FRANCISCO UMBRAL: EL ESCRITOR DEL LIBRO ANUAL Y LOS MIL ARTÍCULOS
Dos seres de la noche heridos por la fría luz de aquella mañana crujiente.
Había publicado varias cosas. Articulista infalible durante décadas, sobre todo en su esplendor literario que fueron las décadas de los 70/80 donde se encuentra lo más granado de sus textos. Caería en mis manos Las Ninfas - 1976, en una edición de Círculo de Lectores y a una edad, la mía, propensa para leer dicha novela, que más o menos vino a coincidir por su publicación, ganadora del entonces prestigioso premio Nadal.
Con el paso de los años fui leyendo varias novelas de Francisco Pérez Martínez, o sea, Paco Umbral, que con el tiempo adquirió eso tan difícil de poseer y mantener: "un estilo". Y de ahí empezaré con El Giocondo - 1970, novela que venía precedida por otras que desde mediados de los 60 el escritor vallisoletano tenía publicadas en busca de hallar cierta luz, de dejar atrás las influencias de Larra y Galdós que había desparramado por Balada De Gamberros - 1965 o Travesía De Madrid - 1966.
Pero será con El Giocondo que empiece a interesarme su narrativa. Una ciudad: Madrid, un lugar habitual: la noche y sus clubs; un muchacho que es un efebo de pelo negro, un andrógino silencioso que se reúne cada día a explorar la vida en el Lawrence y allí la Marquesa se encapricha de él y lo toma como lo que es: un ser desvalido que cae en sus brazos, en su casa, en su cama... mientras se cuelan seres noctívagos que viven de recuerdos, como el humo de sus pitillos, y así conoceremos a Carlo, Lunfarda, Martín Rubén, VicenCortés, Bruto, La Martino, Paula... y a veces, en ocasiones extraordinarias en ese Madrid noctámbulo de comienzos de los 70, El Giocondo traspasa los ojos de La Noruega, una holandesa siempre vestida de azafata de una compañía de su país o una adolescente rubita que hacía sesiones de fotografía, o la chica del Renault 8.Umbral juega con la ambivalencia sexual del muchacho en toda la novela, que lo mismo hace a una que a otro, todo con la mezcla serena de la noche que deja muchos heridos por la luz fría de aquellas mañanas cruentas, Claro que algún día debía de ser, y El Giocondo tendría que cumplir, por fin, con su amiga La Marquesa. Tenía en el fondo de su deseo una visión revuelta y roja de cuerpos indistintos, y dudaba qué era un hombre o una mujer, pero su deseo oscuro y fuerte, ese vértigo hacia la libertad exasperada de sus cuerpos le llevaría a un dolor íntimo, final, y quizás recordase en el último instante de su efímera vida, esa copa de Campari en el Lawrence.
Entre un hombre y una mujer, tiene que haber siempre algo en peligro.
Dejar retratada literariamente una época.- Paco Umbral no inventa personajes, están ahí, simplemente hace de voyeur y sobre eso construye sus noveles, ensayos, memorias... Con una bibliografía tan extensa, algunos eruditos y estudiosos de su obra la dividen en varios apartados. Yo he decidido algo más normal y cronológico, aquellos textos que he leído, reseñados en orden de su publicación y divididos en varios compartimientos, empezaré por Memorias.
Memorias De Un Niño De Derechas - 1972 entraría en el género de recuerdos, datos vividos en un momento concreto, sean ciertos, inventados, soñados... y la novela recreo la década de los 40 del siglo XX, en una ciudad de provincias, probablemente la misma Valladolid en la que Umbral nació y se desarrolló. Y esos primeros pasos por el mundo que le rodeaba le llevaba a la capacidad de observar cuanto había a su alrededor y la verdad, dejaba poco a la imaginación de un efebo triste, melancólico, gris, como las vestimentas de la ropa del Auxilio Social, el baúl familiar donde se guardaban todo tipo de ropas, incluso los colegios de párvulos con el refugio al lado en plena guerra civil española, aunque los niños lo vieran más como un juego y jamás se les escurriese la piel para el peligro.
Tardes de invierno, los paseos en las calles, los niños bien que iban vestidos de blanco y con bicicletas, y los que no... las primeras imágenes reales de mujeres, aquellas chicas topolino, las animadoras de los cabarets, las queridas que eran como las madres: serias y vestidas de negro, con medias y tacones y faldas amplias hasta los tobillos; los primeros cromos de fútbol, una España gris y provincial, todo ello lo desgrana Umbral en Memorias De Un NIño De Derechas, eso, y el hambre, los realquilados, las siestas, el bujarrón del pueblo, la llegada de la pubertad y el conocimiento del cuerpo de uno mismo, el pecado, la soledad...
Lo que mejor nos daba la medida de nuestra humildad, era la ropa.
Luego publicaría en esta, digamos en esta serie de recuerdos: Los Males Sagrados - 1973 , y dentro de esa proliferación literaria a la que nos tenía acostumbrados, en el mismo año deja una continuación y disertación de Memorias De Un Niño De Derechas en Retrato De Un Joven Malvado, pero ahora la epopeya corre unas décadas, deja atrás la fría y gris España de los 40 para trasladarla a los 50/60.
