BENITO PÉREZ GALDÓS: II - CICLO DE LA MATERIA
En los 8 años que van desde 1881 - 1889, Benito Pérez Galdós publicó 12 nuevas novelas, desde La Desheredada - 1881 a Realidad - 1889.
Es un proceso de madurez interesante en el autor canario, cuyo escenario de situaciones, personajes, intrigas, pasa a ser Madrid y en ellas abandona la defensa de unas tesis para atender a una descripción minuciosa de la entonces sociedad madrileña de la segunda mitad del siglo XIX, y actúa con precisión cirujana con unas técnicas realistas muy cercanas a lo que podemos entender como naturalismo.
Galdós se acredita como observador agudo de la realidad física y un gran creador de caracteres, supongo que habrá leído a Zola o viceversa, pues parecen vasos comunicantes, y ese naturalismo a la francesa se puede observar con las páginas de por ejemplo La Desheredada y puede alcanzar su cúlmen, en una de sus obras maestras: Fortunata y Jacinta, que forma parte de este ciclo denominado de la matería.
Minucioso y preciso en el lenguaje, claro observador de la realidad más cotidiana que le asalta cada día, su pluma describe, detalla, incuso es muy puntilloso, pero eso no le hace perder el lenguaje llano, áspero de la gente, en su mayor parte del populacho, personas de escasos recursos y pocas luces, unas entregadas a sus oficios, aprendidos como han podido o les venían de herencia paterna. A diferencia de varios contemporáneos del autor, aquí la mujer pasa a ser protagonistas de varias obras suyas y no es un mero acompañante social, vaya como ejemplo en este periodo de su narrativa, féminas cargadas de energía y personalidad, sin ir más lejos la Isidora Rufete de La Desheredada o Fortunata y Jacinta...
Vestía una falda de diversos pedazos bien cosidos y mejor remendados, mostrando un talle recto, liso, cual madero bifurcado en dos piernas.
LA DESHEREDADA.- 1881.-
Algo bufonesco, la picardía española sale a usanza en esta novela divida en 2 partes. Galdós profundiza en un malentendido, una disputa, una discordia, un cuento de hadas que va cogiendo tientes dramáticos en el pueblo menos preparado, aquel que es analfabeto, que cree en un dios topo poderoso que todo lo ampare e ilumine, y a menos luces, más oscuridad.
Isidora Rufete es una moza de extraordinaria belleza que reside en Tomelloso, junto a un personaje que se hace llamar El Canónigo, que le ha hecho creer siempre que ella es nieta de la Marquesa de Aransis, y con ese propósito partirá a Madrid, en busca de lo que ella cree que le corresponde por sangre.
Galdós nos lleva a la primavera de 1872, y a Isidora Rufete a casa de su tía La Sanguijuelera, con casas de techos de latas claveteadas, vidrieras sin vidrios de antiquísimos balcones, dando la sensación de caerse de un momento a otro, todo. La ciudad es un monumento a la movilidad compuesta de ruinas, donde al final de una barriada de lo que queda de la antigua Arganzuela, un llano irregular, limitado de la parte de Madrid por lavaderos, y de la parte del campo por el arroyo, habitaba la Samguijuelera.
La descripción de personajes, situaciones, de un Madrid demencial, hacen de la joven que queda atrapada en las miserias cotidianas, pero siempre buscando el relumbrón de la modernidad y de las muchas cosas que veía en los escaparates. Instalada en casa de Los Relimpio, don José es tenedor de libros, pero viven en la estrechez más absoluta, no acabará nunca de adaptarse a esa situación, la siempre fantasiosa Isidora que buscará hasta el final de sus días, ser reconocida legalmente nieta de la marquesa de Aransis.
Algo bufonesco, la picardía española sale a usanza en esta novela divida en 2 partes. Galdós profundiza en un malentendido, una disputa, una discordia, un cuento de hadas que va cogiendo tientes dramáticos en el pueblo menos preparado, aquel que es analfabeto, que cree en un dios topo poderoso que todo lo ampare e ilumine, y a menos luces, más oscuridad.
Isidora Rufete es una moza de extraordinaria belleza que reside en Tomelloso, junto a un personaje que se hace llamar El Canónigo, que le ha hecho creer siempre que ella es nieta de la Marquesa de Aransis, y con ese propósito partirá a Madrid, en busca de lo que ella cree que le corresponde por sangre.
Galdós nos lleva a la primavera de 1872, y a Isidora Rufete a casa de su tía La Sanguijuelera, con casas de techos de latas claveteadas, vidrieras sin vidrios de antiquísimos balcones, dando la sensación de caerse de un momento a otro, todo. La ciudad es un monumento a la movilidad compuesta de ruinas, donde al final de una barriada de lo que queda de la antigua Arganzuela, un llano irregular, limitado de la parte de Madrid por lavaderos, y de la parte del campo por el arroyo, habitaba la Samguijuelera.
Vivirás en las mentiras como el pez en el agua, y serás siempre una pisa-hormigas.
La descripción de personajes, situaciones, de un Madrid demencial, hacen de la joven que queda atrapada en las miserias cotidianas, pero siempre buscando el relumbrón de la modernidad y de las muchas cosas que veía en los escaparates. Instalada en casa de Los Relimpio, don José es tenedor de libros, pero viven en la estrechez más absoluta, no acabará nunca de adaptarse a esa situación, la siempre fantasiosa Isidora que buscará hasta el final de sus días, ser reconocida legalmente nieta de la marquesa de Aransis.
La confusión de clases es la moneda falsa de la igualdad.
Personaje secundario pero necesario en toda la novela, José de Relimpio, no carecía de convicciones arraigadas en materia de gobernación del reino, pero no era tomado muy en serio, ni siquiera por su esposa, Laura, y acaso con benevolencia por sus 2 hijas. Emilia y Leonor, y abstracto y un estorbo para Melchor, el varón de sus vástagos.
Una buena estructura en sus 2 partes es La Desheredada. La 2ª nos sitúa en el Madrid de 1875, esa Restauración que viene sin batalla, como había llegado la que entonces sería, la I República, la que con buen criterio Benito Pérez Galdós, nos deja claro que en España, el primer paso para la ruina de una causa, es su triunfo.
En este ambiente se debate la siempre descolocada con la realidad Isidora Rufete, como una especie de Quijote urbano siempre en busca de su herencia. A su lado, y a medida que avanza el texto, el sin par enamorado de su padrino, don José de Relimpio, que viudo ya, alberga y cuida, en sus muchas limitaciones, a la ahijada. Diríase que la Naturaleza quiso hacer en aquella pareja son ventura, 2 ejemplares contrapuestos de moral desvarío, pues si ella vivía en una aspiración insensata a las cosas altas, él se inclinaba por instinto a las cuestiones groseras y bajas.
No pierde el autor de cotejar a varios personajes que aparecen y desaparecen en la desventurada vida de Isidora Rufete. El siempre avispado Joaquín Pez, el bien intencionado médico y amigo de la muchacha Augusto Miquis, el amante de la joven y diputado de la patria don Alejandro Sánchez Botín, el litógrafo Juan Bou... y el descarriado hermano de Isidora,, Mariano, personaje convertido con los años en un lumpen de los bajos fondos.
La vanidad la hacía vivir doble y la engañaba, como a un chiquillo, con apariencias de bienaventuranza.
