DE BARRO Y CORTA HILOS - IV -
TÚ PADRE HABLA POCO Y GESTICULA
MENOS.- Pepe Santos era feo pero poseía el título de Licenciado
en Derecho y era el oficial del Juzgado Comarcal. Los hijos que tenía no eran
agraciados, ni siquiera las muchachas, una de ella, Pili, acabó de yonqui y
tuvieron que ingresarla largos periodos, luego consumida y con la piel
reseca se quedó por aquí. Debió de ser por las primeras elecciones democráticas o lo que aquello
fuese que se llamaba democracia orgánica, entre medias del Fuero De Los
Españoles de Paco Franco y la Constitución de 1978. La muchacha se alistó con
los de AP e hizo campaña provincial, ahí debió de coger malos hábitos o se dio
cuenta de que estaba engañada, que también. El asunto es que acabó como acabó.
Pepe Hermenez era el Secretario del Juzgado de
Instrucción y también era feo, éste con unas gafas de pasta que le cubrían
media cara, la moda era así entonces, pero parecía un conductor de la mafia
neoyorkina. Esperó más para casarse que su colega de Juzgado, Pepe Santos, que
lo hizo con una muchacha de la villa y corte que no valía las castañas del
bautizo, Pili, La Salchichera, pero que aun así y todo se sacó la carrera de
Magisterio y ejercía las clases en centros poco adecuados, como en la cárcel de
la calle de Las Monjas en la década de los 60 y luego en el Virgen de Argeme.
Pepe Hermenez esperó para desposar a una monja de clausura que estaba en la
misma calle, al parecer después de ir a recoger tanto dulce de almendra pudo
ilusionarse con otro señor más carnal que el etéreo y “la santa” cambió de
opinión. Hubo rumores claro, no fue de un día para otro ni un calentón de
verano por entre las rejas, pero la mujer que no era una niña debió de ver el
cielo abierto cuando salió de allí. Empezó a ejercer de profesora de religión
en el colegio público Zurbarán.
La virgen de la villa y corte la traían desde
la ermita cada cinco años, luego debieron de ver el negocio o es que hace
muchos milagros y la recogen de su retiro anualmente, la dejan en exposición, como los equipos de fútbol cuando ganan una Copa De Europa, en la Catedral, lo
diversos santos y feligreses, curiosos y adivinos, se acerquen a contemplar una
figura morenita y pequeña, como la de Covadonga en Asturias que la tienen en un
terraplén de exposición.
Cuando querías ir a bailar debías esperar a
los albores de la primavera y el día de
la romería se abría la pista de verano de Piro, en el invierno al final de la
calle de La Corredera estaba la Chatarra, si te descuidabas salías rodando a la
carretera, aquello tenía mucho desnivel si se iba para la izquierda, como
abrían por las tardes, algunos domingos cuando ibais dando una vuelta, al
atardecer, algún mozo caía víctima del alcohol por la acera o se sentaba
enfrente como si la vida se le fuese por la cabeza. Debía de orinar más, al
menos eso es lo que Fernando Paredes te decía, de a poquitos para que los líquidos
salgan y no te alteren el cerebro. Él lo hacía, además era hijo de médico.
Luego llegó la discoteca Tacal, en la calle Portezuelo, y Praxítiles, con el
tiempo, abrió un pub elitista en la calle Almanzor, al lado, pero diferente
pelaje de gentes.
Ni siquiera el señor obispo López Iborra que era el titular de aquí y se
fue a vivir a Cáceres, acabó con la fe de algunos lugareños, se llevó el Seminario, todo su mobiliario y cerró El
Palacio que acabaría en Hotel, La Catedral lo intentó, pero no le cabía en ningún bolsillo, tampoco pudo
acabar con el orgullo de este pueblo milenario. Esta villa y corte dentro de
sus curiosidades ejerce de capitalina y hasta de Puente Romano sin agua y nombre falso, pues es de la época del medievo y pertenece al siglo XVI; pero todo tiene su explicación, ubicado correctamente ejercía sus labores que
no eran otra cosa que poder facilitar el transito entre los aparejos y personas pertinentes para
cruzar el río Alagón, unos desde sus lugares de labranza y otros camino de la
villa. El terremoto de Lisboa en el siglo XVIII pese a producirse a varios
kilómetros, alteró sobre manera el entorno y sacude toda la costa atlántica de
la península ibérica, el mayor daño, al margen de la capital portuguesa, se lo llevó esta ciudad, incluyendo las
muchas grietas que produjo en La Catedral donde se derrumbó la cubierta, varios
feligreses aparte de rogar, les pilló de lleno, no calcularon.
Ricardito Paramio, tenía un cierto aire con el
hermano mayor de Juan” Canuto”, y el primer día que lo vio se quedó un poco
así, y también, al mismo tiempo que tú, tuvisteis las ganas de sacudirle. Se
creía el director del Corte Inglés, ahora tenía competencia seria con Domingo y
Los Malagueños, el asunto era quien vestía mejor a los lugareños y adyacentes que venían con frecuencia a la capital de la comarca; éstos últimos pañeros de origen andaluz, tenáin aires empresariales serios, se hicieron con la
cafetería Las Vegas, al comienzo de la calle de los encierros.
A vosotros os gustaba el Exprés, bareto único de la zona amurallada, por su cutrez, situado en la Plaza De España y que también ejercía las labores de casino de pobres, debía de ser por la proximidad al Ayuntamiento, justo enfrente. El de verdad, La Concordia, situado en la calle Del Rey donde se ponían y se quitaban alcaldes, se conspiraba, se elegía abanderado de las fiestas, una especie de jefe con voz y mando por encima de cualquier peña. Se colocaban a niños de botones en las cajas y bancos, como a Gatsby que lo metieron en la Caja De Extremadura, siendo un adolescente o a Glicerio Deslucido, en La Rural.
A vosotros os gustaba el Exprés, bareto único de la zona amurallada, por su cutrez, situado en la Plaza De España y que también ejercía las labores de casino de pobres, debía de ser por la proximidad al Ayuntamiento, justo enfrente. El de verdad, La Concordia, situado en la calle Del Rey donde se ponían y se quitaban alcaldes, se conspiraba, se elegía abanderado de las fiestas, una especie de jefe con voz y mando por encima de cualquier peña. Se colocaban a niños de botones en las cajas y bancos, como a Gatsby que lo metieron en la Caja De Extremadura, siendo un adolescente o a Glicerio Deslucido, en La Rural.
Tú padre hablaba poco y gesticulaba menos, por
eso había que prestar atención cuando hablaba y más cuando le daba por ejercer
de tutor. Al poco de comenzar el curso comentó con tu madre que en el Juzgado
le dijeron qué edad tiene tú chico, Pepe, pues reclutaban adolescentes de botones para las cajas y bancos, incluso para el Registro De La Propiedad. Tomabas
el café con tus padres desde que estudiabas bachillerato superior, podía parecer
poca cosa, pero era un escalón más y por primera vez te gustaba lo que hacías y
le encontrabas un fin. Hasta ahora, desde básica hasta 4º de Instituto, era
como más tarde dedujiste con el carnet de conducir, te enseñaban a aprobar, no a
conducir. El teórico era cosa de cada cerebro y un poquito de voluntad.