Hemos dado un ligero salto, siempre, se supone que hacía adelante. Retrato De Un Joven Malvado no deja de ser unas primeras impresiones del novel escritor en ciernes venido de "provincias" a la gran capital, ese reino que se llama Madrid donde si alguien quiere ser, debe de estar ahí, aunque sólo sea como figurante, el tiempo dirá que lugar en el escenario ocupa si es que llega - literariamente hablando - a algo más que simple tramoyista o vivirá del cuento de la nada.Paco Umbral escribía obstinadamente, en el fondo de las pensiones, porque para eso había llegado a Madrid, y sobre todo, porque el movimiento continuo de la escritura, como todas las formas de movimiento continuo, tiene algo que contradice levemente a la muerte. ¡por si acaso! Luego existen los momentos de duda, de bajón, donde se está a punto de desistir para siempre y volverse a casa, romper las cuartillas por el camino, arrojarlas a lo hondo del metro, pagar la pensión y tomar el primer tren de regreso con la ropa familiar y abrigadora dentro de la maleta dejando atrás aquella loca aventura.
La Realidad Hay Que Inventarla.
Luego se entraba en la red de homenajes y se iba elaborando uno un camino, un sendero por el que seguir pateando la ciudad y sacando artículos, porque la calle siempre es la fuente viva de inspiración de un escritor como Umbral, huyendo en cierta medida de la vejez literaria, que por cierto llega muy pronto, y la vida suele durar más que la biografía.
Luego se cae en el engaño de querer hacerse un estilo previo para luego escribir con arreglo a él. Más tarde se comprende que se hace estilo al escribir, como el piano tocándolo, que sólo escribiendo mucho se impregna la caligrafía de la personalidad; mientras tanto se busca el momento justo de retirarse, de hallar un trabajito menudo y reposado, de olvidar para siempre la pintoresca necesidad del triunfo, la neurótica afirmación de la personalidad, la segregación insensata de la letra impresa y dedicarse a la contemplación de los amaneceres, la rotación de las verbenas y la pasión de los crepúsculos. Se pregunta Umbral, ¿ por qué no lo hizo ?Quizás por pasión, miedo, insensatez, no sea que se viera como el viejo derrotado de la vida, el hombre de los abrigos demasiados grandes y los zapatos de ante, viejos y regalados. El gran frustrado que podía haber hecho carrera y no lo hizo por querer abarcar demasiadas cosas al mismo tiempo, y temió ser aquél tipo, hasta que las lecturas pagadas le dan un hueco en el panorama literario aunque sea a nivel local, de tertulia madrileña, pero vaya, Retrato De Un Joven Malvado pone las bases, ya lleva miles de artículos publicados, varios ensayos, y siguiendo la trayectoria de unas memorias que son crónicas, su siguiente paso a destacar será el café, sitio mítico en la narrativa de Umbral.
Yo buscaba y busco, las pequeñas verdades personales de un hombre concreto y no absolutamente tonto.
La clave estuvo un poco de tiempo más tarde, cuando Umbral ya no podía pagar, ni firmar más papeles para tener una máquina de escribir ambulante, como una meretriz de saldo y esquina, un instrumento de alquiler permanente y llegando unas pesetas del Banco, decide ¡ por fin!, comprarse una Olivetti portátil que él quería, un artefacto que hacía las veces de una pluma, aunque le fuese la vida, pues se quedó sin poder pagar la pensión, viajar en mtro o pedir un café, pero encontró la luz...
La Noche Que Llegué Al Café Gijón está cosido a retazos, porque el aprendizaje de la vida, el oficio de vivir, debe de estar hecho de grandes descubrimientos y profundas y elaboradas verdades. Allí encuentra refugio, acomodo, satisfacción, pero también desasosiego, no ve a seres perdedores, se ve reflejado como en un espejo que le devuelve a la nada. Había en las vidas del café mucho dolor, cansancio, muerte; también era entre otras muchas cosas, el hondón de Madrid adonde habían venido a parar los desclasados, los frustrados, los vencidos, los humillados.Pero el escritor en ciernes, que se gana la existencia con gacetillas y artículos que coloca aquí y allá, noticias de cine, de vedettes, de vicetiples, de galanes de la pantalla grande, de cuentos que saca de su imaginación en busca de encontrar su estilo. De la crema literaria que aparece por el Café Gijón, de los pintores, mujeres... porque Umbral ya sólo tenía en mente y forma que su única oficina posible y aceptable es la literatura. No quiere asegurarse la vida y luego escribir, no le van los domingueros, porque el arte de escribir no es sólo un oficio, sino una forma de vida y no desea asegurarse la existencia al margen de la gramática, aunque eso le cueste la vida en el empeño. Y empieza a elaborar la teoría de escribir sobre alguien importante, o al menos para él. Porque iba pasando el tiempo y había que hacer un libro, su primer texto, ya que lo del periodismo iba marchando y los artículos empezaban a ser un hermoso ejercicio de tiro, habría que forzar las cosas y escribir una obra. Larra aparece en el horizonte, y tras mucha documentación, las musas y la tozudez, tiempo después debutará con Larra, Anatomía De Un Dandy - 1965; saldrá de la Olivetti, mientras recuerda, rememora, escudriña en las páginas que componen La Noche Que Llegué Al Café Gijón, esos primeros tiempos de Umbral en Madrid, a comienzos de los 60, todo envuelto en un mundo hambriento, bohemio, a la fuerza la mayoría de las ocasiones y gravitando sobre el mítico café de la calle Recoletos.