El mejor momento.- Su prodigio creador estaba en efervescencia. Concluida su primera parte, sin saber si iba a haber más, Los Episodios Nacionales publicados en 1873: Trafalgar, La Corte de Carlos IV, El 19 de Marzo y El 2 De Mayo, Bailén, tuvieron una feliz acogida por el público que animó sin duda al escritor canario a continuar.
En cuanto a la narrativa se refiere, tras La Desheredada siguió un ciclo muy interesante donde Galdós explota diversos aspectos de su narrativa. No tan doctrinal como nos venía acostumbrando, poco a poco abre la pluma hacia territorios más diversos en situaciones, conversaciones, hechos, que hacen de sus personajes menos acartonados que en su 1ª época.
Consciente de las libertades notables en su literatura, parece más libre en la estructura de sus obras. Si ya en La
Desheredada aparecen diversos personajes contradictorios y que evolucionan a lo largo del texto, algunos previsibles, otros más poliédricos, sus siguientes obras atestiguan lo dicho. El Amigo Manso - 1882, El Doctor Centeno - 1883, Tormento y La De Bringas - 1884, Lo Prohibido -1885, Fortunata y Jacinta - 1886/87, Miau - 1888 y en 1889: La Incógnita, Torquema En La Hoguera y Realidad..
Desheredada aparecen diversos personajes contradictorios y que evolucionan a lo largo del texto, algunos previsibles, otros más poliédricos, sus siguientes obras atestiguan lo dicho. El Amigo Manso - 1882, El Doctor Centeno - 1883, Tormento y La De Bringas - 1884, Lo Prohibido -1885, Fortunata y Jacinta - 1886/87, Miau - 1888 y en 1889: La Incógnita, Torquema En La Hoguera y Realidad..
Socio del Ateneo de Madrid desde 1865, le supongo y no es difícil de deducir, las muchas conversaciones que allí oiría y participaría, le serviría al autor para varios diálogos y personajes. Un viaje a Portugal con Pereda en la primavera de 1885 y otro a Alemania en el verano, cultivaban la observación de Galdós, amén de abrirle nuevos caminos personales y literarios.
EL AMIGO MANSO.- 1882.-
Máximo Manso tiene 35 años y una vida plácida con sus clases, vive en la calle Espíritu Santo y consagra su tiempo y quizás, escasa inteligencia, a los estudios filosóficos, encontrando en ellos los más puros deleites de la vida.
Este asturiano vecino de Madrid y catedrático de Filosofía como queda dicho, es muy soso, pero él se apaña en su vida contemplativa y el suave escepticismo que le embarga hacia la política, los seres humanos, las apariencias... y es tomado por su vecina doña Javiera como un ser superior, cuestiones que a lo largo de la novela deberá de explorar el bueno de Máximo Manso poniendo a prueba sus conocimientos, porque una cosa es la idea y otra la realidad tozuda.
Seres que aparecen en su existencia. Manuel Peña, hijo de doña Javiera, que quiere hacer del muchacho un hombre de provecho en el más amplio sentido de la palabra, y quien mejor que para educarlo que Manso. También la llegada de su hermano José María, con cierta fortuna hecha a lo largo de los años en Cuba y que se instala en Madrid con toda su familia. A esto se unen ciertos requiebros sentimentales que perturban a Máximo Manso, como la joven Irene. Y como ocurre en Galdós, aparecen personajes extraviados de otros textos, así sea el médico Augusto Miquis, José María Pez o León Roch.
Con estas incógnitas que se instalan en el catedrático, notaba esa cierta soledad el triste vacío que deja la suspensión de una costumbre.
No deja pasar la ocasión Galdós de plasmar sus inquietudes de la vida política en España, y para eso se servirá de José María Manso, con claras ínfulas de protagonismo, sin obviar que nuestra democracia es olvidadiza, pero no ha llegado a ser ciega, y eso que estamos en el siglo XIX. Desde que el hermano de Máximo empezó a figurar, las nubes de la empleomanía descargaban diariamente sobre la casa abundosa lluvia de postulantes. Y Galdós descarga un buen número de personajes: oficiales de intervención, guardas de montes, empleados de consumos, innumerables tipos que habían sido, que eran o querían ser algo.
Era lo que le faltaba a Máximo Manso para el completo desengaño y el desequilibro que se instala durante una temporada en su hasta entonces, plácida y ordenada existencia, pero es que de eso va la vida.
No perderá el hilo Galdós para mostrarnos ese Madrid algo mendicante, oligárquico, donde cada cual se busca la vida como puedepero siempre en busca de prebendas ministeriales, a la búsqueda de la teta del Estado. Así, cualquier profesión, por breve y fácil que fuese, requería libros de studio, tiempo y dedicación que el bruto de Pedro Pollo, entonces un joven haragán, hasta que un tío materno suyo, canónigo de la catedral de Coria, tras mucha lucha, le convencen vieniendo de familia porbre y con una madre viuda y una hermana, le fingieron en una vocación de la que carecía, pero que le salvaría la existencia, otras cuestión y no menor, es lo que haría Pedro Polo con el resto de sus días. Ahí entró el joven, dicharachero e infeliz Felipe Centeno a servir a dicha familia cuando el ya cura y también docente, le acoge en su casa.
El ambiente estudiantil y desenfado lo coge Galdós en la casa de huéspedes de Virginia, donde el escritor nos presenta, uno con más páginas otros con menos, algunos personajes curiosos centrándose en el devenir de estudiante de Derecho y aprendiz a escritor de obras de teatro, el manchego del Toboso: Alejandro Miquis, quien toma por escudero al joven Centeno.
De esta mezcla, sale el texto de El Doctor Centeno. Y como Galdós hace de su narrativa la vida misma, describe con la minuciosidad acostumbrada vida y miserias patrias, por aquello de que 3 españoles, 2 de ellos de poca edad, pueden estar en el lugar más solemne sin sacar de este lugar motivo de broma, es pensar en lo imposible.
Serán sus siguientes obras dentro de ese espacio denominado naturalistas, en que profundice mucho más en personajes profundos, con Madrid de faro y España de espejo.
TORMENTO.- 1884.-
En las naturalezas sometidas a rudísimas pruebas acontece que el peligro sugiere el recurso de la salvación, y que del exceso de pavura surge el rapto del valor, por la ley de las reacciones. Tormento es una muchacha pobre pero hermosa, algo recurrente en la narrativa galdosiana, que hace las labores de criada en casa de Francisco Bringas - que luego tendrá más extensión en su siguiente texto: La De Bringas; y también acude allí Refugio, su hermana, que acabará rompiendo con la familia de acogida y se dedica a posar para pintores, escultores...
Pero Tormento, Amparo Sánchez Emperador, es de piel más sumisa que su hermana y se aviene a estar en casa de Bringas. Mientras, su escasa formación, talento y educación, la envuelven en un trasiego que es difícil de explicar para un lector del siglo XXI, más si es femenino.
Pedro Polo es un sacerdote sin vocación, donde el genio bravo le lleva a la perdición de diócesis y contactos, salvo el bueno del padre Nones, siempre recurrente en textos de Galdós, donde diversos personajes aparecen y desaparecen, caso de Ido Del Sagrario o los propios primos de Amparo, los Bringas.