Al salir de clase sobre las dos de la tarde
comías tu hermana y tú, generalmente en la cocina. Sobre las tres llegaba tu
padre, si había tenido mucho jaleo en la oficina venía directamente del
Juzgado, ya lo habían trasladado a la Avenida, estaba en la carretera principal
en una primera planta de un edificio. Si no, bajaría a tomarse un par de vinos
a Piro, y de allí a casa. Antes de irte a clase, tomabas café con ellos en la
sobremesa, como un adulto más, si tenías algún examen o algo urgente, te llevabas tu tacita a tu
cuarto y feliz y contento. Para una vez que te gustaba estudiar y tenías un fin
claro que era acabar con una cierta formación y luego, tal vez, ese era el
pacto, marcharte a Madrid a hacer periodismo o intentarlo. Te gustaba leer y
escribir, y Madrid te había enamorado más que las tetas de Celia Santos. No te
veías de corre ve y dile todo el día en una caja y por las tardes, a eso de las
7 u 8 entrando en las clases del nocturno para continuar con tus estudios. Mucho jaleo en
un cerebro que no daba mucho de sí, si acaso para hacer una cosa y acabada esta
continuar con la siguiente. Algo así como las gallinas cuando pican en el abrevadero.
LAS
COLUMNAS DEL PALACIO.- Allí, en el
silencio que daban las columnas del Palacio De Los Duques De Alba podía Juan
“Canuto” prepararse su china de hachís a gusto, quemarlo sobre la palma de su
mano, quitar el filtro del Marlboro, picarlo bien y remover las hebras con los
dedos pulgar, índice y corazón, cuando estaba mezclado con una puntita del
ápice floral, apenas media uña, sacaba su papel de liar, ese que tantas veces
habías visto a tu abuelo hacer sentado encima de una piedra, sacando de la
petanca negra su tabaco y volteado sobre el fino papel echar despacito un poco.
Luego arrugarlo para que se esparza bien a lo largo del mismo y en la punta
cerrarlo, haciéndolo girar sobre los dedos, ya sólo corazón y pulgar. Allí te lo
pasaba a ti, que lo encendías a la luz del mechero y cuando empezaba arder con
una llamita muy tenue, le dabas la primera calada, luego iba de uno a otro,
allí sentados sobre el mirador viendo como los tractores pasaban por la carretera
en una dirección o en otra, algún agricultor en su motocicleta con aguaderas en
los laterales, algunos coches y no era nada despreciable los muchos animales de
granja que llevaban en sus lomos a los propietarios.
Hablabais de la vida, de política, de libros y de las mujeres del curso, las tuyas y las suyas, pues como Juan estaba en dos clases había para repartir. El asunto era estar tranquilos, al margen de cualquier ojo avizor crítico, no deseábamos que nadie se metiese en nuestras cosas. Carlos Untado lo llevaba mal, el pobre muchacho no entendía que tú tuvieses por amigos a los de la Residencia, entre ellos a un comunista cuando Paco Franco todavía vivía y luego espiro en el otoño, tenía miedo a perder sus privilegios de hacendado, el cuento del nacionalcatolicismo había impregnado en las capas más torpes de la sociedad, en una ciudad tan pequeña más todavía cuando tu escuálida existencia las regian las torpes reglas de la Iglesia católica, siempre tan interesada en tu alma. Aquí las cosas eran como eran, no en balde proveníamos o vivíamos en un lugar extraordinariamente bonito, pero ¡ay!, el último alcalde republicano que ganó en las urnas se lo llevaron por delante, y como a García Lorca, a las primeras de cambio. Apenas iniciada la contienda, a Vicente Lísero lo arrestaron y se lo llevaron a Aceúche, un pueblo cercano, y en la madrugada del 27 de agosto de 1936, lo fusilaron junto a otras cinco personas de la villa y corte, una mujer iba también en el lote y dos paisanos de Juan, de Sierra De Gata. A eso tenía miedo Carlos Untado y posiblemente su tío, que ya no era alcalde, Kim Untando, a sus prebendas y a montar la yegua tantas veces quisieran sin dar explicaciones, porque el pueblo y España, era suyo, y tú, si acaso, eras el mediero, aquel que hace gracia y cuenta chistes, pero no que encima tengas ideas y desees tener parte en el banquete. Tú y Juan ya querías formar parte de la cena, no ser la misma.
Hablabais de la vida, de política, de libros y de las mujeres del curso, las tuyas y las suyas, pues como Juan estaba en dos clases había para repartir. El asunto era estar tranquilos, al margen de cualquier ojo avizor crítico, no deseábamos que nadie se metiese en nuestras cosas. Carlos Untado lo llevaba mal, el pobre muchacho no entendía que tú tuvieses por amigos a los de la Residencia, entre ellos a un comunista cuando Paco Franco todavía vivía y luego espiro en el otoño, tenía miedo a perder sus privilegios de hacendado, el cuento del nacionalcatolicismo había impregnado en las capas más torpes de la sociedad, en una ciudad tan pequeña más todavía cuando tu escuálida existencia las regian las torpes reglas de la Iglesia católica, siempre tan interesada en tu alma. Aquí las cosas eran como eran, no en balde proveníamos o vivíamos en un lugar extraordinariamente bonito, pero ¡ay!, el último alcalde republicano que ganó en las urnas se lo llevaron por delante, y como a García Lorca, a las primeras de cambio. Apenas iniciada la contienda, a Vicente Lísero lo arrestaron y se lo llevaron a Aceúche, un pueblo cercano, y en la madrugada del 27 de agosto de 1936, lo fusilaron junto a otras cinco personas de la villa y corte, una mujer iba también en el lote y dos paisanos de Juan, de Sierra De Gata. A eso tenía miedo Carlos Untado y posiblemente su tío, que ya no era alcalde, Kim Untando, a sus prebendas y a montar la yegua tantas veces quisieran sin dar explicaciones, porque el pueblo y España, era suyo, y tú, si acaso, eras el mediero, aquel que hace gracia y cuenta chistes, pero no que encima tengas ideas y desees tener parte en el banquete. Tú y Juan ya querías formar parte de la cena, no ser la misma.
Las recogidas de residuos ya se almacenaban por
orden municipal sólo en bolsas de basura, era un decir, se instalaron
contenedores a lo largo de varias calles para facilitar los puntos de recogida, ahora se encargaba una furgoneta con remolque trasero abierto, donde se iban depositando los desperdicios.
