CANTO RODANTE - 1
T U M B L I N G D I C E ( Dados rodando )
A MODO DE PRESENTACIÓN
Me llamo José Latimer, tengo 53 años y básicamente no hago nada, o al menos que se pueda llamar " productivo "; si por eso entendemos lo de ir a trabajar y crear beneficios a una empresa y tú recoger las migajas que según las que sean luego las llevas todas juntas a un banco, las examinan, escrutan... y a cambio te dan algo parecido a la felicidad. Es decir : naces, estudias, se supone que te preparas para " el futuro " , empiezas a trabajar, ganas dinero, conoces a una mujer, te casas, te compras una casa, empiezas a llenarlas de cosas que te harán la existencia más llevadera, tienes hijos o todo al mismo tiempo, practicas algún tipo de religión " porque algo habrá " y te has convertido en un perfecto imbécil que el sistema ha succionado en su enorme maquinaria.
He trabajado en diversos oficios hasta dar con mis huesos ya algo deteriorados en mi casa, que es donde mejor se está, sentado en una amplia tumbona con las piernas sobre un reposapiés, un purito en una mano mientras de vez en cuando doy un sorbito de café, solo por supuesto, y en la otra sostengo la última novela que me va deleitando y haciendo pasar eso que llamamos tiempo con total sosiego.
Entra un sol tímido de primavera por la terraza, a esta hora no me molesta en exceso, tengo extendido el toldo que me resguarda formando un largo círculo, como una especie de cortafuegos imaginario, pero que en apenas un par de horas será difícil de aguantar aquí en esta postura y concentración. A primera hora de la mañana es soportable, apenas se oye el ruido del tráfico, sólo el revoloteo de las palomas y de los pájaros que sobrevuelan el tejado interrumpen el plácido sonido del comienzo de un nuevo día. Es agradable la brisa que se extiende por la ciudad, el olor a flores que asciende por los patios de la comunidad, las plantas de mi terraza que ahora están en su esplendor; ningún ruido de radios ni gritos estentóreos, te dejan fluir la lectura con total tranquilidad y concentración.
A medida que el día se va metiendo en nuestras vidas, el sol aumenta y su calor también, ni siquiera mi gata, hasta entonces echada a mi lado sobre los frescos baldosines parece estar a gusto. Es hora de recoger y meterse en casa. No puedo menos de asomarme por la terraza y observar el tráfico intenso y fluido y los homínidos caminando por las aceras ligeros a sus distintos puntos de trabajo o quehaceres matutinos.
Y al igual que mi gata, me desperezo y decido entrar al salón de mi casa. Ya no tengo ningún dueño, jefe, director, etc; que dar explicaciones de mi tiempo. Soy dueño de mi hambre, espacio, de mi humor...
Empecé a trabajar de adolescente; repartía periódicos por la mañana a eso de las cinco y media y luego pasaba el resto de la mañana al lado de una boca de metro dando propaganda de una tienda de relojes, luego de comprar-oro,hamburguesería, inmobiliaria, y así hasta el infinito.
Se me pasaron dos así. No era mala vida, me daba para comprar libros y discos, vivía en casa de mi madre y con mi hermana, menor que yo, apenas dos años. Lo que sentía claramente era que todos mis amigos estaban en la Universidad y yo repartía periódicos y propaganda. Mi padre, abogado de profesión y sustento económico de la familia había fallecido justo cuando yo acababa COU, se suponía que iba a realizar Periodismo, por aquello de que a mí siempre me gustaba leer y de paso escribir pues por aquella época ya empezaba a tener ideas propias, pero con el fallecimiento de mi progenitor todo se desmoronó. Se necesitaba dinero en casa, la beca para estudiar no me la concedían hasta abril y el curso empezaba en octubre. Total, que no pudo ser.
Era más urgente comer que leer y así fue como comencé a trabajar creyendo que lo de estudiar era duro, más lo era levantarse cada mañana a las 5 para transportar miles de periódicos metido en una furgoneta hasta las 9. Luego con apenas un café y algún bollo salía disparado a la tienda para recoger tacos de propaganda y me instalaba a la puerta de una boca de metro a dar octavillas a cualquier transeúnte que se ponía a mi lado, y así hasta las 3, que exhausto y cansado me iba a mi casa, comía y me echaba la siesta, y el mundo podía esperar que yo me había ido por un rato.
CON EL TIEMPO EXACTO
Pasado un año del deceso de mi progenitor aquello parecía que tomaba velocidad de crucero, pero sólo era un espejismo en medio del desierto, se cernían demasiados nubarrones de arena que te cegaban el horizonte, no te dejaba ni ver con claridad, ni respirar a gusto. Dabas pasos tambaleantes, como el país, sumido en reivindacaciones diarias, posibles golpes de Estado para volver al agujero del que apenas habíamos asomado la cabeza; todo el mundo parecía tener razones irrevocables : políticos, sindicalistas, intelectuales... un hervidero de ideas que chocaban constantemente entre sí.