Uno es importante a condición de no moverse del sitio.
Crónicas de un país, de un momento.- Hay que escribir desde uno mismo y no desde el interior de una armadura cultural. No se puede redactar acotejándose de erudición.
El periodismo iba perfilándose como medio de vida en Umbral, nada seguro siempre, desde luego, pero estaba lleno de oportunidades y concretamente el articulismo. Era el momento de poder pagar un cuarto para él solo, el instante de ir comiendo por ahí y disponiendo de ese estímulo que es la habitación propia para escribir y trabajar. Dejaremos atrás las pensiones de la calle La Madera, las residencias pretenciosas y miserables de Argüelles, los atardeceres de Ventas con jugadores de la rana, gitanos y de verbena; el río Manzanares con su mareo folclórico. Será el momento de dar el salto a un barrio con conventos, palacetes y pescaderías, cerca de los bulevares de Velázquez y General Mola, e instalarse en otro General: Oráa. Antes de que todo desaparezca en busca del urbanismo accidentado y para automovilistas.Umbral retrata su época, su momento, como Galdós el suyo, la 2ª mitad del siglo XIX y los albores del XX. Paco se encuentra en pleno desarrollo industrial de España y lo refleja en sus muchos artículos y en los libros que va haciendo y algunos publicados. Hasta que sin dejar nunca El Café Gijón, nos encontramos en plena "transición". Mantiene el principio cenobita del escritor: una habitación propia, aunque pequeña, un artículo. Un duro y quietos.
Para la contrarrevolución, cerrar una panadería puede ser más eficaz que tirar una bomba.
Umbral, quinqui literario que también había aparecido y desaparecido en sus artículos, en según que tiempos a la resistencia y a las empresas periodísticas, se encuentra con un sarcasmo permanente en las letras que va tejiendo en su "olivetti" para descuajaringar a España y a Madrid en particular, en A La Sombra De Las Muchachas Rojas - 1981. Ahora que estaba y se sentía entre la gente normal de la compra de la barra de pan que sobresale en el carrito de la compra o sobre la bolsa, mientras recibe un acogimiento especial en Vallecas con otros ilustres desparramados como El Lute, Felines, Ramoncín y él mismo. Y baila la música en la noche lejana y entrañable de dicho pueblo o barrio vallecano sin sser lider ni portavoz de nada, sencillamente, Umbral es un jirón de la vida española del que el pueblo se había apoderado.
Transita en dicha novela por filósofos de buhardilla en un poliedro de imágenes mientras Madrid completaba perfiles para el escritor entre dulces ninfas rojas amedrentadas entre el orgasmo clítoridiano y el desencanto político de Sagrario Pérez, la niña Mozart, o la chica bien del FRAP Guillermina José, además de amante de erudiciones sexuales irrepetibles; Azucena Peaches hija de un reserva del Atlético Aviación, una joven con jeep amarillo que pasa al otro lado de las cosas siguiendo una caja de cerecillas volandera o Martirio, escondida detrás de unas gafas oscuras que se le aparece a Umbral con su dos caballos en la búsqueda permanente de la reivindicación de derechos y libertades...
Luego salen a colación la aristocracia selecta. Personajes femeninos variados distorsionados por las lentes de culo de vaso de Pacoumbral, sean Pitita Ridruejo, las cenas en casa de la embajadora de Argelia en Puerta de Hierro, Hafida, guerrillera intelectual que había disparado en las noches del desierto o Carmen Díaz de Rivera, que se orientaba con su abanico como Azucena Peaches con sus cerillas. Glamour, mucho, y conspiración paranoica bastante.
El Universo se soporta a sí mismo en vilo, gracias a la mutua desconfianza de las Galaxias.
Todo se cruza en Trilogía De Madrid: situaciones, personajes reales o no, lugares, cafés, la vida, quizás porque importa ser olivo después de vareado y restaurar su copa de cielo con estrellas, para que siga dando frutos. Luego, deja un escape especial para personas que en un momento u otro de su caminar madrileño, le han seducido, por ahí aparece un incipiente principito del periodismo en forma de Juan Luis Cebrián, su querida Carmen Diez De Rivera, Pacordoñez, Eduardo Haro-Tecglen o la carismática Sisita Pastega, una especie de Catherine Denueve de El Viso. Y así está la cosa.
Como no hicimos la revolución, ni a la francesa ni a la rusa, llegamos tarde a la industrialización, nos quedó el sabotaje asilvestrado de las elecciones municipales en un acomodo de transición a la democracia y cierre de la carta de ajuste, así nos ha quedado un minué constante.
