MIGUEL DELIBES: EL PLACER DE LA SENCILLEZ


 Uno necesita de vez en cuando volver a las fuentes primigenias para refrescarse los labios y trasegar el líquido incoloro y que penetre en tus entrañas. Sencillo, hundir las neuronas en aquello que te ha producido placer inmediato, aun teniendo la obligación de leer a un autor, que estaba en los planes de estudios. El asunto resulta más curioso cuando pasados los años, regresas a las raíces primigenias y la fuente sigue ahí, con su chorro vital y el agua fresca.
 Miguel Delibes destaca por su sencillez, su honradez pueblerina, la sabiduría del paleto disfrazado que es docto en el lenguaje, su observación, y es además la vía por la que da cauce a su torrente imaginativo, para neutralizar a la censura inquisitorial y desplegar sobre sus garras la sutilizad con la que nos inunda de historias, que al principio parecen sencillas, hasta torpes y demasiado realista. Ese empobrecimiento de la sociedad española de postguerra, y no sólo en el aspecto económico, sino cultural, la batalla sincopada de vencidos y vencedores en una guerra que no debería haber existido nunca, y que deja una zanja profunda entre los de arriba y los de abajo, porque no hay que olvidar algo que se lee entre líneas, siempre perdemos los mismos.



Hasta el más simple sirve para algo.


EL CAMINO.- 1950.-
 Construir una novela de corte costumbrista, de carácter norteño, rural y con dosis mortales de nostalgia, esa que se nos echa encima casi sin darnos cuenta al irlos del lugar en el que nos hemos amamantado, y en esta oportunidad sin que sea deseo expreso nuestro, sino, del progenitor que añora una vida más aseada, culta, mejor, en una palabra para su único vástago, en el cual, ni que decir tiene depositada todas sus esperanzas, aquellas que el padre no pudo, ni siquiera tocar.
 Ya es la 3ª obra publicada por Delibes, pero en ella especifica el medio rural de postguerra. Dura, aséptica en sus habitantes, llenos de sus manías y costumbres y siempre a la espera de un dios castigador o beneficiario de sus cuitas cotidianas. Su autor consigue algo muy bueno, su estilo narrativo, el hilo del que tirará varias páginas a lo largo de su carrera literaria, y sabrá  nadar muy bien con la temida censura, mete, siempre sutil, el cuchillo en temas variados. Por ejemplo la hipocresía de la religión a través de varios personajes, y de paso a la muerte, siempre tan caprichosa, tan aleatoria, y sabe envolverlo todo de una miseria a veces irrisoria, con elegantes postales de naturaleza, presente en todas y cada una de las esquinas de esta exquisita obra como es El Camino.
 Con un lenguaje muy cuidado, castellano viejo si se me permite, los diversos avatares de una población humilde, trabajadora y cumplidora que discurre a través de algo que sólo se tiene a esa edad primeriza, la enorme amistad 3 niños de 11 años, no exenta de rivalidad y de las muchas cualidades de cada pequeño.

 Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, no sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque los acatara como una realidad inevitable y fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero era un hecho que le honraba.

 Y Daniel irá al finalizar el verano, el último de su niñez, a un internado a la capital a estudiar el Bachillerato y a hacerse un hombre de provecho, pero esa última noche que pasa en su cama, en su cuarto de siempre, tendrá un nudo en el estómago porque recordará lo acontecido en esos primeros años de su existencia en el pueblo montañés. Llevará en la mochila la desgracia de la muerte de su amigo Germán El Tiñoso, el escepticismo de Roque El Moñigo, pero Delibes satirizará sobre temas tabús en esta época gris de España, donde entre líneas hay que decir todo y callar lo demás, Las Guindillas, herméticas hermanas deudoras de la Santa Inquisición, don José el cura, un santo, los harapos de don Moisés el maestro, siempre deseando tener una mujer. Frivolidad sana y costumbrista con el cutis de La Mica, el amor no correspondido y callado de la Uca – Uca por Daniel el Mochuelo…
 Y todo para dejarnos no sólo una obra entrañable, sencilla, sino maestra en eso que es tan difícil de decir y contar tanto en tan poco espacio.


El ahorro, cuando se hace a costa de una necesidad insatisfecha,
Ocasiona en los hombres acritud y encono.



Sembrando en el camino.-  Antes de la obra reseñada, Delibes obtuvo diana con la 1ª obra publicada, el muy prestigioso Premio Nadal en 1947, con La Sombra Del Ciprés Es Alargada, que lo ganó. Novela menor, aún por definir su estilo, pero que lo puso en el desarrollo de una larga y fructífera carrera, digna, en algunos momentos emocionantes, y siempre llena de ternura hacia sus desvalidos personajes.
 Creo que nunca buscó el aplauso inmediato y menos mayoritario, si es que eso se puede conseguir, pero a mí siempre me tuvo ganado con su sencillez, el placer de leer una novela suya, más o menos desarrollada o acertada en los personajes y situaciones, pero cabal, honrada en su planteamiento, nudo y desenlace que se dice.
 Delibes desarrolla parte de su obra en situaciones marginales, pueblerinas si se quiere, sus principios son una manifiesta preocupación por las cosas sencillas y naturales, tal vez buscando un refugio seguro de lo que podría ser alguna urbe, mediocre en los años 50, pero ciudad al fin y al cabo, huir de la complejidad de la entonces “vida moderna”.
 Después de su Premio Nadal, le seguiría Aún Es De Día – 1949, en su momento censurada y que desconozco. Para Delibes su obra realmente comienza con El Camino – 1950, pero no era un buscavidas, él ya trabajaba como periodista en su ciudad natal y tenía por costumbre realizar 3 copias de su obra, a saber: una para él, otra para la editorial y otra para la censura.
 Para mí, la siguiente obra que me emociona y creo de justicia destacar, será la sencillez de La Hoja Roja – 1959, aunque antes pusiera las piedras edificantes de su edificio con novelas trascendentes en su carrera, ya sean Mi Idolatrado Hijo SisÍ – 1953 o Diario De Un Cazador – 1955.



En los últimos días el viejo Eloy advirtió una nueva
Luz en los macilentos ojos de la Desi.



 LA HOJA ROJA.- 1959.-

 El viejo Eloy siempre tuvo vocación de funcionario público, incluso en sus paseos vespertinos, era capaz de analizar críticamente las bocas de riesgo, las papeleras públicas e incluso los rincones donde se acumulan inmundicias. Pero le ha salido “la hoja roja”, esa tan común en los años de postguerra, con el librillo del fumador que avisa de que quedan 5 más para acabarlo.
 Al viejo Eloy lo jubilan de su puesto administrativo en el Ayuntamiento después de varias décadas, y a partir de ahora deberá llenar las horas del día de otra manera, quizás con su otra vocación ahora un poco apartada, la de la fotografía, que siempre le apasionó, pero que fue dejando apartada para sacar adelante a su familia.
 Viudo y jubilado, con un hijo fallecido a edad temprana y otro cuarentón, que sacó Notarias e instalado en Madrid, el viejo Eloy discurre demasiado y hace poco. ¡Quejarse y recogerse el moquillo de la nariz permanentemente! Es un estorbo hasta para el 2º personaje en cuestión de esta novela costumbrista de provincias, que es la criada Desi, una muchacha enamoradiza, en busca de un amor imposible con El Picaza, un mozo de su pueblo. Pero a través de la chica veremos las muchas miserias y envidias humanas que en ocasiones transcurren en el patio de vecindad, donde los coloquios con sus vecinas, compañeras de profesión, nos ponen al corriente de todo el bloque.
 Poco a poco se enhebrará una madeja entre el jubilado y la asistenta, motivado más que nada por la soledad de ambos, uno en busca del burladero que lo resguarde de los fríos invernales y otra a la sombra de la casa esperando el amor que no llegará.
 Delibes destaca el humanismo y la ternura de los 2 personajes en un paisaje que les asusta fuera de la casa, del edificio, y que como náufragos se agarrarán el uno al otro hasta la promesa final del viejo Eloy, de al menos, dejarle a la muchacha un porvenir algo más colorido que el gris de la realidad que les inunda.