Desclasado de los que hasta entonces eran mis amigos algunos desde el colegio, todos en su universidad, poco a poco salvo los que vivíamos en el mismo barrio, nos fuimos descolgando, como si cada uno fuese saliendo de su crísalida para convertirse en mariposa. Yo no volaba, apenas despegaba mis pies del suelo.
Las prioridades de unos y de otro fueron ensanchándose, las orillas ya no eran paralelas y las aguas bajaban turbias. Me movía en la calle, apenas llegaba a casa a mediodía: comía y me echaba una siesta. A las cinco iba a una Academia para prepararme unas oposiciones al Ministerio de Administrativo. Allí estaba hasta las 9, de lunes a viernes, así poco tiempo había para ver a nadie más que no fuesen libros de texto y repartir octavillas de propaganda y periódicos por la mañana. Mi escaso bachillerato recién acabado no daba para mucho más pese a tener aprobado el acceso a la universidad. Así pues, a intentar cumplir el sueño de cualquier español: ser funcionario del Estado.
Los sábados desconectaba, incluso algún viernes por la noche al salir de la academia, con algún libro y los apuntes bajo el brazo, me dejaba caer por La Vía Láctea, en Malasaña, donde toda la fauna Punk se reunía en la Plaza del Dos de Mayo. A algunos los conocía de vista, anda que eran discretos en sus vestimentas y comportamiento, deambulaban por Tirso de Molina donde residía desde mi infancia.
El fin de semana para mí era una bocanada de aire fresco. Pero se aguantaba todo como sólo cuando tienes 19 años se aguanta creyéndose inmortal. El tema de The Sex Pistols me venía al pelo, pero se seguía por una senda demasiado incierta, donde sólo hoy importaba porque no sabías si mañana amanecería.
No todo era negro, apenas un mes antes de examinarme de la oposición ( era selectiva, había tres pruebas ), me di el capricho de comprar mi primer equipo de música; era marzo, la primavera asomaba en el horizonte y la lluvia era fresca y rejuvenecedora, respirabas mejor. Para mi enorme sorpresa aprobé el primer test para caer un mes más tarde en el segundo. Me decepcioné, pero pasadas unas semanas tampoco lo vi tan grave, no tenía tan claro que yo quisiese ser funcionario, aunque bien mirado, el horario no era malo aunque a nivel económico nunca me convenció, era la maldita seguridad de una paga del Estado.
Mi madre se convenció de que no seguiría los pasos de mi padre y algunas semanas después de dejar la Academia, ella entró a trabajar en la empresa Segarra, de fabricación de zapatos. Dejó de coser para los almacenes, y ese hecho que era irrelevante pero muy práctico a nivel económico en la familia, tuvo una gran transcendencia para los dos. Nos levantábamos y nos íbamos los dos de casa de madrugada, ella al polígono, yo al almacén donde me recogían con la furgoneta y a repartir prensa para los kioskos hasta las nueve. Más que madre e hijo parecíamos dos colegas trasnochadores, mi madre tenía 48 años yo apenas 19, esas largas charlas que los dos nos dábamos en el metro, teníamos el mismo trayecto, nos sirvió para conocernos; para mí, confieso, era alguien que quería, que estaba ahí, pero era algo natural que siempre había existido. A partir de entonces supe que pese a todo eso, era mujer, y muy guapa, pasado el susto más de un año después de desaparecer mi padre, entre el trabajo y la primavera, ella también empezó a florecer.
Pero como todo en esta vida, una cosa es lo que tú quieres y otra lo que sucede, rara vez todo va al unísono.
COMO UN CANTO RODANTE
No me importaba madrugar, encender la luz de la mesilla y encontrarme de frente con" la tierra de las mujeres eléctricas " de Hendrix, me ayudaba a levantar el vuelo; además presumía de ese disco y de esa enorme fotografía, prohibida en España todavía.
Pese a todo la nube no nos dejaba del todo. Vivíamos de alquiler y la disyuntiva familiar era seguir así o comprar el piso, pero todo quedó postergado hasta que yo acabase la mili. La renta era poco, los dueños del inmueble no lo necesitaban, todo era un negocio, pero al cabo de los años nosotros éramos los únicos realquilados del inmueble, para los propietarios, el tema estaba en vender. Eran constructores, compraban solares pequeños y con el tiempo y los trámites pertinentes en el Ayuntamiento obtenían la cédula de edificación. Total que una tarde mi madre y yo fuimos a las oficinas centrales donde nos habían citado, les expusimos nuestros temores, nos calmaron, mantendrían el alquiler dos años más y a mi regreso hablaríamos. O sea, que o comprábamos el piso, o nos pondrían el precio que quisieran de alquilados. Precio de mercado, que se dice.
Dando tumbos, como un canto rodante, logramos un aplazamiento. Total, el otoño ya llegó y a primeros de los 80 yo me iba a Almería, donde pasé 14 meses de mi existencia como militar sin graduación.
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