Los policías iban todos en motocicletas, las talanqueras de los sanjuanes eran
sustituidas las de madera por otras metálicas, en la Plaza De España se
quitaban los carros y se añadían barrotes verticales y graderías supletorias
para que entrase más gente en los laterales de la Caja De Extremadura y en la
pared de enfrente. El Ayuntamiento tenía que sacar dinero para costear el
asunto. Las peñas eran variopintas, a las ya consolidadas de El 27, elitista, pero eficaz en su
empeño por tener un toro en dicha festejo que acabase por cerrar los sanjuanes.
Las oficialistas Junta De Defensa y Juventud Cauriense, otras se forjaron un
espacio: El Zoo, Los Suicidas, Los Vikingos,
Los Simios y El 13. Aquel año en que tu observabas para saber si valías o no en
este asunto, jamás fuiste de ninguna de ellas, tenías amigos en todas, así pues
para qué si no bebías y te lo gastabas todo en el ferial de El Lecherina, a
veces ibas con tu hermana a los coches chocones, Cantariño se hizo de una que
estaba en la calle Oscura, allí ibas con él antes del encierro a ver chavalas
según decía tú amigo, casi todas de su barrio de Moscoso. Los Simios se instalaron allí, un cubil largo, con pasillo
estrecho, luego caminabas hasta lo que entonces se llamaba La Plaza Del Doctor
Camisón donde en la parte baja de la casa de la señora Obdulia, su hijo Pedro
Ángel, un tipo que corría como los patos, levantando mucho y girando en forma de
aspas los brazos, tenían su aposento, Los
Bebés, donde Carlos Untado formaba parte con un elenco curioso, era lógico,
lo llevaron al BUP y el chico perdió trascendencia. Baito andaba por allí vaso
de ponche en mano observando el ganado masculino, no había ni una sola chica.
Manolo El Carnicero, Paco Coscorrote, Ortigón, Eladio, Pericoche, Santiago… tu
amigo que te abría el interior del Palacio De Los Duques De Alba.
Dos peñas que iban a la par en gente y edades:
Viva La Gente, que tenía su morada,
además ésta todo el año pues era un centro cívico-cultural regido por una monja
sevillana que vino a comienzos de la década de los 70 a la villa y corte, en la
calle Alonso VIII y que ya tenía los barrotes puestos en la puerta de entrada
una semana antes de comenzar los festejos, y caminando un poco más en dirección
al Juzgado viejo, en la calle Sinagoga, en el jardín de Norberto Raposo, El TBO, curiosidades que te llevaban allí
sólo porque Mané Cándenas te insistía, también la sana curiosidad de ver a su
hermana Pili, pero el elenco de personajes que pululaba era cuando menos para
salir huyendo. Al margen de su primo, Gonza porque su hermano Puchín ya estaba
en otra galaxia y esto no le interesaba ni poco ni mucho, los Cajinas, Mario el francés, Charri, César Iglesias y su hermano mayor Julio, los Trigueros, Toño
Bonilla… y unas féminas que conocías del curso, desde Candy Pelliquera, tu
vecina de bloque Pili Cachamana, Popotitos, Nani Alcoba, Rosa Aurora Pérez "La Pichila"...
EL CINE CLUB Y LA VOLADURA DE LOS
STONES.- María Duarte
te daba clases de Filosofía en 5º y Félix Crespo en 6º, ambos eran
pareja y tenían un niño de unos cinco años. El profesor, a través de diversos
mecanismos y en contacto con las fuerzas vivas de los próceres locales, en su
2º año de estar en la villa y corte romana, consiguió abrir un centro donde se
proyectarían películas muy alejadas del circuito comercial pero no exentas del todo de
él, también se podían debatir en clase a la semana siguiente dichos films.
Los viernes a eso de las 20.00 horas os
reunías un grupo selecto, corto de gentes, pero abierto a cuantas personas quisieran
participar al margen de estudiantes del Instituto. El local era pequeño pero
acogedor, sillas de distintos modelos y tamaños y un proyector que se instalaba
en un extremo y al fondo la pantalla con una amplia sábana blanca. Empezar a
ver películas de las denominadas de culto y otras más simples, para los ojos de
unos niños que empezabais a pensar por vuestra cuenta, eran una ventana abierta
a la libertad.
Félix Crespo era un tipo muy inquieto, con un
bigotito curioso, gafas de pasta modernista, siempre optimista y dicharachero,
dispuesto a discutir hasta la extenuación por el mero hecho de intercambiar
ideas, nunca de imponerlas, porque la verdad es poliédrica, algo que no
olvidaste ya nunca.
En tu casa sorprendió esa voluntad de colaboracionismo
en un tipo bastante individualista, pero es que tú ya empezabas a mostrar los
colmillos, te gustaban muy pocas cosas, pero aquellas que te interesaban, eran
de verdad. Como el asunto lo daba un profesor del Instituto, tu padre se
quedaba más tranquilo. La cuestión doméstica se reducía siempre en “ ¿ a dónde
has ido, con quién…?”. Si la respuesta era la adecuada, a ti te dejaban en paz.
Alguién Voló Sobre El Nido Del Cuco, El Golpe,
Chinatown, Novecento- dos partes-, Amacord, La Naranja Mecánica… fueron dos
años interesantes pues Félix Crespo y María Duarte se trasladaron a Cáceres
donde tenían más vertientes y amplitudes. Pero fue muy interesante la
experiencia, luego, a la semana siguiente debatíamos sobre el film y sus
variantes, las clases eran por la tarde, pese a ser una de las asignaturas denominadas "de las difíciles", se
daba una variante a los libros de texto que teníamos que estudiar. Te enseñaron
algo casi imposible hasta a entonces. “a pensar”. Otros seguían de monaguillos, como Pepe Dos Tés, tú ibas como una mariposa en el verano, de flor en flor, de
ahí podías pasar perfectamente a la sala recreativa de Alberto en la calle
Carretas y observar el buen culo que se le estaba quedando a Chefi, una adolescente
vulgar que algunos sábados cuando estabas con Estévez y Juan “Canuto” echándoos
un billar americano, a media tarde, ellos no podían salir hasta las cinco y
tenían que regresar a las 10 de la noche, ella y Pedro Gil se daban el lote de besos en
la última mesa sobre el tapete verde, la más oscura, además sin los fluorescentes encendidos. Apenas
estabais cinco o seis personas, luego aquello cuando avanzaba la tarde se ponía a tope de gentes,
humos, el juke-box funcionando a toda pastilla y hora.