Dicho sacerdote se encapricha de Amparo queriéndola hacer su ama de llaves, pero esconde oscuras intenciones dado la hermosura y acatamiento de la mujer. Algo que acontece en el tercer personaje en cuestión de la novela, el primo indiano de Rosalia de Piapón de Bringas, Agustín Caballero, callado e introspectivo, que se enamorará de Amparo.
Los diversos personajes de Tormento, intentan estar bien relacionados, y Galdós teje una tela curiosa en la siempre mordaz España, más bien el pobre Madrid en busca de aduladores o caciques a quien servir, ya que rara vez esperan de sí mismos el bien que desean. Un estado siempre en bancarrota y conspirativo, el de Isabel II, bien representada en Rosalía que siempre le gustaba las cosas del figurar, verse rodeada de personas tituladas o notables, bien por su posición política, económica o de riqueza aparente o real, como el caso de Agustín Caballero. Y Galdós deja pinceladas agudas de varias capas sociales, hasta el bueno de Franciso Bringas, el padre Nones, la misma Amparo Sánchez, con otros desalmados por las circunstancias de sus penas, sean el caído en desgracio cura Pedro Polo, su hermana Marcelina, que juega a varias bandas: la honrada y alcahueta, dueña de un tesoro en forma de 2 cartas que comprometen a Amparo...
Claro que siempre queda el asunto de que un cobarde puede llegar hasta el heroísmo en momentos concretos, y un avaro a la generosidad, en un vuelco final de la historia, cuando menos, curioso, para la época en cuestión.
LA DE BRINGAS.- 1884.-
Ese Madrid galdosiano, se cierra con esta especie de trilogía que forman El Doctor Centeno, Tormento y La De Bringas, personajes y situaciones que tienen en común los años anteriores a la revolución de 1868.
Pero todo transcurre muy a pie de calle. Rosalía Piapón tiene ínfulas de señora y su sueño es codearse con la alta aristocracia madrileña, en sus vestidos, forma de hablar, comer, veranear. Y en este éxodo más interior que real, desea vivir en el Palacio Real y estar al servicio de la reina Isabel II. Casada con Francisco Bringas, un escultor honrado, que trabaja en el acabado de un cenotafio, demostrando toda su habilidad, una limpieza de manos y una seguridad en la vista, que rayaba en lo maravilloso.
Todo lo estrafalaria que es su mujer y manirrota, obsesionada con todo tipo de telas, empeñada continuamente con amistades porque no puede pagar sus deudas en el momento en que cumplen el plazo, anda siempre ahogada en su sufrimientos, que desea antes de que el bueno de Franciso Bringas suponga o sepa, algo.
Pese a todo y como es habitual, más allá del trazo grueso de la burguesía madrileña de esta época, Galdós no deja pasar que aquél verano sería muy cruel, si los generales habían llegado a Canarias mientras Prim se encontraba en Vichy, y la Reina, ¡ay, su majestad !; se marcharía a La Granja y luego a Lequeito, mientras los Bringas se quedaban en el calor sofocante y mesetario de... Madrid, sin poder tomar los baños.
En su desesperación, Rosalia Piapón de Bringas, a veces hace un recorrido por su penosa existencia de fantasía, como su inauguración matrimonial y la luna de miel en... Navalcarnero, ella que tenía tantas ilusiones de ser aristocrática. Su vida reglamentada, oprimida, compuesta de fingimientos y llena de estrecheces económicas, sobre todo por sus desatinos a la hora de comprar compulsivamente ropa para ella o sus hijos, siempre contando el correr de los ochavos y de las horas.
Ya he dicho algo del afán concupiscente con que agrandan e hirperbolizan la riqueza ajena los que no tienen ninguna
LO PROHIBIDO.- 1885.-
No es novedoso que Galdós nos presente a un individuo solitario, entrado en años, su juventud quedó atrás, pero mantiene intacto cierta aureola de misterio que le rodea en su entorno, también por cierta fortuna que se le supone, una soltería aguda y que venga de pasar años en el extranjero.
Algunos de estos estereotipos ya lo vimos en Máximo Manso - El Amigo Manso -, más adelante en Moreno Islas - Fortunata Y Jacinta -; y son recurrentes en la narrativa galdosiana, así como un vasto dominio de su pasado familiar, que coloca al lector en el personaje que es hoy en día, instalado en Madrid. Así, aparece entre nosotros José María Bueno de Guzmán, de madre inglesa y padre andaluz nacido en Cádiz, rentista, con una buena cuenta corriente en el banco procedente de títulos que poseía en París a su nombre, así como varias letras en diversas posesiones en Jerez y en Londres.
Llamativo en Galdós que de nuevo recurre a un tipo solitario, con cierta clase y cultura, dinero fresco y que acaba enamorándose de su prima Eloisa, otro personaje manirroto para las cifras cotidianas, la intendencia doméstica; a su vez casada con un pusilánime senador llamado Pepe Carrillo.
Lo mismo que ocurría con Rosalía Piapón, sucede con Eloisa, personajes que Galdós trata de ridiculizar por sus estropicios financieros a cuantos les rodean, a ésta le salva su hermosura en el más amplio sentido de la palabra. Estamos ante unos cánones muy claros de finales del siglo XIX. Pero existen cosas que no cambian, como el postureo, pues la prima y amante de José María Bueno de Guzmán, tiene la manía de gastar lo que no tiene con tal de aparentar, y así vemos como Galdós describe una cierta forma de medrar en la corte y villa a través de las comidas que todos los jueves se dan en casa de Eloisa y Pepe Carrillo, gastos enormes de guardarropa, las frecuentes compras de cuadros, tapices y baratijas de arte, amén de los dispendios económicos en las obras benéficas del senador, todo esto llevaba a la casa a una veloz y completa ruina.
Como es habitual en Galdós, por allí vemos desfilar a Alejandro Sánchez Botín, la casa de Tellería, cuñados en tiempos de Leon Roch, y su maltrecha economía por los desbarajustes de sus cabezas, sean la de Gustavo o Leopoldito.o el mismo marqués de Sudre; el siempre eterno y frío prestamista Torquemada. Los meandros de las novelas y personajes se entrecruzan en algún momento en el texto de Lo Prohíbido, como es notorio siempre.
No hay ser humano, por despreciable que parezca, que no pueda ser eminencia en algo.
FORTUNTA Y JACINTA.- 1886/87 .-
Los de Santa Cruz vivían en su casa de la calle de Pontejos, dando a la plazuela del mismo nombre; finca comprada al difunto Aparisi.
Ocupaban los dueños el principal, que era inmenso, con 12 balcones a la calle y mucha comodidad interior. No lo cambiaba Barbarita por ninguno de los hoteles modernos, tenía sobrado de habitaciones y necesita la batahola, mañana y tarde, del ruido de los coches correo, a los aguadores en la fuente de Pontejos, el hálito tenderil de la calle de Postas y hasta las zambombas y panderetas en épocas de Navidad de la Plazuela de Santa Cruz.
Define como un arquitecto Galdós el Madrid del último tercio del siglo XIX, y con ello la España del rey Amadeo que harto ya de tanta intriga deja paso a la efímera 1ª República, mientras los cafés y algunas casas "ilustres" enseguida cebáronse con cierto furor sobre el tema suculento de la partida del Rey, donde cada cual exponía sus opiniones con ínfulas de profecía, como si en su vida no hubieran hecho otra cosa que vaticinar acertando.
