Mejor escribir sobre lo que uno veía y percibía como su propio mundo, entorno en el que te crías y luego ya se verá que da el asunto de la imaginación, de la estructura narrativa; porque en ocasiones las cosas suceden delante de nosotros y sólo hay que armonizar las palabras para detallar cuanto acontece.
De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca; era revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de otros pueblos; rastrajos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil. La hojarasca era implacable. Personajes que se zambullen en la prodigiosa quietud del momento y salen después chorreantes de tiempo líquido, exacto y rectificado, seres queridos que se pierden en las tinieblas de los recuerdos y de cuyos huesos no se encuentran ni a 20 brazas bajo tierra.
Y pese a todo, la vida es la cosa que mejor se ha inventado, aunque se esté en la nada alimentando la ilusión que no se come, pero alimenta el espíritu de la esperanza. Las sempiternas peleas de gallo, las músicas de acordeones en las esquinas, jinetes en caballos de buena sangre, parrandas, cohetes, muertes violentas y la iluminación cósmica de liberal o conservador, personajes que levitan en los que no faltan autoridades prevaricadoras que confunden orden con dictaduras, curas que hacen autopsias. Personajes perdidos en los laberintos mentales que el devenir de su existencia les arrastró a situaciones demenciales, para llegar a la conclusión de que una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad, que los años de ahora ya no vienen como los de antes; donde a veces la realidad siempre supera a lo que creemos perceptible y alguna vaca se había visto contemplando el crepúsculo desde el balcón presidencial, ¡ que cosa más inicua !, ya daba cuenta del país; guerras interminables aniquilando el mundo para que no quedara nada en las generaciones futuras, ni siquiera el recuerdo ínfimo de la estirpe maldita de las gentes de armas.
Gabriel García Márquez es todo un peso pesado en la literatura mundial, y tengo la certeza que como pasa con grandes autores, sean Cervantes, Shakespeare o Gabo, casi nadie los la leído o a lo sumo de manera troceada.
En el caso del colombiano de nacimiento e hijo del mundo para el resto, su narrativa no es muy extensa pese a lo que se pueda apreciar en un primer momento. Su existencialismo se sustenta en hechos acaecidos y luego su desbordante imaginación le da forma como el albañil a la argamasa. Las cosas suceden, a veces no hace falta preguntarse el por qué.
Los 4 libros de cuentos publicados a lo largo de 30 años, dan fe de sus peculiaridades y matices que como buen periodista deja rastros inequívocos de certezas, dudas, imaginación y un sentido del humor, peculiar. Pero también juega mucho con el abstracto, Ojos De Perro Azul - 1972 es un claro ejemplo de los relatos cortos sobre la muerte como tema central en muchos de ellos. Publicados en el periódico El Espectador abarca una década. Pero la imaginación y una cierta sutileza se abre paso en La Increíble Y Triste Historia De La Cándida Eréndira Y Su Desalmada Abuela - 1972. Antes había preparado el terreno con su primera novela. Ya aparece Macondo, y el coronel Aureliano Buendía, y coloca los cimientos de lo que será su obra cumbre: Cien Años De Soledad - 1967 y la continuación en otras historias nada menores. El pasado y el presente juegan de manera constante en La Hojarasca - 1955.
Si tenemos la paciencia y la curiosidad de leer a García Márquez y con cierta perspectiva, observaremos que gana con segundas lecturas, más empaque.
Y con ellos se había la hojarasca, los últimos rastros de lo que fue el próspero Macondo de 1915. Aquí quedaba una aldea arruinada, cuatro almacenes pobres y oscuros; ocupada por gente por gente cesante y rencorosa, a quien atormentaban el recuerdo de un pasado próspero y la amargura de un presente agobiado y estático. Nada había entonces en el porvenir salvo un tenebroso y amenazante domingo electoral.
Hay un minuto en que se agota la siesta.
LA HOJARASCA.- 1955.-
Un personaje oscuro y algo siniestro llega a Macondo, claro, viene con una recomendación del coronel Aureliano Buendía a la casa de otro colega suyo, otro militar retirado. Y le acogen en su casa durante varios años. La novela transcurre apoyada en 3 personajes que dan la visión de su mundo: Isabel, la hija del coronel retirado; la de éste y el nieto, un niño con padre desaparecido, algo muy normal en la literatura de García Márquez, personas que está y no, espíritus vivos y etéreos, y así.
El tipo que llega a Macondo es doctor, pero reniega pronto de sus funciones medicinales y se ausenta en un cuarto de la casa durante 8 años. Siniestro, poco hablador, su existencia va de estar en una hamaca y luego se va, no queda claro si echado del hogar que le acoge o voluntariamente. A pocos metros instala su residencia de la del coronel retirado.
Estamos sembrados al suelo por el recuerdo de los muertos remotos cuyos huesos ya no podrían encontrarse a veinte brazas bajo tierra.
La tela de araña y misterio se centra sobre los personajes aludidos. Quizás porque Macondo es capaz de todo después de lo que ha visto en lo que va de siglo el viejo coronel de la república. Por eso, ha decidido darle sepultura al cuerpo del doctor pese a haberse ahorcado, porque sino le respetan a él por ser viejo, y de remate cojo del cuerpo y entero de la conciencia, esperan que al menos respeten a su hija por ser mujer, y ya de paso a su nieto y a los 4 campesinos que trabajan en su casa para dar los últimos respetos al difunto y dejar su extenuado cuerpo en tierra.
El doctor llevaba cuatro años de vivir en la casa del coronel retirado con él, su hija Isabel, su nieto y la servidumbre, estaba, al menos al comienzo, acreditado en Macondo como un profesional serio, a pesar de su carácter brusco y sus maneras desordenadas, que crearon en torno a él una atmósfera más parecida al temor que al respeto.
