CAMILO JOSÉ CELA: LA DESENMASCARACIÓN DE LA CIRCUNSTANCIA DEL TIEMPO
Cejijunto, con pinta de señorito, bien vestido
y afeitado, hijo único de la oligarquía gallega. Delgado hasta la estupidez,
persona y personaje se intercambiaran a lo largo de las décadas pobres y
míseras de la España triste, gris, dictatorial.
Ir para médico y
quedarse en el limbo de las letras, eso que ganamos los lectores, aunque ya se
sabe que salvar vidas que transcurren a través de nuestros efímeros cuerpos
tiene su mérito, no menos es el candor de las almas y de los espíritus que
libres transitan por nuestras mentes.
Camilo José Cela, o lo
que es lo mismo, la desenmascaración de la circunstancia del tiempo que la
constriñe y del espacio que la atenaza. Certero en su lenguaje, a veces
lenguaraz en entrevistas; pero serio y concreto como un “pistolero” de las
letras, sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios sujetos a su pluma mordaz,
nos deja una obra incólume durante los largos años de una narrativa pobre,
escueta, árida como los campos castellanos en el duro estío. Censor,
propagandista del régimen militar instaurado a golpe de sangre y fuego, supo
nadar y entretejer una obra, no exenta de relatos, excelente. No toda ella,
pero lo suficientemente larga y variada hasta llegar a alcanzar aquello que
persiguió siempre: vivir bien dentro de la dictadura y florecer extramuros de
esa España negra y cainita cuando los albores de la libertad llegaban.
Como somos un país original, hasta consiguió el Nobel antes que el Cervantes. Mantuvo su criterio, y sus muchos caminos y largos paseos nos deja una colección de novelas curiosas, hasta su instalación en la idílica Mallorca, donde a mediados de la década de los 50, fundó la revista Papeles De Son Armadams que dirigió hasta finales de los 70. Para entonces ya tenía una obra publicada de enorme impacto y un puñado de ellas: extraordinarias.
Como somos un país original, hasta consiguió el Nobel antes que el Cervantes. Mantuvo su criterio, y sus muchos caminos y largos paseos nos deja una colección de novelas curiosas, hasta su instalación en la idílica Mallorca, donde a mediados de la década de los 50, fundó la revista Papeles De Son Armadams que dirigió hasta finales de los 70. Para entonces ya tenía una obra publicada de enorme impacto y un puñado de ellas: extraordinarias.
Primero lo leo por
obligación, ya se sabe, bachillerato, Universidad… luego, simplemente por
devoción de lector voraz capaz de rescatar textos de la editorial Destinolibro,
Noguer… hasta percatarme de que con este tipo ( su obra ), he pasado más horas
de las que confesaría a simple vista, un viajero en su momento joven, alto,
delgado que caminaba por tierras angostas y sitios a los que a la gente no le
daba la gana de ir… que escribía en mangas de camisa fumando un cigarrillo,
bebe pequeños tragos de whisky mientras hojea las cuartillas que alrededor de
una mesa camilla tiene expandidas alrededor y toma apuntes. Esos papeles que
con el tiempo algunas de ellas se imprimirán y darán obras, narrativa, algo de
luz y desde luego entretenimiento a los muchos lectores que acumulará a lo
largo de las décadas futuras.
Yo,
señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.
LA
FAMILIA DE PASCUAL DUARTE.- 1942.-
Sometido a una tierra árida, a un dios despedido
que se le hace culpable y se le dan las gracias de todo, lo bueno, lo malo y lo
regular. Unas vidas desquiciadas por la pobreza, la incultura de no poder
elegir porque no se les ha dado ninguna oportunidad de prosperar y de poder
pensar por sí mismos, no tienen herramientas suficientes para crear unos
cimientos lógicos y que les ayuden a escapar de un destino dócil, obediente,
sumiso, siempre esperando que el dios todopoderoso arregle el desaguisado de
unas vidas ancladas a la tierra: pobre, estéril, que apenas da para sobrevivir
y poder echarse unos tragos.
Cela publica en una
España como aquella, recién acabada una contienda sangrienta entre hermanos, un
relato áspero y chocante. Y obtiene un mérito amplio, nos deja cierta sutileza
en la manera en que un pobre campesino extremeño, violento, unas veces porque
sí, otras porque la genética y las pocas convicciones que tiene le obligan a
actuar de manera insensata para sus intereses, y al mismo tiempo nos presenta
un personaje muy poliédrico que intenta escapar de las muchas vicisitudes
trágicas que acompañan a su discurrir cotidiano. Esconde una personalidad
sensible, con conciencia moral exigente y noble en potencia, y que se desangra
por dentro en un complejo enorme de Edipo.