 Poco después de amanecer, el Nini se asomó a la boca de la cueva y contempló la nube de cuervos reunidos en consejo. Los tres chopos desmochados de la ribera cubiertos de pajarracos, parían tres paraguas cerrados con las puntas hacia el cielo. Las tierras bajas de Don Antero, el Poderoso, negreaban en la distancia como una extensa tizonera.


Una cierta competencia.-  De los pocos novelistas destacables en la postguerra, Delibes y Cela, ambos porque se quedaron aquí. Los dos conservadores, católicos, cada uno a su manera, claro, pero desde que les empecé a leer, tal vez por aquello del bachillerato, y luego por mí libre albedrío, observé cierto antagonismo, no buscado por los escribas, es muy posible que sólo sea apreciación de mis lecturas.
 Tal vez por ser  contemporáneos, porque desarrollan sus actividades y carreras literarias paralelas, porque Cela irrumpió en el pacato mercado editorial español con La Familia De Pascual Duarte – 1942, desgarro tremendista en este relato áspero, y prosiguió con el atraso de una comarca, cerca de Madrid, como era La Alcarría a la que le dedica un libro que más de viajes, es un crónica de un subdesarrollo común, en la España de postguerra.
 Délibes puede que sea más comedido, más sutil, menos enérgico, ese caleidoscopio que es La Colmena- 1951, obra culmen de la literatura española, sin duda, Delibes prefiere la crítica social sucinta, El Camino o Las Ratas desarrollan un contenido ideológico claro, a fin de cuentas ambos iniciaron la narrativa de los años 50 al nacimiento de una escuela de dura crítica social. Había que publicar, pero también vivir y respirar.







 LAS RATAS .- 1962.-
 En la década de los 50 todavía existían muchos reductos para habitar, agujeros profundos en la moral católica y rancia de una España gris, triste. La profunda Castilla, recia, enérgica, pero aun rural, tiene el drama de que hay gente que vive en cuevas, todavía, como alimañas.
 Pero la libertad tiene un precio, El Ratero tiene un habitáculo en la tierra, esa oquedad que no quiere abandonar porque ahí se siente alguien importante, pese a su analfabetismo, es un cazador experto en diversos animales, pero sus preferidos son las trampas que coloca en las riberas  de los ríos para recoger ratas, que unas veces sirven para sustento diario y otras para comercializar. Junto a él, vive su hijo, un pequeño al que todos llaman Nini, un portento de rebeldía contra todo sistema. Libres ambos de su tiempo y espacio, pese a las calamidades, viven a gusto consigo mismos.
 Delibes desliza situaciones, frases suaves, sobre acontecimientos cotidianos, como la siega, la siembra, el olor de los árboles, el vuelo de las aves, el caudal del río… y pese a todo, no deja de ver el mundo a través de la economía de medios e inteligencia “animal” del Nini, a quien todo el mundo pide opinión sobre tormentas, vientos, soles. Soterrada violencia sobre unas instituciones, en el caso del Alcalde, más preocupado de sacar a dichos personajes de las cuevas y tener el beneplácito del Gobernador Provincial, que en el bienestar del padre y el hijo, que jamás renunciaran a su libertad.

 El niño trazó mentalmente una línea equidistante de las mamas y tiró la bisectriz de la papada al ano sin vacilar. Luego, al dividir delicadamente la tetilla intestinal de un solo tajo, le rodeó un murmullo de admiración.

 Delibes utiliza un medio rural para dejarnos aplastados de la mediocridad de vida de los campesinos, siempre expuestos a los cambios del clima, caprichoso y aleatorio que rige sus vidas, una especie de dios benévolo o frívolo que juega con sus vidas. Siempre habrá gentes que crean en el destino, el Nini no, sabe cuándo saldrá el sol, si su calor será suficiente para la siega o el frío hará retrasar la siembra; las heladas, las tormentas, y todo, para acabar de manera abrupta, ciega, en esa Castilla, por extensión España, profunda.


 Adela estimó que ya era hora de arreglarse, se desnudó y se metió en el baño. Sintió vergüenza de que Cecilio la contemplara así la noche antes. Tal vez si Cecilio hubiese tenido este capricho cinco años atrás no la importase tanto. Más seis años de matrimonio en una mujer cambian muchas cosas.


Ahondar en la profundidad.-  Si en varias de las novelas publicadas hasta ahora por Delibes, se centraba en personajes y sus circunstancias, sobre todo en el mundo rural, al lado de Daniel El Mochuelo, convivían al margen de sus amigos, una cohorte de fuerzas vivas adictas al Régimen y a las fuerzas etéreas llamadas dios. Lo mismo sucede con El Ratero y su hijo el Nini, y aunque un poco al margen de la raíz aldeana, una capital de provincia nos devolvía el paso del tiempo de 2 personajes entrañables, uno doblando la esquina de la sensatez y otra por averiguar qué es eso que llamamos vida, La Hoja Roja nos sitúa ante nuestros sueños, pero también ante las necesidades más básicas.
 Delibes nos deja protagonistas con hijos únicos en algunas ocasiones, como los desvelos del quesero para su vástago Daniel en El Camino; la antítesis la encontramos en Las Ratas, poca o ninguna devoción paternal por escalar en el eslabón social y cultural, tener estudios y que éstos te validen una existencia más placentera.
 Cecilio Rubes, un tipo entrado en la cuarentena, egoísta y de trato complicado pese a regentar un comercio, por supuesto de mentalidad no sólo católica y burguesa, Delibes nos deja uno de esos personajes ahondando en la profundidad de su mente en Mi Idolatrado Hijo Sisí – 1953, el progenitor pone todas sus esperanzas en Sisí, perdido para la causa, pero que le sirve al autor para trazar una sociedad inequívocamente española, poner todos los huevos en la misma cesta, es decir los esfuerzos encaminados a una educación superior pero sólo para un individuo, un hijo en este caso. Para Cecilio Rubes todos los demás personajes, incluido su esposa Adela, son secundarios en el empeño de su vida.
 Escueto había sido en su primer libro de relatos, todos cercanos a su vida cotidiana, La Partida – 1954, 10 cuentos narrados con la sencillez habitual, el humor y detalles de la vida cotidiana, que no por ser comunes, se nos pueden escapar. Todos giran en torno a la vida provinciana española, con esa descripción poética del escritor castellano.
 Poco a poco nos vamos acercando a la obra culmen hasta ese momento por Delibes, el soliloquio de Cinco Horas Con Mario – 1966, un relato desgarrador de su viuda y el entorno social de una España que busca, anhela, una libertad que todavía no se intuye.