La humanidad no progresa de balde.
Cronista de periódico.- A mediados de la década de los 50 del siglo XX; García Márquez se ganaba el sustento enviando crónicas y reportajes para El Espectador, pero estando en París el medio para el que publicaba quedó clausurado a raíz de un conflicto con los censores militares. Estamos en 1955, y aunque el rotativo salió mes y medio después como El Independiente y Gabo siguió enviando sus noticias europeas durante bastante meses, en abril de 1956 corrió la misma suerte antes.
García Márquez quedó varado en París, pendiente del correo, sin apenas recursos económicos, algunos allegados de Barranquilla le mandaron lo que pudieron, pero nunca dejó de asimilar la vida como una literatura, de ahí salió El Coronel No Tiene Quien Le Escriba. Las colaboraciones siguen como medio de su precaria subsistencia: Intermedio, Tiempo, Élite... a finales de 1956 corrige el manuscrito de dicha novela y en enero de 1957 la termina de escribir. Pero tardará en ver la luz, 4 años, no era un obra menor como se pensó en un comienzo, ya se descubría una gran escritor con una obra maestra en su haber, sino lo era ya La Hojarasca.
Tengo el cerebro tieso como un palo.
EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA.- 1961.-
Todo el mundo ganará con el gallo, menos nosotros. Somos los únicos que no tenemos ni un centavo para apostar. Durante 56 años - desde que terminó la última guerra civil - el coronel no había hecho nada distinto de esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban. Y mientras llegan los viernes y se acerca con sus botines de charol, con un pantalón blanco sin correa y la camisa sin el cuello postizo, cerrada arriba con el botón de cobre, se dirige al puerto antes de que pitaran las lanchas y allí espera, paciente a que llegue el correo con la notificación de una pensión que debió de haber recibido 15 años antes.
El coronel tiene una manera de andar habitual que parece la de un hombre que desanda el camino para buscar una moneda perdida, llegando a la conclusión que lo único que llega con seguridad es la muerte, claro, que también refuerza que la vida es lo mejor que se ha inventado, y aunque sostiene la ilusión de la carta con los honorarios atrasados de su pensión, apenas come, pero se alimenta mientras sus sueños se enredan en telarañas y le da maíz al gallo, como un dios inalcanzable para su salvación...
La gente piensa demasiado en pendejadas por falta de oficio.
Compromiso.- La última novela ya dejaba entrever el itinerario del alma en un comportamiento humano comprometido, no exento de críticas al sistema, al Estado; lo cual hace de la literatura de García Márquez un compromiso con lo más débiles o dañados por el transcurrir de los acontecimientos, muchas veces heredados del nacer en una nación en concreto y en un momento determinado.
La violencia, una veces de manera sutil y otras explicita, ya sea en El Coronel No Tiene Quien Le Escriba; en varios más de manera rotunda: La Mala Hora, en todos los textos García Márquez se marca como norma la fractura del pueblo llano con los diversos gobiernos y administraciones colombianas, pero la narrativa que impone es estar bien escrita. Sus años de reportero, el periodismo a nivel de calle que llevaba cuando publica las primeras novelas, se deja entrever en sus textos. No deja datos claros, quizás por la censura o una cierta prudencia le impedían expresar abiertamente sus condiciones de izquierdas, como con el paso de los años ya se descubrió. Eso no le hace ni más ni menos interesante a su prosa. Tanto en el periodismo como en la novela, García Márquez da una visión de denuncia a los gobiernos conservadores y concretamente por los acontecimientos del presidente Gustavo Rojas Pinilla; un tercermundismo que es evidente en las 3 novelas primeras.
También me parece importante destacar algunas curiosidades de García Márquez. Al igual que el maestro Benito Pérez Galdós, varios personajes se intercambian de una novela a otra e incluso Macondo, ya es centro de operaciones de su extenso imaginario. Así Aureliano Buendía aparece en varias oportunidades, como sin querer, como Eréndira y su desalmada abuela cuando conoce al joven Aureliano; el alquimista Melquíades, el doctor que sólo comía hierbas o el pueblo de Ríohacha...
Lo que quita el sueño no son los pasquines, sino el miedo a éstos.
LA MALA HORA 1962.-
Parece una obra menor, no se engañen, García Márquez no da puntada al aire, su texto es breve, pero conciso y con frases geniales y certeras. El miedo como terapia de grupo, la colectividad asustada de una pequeña población con todos los poderes fácticos al acecho: sean el alcalde, el médico, el cura, el juez... y otros seres que tienen su peso en la narración: César Montero, su esposa, el propietario del cine, de un circo que aparece en Macondo, la viuda de Montiel, el señor Carmichael, el tendero sirio... todos miran en sus puertas porque alguien o algo coloca pasquines ofensivos sobre sus vidas, de cuitas pasadas o presentes que ofenden, pese a que todo el pueblo sabe de sobra la verdad y viven con ella, pero cuando lo leen la cosa toma el efecto del miedo.
Así que los pasquines no valían la pena. La gente está feliz.
El asunto está en saber quién los coloca, no el porqué ni casi lo que dicen, que es de dominio público. Este periodo de violencia que se produce en medio de las guerras civiles colombianas, nunca declaradas de comienzos del siglo XX, con la administración de Rojas Pinilla, envuelve en un manto de misterio a la pequeña población, y de paso esos acontecimientos sirven al autor para mostrar la violencia soterrada, las venganzas reprimidas que dejan heridas sin cicatrizar. Todo hace de La Mala Hora una buena novela, coral, difusa en sus personajes, donde todos parecen venir de una penosa incursión por el porvenir. Parece que el tiempo pasa sin hacer ruido.