Estoy oyendo crecer a mi hijo
MORTAL Y ROSA .- 1975.-
Los más viejos, nobles y humildes oficios tienen su modelo y origen en la naturaleza misma, y que el hombre si no es la medida de todas las cosas, al menos es una maqueta que interioriza el Universo. El alma no deja de ser una paloma loca que vuela por los ramajes del esqueleto, que va de un palo a otro, quizás perseguida por bujarrones metafísicos. Luego nos escondemos en asociaciones madrepóricas de familias, una dicha lenta que se cubre del sol y busca la sombra de la costumbre y el refugio del rebaño. Tal vez en ese Dios que no deja de ser la soledad de los hombres.
Mortal Y Rosa descubre el horror de perder un hijo y cómo sobrevivir en el intento de vacío que deja todo. Hasta la fecha, la mejor novela de Paco Umbral en eso que se ha dado en llamar diarios según los críticos más sesudos, en ponerle puertas al campo y rejas al aire, como apartados, compartimientos libres de un escritor fino, escultural, asilvestrado cuando quiere y dandy, eterno vividor del voyerismo.
Lo que persiste se perfecciona
Su prosa está lastimada por la única verdad de su vida: su hijo. El estilo es la modulación que toma el lenguaje al pasar por nosotros, su perfección la redondez del mundo interior que le atormenta, los días que pasan como huecos de luz mientras el tiempo deja sus relieves en las nubes, en la imaginación, porque no se puede persuadir a la flecha de que cambie de rumbo cuando ya está en el aire, como si el destino, siempre caprichoso y juguetón, jugase con nosotros a la nada, y en ese intercambio de cromos, ese niño que era una lámpara de aceite y que debía de ser inextinguible hasta que una ráfaga de aire nos la eclipsa, extermina... y ese cuerpo hermosos, ese cesto de frutas que se renovaba cada día queda hueco, vacío... y en ese dolor donde viven los dioses, en la imaginación de los hombres, porque sin eso, ellos no serían necesarios como consuelo, sueño, esperanza, dejan indignación y como una ameba se alimenta de tu ser.
La fuerza catártica de Mortal Y Rosa convierte una pesadilla en una luz liberadora, tal vez porque una mentira firme mueve más que una verdad pensativa.
De momento, resido en el escepticismo.
Me suben un 9% y me garantizan la publicación de algunos libros. Ha comenzado una nueva obra dócil a las inercias que ya sabe de dónde vienen, y como Magritte, hace alegorismo, tiene que dejar varios artículos, textos de encargo para obras e iniciar, proseguir con esa escritura que cada vez se parece más a sí mismo, porque se supone que eso es su estilo, y aunque siempre se plantea el dejar de escribir, más después de perder a su hijo Franciasco, "Pincho", nos encontramos 30 años más tarde con la publicación de cosas, el ensayo erótico o algo que se parece: La Fábula Del Falo y una recopilación de entrevistas que se titulará Mis Queridos Monstruos; y claro, una nueva novela en ese apartado que algunos han dado en llamar diarios, nada mejor que el emplaste del lenguaje del que hace gala en La Belleza Convulsa - 1985.
Dejado atrás los callejones y bulevares de Madrid, inicia un nuevo recorrido y se instala al lado, pero campestre y asilvestrándose conscientemente, en Majadahonda, donde se instala, llama a su casa La Dacha.
Recuperadas las fuerzas, si que alguna vez las perdió, articulista infatigable pasa por La Vanguardia, El País, El Mundo...y al margen de biografías de Larra, Valle-Inclán, Lord Bayron o Delibes, coloca a Marisol o Lola Flores, en un intento de comprender ( imposible ) esa piel de toro que llamamos España. Y una vez que deja atrás cosas como Las Españolas o Mis Mujeres, espacia el asunto de los ensayos y se centra en su próxima novela-diario.
No se puede persuadir a la flecha en el aire, de que cambie de dirección.
LA BELLEZA CONVULSA.- 1985.-
En esta altura de la edad mira uno el agujero negro de los que viene o hacia lo que uno va, como si tuvieras el corazón en una mano y el pene en la otra; es lo que sucede con los hombres impares que hacen de su soledad una provincia, y por consiguiente, de su independencia una cruzada.
Umbral es el gran ausente de otras vidas, porque de esa ausencia ha hecho su aureola. El que guisa una prosa solitaria para después devorarla a solas, desganado, creyendo alimentarse de una gloria fabricada en casa. Y mientras observa: Umbral, delgado, que casi parece inteligente sobre fondo negro, en una silla ladeada que le mira desde un póster; con algunos días con una llaga en la cabeza que se hurga con un pañuelito, mientras escribe La Belleza Convulsa en una especie de informe entre el lenguaje de fuego de la chimenea, acude a casas bien que todavía le invitan a tomar el chocolate de las siete de la tarde, que debe de ser de Trapa, por supuesto, mientras sientan un rojo en su mesa, va al encuentro de la mujer en esa lucha grecoromana que es el sexo y bajo banderas múltiples una marea humana le devuelve a la calle, a la protesta cuando la noche se acerca y desciende al cielo incendiado de los jóvenes, a su clima de música y mujeres andróginas con la voz de acetato, reflexiona sobre la juventud de la vida que prosigue en esa larga madrugada mientras él decide irse a la cama porque descubre que no puede con el gran cuerpo musical de lo joven.