 Lo que quiero hacer ver, Mario, es que entre hombre y mujer hay un instinto, y las chicas con principios, las honradas, las que somos como debe de ser, gozamos excitándole en los hombres pero sin llegar a mayores, mientras que las fulanas se van a la cama con el primero que pillan.


CINCO HORAS CON MARIO .- 1966.-
 Estamos ante un largo soliloquio, el de una viuda en la misma noche posterior al deceso de su marido, que ha acontecido unas horas antes; allí, sola en la habitación que han compartido durante un cuarto de siglo, realizará un recuento pormenorizado de la vida en común.
 En un ambiente meramente burgués de mediados de la década de los 60, Delibes nos muestra las muchas capas de las que somos capaces de llevar a cabo en  una relación, en un país con cierta prosperidad pero lleno de mentiras, conservador, en una capital de provincias, donde Mario Díez Collado ha fallecido a la edad de 49 años, profesor de un instituto de enseñanza media, escritor y colaborador de El Correo, de mirada amplia, casi se diría que progresista, pero a tenor de lo que narra su mujer, apenas se conocían, más allá de su convivencia diaria y 5 hijos.
 Carmen, su esposa, repasa no sólo la vida en común, tan diferente en los conceptos que ambos tienen de semejante término, ella una señorita bien de escasos estudios pero de armas tomar, educada para esposa y madre en una familia y entorno muy conservador. Delibes muestra esas capas de la cebolla que Carmen irá desgranado a lo largo de toda una noche. Por allí pasan amigos, cuñados, situaciones, en un país donde un matrimonio era para toda la vida pasase lo que pasase, donde lo roles masculinos/femeninos estaban totalmente establecidos y consentidos y todo lo demás eran demonios del extranjero, ya sabemos aquello de que como en España en ningún sitio, que para eso éramos la reserva espiritual de occidente.


 Tú desconciertas a cualquiera, Mario, convéncete, que muchísimas veces pienso que tus gustos proletarios vienen de la estrechez en que te criaste, que a mí, ya ves tú, a poco de hacernos novios, cuando me dijiste que con un duro a la semana tendríamos que arreglarnos, me dejaste fría, palabra.


 Carmen es una mujer como las de antes, esas madres anegadas a su marido y de paso a sus hijos. Muchos hemos vivido ( que no padecido ) esa situación, un padre honrado, serio pero raro para el establecimiento social en el que se desenvuelve toda la obra, y una madre que tapa todo con las excusas más peregrinas con tal de que la “familia” tire, siga… o lo que sea, adelante. Delibes parte de un localismo provinciano, aunque sea una capital, Cinco Horas Con Mario, sirve de excusa en el soliloquio de Carmen Sotillo para dejarnos las pinceladas secas de una sociedad llenas de tópicos  en la religión, en la educación, la economía de medios domésticos, esa guerra cotidiana para tener un plato caliente en la mesa cada día, las imperantes normas castrantes en el asunto sexual y la doble moral, según sea hombre o mujer.
 Carmen, esposa abnegada, simple, si se quiere porque ella misma lo desea, se refugia en su rabia conservadora por un mundo que ya intuye se escapa, que tardará más o menos, que las puertas se abrirán a una libertad, a una ventilación más diáfana de la que la sociedad, todavía muy pacata, atesora en unos convenios sociales que van camino de caducar, pero que ella ya intuye en sus hijos, sobre todo en los mayores.
 La culpa, la soledad, la incomunicación, aunque estés casada, existe, quizás más, y en lo muchos reproches que le hace a su marido en esa larga noche junto a su cadáver, nos desglosa Delibes a través de la boca y pensamientos de Carmen, un país aterrado de miedo que se refugia en una cueva para no ver la luz del sol, pánico a que el astro rey nos traiga nuevas brisas y aire fresco.
 Errores, torpezas, alegrías, decepciones… la vida a fin de cuentas en el irritante discurrir de una mente pequeña, provinciana, cerrada, pero que Carmen nos dibuja cómo es un país en sus entrañas, cuando alcanzamos el muñón de la cebolla, áspero, duro, pero con un margen de esperanza.

Credibilidad.- Uno escribe para que lo quieran más, otros leemos para entender el mundo en el que nos sumergimos cada día como náufragos en alta mar, tener algo a lo que agarrarnos. 
 Delibes se mantiene a pie de calle, ya es estos años pasó de columnista a dirigir El Norte De Castilla, por lo cual muchas de las andanzas que más tarde se retratarían en sus libros, relatos, ensayos, podían tener muy bien un origen en la pura realidad.
 Con el tiempo, algunas novelas serían llevadas al teatro, caso de Cinco Horas Con Mario o al cine, con desiguales resultados, pero al menos extendió su fama de hombre correcto, culto y alejado de los focos mediáticos, él, al que le propusieron dirigir El País cuando España comenzaba una especie de democracia, allá a mediados de la década de los 70.
 Antes de publicar su obra más difícil hasta el momento, Parábola De Un Naúfrago - 1969, poseía varios premios literarios, al margen del Nadal tenía el de Narrativa.
 Es muy posible quien piense, y con razón, que Delibes no es un gran escritor a la usanza de otros más mediáticos, Cela, por ejemplo, que haya una cierta llaneza o simpleza en sus textos o narraciones algo lineales, pero ahí radica su fuerza a mi entender, en su estilo moderado y crítico sibilino.
 Vuelco que daría irremediablemente con Parábola De Un Náufrago, de ambiente kafkiano, de la deshumanización que va atrapando a un pobre perito calígrafo, Jacinto San José. Un tema desesperado al comprobar cómo alguien en apariencia normal, observa como los valores sencillos se desploman ante la eficacia, brutal por otra parte, de eso que llamamos vida moderna, y Delibes la hace ahora valiéndose de una complicada fantasía alegórica, con una agudeza satírica más amplia que la que nos venía mostrando hasta ahora, espolvoreada de artificios irritantes.
 Más certero, más llevadero, serán sus próximas obras, parte de las cuales se encuentran varias de mis favoritas, algunas son tan sencillas como la vida vista a través de los ojos de un niño de apenas 3 años.


 La Vítora entró en la habitación en penumbra como un  torbellino y abrió los cuarterones de las ventanas.
-     A ver quién es – dijo – ese niño que chilla de esa manera.
-      Pero Quico se había cubierto la cabeza y todo con las sábanas y aguardaba acurrucado, sonriente, la sorpresa de la Vítora. Y la Vítora dijo mirando al cuna:
-      Pues es el niño no está, ¿quién lo habrá robado ?


EL PRÍNCIPE DESTRONADO .- 1974.- 
 Habrá que buscar nuevas vías de comunicación, de correa transmisora con el lector para decir lo que se desea en cada momento. Mejor cauce que la mente de un niño de apenas 3 años, ya se sabe aquello que la verdad radica en las mentes de seres pequeños, Delibes afronta la realidad a través de los ojos despiertos de Quico, 5º de seis hermanos y que apenas un año antes ha sido destronado de eso que los psicólogos llaman “el príncipe destronado”, y tratará de llamar la atención sobre todo de su madre y de quienes les cuidan, a él y a sus consanguíneos.
 Todo en un ambiente burgués de buena casa, con padre protector y empresario y madre dedicada a sus cuitas, domésticas, en su mayoría, pero Delibes centra la anécdota, casi inocente, en los despiertos ojos de Quico, que no dudará en creer que se ha tragado una punta con tal de ser el centro de atención de todos.
 Esa 1ª infancia que es una aproximación al mundo de los adultos, donde Quico por proximidad de años intenta intimar con Juan, quien le precede, y apenas hacer caso a Cristina, la recién llegada y motivo de unos celos infundados al no ser él el más pequeño, a imitar a su padre, héroe de guerra y demostrar con un tubo de dentífrico que con ese arma mortal es capaz de matar a cuanto espécimen se le ponga por delante.


