MADRUGADA .- Julio César Ávarez




 Cuando puedes perder algo, lo empiezas a ver de otro modo, a tenerlo en cuenta.

MADRUGADA.- Julio César Álvarez.- 2014.-

 Todos los actos pasados, o la mayoría de ellos, ahora son completamente distintos. Eso es crecer, quizás porque cada cual está hecho de aproximaciones sucesivas.
 Madrugada explora el yo interior, una época y un tipo concretos, una ciudad, León, como punto de inicio, fría, distante, la búsqueda de un chaval por encontrarse a sí mismo con un sendero familiar marcado para entrar en una empresa familiar de zapatería al acabar el bachillerato o de corre ve y dile en un despacho de abogados. Antes pasaron algunas cuestiones no menores. El rock como forma de vida, la literatura como fondo de armario, el hachís como convivencia grupal y las noches solitarias y oscuras, y sobre todo, la nada. Luego llega la mili, Barcelona, todo se acrecienta, más tarde aparece otra ciudad, esta es un mastodonte de dimensiones amplias, Madrid, y ahora con todo el bagaje anterior, aparece la heroína como benefactora del placer en vena, la sumisión a la destrucción. Son los ochenta, donde el reguero de cadáveres empezaba a aflorar.


 Desde aquel piso alto podía sentir el olor a mar de Madrid. Porque en Madrid, aunque nadie lo crea, confluyen los olores a mar de todas partes.


 Y así descubrimos a personas, situaciones, en el templo del deseo y el pecado. Seres que andan por ahí, en la eterna ejecución de encontrar una salida, un dejarlo. Mientras se vive de lo que se puede.
 Julio César Álvarez desciende a los infiernos, y se documenta bien, pues él, por la edad ( nació en 1978), no vivió eso, pero las referencias con las que pinta el cuadro le queda bien, y sobre todo, creíble. Un yonqui narra en primera persona su devenir cotidiano, y eso le convierte en una bomba de relojería para él y los que le rodean o tienen la desgracia de cruzarse en su acera. Poco más de dos meses después de dejarlo, el tipo insiste, ya estaba plenamente enganchado otra vez. Se inyecta su chute, en ocasiones varias veces, según convenga en la economía personal, a mayores ingresos más venas perforadas, cada vez con más ahínco. El cuerpo se queda frío, dormir o el éxtasis de la heroína, no conoce más.


 Uno debe sobrevivir comprendiendo


 El muchacho vive en Madrid, trabaja acá y allá, busca la luz entre las tinieblas más persistentes de su cerebro, porque él no aspiraba a un gran coche blanco o un apartamento en primera línea del mar. Eso, por sí mismo, no es mucho. Más bien nada. Sólo deseaba despertarse y sentirse bien, a poder ser con alguien al lado, eso que parece poco, todos sabemos que es mucho.
  En ocasiones casi lo consigue, no sabe qué decir cuando Alicia está en su cama. Ahora no tiene trabajo, no sabe nada de su familia ni de nadie, y sin embargo el destino juguetón le coloca 2 mujeres en su línea de flotación, como boyas en el mar, ambas desean estar con ese deshecho humano que no cerebral. No entiende nada, son las cosas raras de la vida que no se circunscriben a una década concreta ni ciudad en particular. Sonaba Rock And Roll Heart de Lou Reed en el plato y el muchacho, ahora casi en la treintena, tiene la misma cara que el neoyorkino, se ha creído sus versos y ha deseado vivir en ellos, aunque le cueste la vida. Siempre existe una última bala, a lo mejor no nos da de lleno y nos deja respirar un poquito. Julio César Álvarez deja entrever una puerta semiabierta, quizás el proyectil salga por la ranura sin arañarnos del todo y nos deje caminar un poquito más...



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