La parra joven que envejece todos los años mientras la luz naciente entra hasta el fondo del salón, entre tanto, el escritor va poco a poco desentendiéndose de las fechas y sintiéndose medio hombre partido verticalmente por la mitad; la parte derecha se mueve, se prueba trajes, pisa fuerte con la bota alta y negra; la otra, la izquierda palpita de inminencias y temores mientras tiene una actualidad cardíaca; días de quedar medio bien, medio mal, ser 2 hombres en un 1. Y eso que el siglo iba de azul y rosa que pintaba Picasso. Vivía con la arritmia como el que vive con el reloj adelantado y paseaba por la ciudad en las tardes de noviembre, turbia y fresca al acecho de un puesto de castañas en La Plaza De Castilla y hojea libros desparramados en la acera en busca de nuevo dueño.
Nunca se sabe cuándo acaba de morir del todo la preocupación por uno mismo.
También La Belleza Convulsa está en la peluquera de la esquina, delicias de lo cotidiano donde su cabeza ha volado entre sus manos adolescentes, buscando más relajamiento que adecentamiento; como la mendiga que se le aparece de vez en cuando cerca de su casa, o la cabra que sigue y que mastica hojas de periódico, o el tonto, porque también tiene hermosura temblorosa y es más saludable porque nos purga la tontería. La belleza es convulsa porque se agota en sí misma, entonces uno descubre que la biografía se acaba ... y la vida sigue.
Porque lo más importante que suele encontrar el adulto en los libros, es la confirmación de sus intuiciones adolescentes
Novelas.- La eterna búsqueda del yo y para qué sirvo o quiero ser utilizado. El espaldarazo definitivo a las dudas o parte de ellas llega cuando desde fuera se te ve como un escrito, y Umbral utiliza un alter ego para parte de su narrativa; también obtiene el Premio Nadal 1976, siempre prestigioso que le dará objetivos y deseos cumplidos o al manos, para sequir con ese estilo que ya tiene cicatrizado en su Olivetti.
Iniciado para la que considero una buena novela: El Giocondo - 1970; sería con Las Ninfas - 1976 con que que recibe el espaldarazo definitivo en las letras españolas y una cierta progresión - mediante traducciones - europea, siempre imbuido de un dominio del castellano excelente, el escepticismo por bandera y la ironía y suspicacia por nación.Ya tenía a sus espaldas una década de publicaciones, miles de artículos, una radiografía de la clase social y ambientes de la gran capital del Estado y de una ciudad de provincia castellana sobria, agobiante entre sus retablos, catedral y plazas, y en todas encuentra la represión del erotismo, algo que Umbral potencia en su narrativa como de las menos explotadas en el reprimido género humano, español, claro, y de lo que incide en sexo en nuestra vida, social, política, económica, de clases. Y sí tras Mortal Y Rosa, su mejor novela hasta la fecha, nos encontramos con otra de igual tamaño y calidad literaria: Las Ninfas.
Mi límites son mi riqueza
LAS NINFAS.- 1976.-
La dicotomía, las dudas, el muchacho que era en los atardeceres que cursa asignaturas nocturnas de contabilidades, artes y oficios, taquigrafía, algo de idiomas, todas esas cosas que estudia el que nunca va ser nada en la vida y que en la academia de mecanografía, utiliza las máquinas desvencijadas como diligencias de las palabras, para soñar escribiendo poemas en prosa, relatos, aventuras mientras todo aquel ser inútil y nocturno, heterogéneo, se perdía en la persona del escritor que quería ser y no llegaba, un deseo de ser entero y una dicotomía andante y errante en la ciudad provinciana.
Las Ninfas explora el pasado para entender algo del presente, pues el futuro es siempre incierto, sí llega. Umbral capta el ambiente de una capital de provincia castellana,: sus gentes, sus clases, los parámetros en los que se mueve desde que sale de su casa familiar y cruza la Plaza ahora para trabajar en un sótano, antes de las nueve de la mañana, antes al colegio, ahora de linotipista mientras iba recogiendo el guante de la existencia. La religión era un quitarle peligro a la vida pretendiendo apartándola del pecado y obtener un premio etéreo. Y mientras aparecen personajes: Miguel San Julián para bañarse en la acequia y sacarle de los alcázares de la cultura, Cristo-Teodorito como modelo a seguir de las buenas costumbres; Darío Álvarez Alonso como el escritor en ciernes. El pecado personificado en la bailarina Carmencita María y María Antonieta, su novia pescadera.. El mundo real en las tabernas de las afueras con personal de vuelta de todo y sin futuro, si acaso sólo pasado: Empedócles, Teseo, Diótima.
Somos realidades complementarias.
Entre medias el ascenso al Cículo Académico, La Casa Quevedo, La Congregación, El Café Cantante... había días intensos que empezaban como empleado por la mañana y acaban en noches etílicas como un poeta maldito, un Baudelaire de café con leche con guantes amarillos en el mostrador de mármol de un velador. Se retrasaba el momento de ir a dormir a casa aunque hubiese que madrugar, representar la comedia si que algo de todo esto era verdad, hasta que cristalizó y se materializó el amor carnal con Maria Antonieta y la primera noche fuera del redil familiar con Carmencita María... ya le había fascinado la imprenta, aquellos organismos de hierro y acero que olían a papel y grasa, que hacían el periódico de una manera profunda, intensa. Ahí estaba el bosque que buscaba, el escritor era un Pulgarcito de las palabras, acaba de entrar, inopinadamente, en lo más profundo de su vocación, la catedral sumergida del periodismo y cada una de aquellas máquinas era como un altar de sombra donde hubiera querido oficiar, aunque fuese como linotipista.