-     ¡Mierda, cagao, culo…!


 La novela transcurre en un día, lo que va desde que el pequeño Quico se despierta a las 10 de la mañana hasta que se acuesta a las 9 de la noche, en un otoño de una casa burguesa madrileña, Delibes consigue a través de la sencillez y pausas necesarias, darnos más claves de lo que es una convivencia de lo se supone es a 1ª vista. Quizás no le debió de costar mucho, El Príncipe Destronado, con poco que mirase lo que sucedía en su vida personal, llena de varios vástagos, no debió nada más que de realizar las tareas de notario de una fiel realidad, en este caso, cotidiana.



Que yo me pienso, doctor, que algunos viejos empiezan a descomponerse en vida.
Que allá vería la cara del Bisa, como sin sangre,
Talmente del color del cemento, que de no ser por el tajo rojo de la boca,
Una momia, oiga, como se lo digo.



Oscura era la noche, fría estaba la tierra.- En realidad este texto está sacado de una vieja canción del bluesman Blind Willie Johnson, Dark Was The Night, Cold Was The Ground, porque Delibes cambia totalmente de registro narrativo en su siguiente obra, de la exquisitez y detallismo de sus anteriores textos, Las Guerras De Nuestros Antepasados será concebida como un mano a mano entre un doctor y un paciente a través de 7 noches, donde Pacífico Pérez dialogará y contará a través de una cinta magnetofónica sus avatares, con un léxico campesino de la Castilla más rural, y Delibes se sirve de semejante personaje para encarnanos todo clase de teorías sobre las guerras, pasadas y futuras, pero que nos detalla una desoladora impresión no sólo de una zona concreta, sino de un país entero, avatares de una familia vertebrada en el desaliento diario de la sobrevivencia a cualquier precio.
 De ahí que me haya venido la canción de Blind Willie Johnson, porque a veces, cuanto más oscura es la noche, más fría encontramos la tierra a la mañana siguiente, y Delibes después de la delicatessen que es El Príncipe Destronado, nos adentra en mundos y aguas más profundas, sin necesidad de ser el Delta americano; la tierra cerril, dura, castellana, nos sirve de coartada para entablar un diálogo intenso entre doctor – paciente, y de paso recorrer parte de nuestra historia de las últimas décadas.
 Pero entiendo que para escribir se necesitan varias cosas: tener una historia (todos tenemos una docena), querer contarla y sobre todo, saber llevarla a cabo. Muchas cosas habían pasado en la vida y supongo mente del escritor castellano, su consagración como un maestro de la narrativa española en la década de los 60 lo llevaría a transitar caminos en ocasiones inesperados.  Asqueado de los problemas que le acarreaba la dirección del periódico El Norte De Castilla, pasaría algunas temporadas en las universidades americanas dando clases, lo cual debió de darle un eclecticismo y amplitud de miras tan anchas como los prados y caminos de su tierra chica. Sus numerosas publicaciones, ya sean en artículos, relatos, y sobre todo novelas, le llevaría al muy reconocido templo de la Real Academia Española ocupando la silla “e”; acaeciendo dicho evento en 1973, año de la publicación de El Príncipe Destronado. Y como la vida es un juego de probabilidades, siempre lo he pensado, a un cierto acomodo, que no intelectual en el caso de Delibes, su mujer, de apenas 50 años, fallecería un año después; debía de ser por el tema del yin/yang, probablemente ese hecho marcaría su existencia y parte de su obra, sin duda.
 Supongo que Delibes, al que algunos críticos le tenían por un escritor noble, pero "fácil" de entender, de leer, o quizás ese fanatismo tan español de envidia; el asunto es que montaron varias de sus obras a las tablas de los teatros, es decir, gozaba de un cierto pedigrí o fama.
 Debió de leer novelas apasionantes como Tiempo De Silencio - 1962 de Luis Martín Santos, una obra brillante y original que contrastaba muy violentamente con la convención narrativa de su tiempo. Y probablemente le llegasen algunos textos inéditos, sin publicar en España, de exiliados interesantes, tipo Max Aub con La Gallina Ciega - 1969, que ya preparaba el terreno de una hipotética España democrática.
 A mediados de la década de los 60 se produjo un boom literario muy interesante en España, publicaciones de narradores que venían a darle un vuelco absoluto a lo publicado en el desierto intelectual de 20 años atrás. Juan Goytisolo, uno de mis preferidos, dejaba pésimas y coléricas opiniones en ese tan traído y llevado: " 25 años de paz" en la irreductible Señas De Identidad - 1966; o el propio Juan Marsé o Juan Benet añadían una realidad muy distinta a la que El Régimen quería hacernos ver, creer.
 Tal vez, los llamados escritores mainstream, tipo Delibes o Cela, se quedaban algo anclados en su pasado, en sus historias, pero el escritor vallisoletano tenía mucho que decir, para deleite de sus lectores.


 Dr.- Anda, Pacífico, siéntate. Ponte cómodo, no té de apures. ¿Quieres otra copita? Sin reparos hijo. Relájate y vamos a charlar tranquilamente.