Consideraba la infancia como un periodo de insuficiencia mental.
Se amplia el asunto.- Haga una buena guía para seguir los vericuetos de la familia Buendía, que ahora sí, sin preámbulos, García Márquez acomete su obra cumbre que lleva en su cabeza desde los 17 años dándole forma como el escarabajo pelotero subiendo la boñiga hasta encontrar acomodo. Tiempo de vivir lo suficiente como periodista y haber mamado la vida tras 5 años desde su última publicación, Macondo toma forma y se viste de gala, las palabras fluyen como el agua en la fuente; las piezas de su rompecabezas de novelas pretéritas logran encajar a la perfección en Cien Años De Soledad.
Nada se deja al azar: naturaleza, el pueblo sitiado por la misma que está encajonado y aislado y busca una salida al mar por donde entran los nuevos descubrimientos y adelantos; las mujeres y sus dimensiones diferentes en cada una con sus personalidades variadas; la familia, las relaciones, la eterna guerra civil; las herencias, los descendientes siempre al acecho de cómo saldrán; mitos y leyendas que García Márquez escuchó desde las entrañas de su madre, luego él, le puso letra y música. La mujer como epicentro de su relato, más allá de que perdiera la fuerza en sus muslos, la dureza de los senos. el hábito de la ternura, pero conservando intacto la locura del corazón.
¿ Que dice ? - preguntó.
Está muy triste - contestó Úrsula - porque crees que te vas a morir.
Dígale - sonrió el coronel - que uno no se muere cuando quiere, sino cuando puede.
CIEN AÑOS DE SOLEDAD.- 1967.-
Que el coronel Aureliano Buendía hizo 32 guerras civiles y las perdió todas. Que el ejército acorraló y ametralló a 3000 trabajadores, y que se llevaron los cadáveres para echarlos al mar en un tren de 200 pasajeros. Que el viejo guerrillero que no sabía por qué luchaba, no era honor ni venganza, sólo soberbia mal entendida, engendró hijos pero los vástagos tenían una cruz de ceniza en la frente que no se podían quitar y eran una diana andante para sus enemigos; y todo bajo el dominio de la casi eterna Úrsula, eje central de la historia, donde centenaria y casi ciega vive entre tinieblas y realidades sofocando los incidentes domésticos de una saga que parece interminable y salvaje.
Los años de ahora ya no vienen como los de antes.
Calores excesivos, olor a polvo en las calles desiertas de Macondo y silencio perturbador, hasta que la compañía bananera se instala en el pueblo, llega el tren, las casas pintadas de blanco se llenan de gentes; la calle del Turco es la avenida principal con sus cachivaches y novedades que traen los seres ambulantes que llegan a ese lugar recóndito de la selva y donde antes había un orden natural de las cosas, ahora se llena de incertidumbre, de nuevas ideas, de represión y un orden que nadie había pedido y empiezan las guerras de Aureliano Buendía y las predicciones de Úrsula: que cuiden de que ningún Buendía se case con alguien de su sangre, porque nacerán los hijos con cola de puerco.
El coronel Aureliano Buendía no logró recobrar la serenidad en mucho tiempo y hasta abandonó la fabricación de pescaditos, apenas comía y andaba como un sonámbulo por toda la casa, arrastrando la manta y masticando una cólera sorda; porque ni siquiera las guerras sangrientas de los 20 años le había causado tantos estragos como la otra guerra corrosiva del eterno aplazamiento cuando el propio coronel Gerineldo Márquez, su amigo y compañero, no le secundó a promover una conflagración mortal que arrasara con el vestigio del régimen de corrupción y escándalo sostenido atroz de la espera, a la humillación cotidiana, al eterno aplazamiento de sus pensiones vitalicias; hasta que llegó el diluvio de 4 años y 11 meses y dejó a Macondo como al principio, un lugar enigmático, solitario, polvoriento pero ahora lleno de hierbas silvestres, hormigas destructoras, seres invisibles perdidos en la memoria de sus telarañas mentales... La desidia de la gente contrastaba con la voracidad del olvido, que poco a poco iba carcomiendo sin piedad los recuerdos y ni siquiera entonces, Aureliano Buendía quiso recibir los honores de los emisarios del presidente de la República para aceptar la condecoración que rechazaba.
Se dio cuenta de que la fuerza secreta que le permitía vivir no era el instinto de conservación, sino la costumbre del miedo.
Todo quedará reducido con el último y taciturno Aureliano, siempre inmiscuido en los papeles de Melquíades, cuando Pilar Ternera emitió una risa profunda, expansiva, que no tenía para ella ningún secreto el corazón de cualquier Buendía, nada era impenetrable para ella, porque un siglo de naipes y de experiencia le había enseñado que la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiese seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del eje.
Todo estaba escrito en el laberinto de pergaminos de Melquíades, perfectamente ordenados en el tiempo, donde el último Aureliano y Amaranta Úrsula acaban con el espacio y el periodo de los hombres: el primero de la estirpe está amarrado a un árbol y al último lo están comiendo las hormigas.
Más viejo que todos los hombres y todos los animales viejos de la tierra y del agua.
Tomando perspectiva.- Gabo ya no era aquel tipo que malvivía esperando que le llegase el giro del Espectador en Europa por sus crónicas, a veces tarde, cuestiones no menores que le dieron la luz para dejar textos concretos y concisos en novelas como El Coronel No Tiene Quien Le Escriba o La Mala Hora. Esos años en el viejo continente le dieron una visión de América Latina diferente, donde todo podía estar por hacer y las muchas dictaduras militares a rebufo del imperialismo yanki, le sirvieron para seguir creando ese crisol de criaturas mágicas, en ocasiones atroces, o divertidas, patéticas... que dejan sus páginas.
