MARIANO ANTOLÍN RATO: EN BUSCA DEL YO.-
Pepe Doria llegó a preguntarse si cuando se viven muchas cosas en menos tiempo, se vive más o sólo se vive más deprisa, tuvo lugar la fuga del propio Doria de Los Fuegos. Una casa que se localiza en los alrededores de esta capital de una las provincias del imperio. Sabe que las personas interesantes, las que se distinguen de los demás, despiertan envidias y atraen; también sabe que ha llegado a esa edad en que a uno lo juzgan por sus logros, no por lo que promete, al menos eso le dice la galerista germana Nelly Hildesheimer.
Doria es un tipo que anda por el 1.80, que al principio parece un charlatán de feria y tiene arranques líricos, encadena unas observaciones que no parece que tengan nada que ver con lo que cuenta. Además enciende pitillos a los demás, invita a cócteles atómicos a algunos de los asiduos al Reds Bar; habla sin respiro, gesticula, se levanta, cruza algunas palabras con alguien sentado solo a una mesa, vuelve, ríe, se pasa la lengua por la encía... y mientras tanto se va enamorando de Laura Lara, una mujer guapa ejecutiva de una discográfica que a ratos está liada con un cantautor llamado Tristán Ferrara; ella a su vez es la esposa del pintor Marco Leyden que a veces se hace pasar por Ismael.
El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona.
El esnobismo urbano de la década de los 80, que reúne, nutre, se van intercambiando y cruzando sus vidas a través de carreteras secundarias, pubs como el Reds Bar, Rocamar... difuminan sus existencias como Ismael que sigue lo que considera la mejor estrategia evolutiva estable: el individuo depende de lo que hace la mayoría de la población; luego, cuando vuelve a ser Marco Leyden y Milady parece haberle abandonado, solo, en el apartamento que compartían, bebiendo y fumando en ese silencio y vacío de las 3 de la madrugada, considera que está en un momento de su vida en que el pasado no enseña nada nuevo para enfrentarse al futuro.
No es el único, ni la guapa modelo Filis, insegura y atenta al paso del tiempo, ni periodistas de moda como Tino Amanita, todos empiezan a cuestionarse sus vidas en la edad donde el conocimiento se basa en que existen, quizás demasiados hechos, fuerzas que no podemos controlar de ninguna manera.
Todos sabemos más de lo que creemos saber, pero no sabemos si eso que sabemos no estará equivocado.
Aunque lleva tanto tiempo empapado en alcohol que la borrachera es su estado normal, Patricio Garrett se da perfecta cuenta de que ya no se encuentra en los Estados Unidos. Nota que está muy lejos de los modales de la gente al comer. Aquí lo regular no es tomar café en vasos de plástico, ni es exquisito ni decadente realizar dicha operación en un taza.
Divaga. Susan no está con él. ¿ El tiempo ? Sin apetito sexual hacia un cuerpo que había sentido una pasión irremediable meses atrás, algo que les ocurre a todas las parejas de vez en cuando, como si tuviesen un contador con el número de orgasmos antes de quedar despojados de su atractivo.
Es un deambular cotidiano buscándose a sí mismo por bares, clubs. De hecho deja la maleta en uno de ellos, antes incluso de instalarse en algún sitio concreto; donde Garrett encuentra a Diana, hija de Juan Martínez, antiguo editor del poeta y de Amelia Martí, ex amante; todo un prodigio de desasosiego y casualidades.
Los poetas siempre han sido unos egoístas, sólo escriben sobre sí mismos, no les interesan las demás personas como sucede con los prosistas que diluyen su personalidad en el relato, o al menos así piensa Juan Martínez, cuando entra en su casa y enciende las luces, coloca un disco, aunque llega acompañado de Patricio Garrett. No le gusta el silencio ni la ausencia de música, le resulta tan sospechosa como la oscuridad.
Hay que mantener el equilibrio, lograr un estado de decepción perfecta. Si uno no lo consigue, la vida aplasta.