LA GUERRA DE NUESTROS ANTEPASADOS.- 1975.-
 Pacífico Pérez ingresa una mañana, allá por 1961, en el Sanatorio de Navafría, aquejado de varias dolencias tras la exploración a la que es sometido, fibrosis bilateral en los pulmones, cavernas tuberculosas ya viejas y en consecuencia, propicio a un fallo cardiorespiratorio.
 De la relación que saldrá con el tiempo entre el doctor de dicho sitio, y el paciente recién llegado, alumbrará esta nueva novela de Miguel Delibes, diferente a las anteriores y al mismo tiempo tan semejante en personajes, curiosos, nombres propios para enmarcar, algunas situaciones surrealistas, pero narrativa pegado a pie de tierra, seca, castellana, con seres enraizados en sus entrañas.
 Con el paso de las semanas, el doctor entablará un largo dialogo con el tímido Pacífico, que tiene mucho que contar, más allá de esa primera visión simple de su persona. Las vicisitudes de éste último dan para estudiar las guerras de sus antepasados, las del bisabuelo, el abuelo y la del padre, de tal manera que los tres, especialmente los dos segundos, esperan con ansías la guerra del bisnieto, nieto e hijo.
 Delibes realiza una crónica en boca de Pacífico de los atolladeros que han sufrido sus antepasados, obsesionados con el tema de las batallas; por aquí pasan las 3 generaciones, cada uno con su batallita: la Carlista, la de Marruecos y la Civil, así pues, todos esperan (menos Pacífico) que le toque la suya, no basta con darse de cantazos con los del pueblo de Otero. El narrador siempre quiere dejarnos una visión de los contendientes, pero de los humildes, arrastrados, no de los héroes que pasan a eso que llamamos, libros de historia. Pero regado con socarronería, humor, y de hechos ajenos al ajetreo de las batallas.
 La existencia de Pacífico Pérez la rigen el “bisa, el abue y el padre”, entre medias su abuela, Benetilde, su madre, Delgadina, y su hermana, Corina. Delibes nos presenta al personaje central, dialogado con el doctor a lo largo de la novela, a un hombre simple, normal y pueblerino, nada que ver con los héroes de historias que cuentan sus antepasados, él es un personaje rural del siglo XX, que con el tiempo se hace avicultor por su maña con las abejas, que jamás le pican, y que lleva una existencia simple, hasta que se encoña de Candi, una hippie, hija de un burgués del pueblo que ha estudiado en la capital y que ahora, cuando ella tiene 23 años, aparece en la vida de Pacífico, que cuenta 21.
 El acierto del autor es la naturalidad con la que presentan los conflictos y la necesidad vital que para cada uno de los personajes suponen estos episodios, que en 2 de los 3 casos supone el eje de la vida de los protagonistas y a lo que se aferran con más fuerza en sus recuerdos, pero Pacífico Pérez es un ser introvertido que cuesta sacarle las palabras, pero que atesora un mundo interior muy interesante dentro de su simplicidad, es un ser especial, distinto al resto, semejante a su tío Paco, que también se libró de la guerra, pues supo entrever resquicios de la realidad que a otros se les escapaban.
 Delibes saca una obra maestra, digna, de un realismo mágico incuestionable, nos transita con dulzura, como si un humo cegador nos anestesiara, como el sopor amniótico de un hospital, que ayuda a entender de una manera incuestionable la España de finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Un mosaico de personajes que aparecen en el desarrollo de esta novela para dejarnos una visión de la evolución de Iberia, a nivel político, pero también mental, y todo, como el gusano de seda con sus hilos, con un finísimo sentido del humor.


 Una hipótesis, Dani, todo lo absurda que tú quieras, pero es una hipótesis. Imagina, por un momento, que un día los dichosos americanos aciertan con una bomba como esa de neutrones que mata pero no destruye, ¿no? Bueno, es una hipótesis, una bomba que matara a todo dios menos al señor Cayo y a mí, ¿te das cuenta? Es una hipótesis absurda, ya lo sé, pero funciona, Dani. Pues bien, si eso ocurriera, yo tendría que  ir corriendo a Cureña, arrodillarme ante el señor Cayo y suplicarle que me diera de comer, ¿comprendes? El señor Cayo podría vivir sin Víctor, pero Víctor no podría vivir sin el señor Cayo. Entonces, ¿en virtud de qué razones le pido yo el voto a un tipo así, Dani, me lo quieres decir?




 Atento a la realidad.-  Si para mi Delibes atesoraba un manantial de sabiduría llana, la del pueblo sencillo, y daba una visión más caleidoscópica de lo que en un principio parece a simple vista (lectura), no sólo supo adaptarse a los nuevos tiempos que vivía la nueva democracia en España, aquella que no debimos de abandonar casi 4 décadas antes, la narrativa del escritor vallisoletano, más allá de sus aficiones y libros sobre la caza y pesca, publica Mis Amigas Las Truchas y verá la adaptación teatral de Cinco Horas Con Mario, mientras preparaba dos obras, en apariencia sencillas, pero con dosis venenosas dentro que no dejaban indiferente al lector, sus reflexiones son excelentes y las preguntas que nos acarrea su narrativa de finales de la década de los 70 y comienzos de los 80, son muy interesantes. Me refiero a El Disputado Voto Del Señor Cayo y Los Santos Inocentes, tal vez ésta última su mejor obra hasta el momento, realzada en parte mediática por la película a cargo de Mario Camus con excelentes interpretaciones, hasta de la “milana”.


El recial rompía contra la roca, deshaciéndose en espuma y se precipitaba luego, en el vacío desde una altura de veinte metros. Bajo la cola blanca de la cascada, zigzagueaba el camino y, bajo éste, encajonado, corría el río en ejarbe, arrastrando troncos y maleza, regateando entre los arbustos.


EL DISPUTADO VOTO DEL SEÑOR CAYO.- 1978 .-
 Atento a la realidad más imperante, sin perder un ápice de su ingenio y honestidad, Delibes nos muestra a un campesino perdido en medio del páramo castellano, en un pueblo donde sólo quedan 3 habitantes, y a donde llegan como marcianos perdidos en el espacio otras 3 personas, de un Partido, se entiende que del SOE, a explicarles a los lugareños, en este caso al señor Cayo, su programa lleno de propuestas inmejorables y de un futuro esperanzador.
 Apenas han transcurrido unos meses desde las primeras elecciones democráticas celebradas en  España, junio del 77, cuando la novela se publica, entre medias de la aprobación vía referéndum de la Constitución española de 1978 y en un año otras generales, las del 79.
 Descripción veraz de la España más pobre, sólo en apariencia, donde un hipotético diputado con dos “compañeros” se  acercan a tierras baldías, con octavillas y pegamento suficiente para dejar las impronta de su líder en las paredes desérticas de sus calles, cuando las campañas se realizaban a pie, calle a calle y barrio a barrio o poblado a poblado. A donde van a parar "esos militantes"  es a un todo un torrente de la sabiduría del tiempo, del buen hacer, de las cosas con calma, de mirar al cielo para observar qué a va suceder, por dónde va a salir el sol, donde el señor Cayo es todo un pozo de sabiduría con su analfabetismo, pero que le ha servido para vivir como él quiere, libre y en espacios diáfanos.
 Delibes capta el lenguaje del campo, de sus vericuetos, de su analogía, de sus reglas. Cayo representa la profunda sabiduría de la tierra, que sólo hace falta escuchar; la paciencia hecha arte en el lento proceder de las cosas. Novela corta y directa en busca de la luz y el progreso que falta en pequeñas poblaciones, sobre todo en forma de infraestructuras, del resto, les sobra a esos pequeños habitantes para vivir “ a su aire”. No son pobres, pese a carecer de luz eléctrica, cocina, suelos con baldosas, y aunque el hogar de Cayo y su esposa, sea oscuro y básico, la existencia transcurre lenta y eficaz en sus estaciones. Es la España profunda, pero también muy libre.



 Los tres se sobresaltaron. Un hombre viejo, corpulento, con su vieja boina encasquetada en la cabeza y pantalones parcheados de pana parda, les miraba taimadamente, desde la puerta, bajo el empedrado de la casa.