Instalado en Méjico cuando publica Cien Años De Soledad cuyo universo es una sucesión de historias fantásticamente hilvanadas en un espacio de tiempo concreto, donde por su texto aparecen pestes, un circo ambulante, una familia curiosa llena de fertilidad, de imaginación, de levitación, no exenta de cuestiones más terrenales en forma de lluvias torrenciales, polvo y sequedad en sus calles, expansión de Macondo y caída, una metáfora recurrente del mundo hispanoamericano que continuará con sus siguientes creaciones: El Otoño Del Patriarca. El éxito masivo le llegó con 40 años, ya hecho hombre y curtido, lo cual le llevó a conocer personajes variados y que puede que de una manera u otra, sin abandonar el mundo mágico de su realidad, pasaran a engrosar su enorme imaginación en forma de novelas, pero hay algo que nunca le abandona, es la soledad de sus protagonistas, a veces en un mundo que no entienden, que se les escapa, tal vez no sea individual y se refiriera a América, la del sur, donde al gigante norteño se les escapaban algunas cuestiones... y no llegaba...
No había más ruido en el mundo, él solo era la patria.
EL OTOÑO DEL PATRIARCA.- 1975.-
Atento siempre al cotorreo de la servidumbre que era la gente de la casa con quien hablaba el mismo lenguaje, perdido en su propio laberinto del poder, cada vez más solo, porque el único documento de identidad de un presidente derrocado debe de ser el acta de defunción, o así pensaba el general; sobre todo cuando les gritaban sus compatriotas desde los balcones, abajo la opresión, muera el tirano, y hasta los centinelas de la casa presidencial leían en voz alta por los corredores la unión de las clases ante tanto despotismo de siglos, una reconciliación patriótica contra la corrupción y la arrogancia de los militares: no más sangre, pillaje... Hasta que se vio a sí mismo muerto de muerte natural durante el sueño, y buscó un doble que lo suplantara en diversos actos públicos; Patricio Aragonés, sin caer en la cuenta de que su lucha feroz por existir 2 veces alimentaba la sospecha contraria que existía cada vez menos. No quería ninguna contrariedad, por aquel entonces, de la vida cotidiana por insignificante que fuera, deseaba de buen corazón repartir la felicidad y sobornar a la muerte con artimañas de soldado. Ya anciano el dictador, cuyo poder había sido tan grande, que cuando preguntaba la hora le contestaban la que usted ordene, mi general.
Quizás porque hay órdenes que se pueden dar ... pero no se pueden cumplir. Sabía un viejo consejo, nunca impartas una orden si no estás seguro de que la van a cumplir. Y así, estableció la identidad de su cuerpo, no había otra patria que la hecha por él a su imagen y semejanza, con el espacio cambiado y el tiempo corregido por los designios de su voluntad absoluta, tenía una paciencia sin esquinas, se quedaba flotando en el vacío del suspenso con los ojos húmedos de lágrimas; era la paz dentro del orden, hasta que casi sin darse cuenta llegó a 100 años de estar en el poder.
La gente tendrá más miedo cuanto menos entienda.
Atropellado por propios y ajenos, dejó que se sirvieran de él, donde no llegó ni la antigua aristocracia barrida por el aliento irresistible de la ventolera liberal, hasta la iglesia, que siempre está con el que manda, sus ambiciones que constantemente obtenían del poder temporal, favores desmedidos y eternos. A veces se le venía a la cabeza su madre, Bendición Alvarado, que era cándida, vendía en el mercado loros con colas de gallos finos, reparaba gallinas baldadas con plumas de abanicos de pavos y las vendía como aves del paraíso; nadie se lo creía, pero la pajarera solitaria susurraba entre la niebla de los mercados dominicales, cuando todavía era joven, lánguida, andaba envuelta en harapos, descalza, hasta que su pobreza cambió cuando él llenó el poder.
Luego se le iría de su lado Manuela Sánchez, su gran amor, pero encontró a Leticia Nazareno, su legítima esposa que le dio un hijo: Enmanuel... hasta que un 12 de agosto, general, la fecha inmensa en que estábamos celebrando el primer centenario de su ascenso al poder, y ahora recordó que él se llamaba Zacarías, que con tanto poder se le había olvidado, hasta que se quedó más solo que la mano izquierda en esta patria que no escogí por mi voluntad, que me la dieron hecha con este sentimiento de irrealidad, olor a mierda, gente sin historia que sólo cree en la vida, con 40 grados de calor y 98 de humedad en la sombra de la berlina presidencial, siempre respirando polvo, dejándome ganar al dominó ni nadie que se atreviera a decirme nunca la verdad. ´
Él, que firmaba con la huella del pulgar y ponía debajo el sello del anillo que entonces guardaba en una caja fuerte cuya combinación no conocía nadie salvo su cerebro; ahora que no era más que un monicongo pintado en la pared de esta casa gubernamental, llena de espantos, donde ya le era imposible dar una orden que no estuviera cumplida de antes y donde al final de sus años no había de ser verdad ni siquiera el coro de escuela de la pajarita pinta paradita en el verde limón.
Había empezado a vislumbrar que no se vive, carajo, se sobrevive.
La realidad de la imaginación de los pueblos.- García Márquez dice - o escribe - lo que quiere a través de sus novelas. Tras el éxito masivo de Cien Años De Soledad se traslada de Méjico a España, a Barcelona concretamente, donde Carmen Balcells será su agente literaria. Otra vez en Europa, pero de manera muy diferente a su primera época, su narrativa toma cuerpo solemne, desde luego y se sirve de la política para desentrañar las múltiples telarañas del poder; y esas creencias, ideologías le dan mucho juego, a mi entender, hasta el punto que a medida que transcurrían sus años, demuestra que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad.