Cela consigue presentarnos en una especie de memorias y escritos encontrados en manuscritos, a un hombre atormentado, y lo expone en una comarca pobre de solemnidad, a un aldeano sin instrucción alguna, La Familia De Pascual Duarte en sí misma, es un páramo en la literatura española de posguerra, donde el autor nos transcribe el estado de ánimo del protagonista estructurado en diversas etapas, con un final tan tremendo como su comienzo.
Cela consigue presentarnos en una especie de memorias y escritos encontrados en manuscritos, a un hombre atormentado, y lo expone en una comarca pobre de solemnidad, a un aldeano sin instrucción alguna, La Familia De Pascual Duarte en sí misma, es un páramo en la literatura española de posguerra, donde el autor nos transcribe el estado de ánimo del protagonista estructurado en diversas etapas, con un final tan tremendo como su comienzo.
La
luz no había nacido.
Si Cela conectó o no
con un nuevo rumbo en la novelística española de posguerra, lo desconozco,
pero desde luego intuyó como nadie (quizás
excepción del gran Miguel Delibes) y describió una realidad atroz. Tal vez, y
en eso hay estudios y opiniones varias, la censura, de la que él llegó a tener
parte, le permitió cosas que a otros escritores no le aprobaban o fue lo
suficientemente hábil y sutil para meter en líneas que parecen inocentes, a situaciones
y personajes descarnados con una realidad rampante de mísera, pobreza, en la
España de la década de los 40.
Pero no sólo eso, sino
la catadura moral de los ejecutores de un plan: el nacionalcatolicismo que
tanto daño hizo (y hace) a este pacato país, donde a pocos que nos descuidemos
acabamos todos bautizados, confirmados, casados y bajo palio y buscando un
trabajo bajo el amparo del tan bien amado y odiado, Estado.
A la atroz y dura La Familia De Pascual Duarte, parece
como que el autor bajase el listón y nos presentase 7 casos de enfermos de
tuberculosis en su Pabellón De Reposo –
1944, bien escrita y detallada, pero de
menor enjundia y arraigo que la anterior. Pero sería menester echar una
hojeada a la literatura que se producía en la década posterior al derrame
nacional. El famoso y prestigioso premio Nadal arranca en 1944 con la
triunfadora Carmen Laforet y su novela Nada,
que opino junto a la 1ª obra de Cela, intentan dar un nuevo rumbo a la novela
española y poder dejar rastros, a veces con sutileza, a veces descarnada, de
una conexión con la realidad, que se mire como se mire, era atroz.
La década de los 40 en
España tenía sólo un claro referente literario en cuanto a narrativa, Camilo
José Cela. Que para variar y no someterse a las normas y saber qué esperar de
él en cada entrega, resuelve volver a la parte de la picaresca tan española en
una nueva obra, por aquello de cada publicación era diferente de las
anteriores.
Y
que si hay en el mundo tres cosas frías, que según es fama, son:
Mano
de barbero, hocico de perro y trasero de mujer.
NUEVAS
ANDANZAS Y DESVENTURAS DE LAZARILLO DE TORMES .- 1944.-
En “9 tratados” que dan forma a otros tantos capítulos, de frente y sin paliativos, Cela recurre a la picaresca, algo tan noble como la novela negra, para dar palos y colocarnos fuera del alcance a la tan manida censura. ¿Qué mejor forma de retratar una época social, mediados del siglo XX a un país en ruinas, y no sólo económicas, sino ética, cultural y moralmente?
VIAJE A
LA ALCARRIA.- 1948.-
Novelar sobre un libro de viajes de una de las comarcas más pobres y subdesarrolladas de España, metiendo la pluma en el surco hondo de la miseria propia y ajena de un país descuartizado pero que se niega a perder su orgullo, ese que jamás te da por vencido salvo que te aniquilen del todo.
En “9 tratados” que dan forma a otros tantos capítulos, de frente y sin paliativos, Cela recurre a la picaresca, algo tan noble como la novela negra, para dar palos y colocarnos fuera del alcance a la tan manida censura. ¿Qué mejor forma de retratar una época social, mediados del siglo XX a un país en ruinas, y no sólo económicas, sino ética, cultural y moralmente?