Chefi era una de las hijas del dueño que se acababa de hacer una casa justo enfrente, bueno, en realidad era un edificio. Ella era
la encargada de abrir en las horas vespertinas, allí iba con una cartuchera
lateral a modo de cobrador de autobús y daba los cambios pertinentes, para los
billetes tenía que abrir una especie de despacho que estaba al final, junto a
los servicios. En la pared estaban todos los interruptores para irlos activando
en función de que fuesen llegando más jugadores. Era un atropello plebeyo de
personal, pero por allí iba Cantariño, que lo había dejado en 4º de
bachillerato y trabajaba de peón de albañil en la construcción del nuevo
Instituto, junto a su padre. Paco Lumbreras se fue en el verano de 1975 a Suiza
con el suyo, que allí llevaba muchos años y se hizo mecánico tornero. Jesús Sánchez
empezó a trabajar en la finca de sus padres de agricultor y su primo Manolo
Cordero ya estaba dando peonadas. Medio barrio de Moscoso se retiró con el
bachiller elemental, Nueva York resistió un poco más, entre los habitantes
antiguos y todos los que llegasteis después, aquello era un menú ecléctico y variopinto.
Los niños buenos estaban todos en la peña Viva La Gente, las niñas también. Y al que no, se le intentaba reciclar, como a Andrés Parro, un chico rubio, de ojos azules, que hacia el bachiller en un instituto de Plasencia, se decía que follaba mucho, y eso no podía ser.
A ti en aquellos tres años últimos de
bachiller te pasaba lo que a Daniel, el Mochuelo, que lamentaba el curso de los
acontecimientos, después de que su padre aspirara a hacer de él algo más que un
quesero, hecho que le honraba, pero el progenitor deseaba que estudiase el
bachillerato en la ciudad. Luego, el niño observaba a varios de sus vecinos y sobre
todo a Paco, el herrero, dominando el hierro en la fragua con aquellos
antebrazos gruesos como troncos de árboles. La obra de Delibes no sólo te
describía, sino que en tu caso te veías en el espejo. Y encima tu progenitor no
era quesero, sino funcionario de carrera y licenciado en Derecho,¡ toma ya!. Pero
tú veías a Cantariño que sin ser Paco, el herrero, sacaba un billete marrón con
la cara de Manuel de Falla de cien pesetas esplendidas, que no miraba tanto las
máquinas de a peseta con la que jugabas ni la de a duro, más modernas y con más
colorines y luces, y que no se ponía algo furioso como tú cuando no lograba una
puntuación mínima que te diera para una partida extra. No contemplaba el
juke-box en busca de colocar algún single de rock, el enjambre de colorido
sureño era abrumador y a golpe de rumba te enterabas de La Lágrima Que Cayó En
La Arena, Ní Más, Ni Menos…
Era un viernes a la tarde, pero podía ser un
sábado vespertino o un domingo agonizante. Las chicas plebeyas estaban en la
bolera de Alberto, no sólo Chefi que se lo pasaba muy bien, Esther Dibla, su
hermana Chelo, María Paz Contreras, Chefi Moreno, Carmen y Julia, dos gitanas
de armas tomar, hermanas de Diego, que estuvo contigo en los primeros años de
primaria en el Palacio Ducal en la calle Hospital, había tantas como chicos
adolescentes y hombres hechos que se tomaban sus buenos tragos en los bares
adyacentes. Aquello tenía permiso para cerrar tarde, por eso vosotros ibais
después de la sobremesa, menos gente y barullo y mejor para jugar al billar. El
encanto era posterior en cuanto a ver niñas, ligar y vacilar, pero en cuanto
aquello se ponía serio no podíais competir con los que sacaban billetera y
peinado rockbilly, los más osados terminaban la noche en la discoteca plebeya
por antonomasia, La Tacal, una calle más abajo, en la de Portezuelo, que llevaba
el padre de Emilio, un chico que sabía mucho de música y nada de los demás,
que andaba por el Instituto sin saber muy bien para qué. Tal vez su padre
pensase como el de Daniel, el Mochuelo, pero Emilito tenía una discoteca,
ligaba dejando a las niñas colocarse a su lado en la cabina de disc-jockey, las besuqueaba y
les ponía el single que buscaban, para él sí que los fines de semana eran una
fiesta. Y además, tenía porvenir de empresario.
Si ibas en pandilla con los de la Residencia,
o sea, Juan “ Canuto”, Melchor Beltrán “Boti”, Chuchi “ El Estrellado”, Estévez
y tú, el asunto era aparecer sobre las 20.30 a la puerta de la discoteca Tacal,
donde un tipo gordo y feo que tú conocías porque su familia vivía enfrente del
Juzgado Comarcal, en la Plazuela De San Juan, os dejaba pasar. Tú se lo
comentabas y además cómo sabía que sobre las 22.00 horas los otros tenían que
estar en la Residencia, todo en orden. Dentro a bailar y saltar, también Emilio
hijo os dejaba penetrar en su santuario, un poco mayor que vosotros, pero
se tiraba el rollo. Cuando entre todos
conseguíamos reunir el suficiente dinero, allá que nos plantábamos en la barra a
pedir nada menos que un cubata de ron con coca-cola, todas las monedas encima
del mostrador como cuando eras chico e ibas al estanco de la calle Plaza Mayor a por
cajetillas de tabaco, sellos o sobres. Vidal, unos de los camareros que ejercía
los fines de semana y fiestas de guardar cuando aquello abría, a veces se
estiraba y os daba dos vasos llenos, iban pasando de uno a otro, ni
de coña aquello daba para quedarte tumbado, pero dabais colorido al asunto al comienzo
de la noche, tú también tenías toque de queda, a las 22.00 en casa.
El cine club proyectó Gimme Shelter de los Stones
y acudiste junto a Peter, el chico británico lector que ese año impartía clases en
tu Instituto, lo conocías muy bien, vivía en el 3º de tu escalera en un piso
compartido con varios profesores que vinieron en 1976, cerca de tu vivienda
tenías a don Maurilio, el de Latín, encima de la cafetería Galeón, en la
Avenida Virgen De Argeme; al director, Bienvenido Martín en el bloque de
enfrente, Félix Pérez que te dio Historia en 6º y COU , éste en tu escalera y
hasta don Amable, pero ya no te interesaba y ni le saludabas cuando lo veías,
al margen de no darte ya clases de Física y Química, simplemente pasabas de él
hasta el punto de adelantarle en los escalones y ni buenos días. El hombre
debió de comprender, tenía que haber tenido más paciencia, en esta vida no sólo
es aprobar o no, la cuestión es que te enseñe bien. Tú todavía no llegabas a esos
conocimientos, pero actuabas como si ya los tuvieses interiorizados.
El vuelo en la cabeza que supuso ver a los
Stones era de órdago, tardarías 6 años en verlos en directo, pero eso sería
hacer flashbacks. Chuchi “El Estrellado” trajo un número de la revista
Discoplay, un boletín mensual por el que se podían pedir discos en formato de
Lps o cintas de casete, aquello era una nueva ventana. Tú sólo tenias un
radio-casete que te servía para grabar tu voz con las lecciones, a base de repetir
se te quedaban mejor, al menos eso fue lo que dijiste en casa cuando te lo compraron.