Juan Santa Cruz lo tiene todo: belleza, armonía, dinero... y ciertos deslices juveniles de picores elevados en la entrepierna. Su padre ha hecho fortuna, por lo que puede vivir muy bien, aun terminando Derecho, que no ejerce y vive de las rentas patriarcales, pero se le cruza en su camino juvenil y promiscuo Fortunata, muchacha de belleza extraordinaria, como pobre y miserable, simple como el papel de la calle que va según sople el viento. Nada de particular en un Galdós que explota con maestría una historia dramática, pero que le sirve de excusa para reflejar una poderosa visión de la vida cotidiana madrileña en diversos ambientes sociales.
Como es habitual en él, aparecen personajes intercambiados de otros textos, así don José Relimpio y Sastre, Joaquín Pez... Descarga la obra en 4 partes y 2 tomos, donde el inicio desarrolla ampliamente la vida de los Santa Cruz y la organizada boda de Juan por su madre Barbarita con una pariente lejana, Jacinta la esbelta, hermosa y cuidada muchacha que no podrá engendrar hijos y será un pesar a lo largo del texto.
Los denominados personajes secundarios aquí adquieren una gran relevancia, pues Galdós gasta páginas, tiempo y dedicación a presentarlos a ellos y sus circunstancias, relevantes para la obra en sí misma.
Una desdichada Fortunata vaga por caminos siniestros de la existencia, hasta que de nuevo de vuelta a Madrid aceptaba ella sin entusiasmo ni ilusión alguna, más bien por probar, que sería aquello de casarse con el insulso Maximiliano Rubin, dejar atrás sus amoríos con el señorito Juan Santa Cruz, y convertir esos afanes y contratiempos, en algo redentor y socialmente aceptable, porque Fortunata pensaba, que cuanto más aseguradas están las materialidades de la vida, más segura es la conservación del honor.
La privación absoluta de los apetitos alimentados por la costumbre más o menos viciosa, es el peor de los remedios , por engendrar la desesperación, y que para curar añejos defectos es conveniente permitirlos de cuando en cuando con mucha medida.
Arranca la 3ª parte con la descripción minuciosa, como no podía ser de otra forma en Galdós, de la siempre temperamental España, el denominado sexenio democrático que acabaría con la llegada de la Monarquía borbónica, en la persona del hijo de Isabel II, Alfonso XII.
Todos los avatares, rumores y demás cuestiones se debaten mejor en los cafés madrileños, llevando cada cual de sus tertulianos un bocado sabroso al festín de la murmuración, así pasaban las horas, amigos allí, y distantes unos de otros en el comercio de la vida cotidiana. Galdós es en esto un maestro, por la puntillosidad de los carácteres que tan bien deja en sus páginas, formas de hablar y comportamiento.
Y mientras Alfonso XII hace su entrada bulliciosa por las calles de Madrid, Jacinta está irritada con su marido Juan Santa Cruz. Debilitada pero arrogante, digna de su clase, no perdona los nuevos amores que se trae con Fortunata, hasta el punto de exigirle una reparación inmediata pese a que ésta se halle, mal casada, en el momento histórico que se describe.
Y mientras la Restauración sale vencedora, en los cafés se arregla el país, donde es asiduo a algunos de ellos Juan Pablo Rubín, cuñado de Fortunata, siempre en busca de un puesto en la Administración. " La infiel " es abandonada de nuevo por el señorito Santa Cruz, un personaje siempre caprichoso y muy propio de su especie y rango de querer lo que no se tiene y despreciar lo que se posee.
Galdós, buen conocedor de las debilidades y cualidades humanas, y del retrato social de su época, expone como el mundo que se ve y otro que está debajo escondido es aplicable a los humanos, Fortunata Y Jacinta, ahonda en ese precepto, como lo de dentro gobierna a lo de fuera; no anda la muestra del reloj, sino la máquina que no se ve.
Y de este modo se verificó aquella restauración, aquel restablecimiento de la vida legal. Son de esas cosas que pasan. sin que se puede determinar cómo pasaron; hechos fatales en la historia de una familia, como lo son similares en la historia de los pueblos. Y de nuevo Fortunata es acogida en casa de doña Lupe, "la de los pavos ", tía de Maximiliano Rubín y pasa a convivir con ellos en la calle Ave María, en una casa honesta, humilde, con criada desventurada como pinta Galdós a la muchacha, "Papitos", deslenguada y corta, pero que sirve para todo en dicha hacienda de la viuda de Jaúregui.
Pocas veces a lo largo del texto se encuentran en persona Fortunata y Jacinta, pero algún encuentro hay sabiendo ambas mujeres de su existencia reciproca. Galdós hila con personajes como el ilustrado, aristócrata y soltero de Moreno Islas, que vive en Inglaterra y pasa temporadas en su casa de Pontejos, él, mujeriego empedernido se muestra enamorado de Jacinta, que no le da pie a sus oscuros deseos, siempre en busca de mujeres casadas que es lo que le atrae, descripción crítica de la burguesía madrileña y señoritil de finales del siglo XIX. Cierto es en afirmar, que el tal Moreno Islas no deja de ser un desgraciado que acaba sus días dándose cuenta de que no se ha divertido nunca pese a sus 48 años y sus aires europeístas, todas sus aventuras han sido un deseo corriendo detrás de un fastidio.
MIUA.- 1888.-
Al siempre correcto Villaamil le faltan 2 meses de empleo en la Administración Pública para poder pedir la jubilación, pero antes ha sido despedido, quizás, como bien apunta Galdós a lo largo del texto, por la corrupción política endémica en el país, y más en los extractos del mal llamado poder.
Como es habitual en el autor canario, varios o algunos de sus personajes, en un juego curioso de su extensa narrativa, aparecen y desaparecen en distintas obras, así, el protagonista de Ramón Villaamil, escasamente representado en Fortunata y Jacinta, es aquí el triste funcionario público que repartido su tiempo y su escaso talento burocrático no sólo en la Península, sino en las colonias entonces españolas de Cuba y Filipinas, se ve ahora abocado a dar sablazos a sus amigos y a ser un paniaguado en busca de los parabienes de antiguos compañeros suyos en la Administración, al fin de poder cumplir los 2 meses que le quedan para la cesantía y cobrar los honorarios enteros de sus muchos años de dedicación pública.
No sólo Ramón Villaamil tenía la cara pintada de la ansiedad más terrible, sus ojos adquirían un corte espectral y su rostro cogía el tono de un limón podrido, su casa es un desaliento completo, donde Galdós vuelve a meter la pluma en esa especie tan característica de la sociedad española, de no ajustarse a su realidad, y seguir viviendo una distopía continua, pues tanto su mujer Pura, su hija Abelarda, su cuñada Milagros, viven en la parafernalia de los oropeles teatrales, en coger un buen sitio en el palco y ... lucirse, aunque sean con escasos trapos que en otros tiempos sirvieron de envidia ajena.