Y no escurre el bulto,
otro Lázaro, éste nacido en Ledesma, tierras charras y castellanas amplias, por
las que un simple aprendiz de todo y escaso de conocimientos se coloca a “servir”
a cuanto amo considere de tenerle para cubrir sus necesidades. La acción
picaresca tiene siempre por protagonistas a seres procedentes de las más bajas
escalas sociales, y más los denominados hijos ilegítimos, como si no todos fuéramos
legítimos, más allá de estirpe, condición social y económica; pero eso sí, las
infancias marcan, y las que están llenas de inmoralidades y malos ejemplos te
dejan un sendero casi único por el que sobrevivir.
Libro magníficamente escrito,
escueto y hasta corto, diría, que relata las vivencias de un pícaro del siglo
XX, y con él parte de nuestras herencias y herrumbres como sociedad cristiana,
donde el sempiterno dios vengativo o generoso según el día y la cuestión, es
capaz de dejarnos unas monedas en el zurrón y un amo al que servir
adecuadamente; o un saco de palos en las costillas, según salga el sol…
Cela insiste y
persiste en su narrativa de la literatura española de posguerra, directa
conexión con la realidad más atroz.
Los
años, a veces, son como las palizas, que quitan alegría y dan malicia, que
matan el valor para dejar viva la cautela.
Cela desea comprobar in situ lo que le han contado. Quizás para
no andarse por las ramas, él, viajero constante y esta vez no de manera metafórica,
decide acudir y caminar sobre los terrenos baldíos, en ocasiones llenos de
alegría, de esa paz impuesta y adormecedora durante casi 4 décadas, por los
caminos y senderos de gente esclava de su esfuerzo, sin más recompensa que el
trabajar cada día esperando encontrarse unos trozos de pan, cecina, echarse
unos tragos de vino, y según el lugar y el sitio, unas partidas de dominó, a
las cartas, y tal vez, catar moza que aplaque las endorfinas, vía cumpliendo el
santoral y formar una familia, como al dios despiadado le gusta: sumisos y
torpes.
La Alcarria es un
hermoso país al que a la gente no le da la gana de ir. Y Cela anduvo por él
unos días con sus noches y sus caminos, y le gustó, variado el personal de un
pueblo a otro, con abundancia de miel, pero no exentos de trigo, patatas, cabras,
olivos, tomates y hasta de caza. La gente le pareció buena en general, hablan
un castellano magnifico y con buen acento, y aunque nunca acabó por intimar con
nadie porque no sabían qué hacía un tipo espigado con un morral a sus espaldas
y que de vez en cuando preguntaba cosas, apuntaba otras y se sentaba en los
soportales de las plazas a observar, cuando con el azadón en las costillas y
alguna calabaza en pistolera, los mozos subían al atardecer de sus campos al
pueblo a echarse esas risas, esas partidas, que tanto deseaban en su
cotidianidad labradora, dura y recia que formaba sus carácter dócil, entregado,
pero fuerte de espíritu y de convicción.
A finales de la década
de los 40, Camilo José Cela vuelve a sorprender con una novela de viajes, un
libro muy bien escrito sobre una de las comarcas más pobres del país, La
Alcarria.
Yo
digo que la mañana se ha hecho para andar, la tarde para mirar y la noche para
dormir.
Novelar sobre un libro de viajes de una de las comarcas más pobres y subdesarrolladas de España, metiendo la pluma en el surco hondo de la miseria propia y ajena de un país descuartizado pero que se niega a perder su orgullo, ese que jamás te da por vencido salvo que te aniquilen del todo.
Cela está unos días de
mediados de junio de 1946 por la Alcarria, apuntando en un cuaderno todo lo que
veía, intuía e imaginaba, y con esas notas en forma de mimbres nos hace un
cesto maravilloso y entretenido que sirvieron de cañamazo para esta novela, o
road movie, pero made in Spain. Caminó mucho y provechosamente, y cuando se
cansó, tiró hacia abajo en dirección a Madrid.
Kilómetro y medio o dos kilómetros más
adelante, en el cruce que lleva a Chicharrón del Rey, el viajero desdobla su
manta y se echa a dormir al borde de la carretera, al pie de un espino. Una
lechuza silva desde un olivo y un grillo canta entre los cardos. El viajero,
que está cansado, pronto se duerme con un sueño tranquilo, profundo, reparador…
Entre caminatas,
senderos, pueblos y plazas, caminos y arrieros, desayunos y almuerzos, a veces
en posadas y fondas, otras en un aparte del trayecto navaja en mano para cortar
el chorizo y algo de fruta, dormidas en las orillas de las carreteras o en
camas con colchón de lanas, Cela transita por Taracena, Torija, Brihuega,
Cifuentes, Gárgoles, Trillo, Budia, Pareja, Casasana, Córcoles, Sacedón,
Tendilla y se recrea en Pastrana, entre otros sitios, que los pies andarines le
llevan y senderos y pueblos más pequeños o simpáticos como Zorita de los Canes.