En líneas generales García Márquez siempre es muy opaco a la hora de concretar dónde desarrolla el texto. Tiende a la realidad de los pueblos quizás porque haya llegado a la conclusión de que por más que golpees las puertas del infierno, allí no sólo hay nada, sino nadie. Todo para representar diversos tipos de sociedades con sus diferentes enfoques y peculiaridades de la zona, sus creencias, en ocasiones ancestrales. Sólo así se puede entender la soledad de El Coronel No Tiene Quien Le Escriba o El Otoño Del Patriarca o la tragicomedia griega en que convierte La Mala Hora. Con todo, llega a ir tejiendo una enorme obra literaria basada en sus experiencias como cronista y la desbordante imaginación que posee, no en vano, libreta en mano y sí el lector está atento, lleva a sus libros frases absolutamente geniales sacadas del pueblo.
Lo matamos a conciencia - dijo Pedro Vicario -, pero somos inocentes.
CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA.- 1981.-
Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, despertó con dolor de cabeza y un sedimento de estribo de cobre sobre el paladar, eran las 5.30 cuando Santiago Nasar se levantó, y lo hizo porque debía de ver al obispo que en poco rato arribaría en el muelle. Se puso un pantalón y una camisa de lino blanco, ambas piezas sin almidón, iguales a las que se había puesto el día anterior para la boda de Ángela Vicario y Bayardo San Román, y salió por la puerta de atrás de su casa, que era lo que hacía cuando iba bien vestido, desconocedor en aquella madrugada tras los festejos desposorios, de que ya formaba parte de un triángulo diacrónico.
La gente que regresaba del puerto, alertada por los gritos, empezó a tomar posiciones en la plaza para presenciar el crimen.
Ángela Vicario era una pobre muchacha consagrada al culto de sus defectos, hasta que años más tarde descubrió que el amor y el odio son pasiones recíprocas y que se retroalimentan, la menor de una familia de escasos recursos, Poncio Vicario, su padre era orfebre de pobres hasta que la vista se le acabó de tanto hacer primores de oro para mantener el honor de la casa. Ángela Vicario era la más bella de sus otras hermanas pero tenía un aire desamparado y una pobreza de espíritu que le auguraban un porvenir incierto; así, cuando Bayardo San Juan se fijó en ella, sólo Pura, su madre, puso una condición: que acreditara su condición el prometido.
Las dos hijas mayores se habían casado tarde, sabían bordar bastidor, coser a máquina, tejer encaje de bolillo, lavar y planchar y hasta redactar esquelas de compromiso. Los dos gemelos fueron criados para ser hombres.
No oyeron los gritos del pueblo entero espantado de su propio crimen.
Bayardo San Román devolvió a su esposa la misma noche de bodas, había llegado en agosto del año anterior, 6 meses antes del enlace. Nadie supo nunca a qué vino. A alguien que no resistió la tentación de preguntárselo, un poco antes del desposorio, él contestó: " andaba de pueblo en pueblo buscando con quién casarme". Podía haber sido verdad, pero lo mismo hubiera contestado cualquier otra cosa, pues tenía una manera de hablar que más bien le servía para ocultar que para decir.
Ángela Vicario y Bayardo San Juan se vieron poco, si acaso en las fiestas patrias de octubre, durante la verbena de caridad en que ella estaba encargada de cantar las rifas, y no le gustó porque era altanero y con muchas ínfulas.
Bayardo San Juan harto de tantas conjeturas sobre su persona trajo al pueblo a su familia en pleno. Llegaron con un Ford T con placas oficiales cuya bocina alborotó las calles desde la mañana. La madre, Alberta Simonds, era una mulata grande de Curazao; el padre era el general Petronio San Román, héroe de las guerras civiles del siglo anterior y gloria del régimen conservador que había puesto en fuga al coronel Aureliano Buendía en el desastre de Tucurinca. Las 2 hermanas acabadas de florecer, parecían 2 potrancas sin sosiego.
Ese día me dí cuenta - me dijo - de lo solas que estamos las mujeres en el mundo.
Ángela Vicario nunca hizo ningún misterio de su desventura de ser llevada a casa de sus padres la noche de bodas por Bayardo San Juan, porque no era virgen, y nunca contó quién fue, ni cómo ni cuándo, pero le dio un nombre a sus hermanos: Pedro y Pablo, Santiago Nasar; nadie les vio jamás juntos a la pareja, porque ella en realidad deseaba proteger a quien de veras amaba y escogió al joven porque pensó que jamás sus hermanos se atreverían con él.
Nudo lorquiano.- La dualidad de la vida/muerte enriquecen siempre el escenario cuando los alimentas de mitos y leyendas, tradiciones y verdades, a modo de la tragedia griega, donde en ocasiones la anécdota y la ficción literaria se dan la mano. Crónicas De Una Muerte Anunciada se da la mano con Lorca, siempre eterno aunque sea con la España más profunda de Bodas De Sangre: costumbres rurales, cuchillos largos, aunque sean trasladados al Caribe con sabor a mar.
Muchos años después, en una época incierta en que trataba de entender algo de mí mismo vendiendo enciclopedias y libros de medicina por los pueblos de la Guajira, me llegué por casualidad hasta aquel moridero de indios. En la ventana de una casa frente al mar, bordando a máquina en la hora de más calor, había una mujer de medio luto con antiparras de alambre y canas amarillas, y sobre su cabeza estaba colgada una jaula con un canario que no paraba de cantar. Al verla así, dentro del marco idílico de la ventana, no quise creer que aquella mujer fuera la que yo creía, porque me resistía a admitir que la vida terminara por parecerse tanto a la mala literatura. Pero era ella: Ángela Vicario, 23 años después del drama.
