EDELMIRO .- # 13



 Se había pasado la vida entre afiladoras, brocas, caballetes, cabinas de barnizar, ensamblajes, herramientas de corte, lijaduras, pintura… y ahora como que le sobraba tiempo. No realizó otra cosa en su medio centenar de años que trabajar de carpintero desde niño, donde empezó a finales de los 70 cuando apenas zagal, mal estudiante, pero emprendedor con las manualidades, su madre lo metió en la carpintería de los hermanos Elizondo; 1º en la calle Pinos Alta y los últimos años en la de Ofelia Nieto, donde iban a parar los más veteranos, los más experimentados, con un hermoso taller en la parte trasera de la tienda, que era un primor en su escaparate que da a la calle. Ellos al fondo, como escondidos, pero prestos a salir con un lápiz en la oreja y dispuestos a tomar medidas en cuanto Conchita, la secretaria, requería de tomar medidas o explicaciones más exhaustivas para cualquier armario empotrado, estantería de salón, o lo que hiciese falta para que el cliente saliera satisfecho y con el encargo en el albarán correspondiente.
 De unos años a esta parte, digamos que desde el 2008, Edelmiro ya no trabaja desde las 9.30 hasta bien entrada la tarde, pongamos sobre las 20.00 horas. Ahora el trabajo escasea y los hijos de los hermanos Elizondo, sólo 2 de ellos, el resto se dedica a otros menesteres, son los dueños de las 2 carpinterías: la de Pinos Alta y la de Ofelia Nieto. Repartieron el trabajo, como se dice ahora, un ERE encubierto, o sea, que Edelmiro sólo está de 09.00 a 15.00 horas de lunes a viernes, luego entra un turno hasta 21.00 horas, 6 horas  con otro compañero. Tiempo suficiente para echarse un pitillo casi cada hora a la puerta de la calle mientras charla con Conchita, o simplemente ve el paisaje, porque dentro, en el taller, los encargos escasean, y no sólo eso, son insuficientes y de poca labor material y económica.
 Piensa Edelmiro, entre calada y calada, que a fin de cuentas, ya vendrán tiempos mejores, o no vendrán, pero que esto va a ser así para largo, y si más adelante cambia, se supone que para bien, a él ya le acomoda este espacio de tiempo y lugar en su nueva vida. Sí, porque ahora Edelmiro, pasado la mala leche y la incertidumbre del puesto de trabajo, le gusta tener las tardes libres. En realidad los primeros meses no sabía para qué, ahora las dedica a echarse la siesta y largarse a pasear a la Dehesa de la Villa: llueve o truene, haga calor o no. Mira tú por donde, luego para no quemar del todo las calorías, se toma su bollo y su café con leche en el Classic Cream de Estrecho y se larga a su casa, donde inexorablemente las dedica a hacer las tareas domésticas que no le ha dado la gana de realizar antes porque él, piensa Edelmiro, es dueño y señor de su tiempo, espacio y sentido del humor que tenga según el momento.
 Barre, friega, ojea la cocina por si tiene que hacer algún repaso  a los azulejos, o al baño, mira si hay algo para la plancha o el cubo donde está la ropa sucia. Hasta que no está lleno, no pone la lavadora. No contempla la posibilidad de color/blanco, todo va junto y así acaba en el bombo del electrodoméstico. Observa la nevera abierta y casi husmea, por si huele mal o algún alimento le ha caducado. Si todo está en orden, se sienta en su sofá de 3 cuerpos, cómodo, a él le gusta, y enciende un pitillo y su vieja televisión alemana Grundig. Así hasta que se hace la cena a eso de las 21.00 y piensa que ahora cerrará la tienda de la calle de Ofelia Nieto.
 Si lo que hay en la televisión le entretiene, no que le guste, sino que le convenza lo que oye y ve, aguanta máximo hasta las 23.00; sino se va a su dormitorio donde enciende la radio y entre murmullos de tertulias radiofónicas se va quedando poco a poco dormido.