Entre medias, y sin que
la censura lo viera o se lo permitiera, mete cuñas diabólicas. Como aquella de
la maestra de Casasana muy contenta con sus alumnos por su aplicación, tanta
que se saben los libros de historia de memoria, pero cuando el viajero le
pregunta qué es el islam y el feudalismo, que una alumna se lo acaba de decir
de carrerilla, la niña, azorada, no sabe y contesta que aquello no viene en el texto.
Nada por otra parte extraño, cuando en España hemos llegado a tener hasta 2
presidentes de Gobierno capaces de saberse de memoria el temario para opositar
a Inspectores de Hacienda, u otro pacato, de Registrador de la Propiedad, con la
misma gracia y talento que el aguijón de una avispa picándote en tu trasero.
Queda de Viaje A La Alcarria el regusto por las
cosas bien hechas, y como apunta el narrador, en Pastrana podría encontrarse
quizás la clave de algo que sucede en España con más frecuencia de la
necesaria. El pasado esplendor agobia y, para colmo, agosta las voluntades; y
sin voluntad, a lo que se ve, y dedicándose a contemplar las pretéritas grandezas,
mal se atiende al problema de todos los días.
Ya
sabes que yo soy un hombre que no merece la pena que ande deprisa.
El erial en el que
estaba metida la sociedad española tras la guerra civil era tan duro o más que
en el trienio bélico. Las escaseces de todo: hambre incluida, era devastador.
Todo el estraperlo, el “buscarse la vida” como se pudiera, no era baladí para
el día a día. Para la inmensa mayoría de los españoles la década de los 40 era
semejante en sombras como los mismos años de la contienda, la extremada pobreza
y hambruna entre las ruinas de un país devastado en todos los sentidos.
La literatura no era
excepción, y poco a poco, el rehubicamiento intelectual se hizo con lentitud en
un ambiente de general banalidad y cierto pragmatismo a las loas de los próceres
patrios. Ni que decir que la censura se impuso a cuantas obras publicadas en el
extranjero, todo racionado, y con una generación toda desaparecida: Unamuno,
Valle Inclán y los poetas Antonio Machado y Federico García Loca. Prosa,
poesía, teatro, seriamente tocados; los que se quedaron eran una sombra
siniestra de lo que fueron, los jóvenes talentos todos por pulir y con pies de
plomo para sus publicaciones. La Colmena –
1951 de Cela situada en un Madrid de posguerra nos presenta un muestrario microscópicamente
detallado de las muchas mezquindades, sueños, tristezas y alguna alegría de las
desventuradas vidas de múltiples personajes. En un ambiente tenso y
generalmente hostil y salvando las muchas vicisitudes de la todopoderosa censura,
Cela consigue reflejar en la metrópoli pueblerina y pícara que es Madrid, unos
años de desdicha y comenzar la década de los 50 con nuevos bríos, donde de ahora
en adelante, no sería la única clara referencia en la literatura española de
posguerra, a él se unirán en las 2 décadas siguientes jugosas plumas con
realidades muy poliédricas.
Los
clientes de los cafés son gentes que creen que las cosas pasan porque sí, que
no merece la pena poner remedio a nada.
LA
COLMENA .- 1951.-
El modo en que Cela usa recursos sutiles y artísticos para
dar una impresión de realismo documental, es sumamente hábil. Escrita a
mediados de la década de los 40, ve la luz a comienzos de la siguiente, en un caleidoscopio
de cerca de 300 personajes para describir la cotidiana existencia de un
mastodonte de población manchego, que era en lo que se estaba convirtiendo el
Madrid de la década de los 50.
Emparentada a lo que
ya apuntó en su trilogía de La Lucha Por
La Vida de Pío Baroja a comienzos del siglo XX, La Colmena es una novela ambiciosa, que en apenas 2 días, ofrece
múltiples perspectivas de personajes variados y de diversa calaña, pero con
objetivos comunes: sobrevivir, ni siquiera vivir, si acaso respirar con el
estómago lleno a poder ser al final del transcurrir diario.
No hay argumento en su
forma conceptual normal, Cela insiste (¿se podía escribir de otra manera?) en
la tristísima realidad de la vida en España de posguerra, por más que luego
llegaran años de “paz y prosperidad”, el sendero no era otro que una sociedad hambrienta,
cínica, martirizada, donde ni los vencedores ni vencidos tenían que llevarse a
la boca, y pese a todo, la gente vivía y hasta gozaba con un café, una copita,
alguna querida y mujeres que necesitaban de la protección de un macho, aunque
eso supusiese utilizar el noble arte del cuerpo para calentárselo.