Si Carmencita María se va de la capital de provincias abandonando el café cantante porque le ha salido una sala de fiestas en la Gran Vía madrileña y, Maria Antonieta ya ha escogido otro princeso, Darío Álvarez Alondo del que ya entra en el Círculo Literario colgada de su brazo, si nuestros amigos primeros y conscientes, elegidos, aquellos de la adolescencia y juventud inicial, son una prolongación de nosotros mismos, versiones a fin de cuentas, ramificaciones de nuestra vida que no vamos a seguir, lo mejor será probar suerte en el sol del otoño de aquella mañana donde hacía brillar a los raíles y ponía fantasía en el humo de las locomotoras, mientras dobla el periódico, se toca el billete para asegurarse de que no hay marcha atrás y conserva una tarjeta con la dirección de la sala de fiestas madrileña en la que está Carmencita María. Atrás queda el indeleble perfume de la capital de provincias.
Nada glorifica y aureoliza a la cultura como la ignorancia. La gloria no está hecha con entramado de lectores cultos, sino con argamasa de ignorantes.
LOS HELECHOS ARBORESCENTES.- 1980.-
Pacoumbral se mete en la piel de un niño dicotómico. Vive la existencia desdoblado, la de su casa con su "familia" sean madre, un padre ausente porque ya está en la guerra civil española, una abuela que le lleva a los pinares; y el otro, francesillo vestido de monaguillo en una casa de meretrices de Valladolid.
Por una vida y otra pasa la historia contemporánea de España con la ironía, finura y elegancia del manejo del lenguaje que Umbral lleva encima. Si unos, sean las razas invasoras del Sur le descubrieron a las meretrices, donde el pequeño francesillo ejerce de recadero, mozo, descubridor de la vida... una sexualidad más larga y dulce que la del caballero castellano que era un polvo de prisa y a oscuras, con los hierros de la armadura sonando debajo de la cama. Por otra parte veía descomponerse su familia, su casa, su capital de provincia castellana, el país entero en interminables guerras carlistas, las colonias de Cuba, Filipinas, Pacofranco interminable y alargada su sombra infinita, mientras el niño observaba todo con ojos atentos y bajaba con un velón o farol, con lo que hubiese a mano, puesta su sotana escarlata sobre el desnudo escueto de su niñez.
Ambas existencias se superponen y se justifican una a la otra con distintos acontecimientos. Se escalonan, según convenga: la cultura, la soledad interior y el resto de la gente, que puede ser Azorín, Galdós cuando pasa por allí a la espera de que baje de la burra con la viaja a su Pazo de Meirás, Pardo Bazán, a veces acompañada de la abuela del niño; o pasaba el moro Muza con sus grandes bragas hasta las rodillas y su turbante en la cabeza, entre inmensos bosques de coníferas y helechos arborescentes que cubrían los continentes purificando la atmósfera. Así, una tarde el moro Muza le tomó de la mano al niño, que iba vestido de monaguillo y le dejó en el borde y maldito barrio de las putas, donde descubrió la historia, el mundo revuelto de España: sus personajes, guerras, memorias, amores...
En los recuerdos no aparece nuestro pasado, sino otro presente nuestro que ignoramos.
Francesillo o Paquito, el niño narrador-protagonista de Los Helechos Arborescentes va y viene por la infra historia de España que ligera de equipaje, como escribió el poeta, va por los siglos de la misma y se encuentra en salones donde a veces se saludan o... se matan. Así Zumalacárregui, Mariano de Cavia, Millán-Astray, Franco, se colocan de frente o a la vera de Pardo Bazán, Giner De Los Ríos, José Zorrilla, mientras viven sus vidas La Gilda, Lola Del Oro, Carmen La Galilea o doña Nati; hasta que todo llega al final del camino, que no es otro que la entrada en Valladolid de Franco, que para eso había ganado tantas guerras, para colocar a cada cosa en su sitio y devolver al mundo el ordenamiento de cementerio.
En Las Giganteas . 1982 será el río el verdadero protagonista de la novela, ese que atravesaba la infancia de Francesillo, de su provincia y de la adolescencia, convertido en barquero junto a los mitos del colegio, y 3 ejes en los que transcurre la acción: esos grandes girasoles que se dan a la orilla del torrente de agua que atraviesa la capital de procincia; la presa en la que desembocará como final del recorrido y las muchachas bañándose desnudas, bueno, o semidesnudas.