 Edelmiro vive en el piso familiar de toda la vida, aquel en que se crio con sus padres y dos hermanos, él el mayor de otro varón y una hembra, que justo estaba en medio de ambos. Con el paso del tiempo, ese espacio que no vemos y apenas percibimos, los progenitores se quedaron con Edelmiro, ya cuarentón, mientras el resto de la especie familiar fue haciendo lo que se esperaba de ellos. Formaron su propia manada y la única que salió de Madrid fue su hermana, que reside en Ávila, donde nuestro personaje ha asistido a algunas reuniones familiares. Se acabó quedando solo, compuesto y sin novia aparente, aunque Edelmiro como todo macho, tiene sus apaños, faltaría.
 Cuida del piso familiar donde habita con parsimonia. Cualquier día debe de ponerse de acuerdo con sus hermanos, no por ellos, que no hay problema, pero sí con los respectivos "amores" que tienen a su lado en forma de parejas y sobre todo, y esto es importante, su descendencia algo tendrá que decir. Porque Edelmiro no existe constancia de que dicho inmueble, pese a tenerlo al día de todos los gastos e impuestos que conlleva sólo el mero hecho de existir, no es el propietario legítimo, único. Tienen que hacer la declaración de herederos. Cualquier día queda con sus hermanos para el arreglo económico, la parte que les corresponde. Pero eso es mucho pensar por ahora.
 Hoy es sábado y espera a La Toña, quien suele venir a media mañana con una bolsa verde del Mercadona y dentro trae la comida. Puede que toque pollo con patatas o pisto manchego, que le tiene cogido el punto y está exquisito. Luego tomaran café mientras saborean de a poquitos un buen licor de melocotón y se arrechuchan en el sofá observando las desgracias que pasan en el mundo a golpe de telediario. La siesta les repondrá de las malas vibraciones de la semana si las hubiera y luego marcharan a bailar. Unas veces aparecen en el Golden de la Gran Vía, donde con orquesta y todo y a golpe de boleros se abrazaran como si la vida les fuese en ello, otras irán a Luchana, según quiera La Toña. Depende de cómo haya ido la semana, pues no hemos dicho que ella trabaja en el servicio de lavandería del Hospital de La Paz, y con tanto recorte tiene el coño oblicuo de tanta protesta y mala leche de quienes les mandan, que hemos retrocedido a la Edad Media.
 Los domingos suelen pasarlos juntos hasta el mediodía que ella decide largarse a su casa, por Ventilla, donde comparte domicilio con su hijo sin padre, un buen chico que se lleva bien con Edelmiro, aunque a distancia y como le gusta a nuestro carpintero, cada cual en su casa y en su agujero.
 No está mal del todo Edelmiro, su vida transcurre lenta y en ocasiones sutil. Necesita el orden de encontrarse cada cosa en su sitio y un espacio para cada objeto. Piensa, que a ver cuándo esto cambia de una puñetera vez. ¡ Que idiotez se le ha metido a la clase obrera! Podían tenerlo casi todo  y ahora no tienen nada más que el respirar. Si están peor que cuando vivían sus padres, pobres paletos que laboraban de sol a sol para lograr, cómo era eso, ¡ah, sacar adelante a la familia! ¿ Para qué, en nombre de quién ?
 Edelmiro trabajaba para él, cubrir sus necesidades básicas y encontrar una sonrisa de vez en cuando en La Toña, que a sus jefes les fuese bien y tuviesen beneficios, para eso montaron el taller de carpintería sus antecesores y lo mantenían con los arreglos y adelantos de las nuevas tecnologías, pero ahora resulta que éstas y nuestros estadistas nos habían engañado y sumidos en un profundo sueño negro.
 Bueno, mejor no pensar tanto. Pero en ocasiones Edelmiro, desde su habitación por las noches, cuando está solo y consume su último pitillo, “ el del acueste “, escucha con atención a los tertulianos radiofónicos que con sus datos, elaboración, le meten algunas dudas en la cabeza y eso le perturba en ocasiones, aunque siempre amanecía al día siguiente, y total, esta mañana es sábado y en un ratito viene La Toña con un gazpacho,   ¡qué joder, como le cogía el punto!

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