La noche se cierra, al filo de la una y media
o de las dos de la madrugada, sobre el extraño corazón de la ciudad.
Miles de hombres se duermen abrazados a sus
mujeres sin pensar en el duro, en el cruel día que quizás les espere,
agazapados como un gato montés, dentro de tan pocas horas.
Cientos y cientos de bachilleres caen en el
íntimo, en el sublime y delicadísimo vicio solitario.
Y algunas docenas de muchachas esperan - ¿qué
esperan, Dios mío? ¿Por qué las tienen tan engañadas? – con la menta llena de
dorados sueños…
Después de la publicación
de La Colmena se produjo un súbito
florecimiento de jóvenes talentos que intentan explorar el realismo a través de
diversas novelas; la década de los 50 se llenará de obras que intentaran desde
un estilo sobrio, serio y objetivable, contar el limitado panorama de la vida
española. A lo largo de los años posteriores a la publicación de La Colmena
aparecerán textos de calidad en un intento de incorporar una cierta normalidad,
por ejemplo la mastodóntica trilogía de José María Gironella: Los Cipreses Creen En Dios – 1953, Un Millón de Muertos – 1961 y Ha Estallado La Paz – 1966. El
incipiente premio Nadal descubre a un autor de 28 años cuando gana y publica El Jarama – 1956, de Rafael Sánchez
Ferlosio, o a la máxima luminaria, a mi juicio de la literatura española de
posguerra, Miguel Delibes, quien en 1947 consigue el galardón con Los Cipreses Creen En Dios, obra menor
en cuanto a su producción posterior pero
que abrieron unos caminos por las que se colarían un elenco magnifico de
autores a los largo de los años posteriores: Ana María Matute, Luis y Juan Goytisolo,
Luis Martín Santos, Carmen Martín Gaite…
Probablemente, La Colmena, sea la obra cumbre de Camilo
José Cela, su producción que hasta ahora era muy interesante y ariete de la
vida literaria española, empezó a decaer y a publicar obras de menor enjundia,
aunque todavía le quedaba cuerda para rato, pero de manera más esporádica, no
tan metódica y continuada como hasta ahora.
Persona y personaje.- Dedicado profesionalmente a la literatura desde mediados de los años 40, Camilo José Cela siempre tuvo que lidiar con el sambenito de la censura y de su ideología de corte conservador. Pocos intelectuales quedaban adictos al régimen franquista e incluso colaboracionista como él en su trabajo llegando a formar parte del cuerpo de censores y delatores del mismo, pero pese a todo él tuvo problemas con la Iglesia ( la católica, claro) por la publicación de la áspera La Familia De Pascual Duarte o La Colmena, prohibida en España y editada en Buenos Aires inicialmente, a fin de cuentas eran las crónicas de un tiempo amargo, crudeza y tristeza entre otras lindezas que amargaban las vidas cotidianas de la sociedad española.
Un
señor le dijo a otro sin venir a cuento: desengáñese usted, el cuerdo es un
gilipollas que muere joven…
Persona y personaje.- Dedicado profesionalmente a la literatura desde mediados de los años 40, Camilo José Cela siempre tuvo que lidiar con el sambenito de la censura y de su ideología de corte conservador. Pocos intelectuales quedaban adictos al régimen franquista e incluso colaboracionista como él en su trabajo llegando a formar parte del cuerpo de censores y delatores del mismo, pero pese a todo él tuvo problemas con la Iglesia ( la católica, claro) por la publicación de la áspera La Familia De Pascual Duarte o La Colmena, prohibida en España y editada en Buenos Aires inicialmente, a fin de cuentas eran las crónicas de un tiempo amargo, crudeza y tristeza entre otras lindezas que amargaban las vidas cotidianas de la sociedad española.
Durante los años siguientes seguiría
publicando cosas menores pero con cierto interés, desde novelas: Mrs. Caldwell Habla Con Su Hijo – 1953, La Cátira – 1955; diversos libros de
relatos, digamos que curiosos entre los que destacaría a Baraja De Invenciones – 1953, Cajón
De Sastre – 1957; otros reunidos bajo el título de A Pata De Palo, donde compila una España en desbanda, Los Ciegos, Los Tontos – 1958. Un
intento vano, a mi juicio y menor, en lo que a viajes se refiere, en la década
de los 50 publica Primer Viaje Andaluz –
1959, inferior a la obra maestra que es Viaje A La Alcarria, más noble y sencilla. Luego escribiría de otros sitios y diversos lugares, no puedo dejar de enumerar el de su tierra de
origen: Del Miño Al Bidasoa – 1962, y
posteriormente cuando Cela ya es un mainstream de la literatura española, Viaje Al Pirineo de Lérida – 1965.