Galdós emplea los primeros 10 capítulos en situarnos a la casa y las circunstancias de su vida cotidiana, incluido su nieto Luisito Cadalso que vive con ellos y en algunos despistes, en forma de perdida de memoria, ve o intuye que ve a Dios... y hasta habla con él. Hasta que aparece en escena Víctor Cadalso, padre del niño y ahora viudo, que es un sinvergüenza trepa de la Administración, con buenos contactos y algunos desfalcos ocurridos en Valencia
Pero qué soso ¡ Que soso es !
EL AMIGO MANSO.- 1882.-
Máximo Manso tiene 35 años y una vida plácida con sus clases, vive en la calle Espíritu Santo y consagra su tiempo y quizás, escasa inteligencia, a los estudios filosóficos, encontrando en ellos los más puros deleites de la vida.
Este asturiano vecino de Madrid y catedrático de Filosofía como queda dicho, es muy soso, pero él se apaña en su vida contemplativa y el suave escepticismo que le embarga hacia la política, los seres humanos, las apariencias... y es tomado por su vecina doña Javiera como un ser superior, cuestiones que a lo largo de la novela deberá de explorar el bueno de Máximo Manso poniendo a prueba sus conocimientos, porque una cosa es la idea y otra la realidad tozuda.
Seres que aparecen en su existencia. Manuel Peña, hijo de doña Javiera, que quiere hacer del muchacho un hombre de provecho en el más amplio sentido de la palabra, y quien mejor que para educarlo que Manso. También la llegada de su hermano José María, con cierta fortuna hecha a lo largo de los años en Cuba y que se instala en Madrid con toda su familia. A esto se unen ciertos requiebros sentimentales que perturban a Máximo Manso, como la joven Irene. Y como ocurre en Galdós, aparecen personajes extraviados de otros textos, así sea el médico Augusto Miquis, José María Pez o León Roch.
Con estas incógnitas que se instalan en el catedrático, notaba esa cierta soledad el triste vacío que deja la suspensión de una costumbre.
No deja pasar la ocasión Galdós de plasmar sus inquietudes de la vida política en España, y para eso se servirá de José María Manso, con claras ínfulas de protagonismo, sin obviar que nuestra democracia es olvidadiza, pero no ha llegado a ser ciega, y eso que estamos en el siglo XIX. Desde que el hermano de Máximo empezó a figurar, las nubes de la empleomanía descargaban diariamente sobre la casa abundosa lluvia de postulantes. Y Galdós descarga un buen número de personajes: oficiales de intervención, guardas de montes, empleados de consumos, innumerables tipos que habían sido, que eran o querían ser algo.
Era lo que le faltaba a Máximo Manso para el completo desengaño y el desequilibro que se instala durante una temporada en su hasta entonces, plácida y ordenada existencia, pero es que de eso va la vida.
La honradez depende de los medios de poderla conservarla.
EL DOCTOR CENTENO.- 1883.-
Puede estar encuadrada dentro de una trilogía y que El Doctor Centeno abra la misma teniendo en cuenta el trasiego de personajes que Galdós nos presenta.
Desconcierta un poco el escritor canario. Siendo Felipe Centeno una especie de lazarillo del siglo XIX y estando presente en todos los avatares de la narrativa del texto, no es en sí mismo nada especial, a no ser que Galdós lo eligiera y fue saltando de un personaje a otro. Es un chaval sin oficio ni beneficio: bruto, árido, espartano. A lo largo de las páginas le vimos entrar al servicio de un cura venido a menos: cafre y despota, con arranques violentos y otros instantes de cierta indulgencia con el alma humana. El tal hombre no es otro que Pedro Polo.
El estudiante Alejandro Miquis, hermano del que será doctor en medicina Augusto, también ocupa espacio y temario. Luego ese carrusel de personajes que hice mención: el prestamista Torquemada, Ido Del Sagrario... Pero los personajes centrales, sean el cura y maestro docente Pedro Polo o el libertino Alejandro Miquis forman un descosido en el texto y siempre es visto a través de los ojos vivos, pero inexpertos del chaval Felipe Centeno.
Era muy desusado, en verdad, que los huéspedes tuvieran sirvientes, y un estudiante con escudero no lo había visto Virginia en todos los años de su vida.
No perderá el hilo Galdós para mostrarnos ese Madrid algo mendicante, oligárquico, donde cada cual se busca la vida como puedepero siempre en busca de prebendas ministeriales, a la búsqueda de la teta del Estado. Así, cualquier profesión, por breve y fácil que fuese, requería libros de studio, tiempo y dedicación que el bruto de Pedro Pollo, entonces un joven haragán, hasta que un tío materno suyo, canónigo de la catedral de Coria, tras mucha lucha, le convencen vieniendo de familia porbre y con una madre viuda y una hermana, le fingieron en una vocación de la que carecía, pero que le salvaría la existencia, otras cuestión y no menor, es lo que haría Pedro Polo con el resto de sus días. Ahí entró el joven, dicharachero e infeliz Felipe Centeno a servir a dicha familia cuando el ya cura y también docente, le acoge en su casa.
El ambiente estudiantil y desenfado lo coge Galdós en la casa de huéspedes de Virginia, donde el escritor nos presenta, uno con más páginas otros con menos, algunos personajes curiosos centrándose en el devenir de estudiante de Derecho y aprendiz a escritor de obras de teatro, el manchego del Toboso: Alejandro Miquis, quien toma por escudero al joven Centeno.
De esta mezcla, sale el texto de El Doctor Centeno. Y como Galdós hace de su narrativa la vida misma, describe con la minuciosidad acostumbrada vida y miserias patrias, por aquello de que 3 españoles, 2 de ellos de poca edad, pueden estar en el lugar más solemne sin sacar de este lugar motivo de broma, es pensar en lo imposible.
Serán sus siguientes obras dentro de ese espacio denominado naturalistas, en que profundice mucho más en personajes profundos, con Madrid de faro y España de espejo.
TORMENTO.- 1884.-
En las naturalezas sometidas a rudísimas pruebas acontece que el peligro sugiere el recurso de la salvación, y que del exceso de pavura surge el rapto del valor, por la ley de las reacciones. Tormento es una muchacha pobre pero hermosa, algo recurrente en la narrativa galdosiana, que hace las labores de criada en casa de Francisco Bringas - que luego tendrá más extensión en su siguiente texto: La De Bringas; y también acude allí Refugio, su hermana, que acabará rompiendo con la familia de acogida y se dedica a posar para pintores, escultores...
Pero Tormento, Amparo Sánchez Emperador, es de piel más sumisa que su hermana y se aviene a estar en casa de Bringas. Mientras, su escasa formación, talento y educación, la envuelven en un trasiego que es difícil de explicar para un lector del siglo XXI, más si es femenino.
Pedro Polo es un sacerdote sin vocación, donde el genio bravo le lleva a la perdición de diócesis y contactos, salvo el bueno del padre Nones, siempre recurrente en textos de Galdós, donde diversos personajes aparecen y desaparecen, caso de Ido Del Sagrario o los propios primos de Amparo, los Bringas.
Dicho sacerdote se encapricha de Amparo queriéndola hacer su ama de llaves, pero esconde oscuras intenciones dado la hermosura y acatamiento de la mujer. Algo que acontece en el tercer personaje en cuestión de la novela, el primo indiano de Rosalia de Piapón de Bringas, Agustín Caballero, callado e introspectivo, que se enamorará de Amparo.