Un personaje itinerante, deambula el poeta venido a nada en los soñadores brazos de Diana Martínez, alcanza lo que él cree una conquista en toda regla, nada menos que la hija de Juan y de su ex Amelía, ¡ el culmen de la idiotez !; en un piso del extrarradio de una ciudad donde columnas de edificios en ruinas y escombros conviven con total naturalidad. Diana Martínez se queda sola y desamparada, encerrada en su habitación llora, pero no por el sueño idealizado de las cosas pasadas, sino por las inmutables realidades del presente.
Para Pat Garrett disfrutar de un grado total de contento es necesitar y tener un pitillo en una mano y una cerveza en la otra, así halla esa inconsciencia respecto a lo que ocurría a su alrededor. Quizás el mundo se redime por actos de imaginación, así hallará consuelo reciproco en los brazos, otra vez, de Amelía Martí, en un vano intento de relojería suiza cuando el acto sexual era de precisión, durante todo el tiempo que se podían permitir, donde uno daba y tomaba todo el placer que podía soportar.
Las cosas nunca salen como se pensaba, se suelta a sí mismo Garrett; todo el mundo se lo quiere quitar de encima, es lo que ha conseguido en apenas unos días de abril que llegó a la ciudad en la que un día desapareció, al parecer con una hipótesis de vida halagüeña en Estados Unidos; pero ahora ya es tarde para la mayoría de las cosas y va dejando un reguero de decepción y angustia a su alrededor mientras sus pasos son vacilantes entre un vals de luces aplastado por la realidad más absoluta.
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Soy consciente de que la mayoría de los recuerdos se cargan de contenidos imaginarios.
Habían sido pocas horas de sueño, todavía no se me había pasado la borrachera con la que me dormí, volví a servirme otra copa y quedé paralizado por la sensación de que tenía respuestas a preguntas muy importantes. No sé me ocurrió qué preguntas hacer. Claro que Sofía Tristán se marchó hace algunos días y no da señales de vida, no coge el teléfono y en la agencia no me dan señales, más bien largas.
- Tus manos hacen de mi cuerpo que casi sea perfecto. ¡ Me gustas tanto ! - dijo en aquel primer viaje de ácido en Tánger, que a pesar de los bandazos de todos estos años, selló para siempre nuestra relación, o eso quiero creer.
Pues que, por fin, y después de años en los que vivimos algo parecido a ligar una y otra vez con la misma persona sin aburrirse, me ha dejado. Así de claro.
A veces quedábamos en casa de su hermana Soledad y de su marido el juez Nacho Irusta, gente que tiende a inventase su pasado haciendo que parezca menos gris de lo que en realidad fue; allí Sofía habló de héroes de tragedia empeñados en una lucha que saben que sólo puede concluir en la locura porque buscan un conocimiento que lleva a la aniquilación.
La memoria involuntaria es una maga sin reglas.
Rafa Lobo sobrevivirá, por mucho que el futuro sólo parezca un devenir de actos repetidos y la continuidad de una añoranza de una época pasada que, ya se sabe, probablemente nunca existió como se evoca. Claro que también se disculpa por utilizar tantas referencias a libros, películas, músicas, pero es que hay demasiadas partes del universo de las sensaciones que su limitada percepción nunca hubiera llegado a distinguir sin unas manifestaciones artísticas como esas que las pusieron a su alcance.
Todo puede resumirse en la cita de Faulkner, sólo se puede juzgar a partir de un espléndido fracaso en la realización de lo imposible.
Un pájaro nunca deja señal de su paso por el cielo.
Escribo novelas sobre hombres y mujeres solos que acaban peor que empiezan. Desde un punto de vista personal, lo que pasó hace tantos años me ha hecho ser lo que ahora soy. Veinte años es mucho tiempo, gran parte de la vida humana, y esos años, o quizás algunos más, habían pasado desde la última vez que él vio a Kiki Orian - contaba Rafael Lobo a Roger Cámara, y que les costaba aceptar que no todos los acontecimientos están relacionados con los demás, que algo importante para una persona puede haberlo olvidado por completo otra - .