Instalado a mediados de los 50 en Palma de
Mallorca y miembro de la Real Academia De La Lengua Española, donde edita
Papeles De Son Armadams, es un claro referente para los nuevos novelistas
hispanos que empiezan a poder publicar unas obras la mar de interesantes,
siempre destaco a Miguel Delibes, ese intelectual provinciano y tranquilo que
en estos años de la década de los 50 y ya con el Premio Nadal ganado, saca El Camino – 1950 o Diario De Un Cazador – 1955,
casi como aperitivo de los que sería una gran obra posterior.
No encuentro mucho interés en la obra de Cela
durante un largo periodo. Si sus inicios eran muy prometedores, ese tipo que
ahora empezaba a estar orondo, de gafas graduadas y pelo echado para atrás,
gallego, con una retranca curiosa en sus entrevistas, en sus escritos, sabedor
de un dominio descomunal de su prosa, amasa las palabras como cualquier albañil
hace lo propio con el cemento, seguro de sí mismo y quizás un poco endiosado,
no será hasta finales de la década de los 60 que nos sorprende con una especie
de ajustes de cuentas en su nueva novela: San
Camilo, 1936 – 1969, un libro enorme y difícil de leer por sus inabarcables
monólogos y que intenta volver la vista atrás con un cierto asco y repelus a lo
que significaban los primeros días de la contienda nacional ( 1936 -1939 ), en
intento de desbrozar y acabar destruyendo las pretensiones de ambos bandos
contendientes, otra vez aparece en la obra de Cela la verdad poliédrica, el
conflicto entre la verdad y el error.
Es una obra barroca, densa, cansada incluso de
leer, un monólogo interior en el cual la realidad prosaica y los hechos
históricos se mezclan con los sueños y los mitos, para seguir insistiendo en lo
sórdido y mezquino. Sorpresa en alguien tan dinámico como Cela, incluso
vanguardista en varias de sus obras, que a finales de la época en la que
publica San Camilo – 1936 elija un
tema y un tratamiento para un tipo con la originalidad que había mantenido
hasta la fecha. Sólo lo comprendo desde el punto de vista de que ésta obra se
le quedó en el cajón de sastre y pudo colocarla ahora, y tal vez, conociendo al
personaje por sus libros, algún ajuste de cuentas endiablado en la punta de la
pluma.
La literatura española posterior a
la guerra civil se nutría de los escritores en el exilio, por ejemplo de la
trilogía de Arturo Barea, La Forja De Un
Rebelde – 1941 – 1944,( edición inglesa); Max Aub, que trata el asunto bélico
nacional en varios títulos, a saber: Campo
Cerrado – 1943, Campo De Sangre – 1944, Campo Abierto – 1951 y Campo Del Moro – 1963; o la Crónica Del Alba
- 1942 – 1966, de Ramón J. Sender.
Pero antes de que Camilo José Cela publicase San Camilo, 1936 en 1969 tengo que destacar a tres novelas publicadas en España con autores que vivían en el país, la maravilla que es Tiempo De Silencio – 1962 de Luis Martín Santos, donde al margen de la sordidez y de la miseria que acarreaba la vida diaria en la Hispania moderna, el texto es original pues nos somete a una exuberancia artística sin dejar de lado la denuncia a una sociedad torva, gastada, dócil y adecentada en el miedo y los dioses justicieros, una obra con sátira grotesca y estimulante.
Pero antes de que Camilo José Cela publicase San Camilo, 1936 en 1969 tengo que destacar a tres novelas publicadas en España con autores que vivían en el país, la maravilla que es Tiempo De Silencio – 1962 de Luis Martín Santos, donde al margen de la sordidez y de la miseria que acarreaba la vida diaria en la Hispania moderna, el texto es original pues nos somete a una exuberancia artística sin dejar de lado la denuncia a una sociedad torva, gastada, dócil y adecentada en el miedo y los dioses justicieros, una obra con sátira grotesca y estimulante.
El otro libro que destaco de esta época es Señas De Identidad – 1966 de Juan Goytisolo,
la tan traída “paz y prosperidad a los 25 años de la gran cruzada”, que muchos
que éramos niños vimos reflejados durante décadas con las flechas y los yugos a
las entradas de los pueblos españoles… Original e imaginativa consigue su autor
aupar la narrativa española decaída y falta de motivación, convicción en un
cambio de rumbo, su carácter acertadamente crítico del enfoque que Goytisolo
tenía de España hizo necesario que su publicación inicial fuese en Méjico, y aquí tardásemos
años en poder leerla.