Los nombres.- Atendiendo a las novelas de Delibes, siempre me ha llamado la atención los nombres que utiliza en sus personajes, cuando menos curiosos. Hay de todo, desde luego, desde los normales o cotidianos, pero la inmensa mayoría de ellos, esos que pueblan su maravillosa narrativa no me deja indiferente.
 Desde que le empecé  a seguir, allá en los tiempos del bachillerato, era de lo más normal cuando cayó en mis manos El Camino, que algunos de los “protagonistas” se les aludiese por su apodo, dado el entorno de la novela: Daniel, El Mochuelo, Roque, El Monigo, Germán El Tiñoso; a los que se iban añadiendo Las Guindillas, la Mariuca Uca. Quino El Manco, etc. De los más normales sería en su siguiente obra, para mí interesante, La Hoja Roja, donde el jubilado Eloy y su asistenta Desi, conformando un tándem, digamos que curioso en una España en b/n, claro que también se hacen llamar con el “la” a aquellos seres cercanos en sus vidas, La Marce, La Caya… cuestión que ahonda en sus 2 protagonistas en Las Ratas en su visión trágica y dura de un pueblo castellano: El Nini y el Ratero; claro que secundados a lo largo de la narración por gentes que se hacen llamar El Mamertito, Rabino Grande, Rabino Chico…
 Al margen de la curiosidad que despierta en Pácifico Pérez ( La Guerra De Nuestros Antepasados ) cuando en su narración con el doctor Burgueño López se refiere a sus antepasados consanguíneos como El Bisa, El Abue y el Padre, Delibes se despacha con una imaginación y probablemente, con verdad meridiana en los nombres de algunos de los personajes que aparecen en dicho libro, acompañan al relato seres que se les nombra como Dictrinia, Vendiano, Delgadina, Krim, Don Prócoro…
 Casi diría que de los más normales aparecen en novelas del calibre de Cinco Horas Con Mario, donde el ausente/presente Mario  Díez Collado y su esposa/viuda María del Carmen Sotillo ayudan al entramado de la burguesía provinciana y pacata, conservadora y dócil, dentro del esquema en el que se desarrolla la novela, con nombres fáciles de recordar, algo que sucede con Cayo y su voto, no así con la desgarradora y emotiva Los Santos Inocentes, donde al margen de Paco El Bajo, se unen La Régula, Azarías y hasta la etérea, pero certeza, La Milana.
 Continuará llamándome la atención su glosario de personajes, tales como Papá León, Mamá Zita, Minervino, Zoa, Papá Telmo… en obras magistrales como Madera de Héroe. Todo ello para contar el desarrollo del niño Gervasio García de la Lastra y de su familia y amigos, allegados y colindantes, donde no faltan nombres curiosos como el de Evencio Gredilla, amigo del niño e hipotético héroe, que tiene la cualidad de mover las orejas a voluntad o de su tía Macrina.
 Más “normales” me parecen en sus siguientes obras destacadas, pero algunos hay curiosos: Evelio Estefanía, Tirso Urueña ( Señora De Rojo Sobre Fondo Gris ), Minervina Capa, Argimiro Rodicio, Estacio del Valle, Evencio Reguero, Crisanta, Nicasio Celemín, Tiburcio Guillén... (El Hereje).



 Al día siguiente, con el crepúsculo, salía solo sierra adelante, abriéndose paso entre la jara florecida y los tamujos y la montera, porque el cárabo ejercía sobre el Azarías la extraña fascinación del abismo, una suerte de atracción enervada por el pánico, de tal manera que al detenerse en plena moheda, oía claramente los rudos golpes de su corazón y, entonces, esperaba un rato para tomar aliento y serenar su espíritu, y, al cabo, voceaba: “¡ eh, eh!”


LOS SANTOS INOCIENTES.- 1981 .-
 Es la mejor novela de Delibes. Parece mentira que un ave rapaz nocturna, semejante a la lechuza, sea el desencadenante de una obra magistral, contada en 6 apartados, donde presenta a cada personaje y situación, llevando a 2 “inocentes”,: Azarías y La Niña Chica, al borde del abismo, sobre todo al primero, quien al desgarramiento de la pieza angular de su vida, su milana querida, le haga en un acto de lucidez, ahorcar al señorito vilmente, como si en este hecho redimiéremos la vida de los pobres y aniquilados por un sistema corrupto, injusto, que lleva a unos seres a ser los dueños de otros, así sin más, sólo por el acotamiento de la cuna, sin pedir clemencia y dar los instrumentos necesarios para que al menos, todos podamos tener ciertas cartas que jugar en la existencia.
 Delibes muestra la abnegación de un grupo de personas, centrado en el matrimonio que forman Paco El Bajo y La Régula, en un cortijo extremeño, la dureza cotidiana, los pocos o ninguno derechos de que tienen sobre su escueta y miserable vida, y aún dan gracias por respirar. Los muchos vericuetos que el talento de Delibes, hace que las situaciones transiten con calma tensa hasta el desenlace final, algo que discierne desde la llegada a la casa de su hermana, de Azarías, eje principal del relato, hasta que se cruza en su vida el señorito, Iván, empedernido y obsesionado cazador que tiene el gatillo fácil, y eso será su perdición, hasta acabar colgado de una soga en una encina.
 Delibes nos suelta en Los Santos Inocentes toda la poética y tragedia cotidiana, narrado de una manera curiosa: descripción y diálogos van juntos, con total soltura y armonía, sutil de leer y de entender. Si Cela sorprendió con La Familia De Pascual Duarte en 1942, el autor castellano nos involucra en una España profunda, dura, donde a veces el escorpión mata antes de inmolarse.


La soledad individual y creativa.- Sus últimas obras publicadas le mantenían en la cúspide literaria nacional. Su prestigio como académico y narrador le generaban numerosos premios, pero Delibes creaba en la intimidad, desde hacía casi una década que perdió a su mujer,  Ángeles de Castro, y aunque aparentemente en sus novelas no se apreciare ese aislamiento voluntario a lo que sometió a su persona, unos años más tarde arreglaría semejante osadía con un monólogo sutil, pero certero, de la existencia con su compañera en el fresco que es Señora De Rojo Sobre Fondo Gris. Más que un homenaje, es un ajuste de cuentas consigo mismo.
 Delibes escribía para ella, y cuando le faltó su juicio, su criterio, le faltó la referencia de su escritura.
 Hasta la fecha, el escritor vallisoletano había abarcado sus preocupaciones más latentes: el campo, la dejadez del mismo, el duro entrenamiento diario que es vivir en Castilla, fue un ecologista adelantado a su tiempo, y sólo en narrativa ( no hago alusión a sus ensayos ) nos dejó personajes inolvidables a través de su páginas y una trilogía elocuente: El Camino, Las Ratas y Los Santos Inocentes, donde plasmaba sus intrigas, sus muchas nostalgias, el campo abandonado poco a poco por las nuevas generaciones, la perdición de las tradiciones en un mal entendido vanguardismo que aniquila, o lo intenta, el destrozo de lo tradicional, del medio rural con el desarrollismo. Demasiado avasallador, no equilibrado con el medio ambiente, en eso Delibes fue un pionero con sus actos y sobre todo, en sus obras.
 Briznas de felicidad que se deshacen como pompas de jabón. Los certeros zarpazos que da la vida, la pérdida como motivo de creación, la soledad en última instancia, Cinco Horas Con Mario; la vejez, ese paso inexorable que nos va debilitando, esa vida que transcurre a través de nuestro cuerpo y sus avatares, la jubilación como escalón último de la escalera, La Hoja Roja, Cartas De Amor De Un Sexagenario Voluptuoso.
 Ya en la creación solitaria y sin el visor de Ángeles de Castro, seguir ajustando cuentas con la realidad más inmediata de ese país llamado España y por antonomasia, su Castilla, El Disputado Voto Del Señor Cayo, como anteriormente la magnífica La Guerra De Nuestros Antepasados y la nueva, Madera De Héroe, donde sin querer, pero afirmo  que realiza una nueva trilogía amparada en el tiempo y el espacio que nos inunda en España, una radiografía a veces campestre, de nuestras cuitas cotidianas en los 2 últimos siglos.
 Observaba cómo poco a poco la individualidad iba tomando ventaja sobre el colectivismo, prevalecía la heroicidad de un elemento sobre el hecho concreto de victoria general, su siguiente obra lo constata, con personajes ambiguos o fieles a sus ideales, Delibes retrata a través de su protagonista las ambivalencias en el ser humano, sus cambios de formación, y de las proclamas patrióticas y hasta nobles, a los fantasmas y miedos individuales.