También, es obvio, al margen de las asignaturas, la cuestión era para escuchar
música. No perdiste de ir de vez en cuando donde Marcial, a la calle de Las
Monjas, a verle ensayar la guitarra española y digitalizar con la eléctrica en
ratos perdidos, sobre todo cuando estaba su padre, el señor Pedro, que ya
estaba a punto de jubilarse y tenía más tiempo, siempre por las tardes, e
incluso con la orquesta Aleación, en primavera ensayaban en el Palacio de la
Plaza De La Catedral, no sabes qué mano tendrían para hacerlo allí, pero en un
local amplio, llenas las paredes de cajas de huevos vacías para amortiguar el
sonido, se pegaban sus buenas palizas. Luego, un año después, Fernando Paredes
en un acto de rebeldía, haría COU en la ciudad de la villa y corte romana y
montó el primer grupo de rock en este lugar, con chicos de tu edad. Lalo González,
su hermano Carlos y El Topo, dos guitarras, un bajo y un batería, aquello
derivó hacia el jazz-rock más castaña que se podía escuchar, pero el que
mandaba, mandaba. El asunto era arrancar. Luego, los hermanos González montaron
un grupo mejor y más serio, con composiciones propias y grabaron un single, la banda se llamó Destino Malibú, en
formación de trío, pero eso sería volver otra vez a hacer flashbacks.
Las dos excursiones que hicisteis a Madrid en
estos años fueron provechosas. Compraste en el Corte Inglés dos cintas de
los Stones, también las visitas
obligadas a El Prado, El Museo de Ciencias, etc. Varios coches grandes de líneas regulares, unos tres, metían a alumnos de diversos cursos, unos del BUP y otros del COU, tú en medio, de 6º. Otra
vez fue para ver una obra de teatro, en otra oportunidad el asunto era visitar
Toledo y Mérida, para las clases de Historia Del Arte… no dejaba de ser entretenido esta
última etapa de bachiller.
LA PEÑA VIVA LA GENTE.- Encantados de conocerse, felices con ellos mismos, la psique en estado de plácido reposo, como si un líquido amniótico recorriese por sus cerebros. Los chicos y chicas nacidos a finales de las décadas de los 50 y comienzos de los 60 se juntaban en un local amplio de tres plantas comandados por una enérgica, motiva y chispeante monja yeyé venida de las tierras, todavía más al sur, como Sevilla, y en 1972 incentiva, se inventa y está encantada de conocerse a sí misma, y todavía en una época de blanco y negro cae en una población colorista pero de permanente gris otoñal y le da un toque de pimienta y a la usanza de los campamentos de las Jons, con excursiones varias campestres. Desde los Sagrados Corazones de la Plazuela De San Benito empieza a elaborar un plan donde colocar a varios adolescentes para que puedan pasar las horas en régimen de semilibertad, como esos complejos turísticos para familias felices con cámaras de fotos, niños al hombro de sus padres paseando por senderos señalizados y puentes levadizos, mientras osos, monos, elefantes y tal vez leopardos, guepardos… se dejan fotografiar dócilmente esperando un error del homínido, a ver si cae…
Para atraer a los salvajes descendientes de los vetones y algunos de los romanos por vía directa, la madre superiora toma directamente el slogan inglés Up With People, aquellos chicos/as de tierras anglosajonas, donde nuestro corresponsal más ilustre, Jesús Hermida, nos daba esas crónicas tan hermosas desde Nueva York. El asunto, como sus predecesores desde el otro lado del Atlántico, era crear comunidades sin ánimo de lucro, para intentar hacer un mundo mejor, algo más habitable, todavía estamos con el deje hippie de la década de los 60 y desde este ángulo del Planeta, el turismo, cierta luz y el manojo de dedos de la mano abierta en busca de nuevas sensaciones y amistades, está echada al viento para quien quiera recogerla.
Siguiendo el modelo anglosajón aquí se intenta
hacer lo mismo, eso sí, se reduce la edad a límites de la pre adolescencia,
porque más para arriba era difícil encuadrar al personal, y para abajo seríamos
fronterizos con el estupro. El intento cuaja poco a poco y el voluntariado es
eficaz, el reclutamiento de almas perdidas callejeras aumenta con los meses con
el caramelo de organizar cosas, que podían ir desde excursiones campestres,
múltiples espacios para el juego en el local, desde los de mesa como el
pingpong, parchís, cartas, dominó, ajedrez… y bailes, donde parejas se juntaban
a bailar el twist de Miguel Ríos o Bruno Lomas, y otros acaramelados de la tropa de melódicos
italianos que nos invadían en las emisoras bien pensantes del país. Aparece el
primer tocadiscos en una sala aledaña, Lps, singles, aquello aumenta, algunos
salvajes callejeros de familias medias con pretensiones para sus vástagos,
traen vinilos, a veces quedan en el local semanas, meses, nada se pierde, si
acaso cambia de lugar, hay confianza, aquello se afianza, y lo progenitores, en
ese santo grial que todos persiguen y con la bola de cristal que en cada casa
hay, observan que sus adolescentes se lo pasan bien de manera limpia, aseada,
sana… y al fondo del pasillo hay una monja superiora yeyé como en las películas
españolas de los 60, que los lleva muy bien.
Padres agradecidos que colaboran poniendo
estanterías, llevando maderas y cortándolas, alicatando algún baldosín suelto.
Los hay muy apañados, aquellos que se ganan el sustento con las manualidades
dispuestos siempre a mejorar la vida de los ajenos. El local, en unos meses,
está curioso, coqueto, y algo que es muy interesante, es diferente a todo lo
que pulula, de manera estática o en movimiento, como las motas de polvo, a lo
que ofrece la villa y corte. Así pues, esta ciudad en el norte de Cáceres, fronteriza
con la Castilla más amplia y señorial de Salamanca, a 263 m. de altitud,
donde predomina la agricultura de
regadío, algo así como el algodón, tabaco y hortalizas, se presume mucho de la
vega del río Alagón; también el trigo,
la cebada y muchos olivos, como no podía ser menos, teniendo por arriba a
Salamanca con sus muchos toros y cerdos espléndidos donde se comen hasta las
pezuñas, y por abajo a Badajoz, donde los cochinos no tienen nada que envidiar a
sus vecinos, aquí también la ganadería ocupa un espacio importante en la
economía del lugar, al margen de los puercos, el vacuno, el lanar y la ceaja.
Por primera vez en décadas se inventa algo
aquí, no se mira el ombligo constantemente, se crea de la nada un espacio para
respirar, pensar y además con la posibilidad de pasarlo moderadamente bien.