Curioso el caso también del "florido" Premio Planeta, que a mediados de la década de los 60 publicaba obras ganadoras y muy vendedoras, digamos que también curiosas. En 1967, Ángel María de Lera, saca Las Últimas Banderas, que prentende situar el gran drama histórico en sus verdaderos límites, eso sí, precedido por la enorme trilogía de Gironella.
Cualquiera de éstas novelas están muy por encima de lo que Camilo José Cela intentó, en vano, con su San Camilo,1936 en 1969.
Curioso el caso también del "florido" Premio Planeta, que a mediados de la década de los 60 publicaba obras ganadoras y muy vendedoras, digamos que también curiosas. En 1967, Ángel María de Lera, saca Las Últimas Banderas, que prentende situar el gran drama histórico en sus verdaderos límites, eso sí, precedido por la enorme trilogía de Gironella.
Cualquiera de éstas novelas están muy por encima de lo que Camilo José Cela intentó, en vano, con su San Camilo,1936 en 1969.
La gente defiende más el escalafón que la verdad
porque ésta es siempre relativa.
Tardaría Cela en empaquetar una novela
curiosa, Mazurca Para Dos Muertos – 1983,
que además le valió el Premio Nacional De La Crítica, si es que eso sirve para
algo, a él que ya era todo un personaje
capaz de echar a la piscina a una periodista, y además en 2 ocasiones, la 1ª
porque no creía la mujer de que era capaz, y la 2ª por cabezona e histérica.
Cela, afirma incluso de que puede vaciar con el ano, de a poquitos, una palangana llena de
agua, como confesó en una entrevista televisada a otra mordaz periodista.
Ese tipo afilado, ácido y encantado de conocerse a sí mismo, cuando publica dicha obra, un caleidoscopio de personajes y lugares al estilo de una película de Berlanga, donde todo el mundo habla, gesticula, acciona, etc. y casi todos al mismo tiempo. Eso, llevado al papel, es más difícil que el encuadre cinematográfico.
Cela se acerca al paroxismo, pero al menos deja una buena obra digna del talento e imaginación que se supone tiene, y después de La Colmena -1951, sigue con el hilo conductor de la mordedura en calcañar, la daga al estómago, la picadura en el corazón.
Ese tipo afilado, ácido y encantado de conocerse a sí mismo, cuando publica dicha obra, un caleidoscopio de personajes y lugares al estilo de una película de Berlanga, donde todo el mundo habla, gesticula, acciona, etc. y casi todos al mismo tiempo. Eso, llevado al papel, es más difícil que el encuadre cinematográfico.
Cela se acerca al paroxismo, pero al menos deja una buena obra digna del talento e imaginación que se supone tiene, y después de La Colmena -1951, sigue con el hilo conductor de la mordedura en calcañar, la daga al estómago, la picadura en el corazón.
A todas las mujeres nos mamó alguien las tetas
alguna vez, para eso estamos, que el gusto no nos lo quita nadie.
MAZURCA PARA DOS MUERTOS .- 1983 .-
Para empezar habría que especificar que “la mazurca” es una danza procedente de Polonia que con el paso del tiempo acabó incorporada a la música de salón, taberna, bar. Y sobre ese eje Cela teje un mosaico de personajes y situaciones cuando menos curiosas, sobre ese folklore trasladado a una comarca amplia de Galicia y la envoltura de dos muertos de un asesinato y una venganza.
Para empezar habría que especificar que “la mazurca” es una danza procedente de Polonia que con el paso del tiempo acabó incorporada a la música de salón, taberna, bar. Y sobre ese eje Cela teje un mosaico de personajes y situaciones cuando menos curiosas, sobre ese folklore trasladado a una comarca amplia de Galicia y la envoltura de dos muertos de un asesinato y una venganza.
Todo un retablo de habladurías, sospechas,
rumores, certezas, sexualidad vertida a torrentes en vaginas virtuosas e inhiestos
carallos. La mitomanía pueblerina y por extensión sabía que se acumula de
generación en generación, el paso inmutable del tiempo bajo la recurrencia
cíclica de la lluvia persistente, porque no es bueno que deje de llover de
repente, por aquí no deja de llover de repente casi nunca, deja de llover poco
a poco, casi sin que se dé cuenta nadie de si llueve o no llueve; o el eje de
una carreta, estridente, sucio y oxidado.