La sabiduría nos llega cuando ya no sirve de nada.
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA.- 1985
Empezó con la simplicidad de la rutina. El doctor Juvenal Urbino había regresado al dormitorio, en los tiempos en los que todavía se bañaba sin ayuda, y empezó a vestirse sin encender la luz. Ella estaba como siempre a esa hora en tibio estado fetal, los ojos cerrados, la respiración tenue, y ese brazo de danza sagrada sobre la cabeza. Ambos se asustaron con la comprobación desoladora de que tantos años de lidia conyugal no habían hecho mucho más que pastorear rencores. A fin de cuentas la muerte no sólo era una probabilidad permanente, sino una realidad inmediata. El doctor Juvenal Urbino tenía sus primeros olvidos, así pues recurrió a uno de los maestros de la Escuela de Medicina: el que no tiene memoria se hace una de papel. Conquistó a Fermina Daza, muy por debajo de su clase social, fue un empeño... pero ahora el doctor Urbino agarra un loro por el cuello que se ha escapado de la jaula de su casa en el patio, con un suspiro de triunfo, pero lo soltó de inmediato porque la escalera resbaló a sus pies y él se quedó un instante suspendido en el aire, y entonces alcanzó a darse cuenta de que se había muerto sin comunión, sin tiempo de arrepentirse de nada ni despedirse de nadie, a las cuatro y siete minutos de la tarde del domingo de Pentecostés.
La casa quedó bajo el régimen de la muerte, y es que, la gente que uno quiere debería morirse con todas sus cosas.
Recordó que las mujeres sólo se entregan a los hombres de ánimo resuelto, porque les infunden la seguridad que tanto ansían para enfrentarse a la vida.
Florentino Ariza, en cambio, no había dejado de pensar en ella un solo instante después de que Fermina Daza lo rechazó sin apelación después de unos amores largos y contrariados, y habían transcurridos desde entonces 51 años, 9 meses y 4 días.
Florentino Ariza no tuvo nunca más oportunidad de ver a solas a Fermina Daza, ni hablar a solas con ella en los tantos encuentros de sus muy largas vidas, hasta el deceso del doctor Juvenal Urbino, para reiterarle en ese instante el juramento de fidelidad eterna y amor para siempre en su primera noche de viuda.
Florentino Ariza, hijo único de Tránsito, donde ella tenía un negocio de mercería donde además deshilachaba camisas y trapos viejos que vendía como algodón para los heridos de guerra; donde iba para telegrafista ( oficio con futuro ) y acabó escalando en la Compañía Fluvial del Caribe.
La capacidad de observación y la introspección de la que era capaz Florentino Ariza, descubriese que se podía ser feliz sin amor sino también contra el amor, lo descubrió en un viaje por barco una noche que se dirigía distraído a los retretes, cuando salió de un camarote una mano de halcón que lo agarró por la manga de la camisa y lo encerró en su habitación. Ambos cayeron agonizados en el vacío de un abismo sin fondo oloroso, a marisma de camarones. Desde entonces, Florentino Ariza, fue otro. Así, la viuda de Nazaret, que tenía 28 años y había parido 3 veces, pero su desnudez conservaba intacto el vértigo de soltera, evocarían en muchas noches las excelencias del amor clandestino. Allí aprendió que nada de lo que se haga en la cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor, quizás porque uno viene al mundo con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, se pierden para siempre... Con la viuda de Nazaret consiguió manejar el mundo con tanta fluidez que parecían flotar por encima de los escollos de la realidad.
Huía de las mujeres sensuales, solían ser las más pasivas en la cama, las ranitas escuálidas, aquellas que nadie se tomaba el trabajo de volverse en las calles, que daban lástima con el crujido de sus huesos, podían dejar para el cajón de la basura al más hablador. Florentino Ariza sabía que lo único que tenía que aprender para el amor: que a la vida no la enseña nadie.
Luego, mantiene una curiosa relación con Leona Cassani, que con los años seguía siendo igual que la tarde que la vió en el tranvía, con sus mismos vestidos de cimarrona alborotada, sus turbantes locos, sus arracadas y pulseras de hueso, su mazo de collares y sus anillos de piedras falsas en todos los dedos, se puede ser amigo de una mujer sin acostarse con ella; pero descubrió un mundo de viudas felices que empezaban viviendo el duelo como parásitas de sombras en los caserones desiertos; también Florentino Ariza tuvo alguna daga en el corazón, como con América Vicuña, pero hizo vida y hueco para Fermina Daza.
Nada en este mundo es más difícil que el amor.
Fermina Daza fue vista por primera vez por Florentino Ariza la tarde en que su jefe ( cuando aún era telegrtafista ), le encargó de llevar un telegrama al padre de la joven, sin domicilio conocido, apenas llevaba 2 años en la población y no era hombre de muchos amigos. Pero estaba en el parquecito de los Evangelios, en una casa antigua que se estaba reformando, con un patio interior que parecía un claustro y donde la muchacha con su tía Escolástica repasaban una lección. Fermina Daza levantó la vista para ver quien pasaba por la ventana y esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado.
Durante 3 años Fermina Daza recibía cartas y poemas de su entregado enamorado, que previamente convenidos, dejaba en escondrijos de camino al colegio de la muchacha, con el consentimiento de su tía Escolástica. Hasta que es descubierta por la hermana Franca De La Luz, superiora del colegio de la Presentación de la Santísima Vírgen, espiando a las alumnas por encima del hombro descubrió que Fermina Daza fingía tomar notas en el cuaderno cuando en realidad estaba escribiendo una carta de amor.
La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado.