 Lo primero que se necesita para ser héroe – le dije – es una buena causa. Ya puedes realizar las mayores proezas, sacrificar incluso la vida, que si no lo haces por una causa noble será un sacrificio inútil.


Madera de Héroe.- 1987-

  A finales de la década de los 80, Delibes acomete una obra donde el eje de la acción es la contienda nacional, es decir, la guerra civil española. Bajo la premisa de un cierto heroísmo descastado de un niño, Gervasio García de la Lastra, y más llevado por el espíritu guerrero de su abuelo Papá León que le infunde ánimos militares, y basado en una especie de cuadernos de su tío, Felipe Neri, antiguo coronel de caballería, quien a modo de dietario será una especie de corresponsal familiar de los avatares de una familia burguesa, de capital de provincias que habita en un antiguo palacete que ha sobrevivido a varias generaciones de su estirpe.
 Se sirve Delibes de un periodo muy curioso en la reciente historia de España, aquel que arranca en 1928 bajo el reinado de Alfonso XIII con el dictador Primo de Rivera a los mandos, triunfador de la guerra en África y que trajo algunas mejoras estructurales al país, pero que no rehuyó a un reagrupamiento de las fuerzas militantes de izquierdas.
 Todo esto sucede en la casa de los García Lastra, con sus desavenencias, alegrías, penurias (más morales que otra cosa) siguiendo muy atentamente las coordenadas de la actualidad en España. El niño Gervasio, es como otro cualquiera, más allá del enaltecimiento que en él provocaba de pequeño los briosos compases de Los Voluntarios, cuando se le ponían los pelos de punta y su abuelo, León, tomó aquello como un indiscutible talento militar en el pequeño, y a la usanza, seguro héroe.
 Las crisis posteriores sufridas en España, las relata Delibes de manera clara, sucinta. El boom económico de 1929, la posterior caída de Primo de Rivera, la llegada inminente de la II República y el triunfo en las elecciones municipales de 1931 a las izquierdas, hacen tambalear el sistema de vida conservador de toda la familia; la situación social no era otra que la de los convencionalismos más arraigados en las clases altas, la hipocresía reinaba en las esferas medias, y por supuesto, una enorme vulgaridad a creerse cualquier cosa en las estofas más bajas.


 La falta de pechos de Crucita era uno de los temas de conversación habituales en la cocina, por más que siempre, tras las más peregrinas discusiones, se llegara a los mismos resultados: para la señora Zoa la Crucita era demasiado dura para tener tetas, mientras para la Amalia la Crucita no tenía tetas porque era rica y las tetas constituían el privilegio de los pobres, que otra cosa no, pero ella no había conocido a una sola mujer pobre sin tetas.

Delibes divide el libro en 3 bloques, el 1º como hilo conductor la infancia del por entonces niño Gervasio y su burguesa familia, conservadora menos Papá Telmo, encuadrado en los principios de la República, lo que le llevará a estar detenido en la Plaza de toros de la ciudad en los días en que la contienda civil estalló, y sólo la protección de su cuñado Felipe Neri, su valedor, Teniente Coronel afecto a la causa de los rebeldes; la boda frustrada de Crucita con un juez y sus trámites de anulación cuando estalla la guerra…
 El libro 2º nos descubre a un adolescente bachiller Gervasio y sus amigos, en esa edad en que todo es posible y el chico no ha abandonado la idea de convertirse en héroe, a semejanza de cómo su abuelo León intuía años ha. El ingreso en el colegio de Todos Los Santos supuso para el chaval la desconexión con pasado, la ruptura con una infancia tibia, rica en experiencias, aunque demasiado atornillada y protegida.

Había alcanzado esa edad en que el ideal humano es la vulgaridad, no diferenciarse de los demás, no rebasar la norma, y la sola evocación de su ostento le avergonzaba.

 El libro 3º transcurre en la Armada, Gervasio y sus amigos se alistan en el lado nacional, su tío Felipe Neri le facilita los trámites y permisos paternos para su ingreso en el buque escuela, y posteriormente entrará en combate en el Juan de Austria, donde Gervasio pasará a ser 377ª, tubo acústico, su cargo. Entre medias perderá a amigos, Tato Delgado, conocerá la desgracia del buque Baleares abatido y que dejará ciego a Eduardo Custodio, igual que él, voluntarios marineros y camaradas desde la infancia.
 Asistimos al crecimiento del muchacho, sus dudas, sus certidumbres, y que esto de la guerra está muy bien para los tebeos y para pasar el rato, pero que el asunto más allá del ardor guerrero y la tan traída y llevada patria, es otra cosa.

Que la grandeza de la Patria se forja, antes que a tiros en el campo de batalla, acatando la norma y sometiéndola a la ordenanza de la retaguardia.

 Cuando la contienda de la guerra civil acaba, entiende Gervasio que su cabeza alberga muchas más dudas que certezas, incluso valora bastante al cabo Pita, fusilado en el último momento, al parecer por ser un rojo infiltrado en su navío y que pasaba información al enemigo, al menos el ejecutado fue fiel a sus ideas. Ni su padre cambió de opinión pese al largo arresto al que fue sometido, deja Delibes a un personaje central sumido en un barullo mental, como quedó esa España rota y quebrada durante décadas, tal vez para siempre.

¿ No podría ser el hombre que muere generosamente el que ennoblece la causa a la que sirve ?


Haciendo inventario.- No me quedan muchas más novelas interesantes de Delibes, un par, para ser exactos. El escritor estoico, feliz de su narrativa, sereno, directo, de castellano recio, que a lo largo de su  obra había tocado varios palos, a saber: la naturaleza, el campo, Castilla, la caza, incluso la ideología que fue madurando desde un conservadurismo latente a fuentes más vanguardistas. El lenguaje, exquisito y muy cuidado, una especie de justicia sincera, donde cada hombre era humano en toda su extensión, tocaba la vejez y por extensión, la muerte, camino inexorable una vez se sale de la matriz materna.
 Con mente lúcida antes de sufrir un problema físico importante, todavía ahondaría en la novela de introspección, un recorrido por su interior en Señora De Rojo Sobre Fondo Gris, y vería 2 buenas novelas bien desarrolladas en el cine, El Disputado Voto Del Señor Cayo (Giménez Rico) y Los Santos Inocentes (Mario Camus), amén de otras llevadas al teatro.
 Faltaba poner coto a la soledad, al homenaje sincero que hará en su siguiente obra publicada.
 Parecía que su propia narrativa le había secado como persona, que toda la energía de la que disponía se colocó al servicio de los muchos personajes que nos regaló, que quedaba una mente enajenada y una apariencia de vida, pero de su cabeza y de su pluma todavía nos quedaban personajes ilustres que leer, que saborear y degustar, que al Moñigo, El Nini, Carmen Sotillo, Eloy… aún quedaba ponerle la guinda, a un pastel exquisito.





La nuestra era una empresa de dos, uno producía y el otro administraba.