Se trata de remar, como en la vida, aunque conozcamos el final de todo, el asunto debe de estar "en el mientras tanto...", buscar la infancia recién abandonada y encontrar "las giganteas", aunque eso de comer pipas no dejaba de ser un aniñamiento. No era fácil escapar de casa, con todo lo que ello conlleva de crecimiento y sueños cortados, dejar atrás la familia aunque fuese a golpe de remo por el río Esgueva; la existencia es una oscura tenería donde el adolescente se extenúa. No queda otra salida que la huida por el río, remar y remar en la mañana delgadísima, toda horizonte, como el cielo llenándose de torrentes, allá a lo lejos.Y mientras tanto, Francesillo acude a la llamada de Dupont, que era el camarada de la barca, el remador tranquilo, seguro y triste, que le contaba mientras iba remando cualquier historia, sea la campaña de Rusia que estuvo su abuelo, con Napoleón. Se entrecruza con la vieja ciudad castellana en la guerra latente entre payos/gitanos por una violación de un señorito a una cíngara; la venganza de las águilas a los padres pietistas ( ángeles y demonios luchando por su espacio ), y esa porosa ahora fluvial de Paco Umbral nos lleva a conocer a Olvidito, el niño que se tragó el río cuando mejor se sabía los quebrados, pero también están El Catarro, Teresita Rodriguez, don Mario con sus cañas de señorito en la pesca de la trucha. Heladas y desbordamientos poderosos de la corriente que llevan al niño narrador, a sacar lo más profundo de las aguas, de su entorno, a esa lucha entre el bien y el mal, sin el cual, parece, que uno y otro no podrían existir.
Las cosas siempre son de alguien, Francesillo, y lo que no es de nadie, es siempre de los mismos.
Diversos textos anidan en la mente de Francisco Umbral sobre unos hechos concretos de su infancia, adolescencia, antes de dar el paso como escritor profesional y aventurarse en la literatura de trincheras y cafés que fue Madrid para el escritor vallisoletano.
Francesillo reúne varia narrativa no exenta de una cuidada prosa, como Las Ánimas Del Purgatorio- 1982 donde el ya púber Umbral, es un enfermo crónico que debe de guardar reposo, calma y buenos alimentos durante un año, ese que le condiciona todo a sus 20 primaveras. Porque él había vivido hasta que llegó la febrícula, hasta que llegaron los mareos, los desfallecimientos, las desganas, una adolescencia burocrática, una juventud glorificada de timbres y tampones, en el Consistorio de su ciudad, subiendo las escaleras secundarias, casi de incendios, a los buhardilllones del escalafón que olían a funcionaria menstrual y maderamen. Y en todo este tiempo, el narrador evoca desde su cuarto azul a la tía Algadefina, que había muerto antes de nacer él, pero se acostaba en su cama, deambulaba por su habitación y olía sus prendas, esas ropas que quedaron ahí para los restos. Mientras una madre ausente, quizás en un sanatorio de reposo psquiátrico y un padre, tal vez, muerto en la última guerra, puede que civil, Con una abuela que vivía en lo alto de la casa, que en ocasiones se dignaba bajar a verle, como el reguero de criadas que le mimaban, cuidaban y espiaban. Así iba la vida.Luego aparecen amigos a visitarle: Isidorito Latarce, Federico Lasalle, Alejandrito... y cuando la fiebre dura y pura le dejaba, se extasiaba con la visita de Luisa Lammenier que se colocaba polvos de talco en los muslos, se abría de piernas para él, sentada en una silla, o Eugenia Primo que se ponía a arreglar las cosas de la habitación. De paso la visita ineludible del doctor Arapiles y las amigas de la familia, que siempre se habían odiado pero era la base esencial de mantener las discrepancias en una sutil convivencia provinciana.
Umbral describe esos amores con la costurerita del barrio remoto de los trenes, Estrella, niña andrógina y bizca, pero guapa con todo el desvío sin remedio en el ojo desviado. Pero todo cambia cuando evoca a la tía Algadefina a través de fotos, ropas, recuerdos o cuando aparece una vez más la exótica Luisa Lammenier con su escándalo de pechos y de piernas, aquella señorita de luz y libertad hasta que un día de mayo, el adolescente se bañó despacio, se vistió tranquilo, afeitado vio su rostro en el espejo y observó un hombre joven, pálido, miope, rubio, con la expresión floja y crispada y salió a la calle.
La vida es fascinante desde cualquier ángulo, cuando no se vive, y ésta fue la mayor y mejor enseñanza de mi enfermedad.
NADA EN EL DOMINGO.- 1988.-
Boleslao deambula solo por la ciudad, a su lado se irá encontrando personajes como él, bien sean el rockero José López, el pintor A o el teutón Hans.Se han hecho viejos y han perdido sus vidas, y además no tienen ninguna conciencia de que la vida haya que ganarla, aprovecharla, recaudarla. La vida se pierde y ya está.
Desconozco si Umbral leía a Trence Moix y viceversa, pues esta crónica irónica, algo esperpéntica, surrealista a ratos, deja personajes, situaciones, muy reconocibles en la nobleza española y por ende del resto de los denominados " españoles". Afirmo esto, porque años después el escritor barcelonés retrata en Garras De Astracán una odisea urbana semejante y existen ciertos paralelismos en el tono y el enfoque con el narrador vallisoletano. En un texto y otro se presenta un retrato de la actual ( finales de los 70 y década de los 80 del siglo XX ), sociedad urbana española de manera coral, llena de ambiguos personajes, muy contradictorios, como huérfanos con la muerte de Pacofranco, y al mismo tiempo un periodo de entusiasmo y oportunidades.Umbral se lleva el asunto a la alta burguesía madrileña, aparecen personajes claramente reconocibles pese a su cambio de nombres, por supuesto, celebrando lo que parece una realidad en toda España: ese temblor de libertad que hay en el aire que es de todos y de nadie, un entretiempo de democracia y país nuevo que hace tremolar Madrid como una bandera al viento.