Aquello cambió su vida y fue el destierro durante una larga temporada. Cuando Fermina Daza regresó era otra mujer, más hecha, más madura, pero podía tener síntomas del cólera que azotaba la región. Un médico amigo de Juvenal Urbino, le pidió que fuera a visitarla y tener una 2ª opinión. Tuvo que hacerlo 2 veces, la 1ª no estaba su padre Lorenzo Daza en casa, más tarde pudo ver a la enferma. Le pidió que se sentara y le abrió la camisa de dormir hasta la cintura con un cuidado exquisito: el pecho intacto y altivo, de pezones infantiles, resplandeció un instante como un fogonazo en las sombras de la alcoba. El doctor Juvenal Urbino solía contar que no experimentó ninguna emoción cuando conoció a la mujer con quien habría de vivir hasta el día su muerte. Y es que el corazón tiene más cuartos que un hotel de putas; pero siempre recordó Fermina Daza que lo más importante de un matrimonio no es la felicidad sino la estabilidad; porque el amor se hace más grande y noble en la calamidad.
Fermina Daza recordó la noche en que Florentino Ariza le reiteró su amor, todavía con las flores del esposo muerto perfumando la casa, la persistencia de su recuerdo le aumentaba la rabia, pero el deseo de olvidarlo era el más fuerte estímulo para recordarlo. Luego, un poco más tarde, ambos descubrieron de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
El brillo de su espada
es el vivo reflejo de su gloria.
EL GENERAL EN SU LABERINTO.- 1989.-
José Palacios puso la bacía de espuma en el mármol del tocador, y el estuche de terciopelo rojo con los instrumentos de afeitarse, todos de metal dorados. Puso la palmatoria con la vela en una repisa cerca del espejo, de modo que el general tuviera bastante luz, y acercó el brasero para que se le calentaran los pies.
Pero los tiempos no eran para estar seguros de nada en medio de tanta gente de tropa de origen incierto y diversa calaña. La inteligencia de su corazón le había enseñado la inutilidad de la gloria; el primero de marzo abandonó la casa de gobierno por la puerta de servicio para no encontrarse con los invitados que estaban agasajando a su sucesor con una copa de champaña, y se fue en una carroza ajena para la quinta de la Fucha, un remanso idílico en las goteras de la ciudad, que el presidente provisional le había prestado. Era el fin. El general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se iba para siempre.
No había mayor victoria que la de estar vivo.
La vida le había dado ya motivos bastantes para saber que ninguna derrota sería la última. En los primeros años de su poder, el general no desperdiciaba ocasión de hacer banquetes multitudinarios y espléndidos, e incitaba a sus invitados a comer y a beber hasta la embriaguez; pero ahora estaba postrado por la fiebre y apenas soportaba cualquier bienvenida oficial en su tránsito al exilio interior, siempre con su edecán José Palacios. Sobre la hamaca el general recuerda a Manuela Sáenz, Myranda Lyndsay... y se refugia en el pensamiento que en los preámbulos del amor ningún error es corregible. Una noche de lluvias, al despertar de un sueño intranquilo en la casa del Pie de la Popa, el general vio una criatura evangélica sentada en un rincón del dormitorio, con la túnica de cañamazo crudo de una congregación laica y el cabello adornado con una corona de cocuyos luminosos. Era lánguida y misteriosa, tenía la melena entrecana a los veinte años, y él descubrió de inmediato los destellos de la virtud que más apreciaba en una mujer: la inteligencia sin desbravar. Se fue, como todas, pues de las tantas mujeres que pasaron por su vida, muchas de ellas por breves horas, no hubo una con la cual hubiera insinuado siquiera la idea de permanecer.
En su vida un pensamiento: unir el sur de América, desde Méjico hasta Magallanes de la Antártica chilena, un sueño, un único país, alcanzada la independencia, general, ahora díganos qué hacemos con ella; claro, que la política depende de dónde se hace y cuándo se hace. La patria inmensa y única que él había forjado en tantos años de guerra y sacrificios sucumbiría en pedazos, los partidos se descuartizarían entre sí, su nombre sería vituperado y su obra pervertida en la memoria de los siglos.
Esto es un fandango de locos que no se entienden ellos mismos que hicieron la revolución.
Yo me he perdido en un sueño buscando algo que no existe, intentando siempre un buen acuerdo que mil pleitos ganados.
García Márquez hurga en el último viaje por el río que es el menos documentado de la vida de Bolívar, para eso está el colombiano, para ponerle letra... y música a El General En Su Laberinto.
No hay medicina que no cure lo que no cura la felicidad.
DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS.- 1994.-
Dos días después de la fiesta, y casi por descuido, la criada le contó a Bernarda que a Sierva María le había mordido un perro. No volvió a recordarlo hasta la noche siguiente porque los mastines estuvieron ladrando sin causa hasta el amanecer. Entonces fue con la palmatoria a las barracas del patio, y encontró a Sierva María dormida en la hamaca de palmiche indio que heredó de Dominga de Adviento. Al final encontró el mordisco: un desgarrón en el tobillo izquierdo, ya con su costra de sangre seca, y unas excoriaciones apenas visibles en el calcañal.
Ygnacio, viudo de doña Olalla de Mendoza, que cayó fulminada por un rayo, casó a escondidas con Bernarda Cabrera, la hija de un antiguo capataz de su padre venido a más en el comercio de ultramarinos. Se habían conocido cuando éste la encargó de llevar a la casa los arenques de salmuera y las aceitunas negras que eran la debilidad de Olalla, y cuando ella murió siguió llevándoselas al marqués.