Cuando tú apareces por allí, eres uno más, no tienes que explicarles a tus
amigos forasteros las maravillosas columnas del Palacio De Los Duques de Alba,
ni describirle las cuatro puertas de entrada a la ciudad amurallada: La Guía,
San Pedro, San Francisco y Sol, ni el batiscafo que hay en medio del pueblo
divisable a muchos kilómetros como es el Castillo medieval, ni las torres de La
Catedral reconstruida en el siglo XVI con una entrada principal de estilo plateresco
y la lateral de gótico renacentista, ni los interiores con retablo mayor barroco del siglo XVIII, ni
los sepulcros de los siglos XV y XVI, ni las bonitas sillerías interiores del
coro con tallas góticas. Entrar en aquel lugar significaba ver los hermosos
muslos al aire de Polina, Puerto Rodamar, Dory Pinero, Mamem Garrigues… discos al alcance de la mano, se podían
tocar, sacar las fundas, observar las letras interiores y palpar las carpetas
de los Lps. Y bailar, y toquetear, a Estévez se le daba muy bien, siempre tenía
una mano muy especial con las chicas y tú le abriste esa puerta y esas
ventanas.
No era extraño que entre el cine club, los
partidos de los sábados matinales, los billares de la sala recreativa de
Alberto, os dejarais caer alguna tarde los fines de semana por la calle Alonso
VIII y pasaseis un buen rato, casi hasta el toque de queda a las 22.00 horas,
donde tú les acompañabas luego por la Plazuela De San Benito, seguías por la
Oscura ( ya sin encontrar nunca más al
hombre del saco) y en la puerta del Seminario os despedíais. Luego, tú solo
caminabas hasta tu casa con un buen sabor de boca.
Where The Boys Go? A la peña Viva La
Gente. A la calle San Nicolás ibas todas
las semanas a echar la quiniela de fútbol y de vez en cuando a la tienda de
bicicletas a reponer las cubiertas, alguna cámara o accesorio, a subir, ya
definitivamente, el sillín y el manillar a su máximo esplendor. A comprar el
último balón de balompié que tendrías en esta etapa de tu efímera existencia,
mirabas por los escaparates de la Olimpia donde en una especie de perchero con
cuencos, tenían expuestos varios, de diferentes colores y tamaños, pero cuando
estaba el insecto fascista no penetrabas en su espacio, cuando Pili, la
dependienta, estaba sola, entraste y los cogiste en tus manos, los sopesaste,
los botaste sobre los baldosines del suelo y te fuiste a la droguería y
juguetería de Isabel Maldonado, paisana de tu madre y que en la Avenida tenía
su tienda, y compraste uno muy bueno, sabiendo que sería el último. El esférico
se estrenó con todos los honores en los muros del Puente Romano un sábado
otoñal, donde bajabais a echar los partidos de amigos.
LA
GATA CONOCE EL CAMINO.- La población se estiró un poquito más en cuanto
gentes venidas de otras ciudades y pueblos, pero seguía siendo pacata y corta
de miras, señoritos que mandaban y una democracia orgánica a la que se
apuntaban casi todos. Maestros reciclados en alcaldes, funcionarios de distintos
pelajes que se alistaban a creaciones de partidos inexistentes, hombres de la
jet-set que se arrimaban al carro sin historia ni bagaje ninguno, el asunto
ahora era el lenguaje de Lampedusa, cambiar
para que nada cambie. Algunos permanecían en sus puestos como vigías,
Joaquín Viera era un excelente médico con mal carácter, que fue defenestrado
por la administración de Paco Franco por socialista, cuando esta organización
se legalizó jamás militó en ninguna de sus vertientes, pero se mantuvo atento.
La
finalización del curso y la entrada en lo que iba a ser el COU trajo aparejado
algunas paradojas, la incipiente primavera que vivía el país también se
trasladó a la pequeña villa y corte romana del norte de Cáceres. Amigos ya
universitarios que militaban con carnet e ideas en el PSP de Tierno Galván,
otros por si caso esperaron a ver la trascendencia del golpe que el Congreso de
Suresnes en 1974 trajo y derivó en el portazo que se dio a Llopis y compañía, por unos niños
treintañeros con nuevas ideas, frescas, jóvenes, y que no vivieron el exilio,
el cuadro sevillano se hizo con el control y una centena de diputados en 1977,
era algo así como el PSOE. El PCE de tu amigo Juan “Canuto” que llenaba plazas
de toros como si aquello fuese un mano a mano entre el Dominguín más viejo y el incipiente yeyé El Cordobés; se
quedó con una veintena, eso sí, la legalización se celebró con una sentada de
hachís entre el chico de Eljas y tu persona en las columnas del Palacio De Los
Duques de Alba, contemplando el ocaso del sol que se iba entre el horizonte de
los encinares y la fábrica de Conalsa, también para celebrar el final de la
Semana Santa.
Dory Pinero te venía a buscar cada domingo a
casa junto con su amiga María José Lumpín, y desde la Avenida descendíais hasta
la Catedral a asistir a misa de 18.00 horas. Tenías hechos pactos con tu padre,
no te cortabas el pelo nada más que una vez al año, al finalizar las fiestas de
los sanjuanes pasabas por donde Ramón o Pifa, en la calle de Las Parras y el
asunto quedaba finiquitado hasta doce meses después. A cambio debías de sacar
el curso limpio en junio, no te daba dinero alguno los fines de semana y debías
de asistir semanalmente a cumplir el rito católico que no te gustaba, ni creías
en él desde los 9 años, aquellos en los que en los primeros cursos de básica,
cuando la semana inglesa no se había instalado en la docencia española, debías
de asistir los sábados matinales a clases de un par de horas para recibir Historia
Sagrada o a ir a alguna excursión, todos en fila india, que podían ser desde una visita a la
tomatera hasta la empresa de aceite que estaba en la calle de El Hospital.
Te pareció todo tan inverosímil, que dejaste
de creer, te costó algún disgusto paterno tus afirmaciones, pero recogiste
velas sabiendo que aquello no tenía ningún éxito a corto plazo. No eras listo como
los demás niños de las matrículas de honor y ni de lejos, Celia Santos, pero
siempre te consideraste inteligente, que es muy distinto. Todavía eras de los
de besar las manos a los sacerdotes cuando te los encontrabas en la calle, en
tu tierna infancia, pero te reías enormemente de todo el tinglado eclesiástico,
las clases de Historia Sagrada eran para partirse de risa, un tipo que abre las
aguas para que pasen los perseguidos, las plagas de Egipto, la María Inmaculada
madre de dios que paría a varios hijos, cómo era posible eso, casada con un
carpintero y entre toda la manada que parió le salió un muchacho alto, que tuvo por novia
a una tal María Magdalena de cascos fáciles y que al chico lo ejecutan, lo más
normal para los romanos, en una cruz, con lo que eso duele, pero era lo habitual
en esos tiempos. Sólo creíste una cosa, sus muchas dudas en el valle de
Getsemaní, cómo no rogarle a tu señor padre clemencia y por qué él, esa parte
de carne y hueso si la veías clara. Si los corsarios que tenía al lado eran los
que nos contaban, no sabes cómo pudo durar tanto dando las explicaciones y
mítines, además, cómo era que todos le escuchaban y tres siglos después
predicaban sus palabras escritas en tablas de madera como las que hacían los Parros, en su serrería, al lado de tu barrio. Difícil hacerte oír con tanta gente sin
micrófonos o amplificadores, y encima luego los oyentes te daban explicaciones
sobre lo que había dicho. Demasiado ambiguo todo como para basar tu existencia
en semejante patraña. Pero el pacto era el pacto.