Los diversos personajes de Tormento, intentan estar bien relacionados, y Galdós teje una tela curiosa en la siempre mordaz España, más bien el pobre Madrid en busca de aduladores o caciques a quien servir, ya que rara vez esperan de sí mismos el bien que desean. Un estado siempre en bancarrota y conspirativo, el de Isabel II, bien representada en Rosalía que siempre le gustaba las cosas del figurar, verse rodeada de personas tituladas o notables, bien por su posición política, económica o de riqueza aparente o real, como el caso de Agustín Caballero. Y Galdós deja pinceladas agudas de varias capas sociales, hasta el bueno de Franciso Bringas, el padre Nones, la misma Amparo Sánchez, con otros desalmados por las circunstancias de sus penas, sean el caído en desgracio cura Pedro Polo, su hermana Marcelina, que juega a varias bandas: la honrada y alcahueta, dueña de un tesoro en forma de 2 cartas que comprometen a Amparo...
Claro que siempre queda el asunto de que un cobarde puede llegar hasta el heroísmo en momentos concretos, y un avaro a la generosidad, en un vuelco final de la historia, cuando menos, curioso, para la época en cuestión.
LA DE BRINGAS.- 1884.-
Ese Madrid galdosiano, se cierra con esta especie de trilogía que forman El Doctor Centeno, Tormento y La De Bringas, personajes y situaciones que tienen en común los años anteriores a la revolución de 1868.
Pero todo transcurre muy a pie de calle. Rosalía Piapón tiene ínfulas de señora y su sueño es codearse con la alta aristocracia madrileña, en sus vestidos, forma de hablar, comer, veranear. Y en este éxodo más interior que real, desea vivir en el Palacio Real y estar al servicio de la reina Isabel II. Casada con Francisco Bringas, un escultor honrado, que trabaja en el acabado de un cenotafio, demostrando toda su habilidad, una limpieza de manos y una seguridad en la vista, que rayaba en lo maravilloso.
Todo lo estrafalaria que es su mujer y manirrota, obsesionada con todo tipo de telas, empeñada continuamente con amistades porque no puede pagar sus deudas en el momento en que cumplen el plazo, anda siempre ahogada en su sufrimientos, que desea antes de que el bueno de Franciso Bringas suponga o sepa, algo.
Pese a todo y como es habitual, más allá del trazo grueso de la burguesía madrileña de esta época, Galdós no deja pasar que aquél verano sería muy cruel, si los generales habían llegado a Canarias mientras Prim se encontraba en Vichy, y la Reina, ¡ay, su majestad !; se marcharía a La Granja y luego a Lequeito, mientras los Bringas se quedaban en el calor sofocante y mesetario de... Madrid, sin poder tomar los baños.
En su desesperación, Rosalia Piapón de Bringas, a veces hace un recorrido por su penosa existencia de fantasía, como su inauguración matrimonial y la luna de miel en... Navalcarnero, ella que tenía tantas ilusiones de ser aristocrática. Su vida reglamentada, oprimida, compuesta de fingimientos y llena de estrecheces económicas, sobre todo por sus desatinos a la hora de comprar compulsivamente ropa para ella o sus hijos, siempre contando el correr de los ochavos y de las horas.
Ya he dicho algo del afán concupiscente con que agrandan e hirperbolizan la riqueza ajena los que no tienen ninguna
LO PROHIBIDO.- 1885.-
No es novedoso que Galdós nos presente a un individuo solitario, entrado en años, su juventud quedó atrás, pero mantiene intacto cierta aureola de misterio que le rodea en su entorno, también por cierta fortuna que se le supone, una soltería aguda y que venga de pasar años en el extranjero.
Algunos de estos estereotipos ya lo vimos en Máximo Manso - El Amigo Manso -, más adelante en Moreno Islas - Fortunata Y Jacinta -; y son recurrentes en la narrativa galdosiana, así como un vasto dominio de su pasado familiar, que coloca al lector en el personaje que es hoy en día, instalado en Madrid. Así, aparece entre nosotros José María Bueno de Guzmán, de madre inglesa y padre andaluz nacido en Cádiz, rentista, con una buena cuenta corriente en el banco procedente de títulos que poseía en París a su nombre, así como varias letras en diversas posesiones en Jerez y en Londres.
Llamativo en Galdós que de nuevo recurre a un tipo solitario, con cierta clase y cultura, dinero fresco y que acaba enamorándose de su prima Eloisa, otro personaje manirroto para las cifras cotidianas, la intendencia doméstica; a su vez casada con un pusilánime senador llamado Pepe Carrillo.
Lo mismo que ocurría con Rosalía Piapón, sucede con Eloisa, personajes que Galdós trata de ridiculizar por sus estropicios financieros a cuantos les rodean, a ésta le salva su hermosura en el más amplio sentido de la palabra. Estamos ante unos cánones muy claros de finales del siglo XIX. Pero existen cosas que no cambian, como el postureo, pues la prima y amante de José María Bueno de Guzmán, tiene la manía de gastar lo que no tiene con tal de aparentar, y así vemos como Galdós describe una cierta forma de medrar en la corte y villa a través de las comidas que todos los jueves se dan en casa de Eloisa y Pepe Carrillo, gastos enormes de guardarropa, las frecuentes compras de cuadros, tapices y baratijas de arte, amén de los dispendios económicos en las obras benéficas del senador, todo esto llevaba a la casa a una veloz y completa ruina.
Como es habitual en Galdós, por allí vemos desfilar a Alejandro Sánchez Botín, la casa de Tellería, cuñados en tiempos de Leon Roch, y su maltrecha economía por los desbarajustes de sus cabezas, sean la de Gustavo o Leopoldito.o el mismo marqués de Sudre; el siempre eterno y frío prestamista Torquemada. Los meandros de las novelas y personajes se entrecruzan en algún momento en el texto de Lo Prohíbido, como es notorio siempre.
Echándole requiebros en ese lenguaje flamenco que tiene picor de cebolla y tufo de cuadra.
Más allá de los desvarios amorosos de José María Bueno De Guzmán, y como leeremos más adelante, le llevaran a un estado calamitoso en sus finanzas particulares; Galdós describe ese Madrid medrante, donde el ejemplo de la casa de los Carrillo con sus gastos enormes de los jueves, los de guardarropa, las frecuentes adquisiciones de cuadros, porcelanas, tapices y demás baratijas de arte, sólo servían para aparentar; es un ejemplo de la sociedad " bien pensante y aparente " de finales del XIX. Pero es que a Bueno De Guzman, le agradan las cosas prohíbidas, una de ellas su prima Eloisa, luego viuda de Carrillo, que pierde interés el amante descabellado por su hermana Camila, quien se lo recrimina, esa actitud pueril, infantil, hasta el extremo de la vergüenza ajena.
Caballero, soy una mujer casada, y usted un libertino.
Pasará factura en el activo de Bueno De Guzmán, que quedará reducido exclusivamente a su casa, a los créditos de Jerez y lo que colocó en 3 meses ante la hipoteca de su amigo para cancelar ruinosos empréstitos. Su salud se deteriora, y la influencia de Cervantes fluye una vez más en la narrativa del canario, al finalizar el texto en las prosáicas aventuras en Madrid, que abarcan del otoño de 80 al verano del 84.
Lecciones de vida, que diría aquél.
No hay ser humano, por despreciable que parezca, que no pueda ser eminencia en algo.