La huida, no siempre a tiempo, era un arte que Rafael Lobo llevaba practicando desde hacia demasiados años. Sin instalarse en un sitio, a veces ni siquiera haberse puesto a sacar sus cosas de las alforjas de cuero de la moto, ya estaba haciendo planes para abandonarlo. Pero antes de otra fuga, una noche se volvió a encontrar con Kiki Orian en Madrid, en el Cisco Cocktail, rodeada de otra gente. El pasado no se puede rebobinar, hubo que vender la Harley Davindson, conservar las alforjas, siempre practicas y regresar a las orillas del Mediterráneo, Torregrao seguía ahí, se acercaría al acantilado de pizarra donde se alzó el hotel Todtnaugerg y tiempo a, trabajó limpiando piscinas un verano y conoció a Kiki Orian. Ahora sus pasos le llevaban al domicilio de Roger Cámara, un viejo fotógrafo, no un fotógrafo viejo, y le contaba el encuentro en Madrid con la hoy famosa artista e inalcanzable para él, un sitio donde caía con Sofía Tristán cuando vivían juntos.
Ahora Rafael Lobo pasa las noches en el Cártel y luego para en los locales del antiguo barrio de pescadores, en Torregrao, junto al Borrascas, Noelia... que podían ser sus hijos, pero tienen buena marihuana, cervezas, risas... y a veces hablan.
Si no hay explicaciones, nadie está equivocado.
El escritor errante acaba por darle unas páginas que lleva escritas de El Último Hotel a su viejo amigo Cámara, para que le eche una ojeada al texto, éste, que conoce bien al personaje de Kiki Orian. Mientras, Nani Felosia, mujer centrada en la realidad y agente literario de Rafael Lobo, exige la finalización del libro para su posible publicación y todavía, le busca una colaboración semanal en un periódico de tirada nacional, que no le vendrá nada mal al escriba.
Roger Cámara no conservaba ningún retrato suyo en su apartamento, las fotos hacían que nos considerásemos pasados de nosotros mismos desde nuestro presente, fugaz. Por eso estaba solo, la gente era insoportable casi siempre, decepcionaba, él, con todo, rompió prácticamente contacto directo con las personas, llegando a preferir estar en solitario que bien acompañado. Por eso, instalado en la 4ª planta del Residencial Mare Nostrum leía la novela inacabada de Rafael Lobo, mientras ponía objeciones, porque a veces hay más belleza en un final que en una permanencia.
Las personas, más que una prueba de vida o movimiento, eran partículas que el caos dispersaba con delectación.
Hacía unos días que Rafael Lobo estaba instalado en casa de Roger Cámara. El fotógrafo había tenido que ir a Madrid para que le hicieran un reconocimiento médico, rutinario, a no ser que hubiese empeorado o le encontraran algo peor. Ahí, el escritor trabajara más cómodo que en la habitación de la pensión en la que llevaba los últimos 5 meses; lo tendrá para él solo, cogió sus alforjas de cuero, ya sin moto y dentro, al margen del ordenador, carpetas, algún libro y el cepillo de dientes más una impresora, un diccionario y algún pequeño objeto, se instaló donde el fotógrafo. Sólo tenía que dar de comer y pasear a Sevruguin, el perro.
Antes de llegar a la salida del hospital, Roger Cámara concluyó que hoy nadie es responsable de nada. Un imperativo impersonal sin ninguna persona física responsable regía el destino y los detalles más nimios de todos. Los seres humanos se habían convertido, al fin, en un engranaje de un proceso de autodespliegue carente de objetivo alguno que se llamaba Historia.
Rafael Lobo seguía en Torregrao, ultimaba el texto antes de la entrega definitiva a Nani Felosía para su posible publicación, y una vez más, de las personas, de los sitios, convenía alejarse antes de que llegaran a hartar, y sabía por experiencia que hacía tiempo que debió de interrumpir sus contactos con el fotógrafo.
Lo que hay no siempre es lo mejor, sino lo posible.
Rafael Lobo raramente mantiene relaciones estables y casi siempre evita atarse a un lugar fijo para no sentir que forma parte de un mundo concreto. Si se pusiera a recordar el pasado, incluso restando todo lo que ha olvidado que le pasó, los años que arrastraba ahogarían cualquier posible variación futura. Y así, en un intento por no quedar atascado en un presente donde no tendría cabida la reproducción a la misma escala de lo contenido en su memoria.