Umbral siempre sorprende, y dentro de la vorágine de libros en la que se encuentra, no es extraño que mientras escribía Madrid 650 se hallase inmiscuido en otras obras, de hecho éste, le cuesta 4 años, a tenor de lo que deja en el final del texto. El barrio de La Hueva, Madrid al fondo como un espectador más de la trama del lumpen más tirado del extrarradio; unos seres marginados, en su mayoría por decisiones tomadas en el pasado erróneas, otras porque el azar viene así... Umbral nos mete en un submundo que parece muy alejado de su narrativa, pero al igual que Galdós, el vallisoletano es un escriba atento a todo el desarrollo de la mitad del siglo XX y en particular ojo avizor y voyeur de la actualidad madrileña. Personajes curiosos de un barrio inventado cerca de Vallecas, en descampado, donde Jero no ha pensado nunca en follarse a la Bellarmina, la tonta, pero un día se la follará. Fedor cree que Paco, el jardinero huído del crimen de los Urquijo, y la Gilda, la cabra afgana que todas las mañanas viene a que la peine. Jerónimo cree en la calera natural del barrio como amenaza para los vecinos que él rige, castigo para los enemigos y suicidio para cuando la pasma le cerque en la Hueva. Hay más seres inanimados que fluctúan entre la nada y el mañana: Auxiliador,Secundina, que se turna en el parking del Palace donde piden limosna; Juan Gualberto, Llago, Juana, María, Paco el hortelano... La Hueva es una historia plural/coral que va a su aire y el que quiera entender que entienda.
Con fina ironía y carros de sutileza, Umbral desmenuza en este texto el triunfo arrollador del PSOE en 1982 y las circunstancias que se vivían a pie de calle en los pueblos, donde el país carecía de infraestructuras y técnicas avanzadas con respecto a lo que deseábamos ser: europeos, pero de 1ª. Un pueblo de la sierra madrileña le sirve a Umbral para ahondar en ese socialismo de barra de bar, de hogar del pensionista, de la plaza del vecindario, de los comercios a pie de calle... tres personajes vertebran la historia en un comienzo: Asís, el funcionario de banca que es socialista porque así se lo dictan sus normas de conducta para andar por la vida; Bustrarviejo, militante de siempre, de antes de la guerra civil instalado hace años en el pueblo "imaginario" de la sierra madrileña que ve como aquello se va edificando cada vez más: la especulación del suelo, y el poblado es más moderno con tanto adosado. Y Susan, un moderna muchacha militante del PSOE con ideas avanzadas. Pero tú eres socialista, Asís, me dije digo, y si no eres sociata qué coños eres, en el banco nada, con la Susan nada, en la vida nada, ser socialista es la base de algo, a los socialistas nos acompaña la historia me había dicho el Bustar, y me gustó la frase. La compra de un chalet adosado donde se fueron a vivir el empleado de banca Asís y su pareja Susan, secretaria en un empresa en Madrid, les hace conocer al viejo militante Bustrarviejo, al cual no le dan cancha en la sede socialista del pueblo por... "mayor", ahora que el partido quería rejuvenecer las bases, modernizar el país, europeizar España, y él, no tenía cabida, como el jarrón chino que nadie sabe dónde colocar en casa.
El canto del cisne, el final. Deja una obra nocturna, alevosa como viene siendo habitual en él, coral en los personajes donde sólo repite Hans, el alemán mecánico, como en Galdós... pero es Umbral, y esto es la España cañí que nos hemos dado a comienzos del nuevo siglo XXI. Personajes que vienen con la noche al hombro, como la marquesa/condesa Electa, desparramados seres noctívagos del folklore castizo y de la jetset madrileña, buscavidas y arrabalera, sean Defoe, Ada, Juarecito, Tomás Tomás, Jacobo Jacob, Culo Rosa, el Papa Julián, Onésima...Conflictos con la droga que el alter ego del escritor, aquí Jonás, se cree perseguido toda una noche calurosa del mes de agosto en Madrid. Entre sueños, paranoias y ciertas verdades, le llevarán a cometer un crimen, ¿ o no...? y mientras aparecen el vino de los muertos, una giganta noruega que parece víctima de la sobredosis de heroína adulterada que corre por la ciudad; fiesta de flamencos en casa de la marquesa/condesa Electa, la dulce pardala de Onésima, una niña perdida en las luces de neón de la Plaza De Benavente, una Lolita de dibujos animados... y como dejó escrito Goethe: mi memoria sólo llega hasta donde llega mi interés.
Francisco Alejandro Pérez Martínez ( Paco Umbral ): 11 de Mayo de 1932 .- Valladolid - España.- 28 de Agosto de 2007 .- Madrid .- España.-
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