FORTUNTA Y JACINTA.- 1886/87 .-
Los de Santa Cruz vivían en su casa de la calle de Pontejos, dando a la plazuela del mismo nombre; finca comprada al difunto Aparisi.
Ocupaban los dueños el principal, que era inmenso, con 12 balcones a la calle y mucha comodidad interior. No lo cambiaba Barbarita por ninguno de los hoteles modernos, tenía sobrado de habitaciones y necesita la batahola, mañana y tarde, del ruido de los coches correo, a los aguadores en la fuente de Pontejos, el hálito tenderil de la calle de Postas y hasta las zambombas y panderetas en épocas de Navidad de la Plazuela de Santa Cruz.
Define como un arquitecto Galdós el Madrid del último tercio del siglo XIX, y con ello la España del rey Amadeo que harto ya de tanta intriga deja paso a la efímera 1ª República, mientras los cafés y algunas casas "ilustres" enseguida cebáronse con cierto furor sobre el tema suculento de la partida del Rey, donde cada cual exponía sus opiniones con ínfulas de profecía, como si en su vida no hubieran hecho otra cosa que vaticinar acertando.
Como nos empeñemos todos en ser perfectos, no nos podremos aguantar unos a otros.
Juan Santa Cruz lo tiene todo: belleza, armonía, dinero... y ciertos deslices juveniles de picores elevados en la entrepierna. Su padre ha hecho fortuna, por lo que puede vivir muy bien, aun terminando Derecho, que no ejerce y vive de las rentas patriarcales, pero se le cruza en su camino juvenil y promiscuo Fortunata, muchacha de belleza extraordinaria, como pobre y miserable, simple como el papel de la calle que va según sople el viento. Nada de particular en un Galdós que explota con maestría una historia dramática, pero que le sirve de excusa para reflejar una poderosa visión de la vida cotidiana madrileña en diversos ambientes sociales.
Como es habitual en él, aparecen personajes intercambiados de otros textos, así don José Relimpio y Sastre, Joaquín Pez... Descarga la obra en 4 partes y 2 tomos, donde el inicio desarrolla ampliamente la vida de los Santa Cruz y la organizada boda de Juan por su madre Barbarita con una pariente lejana, Jacinta la esbelta, hermosa y cuidada muchacha que no podrá engendrar hijos y será un pesar a lo largo del texto.
Los denominados personajes secundarios aquí adquieren una gran relevancia, pues Galdós gasta páginas, tiempo y dedicación a presentarlos a ellos y sus circunstancias, relevantes para la obra en sí misma.
Una desdichada Fortunata vaga por caminos siniestros de la existencia, hasta que de nuevo de vuelta a Madrid aceptaba ella sin entusiasmo ni ilusión alguna, más bien por probar, que sería aquello de casarse con el insulso Maximiliano Rubin, dejar atrás sus amoríos con el señorito Juan Santa Cruz, y convertir esos afanes y contratiempos, en algo redentor y socialmente aceptable, porque Fortunata pensaba, que cuanto más aseguradas están las materialidades de la vida, más segura es la conservación del honor.
La privación absoluta de los apetitos alimentados por la costumbre más o menos viciosa, es el peor de los remedios , por engendrar la desesperación, y que para curar añejos defectos es conveniente permitirlos de cuando en cuando con mucha medida.
Arranca la 3ª parte con la descripción minuciosa, como no podía ser de otra forma en Galdós, de la siempre temperamental España, el denominado sexenio democrático que acabaría con la llegada de la Monarquía borbónica, en la persona del hijo de Isabel II, Alfonso XII.
Todos los avatares, rumores y demás cuestiones se debaten mejor en los cafés madrileños, llevando cada cual de sus tertulianos un bocado sabroso al festín de la murmuración, así pasaban las horas, amigos allí, y distantes unos de otros en el comercio de la vida cotidiana. Galdós es en esto un maestro, por la puntillosidad de los carácteres que tan bien deja en sus páginas, formas de hablar y comportamiento.
Y mientras Alfonso XII hace su entrada bulliciosa por las calles de Madrid, Jacinta está irritada con su marido Juan Santa Cruz. Debilitada pero arrogante, digna de su clase, no perdona los nuevos amores que se trae con Fortunata, hasta el punto de exigirle una reparación inmediata pese a que ésta se halle, mal casada, en el momento histórico que se describe.
Y mientras la Restauración sale vencedora, en los cafés se arregla el país, donde es asiduo a algunos de ellos Juan Pablo Rubín, cuñado de Fortunata, siempre en busca de un puesto en la Administración. " La infiel " es abandonada de nuevo por el señorito Santa Cruz, un personaje siempre caprichoso y muy propio de su especie y rango de querer lo que no se tiene y despreciar lo que se posee.
No descomponiéndose nunca, se puede hacer lo que se quiere.
Todos los personajes de Galdós en Fortunata Y Jacinta acaban teniendo un espacio. Las más de 800 páginas dan para abigarradas situaciones, conglomerados de calles,
caracteres, sin dejar nunca el asunto de una exposición insondable acerca de la desdicha. Aunque deje rastros, como migas en el bosque para no perdernos, en la desgracia de Fortunata aparece un ser transitorio a lo largo del texto y que va cogiendo fuerza en esta parte de la historia, un coronel retirado, amigo de la familia Rubín, que echa una mano a la desafortunada muchacha y tratará de socorrerla, orientarla en la vida, alquilando una casa humilde en al calle Tabernillas, sin que haya cuestiones coitales entre ambos. El personaje es don Evaristo González Feijoo, que no esconde, dada su avanza edad, que semejante pieza no le alcanza para sus desgastados huesos y urge en su interior, una aproximación al marido de Fortunata, Maximiliano Rubín, antes de que el coronel pase a mejor vida.
¿ Ves, chulita, cómo de este modo estamos en el Paraíso ? Así se consiguen 2 cosas: la tranquilidad dentro, el decoro fuera.
caracteres, sin dejar nunca el asunto de una exposición insondable acerca de la desdicha. Aunque deje rastros, como migas en el bosque para no perdernos, en la desgracia de Fortunata aparece un ser transitorio a lo largo del texto y que va cogiendo fuerza en esta parte de la historia, un coronel retirado, amigo de la familia Rubín, que echa una mano a la desafortunada muchacha y tratará de socorrerla, orientarla en la vida, alquilando una casa humilde en al calle Tabernillas, sin que haya cuestiones coitales entre ambos. El personaje es don Evaristo González Feijoo, que no esconde, dada su avanza edad, que semejante pieza no le alcanza para sus desgastados huesos y urge en su interior, una aproximación al marido de Fortunata, Maximiliano Rubín, antes de que el coronel pase a mejor vida.
¿ Ves, chulita, cómo de este modo estamos en el Paraíso ? Así se consiguen 2 cosas: la tranquilidad dentro, el decoro fuera.
Galdós, buen conocedor de las debilidades y cualidades humanas, y del retrato social de su época, expone como el mundo que se ve y otro que está debajo escondido es aplicable a los humanos, Fortunata Y Jacinta, ahonda en ese precepto, como lo de dentro gobierna a lo de fuera; no anda la muestra del reloj, sino la máquina que no se ve.
