con Jaime y Marga nos veíamos escasamente porque nuestras respectivas encajaban poco, a mi no me entusiasmaba la idea de cuarteto ni cuando estaba con Patty Hopkins. Así pues quedaba alguna vez a comer con él o llamaba a ella, o simplemente se presentaban por la tienda a comprar Lps o alguna cinta de vídeo. Jamás perdimos el contacto y respetamos nuestros territorios.
Bajamos con la moto " two riders on the road " rumbo a pasar una quincena en el Cabo de Gata, nos instalamos en Los Escullos y recorrimos los alrededores: Agua Amarga, Las Negras, San José... la libertad que te daba la Yamaha para ir de un sitio a otro era una sensación de libertad que hasta ese momento no conocía. Perderte de nuevo por Almería - donde cenamos una noche con Paco y su mujer - ; otras veces queríamos explorar nuevos territorios y nos adentrábamos en el interior de la provincia: seca, árida, de pueblecitos blancos sacados de un western... Fueron días de vino y rosas, noches espléndidas fumando algún pitillo de cannabis de buena calidad, mientras reposábamos la cena y contemplábamos la Luna, oliendo la brisa del mar y acariciándonos nuestros cuerpos como dos exploradores.
Venía muy bien escaparse de Madrid por una temporada, pero la sensación era un poco extraña: tanto paraíso me fascinaba, pero echaba de menos el humo de los carburantes de los automóviles, el trajín diario y las voces de las calles llenas de gentes.
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