Trataba de aceptar que la existencia humana no es trágica, sino fragmentaria, improvisada, accidental, triste, enloquecedora y hasta divertida. La mente - tenía comprobado Lobo - podía recurrir a unos pocos trucos estupendos para olvidar el dolor; la experiencia le ha enseñado que, a la larga, ir con la verdad por delante es lo que mejores resultados da. Delibera, mientras conduce en una huida de sí mismo, hacia el sur en su viejo Ford Capri, en un intento, vano, claro de ajustar cuentas pendientes con sus fantasmas más personales.
Uno no tiene amigos, mantiene aliados.
García es el antagonista de Lobo, otro sujeto que mantiene la vitalidad traduciendo textos. Piensa que las emociones son muy importantes para la formación de recuerdos, tanto buenos como malos, mientras observa su jardín.
García es un traductor de calidad contrastada. Lo malo es que a veces no se entera de nada, en ocasiones se disgusta con que a cierta edad, la biografía de las personas son los informes médicos sobre su salud. A él le sobra prestigio y necesita dinero, y algunos de esos mamotretos que pasa al castellano se convierten en éxito de ventas por los que cobra derechos de traducción. Aunque anda obsesionado con la poesía de Patricio Garrett, que a ratos intenta verter los poemas al español, lleva un "retiro" curioso en Puertaeuropa, donde Rafael Lobo llega; allí donde el sol es más cálido en el otoño peninsular.
Llegará con su Ford Capri, el pueblo cercano a Torregrao, un lugar donde años atrás fue en busca de una antigua juventud con una mujer que creyó le había marcado de por vida hasta que conoció a Sofía Tristán; y ahora, pasadas las décadas encontrará a Mery Surdíaz y una cierta paz para escribir, o al menos el intento de su nueva novela. Termina por admitir que las cosas ocurren con independencia del modo en que uno las concibe. Rafael Lobo acaba alquilando un apartamento en Guaguiloz, y como un viejo cuento de un rey, tiene que ser capaz de distinguir el terror en la quietud y la esperanza en el amanecer.
Lobo y García se encuentran en el periodo decisivo de un mundo que carece de perspectivas de futuro, ni las merece. El primero quiere vivir lo más ajeno posible a la exigencias cotidianas, lo difícil es detenerse; no le gusta lo que él mismo es, y recordando a Samuel Beckett que escribió que el ser humano tiene espacio suficiente para moverse, pero no tanto como para ir a algún sitio.
Ya sé que no te estás inventando nada, sino más bien que la realidad no llega a la altura de tu imaginación.
La casa donde me dejan vivir se encuentra la suficientemente aislada para ignorar si eso significa que soy libre o sencillamente estoy solo. La soledad, desde luego, no me asusta, y aunque fuera de modo parcial, llevo buscándola desde siempre. Supone un alivio porque así dejo de verme sometido al escrutinio público.
Leía poco, y exclusivamente poesía, y hojeé algunos de los últimos libros de Sánchez Ferlosio, escritor que conocía mal pero era uno de los imprescindibles del dueño de la casa. Sumamente cansado de mi constante yo, me hundo en las catacumbas de un mundo donde nunca estoy seguro de qué me deparará el próximo párrafo.
El añadido de que el apagón total ya no es delirio. Lo constato en el silencio de la radio, cuando viejo, exhausto y hambriento, vuelvo a encontrarme conduciendo a Madrid. Dejé Escondido y dentro de un nuevo Cheverolet, aún tengo al lado el smartphone, - o lo que sea el aparato ya sin carga -; quedan unos kilométros hasta quedarme sin gasolina. Alteraciones neurobiológicas varias. Más de una vez personas distintas, han señalado que mi conducta se aprecia esa disfuncionalidad pariente cercana al autismo. Encima no puedo contactar con Helwna Troyano, esa musa virtual con la que mantengo contacto.
Automóviles, autobuses, furgonetas, camiones inmóviles llenan todos los carriles. Apagones, incendios, falta de dinero, robos, artimañas cibernéticas, terrorismo de estado, caníbales, terrenos minados, ciudades sumidas en el caos, mentiras, éxodos masivos, cansancio, vejez. Edificios sin vida a los lados en los que nadie entra ni sale. Puertas cerradas y escaparates con las persianas enrollables bajadas. El cielo al rojo vivo de arriba abrasa, cuesta trabajo respirar, pero ahora tengo un perro que encontré, o me encontró, le puse Voz, pero solo ladra... un día todo esto acabará, supongo.