SEÑORA DE ROJO SOBRE FONDO GRIS .- 1991.-
 Un pintor en crisis habla de su gran amor, esa esposa ausente que ya no está de manera física, pero perenne en su pensamiento.
 Viaje evocador de Delibes a su compañera Ángeles de Castro, cambia los pinceles por la pluma, Ana y Nicolás forman una pareja estable y enamorada, que se va llenando de hijos que desean a través de canalizar un amor que sienten recíproco, hasta que un día una enfermedad sin importancia y una operación que se complica, acaba con el deceso de la mujer.
 Detrás de La Señora De Rojo Sobre Fondo Gris se encuentra el autor, ahora escondido en un pintor en crisis creativa. Viaje evocador que sirve a Delibes para soltar todo aquello que sentía por su mujer y que debía de llevar mucho, demasiado tiempo, escondido en su alma más tierna. Inevitable ciertos toques personales, íntimos, y desarrolla una historia paralela, la inminente muerte del dictador (Franco) que nunca llega y la detención de 2 de sus hijos, de los cuales, de la hija, se harán cargo de la nieta durante un periodo de tiempo, hasta que todo llega, incluso lo bueno, y uno morirá y los otros saldrán de las rejas que les tienen privados de libertad.


Su presencia aligeraba la pesadumbre de vivir.


 Con una frase tan hermosa y que dice tanto: escueta y certera, como casi toda la obra de Delibes, nos sumerge en el mundo de Ana, rebosante de belleza, que llena el espacio en el que se encuentra y pasa dejando un poso de tranquilidad, equilibrio. Todo el texto es de una contención que emociona, plasma la realidad más austera a base de dejarnos una lección de vida, de esperanza, el autor, en sus pocas páginas, no necesita más para llenar los huecos, teje una sabiduría en el difícil arte de crear y desarrollar una bonita historia de amor.


 Cuando ella se fue todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad.



 Todavía queda una cosa más.- Es posible que sus muchos personajes le hubiesen secado, pero añadiría que todavía queda por llegar la que para mí es la mejor obra de Delibes, El Hereje, antes de que la artrosis le fastidiara de verdad y un cáncer de colon, le llevase demasiadas veces al quirófano dejándolo, ahora sí, seco para la creación, y hasta para la vida.
 Tras la publicación de esta obra, vivió resignadamente, amén de seguir cosechando premios, también El Cervantes, pero no era capaz de crear nada nuevo y apenas concentrarse en leer más de media hora. Es elocuente una entrevista en Informe Semanal, (TVE) ,todo un lujo de clase y estilo.
 Soporto los días, uno tras otro, todos iguales. No deseo más tiempo. Doy mi vida por vivida. Andaba por los 87 años.
 Para un ser como Delibes, que era feliz a su manera, como todos, que no era triste, como en ocasiones pareciese, sólo encontraba briznas en la felicidad,, que no existía de manera absoluta, sólo a ratitos y de manera esporádica. Castellano y austero, fiel carácter a la tierra en la vivió gran parte de su vida y desarrollo su magna obra, él era un sabio del campo con estudios universitarios, periodista y escritor y sobre todo, observador, y para mí, un mago de la palabra, un albañil del lenguaje y encofrador de frases, esa sencillez elevada a la categoría de genio, y sin hacer apenas ruido, ahí está la gracia, aunar elegancia, perseverancia, con estilo.



EL HEREJE .- 1998.- 
 Delibes cierra su obra con un homenaje a Valladolid, pero hace una recreación de la capital castellana en plena Inquisición bajo el reinado de Carlos I. Nos mete en personajes, situaciones, costumbres y por supuesto, en el macro proceso de la sociedad civil, eclesiástica y económica del momento.
 Y elige un ser inanimado como hilo conductor de la historia, Cipriano Salcedo, huérfano de madre al nacer, desamparado de su padre al que deja en manos de una nodriza, Minervina Capa, de sus años en un internado para pobres en el Hospital de Niños Expósitos, y de cómo este tipo acaba en manos del Santo Oficio, confiscado de todos sus bienes y dado de muerte en la hoguera. Algo imprevisible al comienzo del relato, y más observando su ascenso laboral, económico y social al ser un próspero comerciante local, pero que poco a poco se irá introduciendo en las doctrinas protestantes de Lutero y de Erasmo de Rotterdam, que empiezan a trasladarse a ciertos núcleos de la población en la Península Ibérica.


 ¿Por qué tan poca fe? Si Cristo murió por nuestros pecados  cómo va a exigirnos luego reparación por ellos?


 Martín Lutero fija sus noventa y cinco tesis contra las indulgencias en la puerta de la iglesia de Wittenberg, provocando con ello el cisma de la Iglesia Romana de Occidente, es el año 1517 y es ahí donde Delibes arranca El Hereje, año en el que nace el protagonista de la historia, Cipriano Salcedo, texto que dividirá en 3 partes correspondientes a periodos concretos de la vida y existencia de dicho personaje y coartada perfecta para desarrollar todo un entramado de la cotidianidad de Valladolid, ciudad principal castellana, de varios de sus personajes, de la economía floreciente, de la descripción de ambientes con un lenguaje muy cuidado, poco dado a la época en la que vivimos, pero fácilmente entendible.
 Vemos como una villa de apenas 30 mil habitantes, convertida en ciudad de servicios y prosperidad de varias familias, de las antiguas huertas convertidas en casas con balcones de herrajes, la importancia de sus vinos en toda la comarca, la floreciente industria textil con transacciones comerciales con Alemania; sus formas de vestir, las costumbres de sus habitantes, su lenguaje, sus requiebros, Delibes fiel a su costumbre de sintetizar nos sumerge en un mundo rico, denso, donde también surgen los problemas ideológicos, sus batallas y sus correligionarios, mención especial para los Comuneros de Castilla.


  Y, ¿dónde encuentra uno una virgen en este pueblo fornicador, Manrique?




 Novela histórica, sin duda, donde la tolerancia y la libertad de conciencia deben de ejercerse, claro, que con la Inquisición en pleno auge, es un poquito más complicado. Dicha institución está presente a lo largo de la obra, la represión que sufrían diversas gentes por su protestantismo, o simple duda de que pudieran ejercer dicho pensamiento, era suficiente para que se pudiera ejercer sobre los mismos duros castigos, incluso la hoguera en la que perece finalmente Cipriano Salcedo, con más dudas que certezas, pero que las circunstancias de un ser, comerciante de vellones y zamarros próspero, le llevó a terminar entre las llamas.



Era afable pero no se podía esperar de él nada decisivo.


BIBLIOGRAFIA SELECCIONADA (NARRATIVA)






EL CAMINO.- 1950



LA HOJA ROJA.- 1959



LAS RATAS.-1962



CINCO HORAS CON MARIO.-
1966



EL PRÍNCIPE DESTRONADO.-
1974



LA GUERRA DE NUESTROS
ANTEPASADOS.- 1975



EL DISPUTADO VOTO
DEL SEÑOR CAYO.- 1978


LOS SANTOS INOCENTES
1981


MADERA DE HÉROE.- 1987




SEÑORA DE NEGRO SOBRE
FONDO GRIS.-1991


EL HEREJE.-1998.-









  Miguel Delibes Setién .- 17 de Octubre de 1920 - Valladolid .-  12 de Marzo de 2010 - Valladolid

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