El poco dinero que tenías lo sacabas de las bodas. Tu padre como funcionario del
Registro del Juzgado Comarcal, debía de dar fe de cuanta ceremonia se
celebraba, no existía casorio sin el libro de familia, hasta que no se le
entregaban a los desposados con dos firmas como testigos, aquello no tenía
ninguna validez jurídica. También se llevaba la contabilidad de nacimientos y
decesos en toda la comarca, pero eso a ti no te incumbía. Tu padre te dejó
asistir a las ceremonias por las que te pagaban 100 pesetas, a veces los fines
de semana había varias, el único problema era si coincidían a la misma hora. Tú
ibas a una y tu padre a la otra. Sólo cobrabas la tuya. En el invierno era más
escaso el jolgorio casamentero, pero existía. En primavera y verano no dabas
abasto, en ocasiones eran hasta tres cada día los fines de semana. Te sacabas
un dinerito. Al terminar la ceremonia eclesiástica, después de los muchos
besos, abrazos, parabienes a los contrayentes, debían de entrar en la sacristía
donde tú le dabas el libro de familia acreditativo, debían de firmar antes un
documento oficial con dos testigos, ahora a los ojos de la ley eran
marido/mujer.
En ocasiones los padrinos te conocían, sobre
todo si eran de la villa y corte y se estiraban con alguna propina. Tú tenías
prohibido pedir nada, pero si te lo daban, lo cogías y quedaba para ti. Covilo
fue muy esplendido cuando ejerció de mecenas de una sobrina suya, también
Pepe Cajina y cuanto conocido tuyo. Ibas con el cabello recogido, no en coleta,
pero sí metido entre los cuellos de la camisa. Formalito y limpio, incluso con
chaqueta siendo verano, no tenías que tragarte toda la ceremonia, sólo estar al
final, luego insistirle a los contrayentes que te siguieran a la firma en la
sacristía, de forma reservada, ellos, los testigos, por allí estaban también el
cura y algún monaguillo, y el sempiterno Pirri Karpint haciendo fotos. Luego,
con el documento te ibas a casa o esperabas a la siguiente. Las que más te
gustaban eran en las que se celebraban en La Catedral, daban lustre y los
padrinos en ocasiones se estiraban, las de las parroquias de Santiago y San
Ignacio eran quiero y no puedo. Las otras con glamour eran en la Ermita Vieja,
la nueva todavía tardaba en construirse. Había que ir en coche, tenías que
buscarte la vida, en ocasiones ni corto ni perezoso, te hacías los cinco
kilómetros que dista de la ciudad en bicicleta, luego allí te querían llevar de
vuelta algún conocido, pero tú bajabas otra vez en el velocípedo por la
carretera. También solían caer buenas propinas. Ya lo tenías controlado, tres
años así. Tú madre, a las que no podías duplicarte por razones obvias de
física, le insistía a tu padre que te diese las 100 ptas cuando iba él. Tú
progenitor jamás cedió, tú tampoco en el pelo ni en los cursos. Creía que ya te estaba haciendo un favor con
dejarte comer del pastel, así estaban las cosas.
A las mujeres con retrasos en la menstruación
hay que darles de beber durante cinco días seguidos dos onzas de vino de
albariño con un adarme de ceniza de palomina de palomo bravo mezclada con
quince gramos de azafrán, es mano de santo. A la primera que se lo comentaste
fue a Dory Pinero, que para eso era tu amiga y la muchacha te hizo caso, también porque le gustabas, platónicamente, desde que ella estaba en la escuela del Vírgen De Argeme. En la observación, ya con clases
mixtas en el tercer curso, los pezones se le ponían duros y puntiagudos y
sobresalían sobre las blusas y camisas que portaban las muchachas, su carácter
se agriaba un poco y algunas lo llevaban mal el asunto de la menstruación. No me
extraña. Con todo y con eso, tanto con Dory Pinero como con María José Lumpín
te llevabas muy bien, eran requeridas por varios machos alfa en lo que tú no
entrabas, eso sí, curiosamente la mejor amiga que tenías y con la que hablabas
como con un chico, era Mary Luz, la 2ª hija de don Gabino, el director del
colegio enfrente de tu casa. Con ella existía esa libertad que hasta que no
llegaste a Madrid, con María, la mujer de la chaqueta roja de cuero, jamás
tuviste con fémina alguna. Tal vez, porque muchas noches os subíais los dos
desde el pub de la calle Los Labradores, caminabais por la Avenida y le acompañabas hasta su
casa, luego descendias a la tuya, a unos doscientos metros. Con sinceridad hablabais de
vuestras cuitas, ella en 3º de BUP, tú acabando el COU, ella te sacaba cabeza y
media, era una especie de ser andrógino muy parecido a Patti Smith, así pues la
llamabas a solas, siempre Patti.
Sólo ese año tenías a Juan “Canuto”, en clase, con Melchor Beltrán "Boti" te llevabas bien, pero ya no tanto. Jesús “ El Estrellado” estaba en Cáceres otra vez y en el verano, a Estévez, lo colocó su padre en la nueva sucursal del banco Banesto que se instaló en Acebo. Con el tiempo sabes que llegó a director en La Mora Leja, por allí seguirá. Así pues te quedaban las chicas del Viva La Gente como clara referencia.
Sólo ese año tenías a Juan “Canuto”, en clase, con Melchor Beltrán "Boti" te llevabas bien, pero ya no tanto. Jesús “ El Estrellado” estaba en Cáceres otra vez y en el verano, a Estévez, lo colocó su padre en la nueva sucursal del banco Banesto que se instaló en Acebo. Con el tiempo sabes que llegó a director en La Mora Leja, por allí seguirá. Así pues te quedaban las chicas del Viva La Gente como clara referencia.
El
Popular 1 lo cogías cada mes de la librería Fernández en la Avd. Sierra De
Gata, como no reunías el suficiente dinero para suscribirte al Vibraciones, lo encargaban para ti, sólo
traían un número. Las revistas todas provenientes de editoriales catalanas, en
Barcelona concretamente tenían su sede, circulaban por las clases todas las
semanas. José Simón compraba mensualmente el disco recomendado del Popular 1, fuese el que fuese, luego lo
pinchaba en el club veraniego Percor, donde Felipe Pérez, su amigo, le dejaba
ejercer de dis-jockey junto a Blas “Caganido”. Fernando Paredes bailaba muy bien el soul, a ti
te gustaba acercarte a la cabina, pero sólo pinchabas en las fiestas del círculo
cultural de Viva La Gente junto a Gualterio Malatesta, era más sencillo y te
evitabas de compromisos.