Y de este modo se verificó aquella restauración, aquel restablecimiento de la vida legal. Son de esas cosas que pasan. sin que se puede determinar cómo pasaron; hechos fatales en la historia de una familia, como lo son similares en la historia de los pueblos. Y de nuevo Fortunata es acogida en casa de doña Lupe, "la de los pavos ", tía de Maximiliano Rubín y pasa a convivir con ellos en la calle Ave María, en una casa honesta, humilde, con criada desventurada como pinta Galdós a la muchacha, "Papitos", deslenguada y corta, pero que sirve para todo en dicha hacienda de la viuda de Jaúregui.
Pocas veces a lo largo del texto se encuentran en persona Fortunata y Jacinta, pero algún encuentro hay sabiendo ambas mujeres de su existencia reciproca. Galdós hila con personajes como el ilustrado, aristócrata y soltero de Moreno Islas, que vive en Inglaterra y pasa temporadas en su casa de Pontejos, él, mujeriego empedernido se muestra enamorado de Jacinta, que no le da pie a sus oscuros deseos, siempre en busca de mujeres casadas que es lo que le atrae, descripción crítica de la burguesía madrileña y señoritil de finales del siglo XIX. Cierto es en afirmar, que el tal Moreno Islas no deja de ser un desgraciado que acaba sus días dándose cuenta de que no se ha divertido nunca pese a sus 48 años y sus aires europeístas, todas sus aventuras han sido un deseo corriendo detrás de un fastidio.
Estás siempre montando el aire, como los diamantes.
La literatura de Galdós tiene una influencia, nunca ocultada por cierto, de Cervantes, y al final del texto nos deja la locura y la lógica en Maximiliano Rubin, iluminado de la nada, porque el mucho apurar las cosas le quita a uno la fe. Cuestión que nunca pierde el bueno del boticario de Segismundo Ballester, compañero de éste y enamorado, platónicamente, ¡que remedio ! de la desafortunada Fortunata..
Como si de una obra de teatro se tratase, la novela ajusta cuentas hasta con Juan Santa Cruz, dejándole una sensación tristísima de pérdidas irreparables y del vacío a la vida, algo que en la juventud equivale al envejecer y en la familia, a quedarse solo, marca la hora de que lo mejor de la existencia... se corre hacia atrás.
Galdós es la quintaesencia del realismo social, de esa fusión entre historia y ficción que también sabe llevar en los conflictos de la gente normal, de las vidas corrientes.
Galdós es la quintaesencia del realismo social, de esa fusión entre historia y ficción que también sabe llevar en los conflictos de la gente normal, de las vidas corrientes.
MIUA.- 1888.-
Al siempre correcto Villaamil le faltan 2 meses de empleo en la Administración Pública para poder pedir la jubilación, pero antes ha sido despedido, quizás, como bien apunta Galdós a lo largo del texto, por la corrupción política endémica en el país, y más en los extractos del mal llamado poder.
Como es habitual en el autor canario, varios o algunos de sus personajes, en un juego curioso de su extensa narrativa, aparecen y desaparecen en distintas obras, así, el protagonista de Ramón Villaamil, escasamente representado en Fortunata y Jacinta, es aquí el triste funcionario público que repartido su tiempo y su escaso talento burocrático no sólo en la Península, sino en las colonias entonces españolas de Cuba y Filipinas, se ve ahora abocado a dar sablazos a sus amigos y a ser un paniaguado en busca de los parabienes de antiguos compañeros suyos en la Administración, al fin de poder cumplir los 2 meses que le quedan para la cesantía y cobrar los honorarios enteros de sus muchos años de dedicación pública.
No sólo Ramón Villaamil tenía la cara pintada de la ansiedad más terrible, sus ojos adquirían un corte espectral y su rostro cogía el tono de un limón podrido, su casa es un desaliento completo, donde Galdós vuelve a meter la pluma en esa especie tan característica de la sociedad española, de no ajustarse a su realidad, y seguir viviendo una distopía continua, pues tanto su mujer Pura, su hija Abelarda, su cuñada Milagros, viven en la parafernalia de los oropeles teatrales, en coger un buen sitio en el palco y ... lucirse, aunque sean con escasos trapos que en otros tiempos sirvieron de envidia ajena.
Galdós emplea los primeros 10 capítulos en situarnos a la casa y las circunstancias de su vida cotidiana, incluido su nieto Luisito Cadalso que vive con ellos y en algunos despistes, en forma de perdida de memoria, ve o intuye que ve a Dios... y hasta habla con él. Hasta que aparece en escena Víctor Cadalso, padre del niño y ahora viudo, que es un sinvergüenza trepa de la Administración, con buenos contactos y algunos desfalcos ocurridos en Valencia
El que se quema no se pone a considerar si es conveniente o no sacudir los dedos.
Abelarda, ilusionada con el aparato escénico que encubre la mentira eterna, está enamorada piadosa y soñadoramente de Víctor Cadalso, y algún lance tiene con el vividor, pero acabará por retomar sus sentimientos y domarlos en busca de la salida que le ofrece el ínclito Ponce, como futuro marido y pretendiente eterno y servicial, donde Galdós deja claro, que las lentejas son siempre eficaces en cualquier momento de la existencia, vivir, a cualquier precio.
Víctor Cadalso acaba por colocarse de nuevo en la Administración debido a sus buenas relaciones, una contumaz presencia social adecuada, recoge a su hijo Luisito y lo llevará a vivir con su hermana y cuñado, y Ramón Villaamil tendrá una errante existencia final, aquí Galdós vuelve a hacer acopio de la influencia de la narrativa de Cervantes, en un largo soliloquio del antiguo y eficaz funcionario público, que ya lejos los tiempos que le producía la alegría del cobro mensual, un sentimiento tan característico de la humanidad convirtiéndola en una caterva de aspecto simpático y tranquilizador, en honrada plebe anodina, que cura de espanto a cualquier revolución pasajera o futura que pudiese darse, pues es sectaria del orden y de la estabilidad, de la que Villaamil, ya le queda claro, jamás volverá a formar parte y toma una decisión trágica, radical sobre su escaso futuro.
Aunque hay que atribuir 3 obras más a este ciclo de la materia, todas de 1899; La Incognita y Realidad, tratan el mismo asunto pero con distintos prismas y matices narrativos diferentes. Otra cuestión diferente esTorquemada En La Hoguera que tendrá continuación en 3 obras más que abarcarán hasta 1895.
Algunos de estos textos fueron en su día estrenados en teatro. Realidad en 1892.
Aunque hay que atribuir 3 obras más a este ciclo de la materia, todas de 1899; La Incognita y Realidad, tratan el mismo asunto pero con distintos prismas y matices narrativos diferentes. Otra cuestión diferente esTorquemada En La Hoguera que tendrá continuación en 3 obras más que abarcarán hasta 1895.
Algunos de estos textos fueron en su día estrenados en teatro. Realidad en 1892.
BIBLIOGRAFIA SELECCIONADA DEL CICLO DE LA MATERIA
LA DESHEREDADA .- 1881
EL AMIGO MANSO.- 1882
EL DOCTOR CENTENO .- 1883
TORMENTO .- 1884
LA DE BRINGAS.- 1884
LO PROHÍBIDO.- 1885
FORTUNATA Y JACINTA.- 1886/87
MIUA .- 1888
Comentarios
Publicar un comentario