Cuando hay una cierta normalidad, Tessa May se pone en contacto conmigo, Carlos Alomar me quiere ver, se han restablecido las conexiones y desean mi estancia en Barcelona. Tengo un billete abierto que aprovecho y la única mujer a mi alcance es Helwna Troyano que habita pantallas con labios de Afrodita; pero ahora tengo que dar cuentas de un pasado literario improductivo en cuanto Tessa May aparezca, ella con su olfato excepcional para los bestsellers que la ha convertido en elemento imprescindible en la firma Farrar & Faber, que dirige Carlos Alomar.
Pienso incesantemente en la muerte, el olvido. En cómo nada dura, ni siquiera el recuerdo cuando el que recuerda se ha ido. Me han encerrado en un lujoso despacho para escribir, terminar La Suerte Suprema. La escritura se reduce a adjetivos y adverbios con los que choco cuando me pongo a teclear. Impiden mi avance hacia objetivos, personas, afectos, rechazos... Hubiera querido responder que el apagón digital es el elemento intrínseco del relato. Desamparo, vacío, aire acondicionado asedian cuando doy la espalda a la ventana. En el momento de iniciar mi paso se va la luz. ¡ Zas !
Valga la curiosidad que me empezó a llamar la atención la narrativa de dicho personaje cuando en una presentación de un libro de Edi Clavo ( batería de Gabinete Caligari ), concretamente de Viva El Rollo, el incombustible Jesús Ordovás ( a la postre presentador del evento ) cita al escritor asturiano, no sin cierta ironía por su parte y no exento de celos, lo bien que coloca la obra del músico; cosa que comenta él, jamás le aconteció para ninguna de las que el discjokey en su momento ha publicado, nunca recibieron semejantes halagos.
No habías leído ninguna obra de Mariano Antolín Rato, pero si sabías de su faceta de traductor porque algunos textos llevaban su firma a la lengua de Cervantes; sobre todo lo que conlleva a escritores americanos del siglo XX. Claro que ni siquiera de eso hay que estar seguro, ( como de dios ); porque varios libros que tengo, por ejemplo de William S. Burroughs : Yonqui o El Almuerzo Desnudo, la traducción corre a cargo de Martín Lendínez, que no es otro que Antolín Rato. Y así varios.
para su publicación en España y otra cuestión, y no menor, es crear. Y ahí nos encontramos con un narrador estajanovista, poco conocido, con tiradas de libros escasas. Vamos, minoritario, lo cual no resta un ápice a su desarollo narrativo.
Otra cuestión es lo difícil que es encontrar sus libros. Entre raros y descatalogados puede llevarte a una cierta desesperación y abandono; pero no hay que desistir, merece la pena el esfuerzo. Paso por alto su época más underground donde Antolín Rato parece David Crosby, y me centro en los textos más llamativos de la década de los 80 en adelante. Sin renunciar a sus señas narrativas, se centra en una cierta temporalidad en sus personajes, instantes, momentos, incluso el paisaje urbano decidido; aún siendo consciente de que la mayoría de los recuerdos se cargan de contenidos imaginarios.
Seres que se buscan a sí mismos constantemente, pero a fin de cuentas hallan lo más elemental: ¡ quieren vivir... y bien !; a ser posible. Comer, dormir, fornicar, no hacen ascos al hachís ni a la cocaína; individuos elitistas que se juzgan a sí mismos por los logros conseguidos más que por lo que prometían.
Desde luego el elenco de personas que salen en sus novelas están muy alejados de los planteamientos zen que al parecer opta en su existencia el escritor asturiano; vaya por delante que todas las teorías te dejan pegado a la disciplina de la inmortalidad, que no te interesa ni como hipótesis y que cada cual cree en lo que sea, pero mejor si llega por si sólo sin necesidad de pariuelas mentales.
Entre medias aparecen personajes de unas novelas a otras, a veces como remembranza de lo que fue y dejó de ser, Sofía Tristán; otros más ambiguos, Patricio Garrett; hasta dar con el personaje lleno de dudas y convertirse en su alter ego, ese Rafael Lobo itinerante, caótico, interesante, en la búsqueda constante del yo.
BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA
ABRIL BLUES.- 1990
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