Para hacer un poco el gamberro, la discoteca
Tacal, dividido en bloques, la música iba desde la más comercial y discotequera,
a la rockera, rociera, y esperabais los lentos como todo el mundo. Mercedes
Naveiro te ponía en un compromiso, se arrimaba mucho, nada de los brazos
extendidos, te los echaba al cuello y te rozaba su pelvis provocándote una
erección inexorablemente, lo peor al final, mejor insistir en un 2º agarrado con el fin
de acoplarse mejor la parte anatómica, no podías insistir en un 3º porque
aquello sería como echarse novia y salir con ella y tampoco ir en busca de otra chavala
en un estado de priapismo. Eso sí, deseabas engancharte con alguna plebeya que
no estuviese en tu circulo estudiantil, ni en el BUP ni en tu clase, en Tacal
había muchas, mejor encontrar una que no fuese la hermana de alguien conocido.
Para las mujeres siempre fuiste tímido, sólo
te gustó con saña y empeño una chica de ojos azules y morena, de La Mora Leja,
y que durante tres años te miraba con ojos tiernos pero ya salía con alguien,
siempre un novio distinto hasta terminar el bachillerato, eso no impedía que de
vez en cuando te acercases a Esmeralda Lozano Arjona y os echaseis unas risas y
comentarais vuestras cuitas. Corta en notas, siempre aprobaba y eso te
entusiasmaba más, muy a la par contigo, nunca era de matrículas ni de
sobresalientes pero acababa limpia en junio, luego lo dejó y se colocó un
verano más tarde en el Juzgado de su pueblo, donde inició una carrera de
opositora. Era curioso, las chicas con las que salías al margen de la maquinaria
de las de Viva La Gente, todas eran
de La Mora Leja, desde Encarni Hisado a Rosa Cruz; inexorablemente tenías un empeño nunca previsto con salir con gentes de fuera de la villa y corte.
Seguiste el camino que te marcó la gata. Dios, que es muy suyo y nunca dice nada, si acaso ejecuta sin orden ni concierto y nada de los misterios inexorables de dicho individuo/a, a lo que eso sea en forma de ser etéreo y compulsivo, utilizó la guadaña con tu humilde persona y quienes te rodeaban en el ámbito familiar.¡Vaya gracia! Te quitó a tu padre de en medio sin avisar al final de la primavera, justo cuando las primeras elecciones democráticas en este país, con la misma edad en que Ernest Hemingway se pegó un tiro en la boca porque ya no podía aguantar más el tedio. Ambos tenían 61 años, pero el tuyo se fue sin querer ni desearlo, sólo un páncreas no diagnosticado. Seguiste a la gata, ¡que remedio!, además siempre deseaste hacerte mayor para tomar todas las decisiones, también las equivocadas, y como a Hemingway, no te apetecía seguir escuchando órdenes y además obedecerlas. Ya sin referencias familiares que te guiaran hacia la luz, anduviste despacio y sigiloso detrás de la gata que conocía el sendero, y en esa pubertad que dejabas atrás de manera clara en la que los pósters de ídolos musicales y algunos carteles de películas en tu habitación, compartían espacio con tus escasos sueños, y sólo una enigmática foto en primer plano de un rostro infinitamente arrugado y medio ciego, con un ojo con parche, John Ford, un director tan viejo como la tos, te acompañó a tu nuevo destino.
Solo, cuando una mañana fría del otoño madrileño descendías por la calle Donoso Cortés, con la bicicleta rosa de tu prima 2ª, con sillín, manillar, dos ruedas y varios cambios con dos platos grandes y cuatro piñones, con cestita delantera junto al faro que te servía para llevar los libros, carpetas y accesorios varios, sólo entonces y antes de llegar a La Moncloa, camino de La Complutense, te echaste a llorar como jamás habías llorado, lágrimas enormes se desparramaban por tu rostro hasta el punto de tener que pararte y colocarte en un lateral de la Avenida. Allí estuviste varios minutos, sollozando, expulsando de tus entrañas lo que llevabas meses sin poder soltar rabiando por tu destino, fue la última vez que sentirías pena de ti mismo, de ese dios callado y severo que te había castigado al pelotón de los torpes, quizás es que deseaba más esfuerzo por tu parte. La gracia se la viste muchos años después, la tenía en el aguijón, como las abejas.
Seguiste el camino que te marcó la gata. Dios, que es muy suyo y nunca dice nada, si acaso ejecuta sin orden ni concierto y nada de los misterios inexorables de dicho individuo/a, a lo que eso sea en forma de ser etéreo y compulsivo, utilizó la guadaña con tu humilde persona y quienes te rodeaban en el ámbito familiar.¡Vaya gracia! Te quitó a tu padre de en medio sin avisar al final de la primavera, justo cuando las primeras elecciones democráticas en este país, con la misma edad en que Ernest Hemingway se pegó un tiro en la boca porque ya no podía aguantar más el tedio. Ambos tenían 61 años, pero el tuyo se fue sin querer ni desearlo, sólo un páncreas no diagnosticado. Seguiste a la gata, ¡que remedio!, además siempre deseaste hacerte mayor para tomar todas las decisiones, también las equivocadas, y como a Hemingway, no te apetecía seguir escuchando órdenes y además obedecerlas. Ya sin referencias familiares que te guiaran hacia la luz, anduviste despacio y sigiloso detrás de la gata que conocía el sendero, y en esa pubertad que dejabas atrás de manera clara en la que los pósters de ídolos musicales y algunos carteles de películas en tu habitación, compartían espacio con tus escasos sueños, y sólo una enigmática foto en primer plano de un rostro infinitamente arrugado y medio ciego, con un ojo con parche, John Ford, un director tan viejo como la tos, te acompañó a tu nuevo destino.
Solo, cuando una mañana fría del otoño madrileño descendías por la calle Donoso Cortés, con la bicicleta rosa de tu prima 2ª, con sillín, manillar, dos ruedas y varios cambios con dos platos grandes y cuatro piñones, con cestita delantera junto al faro que te servía para llevar los libros, carpetas y accesorios varios, sólo entonces y antes de llegar a La Moncloa, camino de La Complutense, te echaste a llorar como jamás habías llorado, lágrimas enormes se desparramaban por tu rostro hasta el punto de tener que pararte y colocarte en un lateral de la Avenida. Allí estuviste varios minutos, sollozando, expulsando de tus entrañas lo que llevabas meses sin poder soltar rabiando por tu destino, fue la última vez que sentirías pena de ti mismo, de ese dios callado y severo que te había castigado al pelotón de los torpes, quizás es que deseaba más esfuerzo por tu parte. La gracia se la viste muchos años después, la tenía en el aguijón, como las abejas.
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