Una mañana de lluvias tardías, bajo el signo de Sagitario, nació sietemesina y mal Sierva María de Todos los Ángeles. Parecía una renacuajo descolorido, y el cordón umbilical enrollado en el cuello estaba a punto de estrangularla. La niña, hija de noble y plebeya, tuvo una infancia expósita. La madre la odió desde que le dio de mamar por una única vez, y se negó a tenerla con ella por miedo a matarla. Dominga de Adviento, la amamantó.
El marqués de Casalduero, aconsejado por el libertino y culto médico Abrenuncio, se propuso enmendar el pasado y conquistar el corazón de la hija con la receta de felicidad aconsejado por el galeno. Durante un tiempo aquello parecía que funcionaba, pero el mordisco del perro en el calcañal de la niña, trajo fiebres y la duda de contraer o no la rabia. No obstante, por casa del marqués pasó todo el mundo para extraer los humores rancios y pese a que la fiebre cedió, nadie dio por hecho que la enfermedad infecciosa estuviera conjurada.
Don Toribio de Cáceres y Virtudes, el obispo de la diócesis, alarmado por el escándalo público de los trastornos y desvaríos de Sierva María, mandó al marqués un recado para acudir en su presencia. De lo que salió que a la niña había que internarla a la mayor brevedad en el convento de Santa Clara, en busca ya, de un exorcismo.
Cayetano Delaura era el único que tenía acceso a la casa del obispo durante las comidas, sobre todo por su dignidad de lector, sin cargo definido, tenía su celda personal en una casa contigua que se comunicaba por dentro del palacio, y en la cual estaban las oficinas y los aposentos de los funcionarios de la diócesis. Él sería el encargado de ejercer los misterios del alma que atormentaban a Sierva María. Pero la relación que se acaba estableciendo con el paso de las semanas entre Cayetano Delaura y la niña, iban más allá de cuestiones espirituales y se centraban más en las terrenales.
- ¿ Y ahora ?
- Ahora nada, dijo él. Me basta con lo que sepas.
En los remansos de la pasión empezaron a disfrutar de los tedios del amor cotidiano. Ella mantenía la celda limpia y en orden para cuando él llegaba con la naturalidad del marido que volvía a casa.
En octubre de 1949 el histórico convento de las clarisas, convertido en hospital desde hacía un siglo, iba a ser vendido para construir en su lugar un hotel de 5 estrellas. En una de las hornacinas del altar mayor se encontraron unos huesecillos menudos y dispersos, en la lápida de cantería carcomida por el salitre sólo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de Todos los Ángeles. Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía 22 metros con 11 centímetros.
No hay un anciano que olvide dónde escondió su tesoro.
MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES.- 2004.-
Vivo en una casa colonial en la acera del sol del parque de San Nicolás, donde he pasado todos los días de mi vida sin mujer ni fortuna, donde vivieron y murieron mis padres, y donde me he propuesto morir solo, en la misma cama en que nací y en un día que deseo lejano y sin dolor.
Mi edad sexual no me preocupó nunca, porque mis poderes no dependían tanto de mí como de ellas.
Con estas reflexiones y otras varias, había terminado un primer borrador de la nota cuando el sol de agosto estalló entre los almendros del parque fluvial del correo, retrasado una semana por la sequía, entró bramando en el canal del puerto. Pensé: ahí llegan mis noventa años.
Recuerdo alcobas de adobe sin repellar con ventanas de anjeo para los zancudos, donde a veces me sentía más frío que un lebranche. Hasta que conocí a la niña mis sueños. Aquella noche descubrí el placer inverosímil de contemplar el cuerpo de una mujer.
Vivo sin perros ni pájaros ni gente de servicio, salvo la fiel Damiana que me ha sacado de los apuros menos pensados, y sigue viniendo una vez por semana para lo que haya que hacer. Mi madre en su lecho de muerte me suplicó que me casara joven con mujer blanca y que tuviéramos por los menos tres hijos; pero tenía una idea tan flexible de la juventud que nunca me pareció demasiado tarde.
Una vez volví a casa atormentado por el diablillo que sopla al oído las respuestas devastadoras que no dimos a tiempo, por primera vez en mi larga vida me sentí capaz de matar a alguien. Hasta que conocí a la niña que nunca supe su nombre que cosía botones en una fábrica y que yo llamé Delgadina, que además era virgen. Entonces entró el veneno en mi corazón que terminó en el alma, no quería morirme sin probar la maravilla de tirar con amor.
Desde entonces empecé a medir la vida por décadas. La de los cincuenta había sido decisiva porque tomé conciencia de que casi todo el mundo era menor que yo. La de los sesenta fue la más intensa por la sospecha de que ya no quedaba tiempo para equivocarme. La de los setenta fue temible por una cierta posibilidad de que fuera la última. No obstante, cuando desperté vivo la primera mañana de mis noventa años en la cama feliz con Delgadina, se me atravesó la idea complaciente de que la vida no fuera algo que transcurre como el río revuelto de Heráclito, sino una ocasión única de voltearse a la parrilla y seguir asándose del otro costado por noventa años más.
Nunca dejen pasar un texto de Gabriel García Márquez, no tiene novela menor, si acaso menos transitada por las musas, siempre caprichosas, hay algo esencial en su narrativa: frases redondas y que escribe muy bien.
NOVELAS
LA HOJARASCA.- 1955
EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA.- 1961
LA MALA HORA.- 1962
CIEN AÑOS DE SOLEDAD.- 1967
EL OTOÑO DEL PATRIARCA.- 1975
CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA.- 1981
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA.- 1985
EL GENERAL EN SU LABERINTO.- 1989
DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS.- 1994
MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES.- 2004
Gabriel José de la Concordia García Márquez: 6 de Marzo de 1927 .- Aracataca - Colombia.- 17 de abril de 2014.- Ciudad de México .- México.-
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