Salta de una historia a otra, de
personas y situaciones como una rana de piedra en piedra y cuando el sonido de
Cela, que es finísimo y el soporte principal de la novela, se cansan o ve
peligro, se inmiscuye en las aguas profundas de la charca. Como la mazurca,
cambia de ritmo y de pareja a su antojo y de esa rotundidad verbal va imponiendo
a cada cada pasaje una realidad irrefutable y una contundencia expresiva.
La verdad aventurada es menos práctica y conveniente
que la mediocridad segura.
Mejor llevada que San Camilo, – 1936 – 1969, la magia y el refinamiento en ciertos
pasajes con los asilvestrados de varios personajes, taimadamente pasa por la
guerra civil, Mazurca Para Dos Muertos
es más sibilina, sutil y une refinamiento con magia tribal.
A estas alturas, la narrativa de Cela es complicada, barroca, exige un esfuerzo alto por parte del lector. Ya había dado muestras anteriores de su exquisitez, como si a él le importase muy poco quien sostuviese los libros en sus manos y se inmiscuyera en su mundo, en su prosaica prosa. Cualquiera que haya tenido la paciencia y el taimado tiempo para meterse en las páginas de Oficio De Tinieblas - 1973, lo ha comprobado, una catarsis entre realidad y ficción, precedida con San Camilo, - 1936 - 1969 y los sostiene, aunque a mi juicio mejor, con Mazurca Para Dos Muertos - 1983. Pero Cela sigue comiendo aparte del legado de escritores de café, aventureros varios, él, que en un momento fue ladino y se dejó acariciar por los prócers patrios, instalado en su atalaya por encima del bien y del mal, insiste en cambiar de aires y de argumentación narrativa y nos sorprende con un duelo en toda la medida.
Fuera del eje del mal de los españoles, de la traída y llevada guerra cainita nacional, como un western en toda regla, nos regala Cristo Versus Arizona - 1988 y nos remonta, en plena época de esplendor patrio de las letras, el cine y la música, él, vanguardista de pro en la década de los 40, al lejano oeste americano, y al film, escasamente bien llevado en pocas ocasiones, del duelo en OK Corral de 1881. Y no se corta, de ahí que insista que el Cela barroco y complicado, exige y mucho, a sus potenciales lectores, un gran esfuerzo. Al margen de la aventura, se marca un monólogo de lo que aconteció en dicho lugar, y lo hace sin respiro, utilizando un punto en un soliloquio contundente.
Pero lo peor va a ser la marcha atrás que vamos a dar todos, que va a dar el país, ¡pobre España!, lo peor de estos estallidos es el triunfo de la vulgaridad, hay momentos en que el hombre se siente orgulloso de su vulgaridad y presume de burro y de ignorante, son los tiempos peores y también los más dramáticos y sangrientos, los mediocres no perdonan y disfrazan a Dios a su imagen y semejanza, lo visten de clown o de alabardero, podemos retroceder cien años pero hay que callar, no merece la pena querer llevarle la contraria a las mareas, nadie pudo jamás llevarle el pulso a la resaca.
A estas alturas, la narrativa de Cela es complicada, barroca, exige un esfuerzo alto por parte del lector. Ya había dado muestras anteriores de su exquisitez, como si a él le importase muy poco quien sostuviese los libros en sus manos y se inmiscuyera en su mundo, en su prosaica prosa. Cualquiera que haya tenido la paciencia y el taimado tiempo para meterse en las páginas de Oficio De Tinieblas - 1973, lo ha comprobado, una catarsis entre realidad y ficción, precedida con San Camilo, - 1936 - 1969 y los sostiene, aunque a mi juicio mejor, con Mazurca Para Dos Muertos - 1983. Pero Cela sigue comiendo aparte del legado de escritores de café, aventureros varios, él, que en un momento fue ladino y se dejó acariciar por los prócers patrios, instalado en su atalaya por encima del bien y del mal, insiste en cambiar de aires y de argumentación narrativa y nos sorprende con un duelo en toda la medida.
Fuera del eje del mal de los españoles, de la traída y llevada guerra cainita nacional, como un western en toda regla, nos regala Cristo Versus Arizona - 1988 y nos remonta, en plena época de esplendor patrio de las letras, el cine y la música, él, vanguardista de pro en la década de los 40, al lejano oeste americano, y al film, escasamente bien llevado en pocas ocasiones, del duelo en OK Corral de 1881. Y no se corta, de ahí que insista que el Cela barroco y complicado, exige y mucho, a sus potenciales lectores, un gran esfuerzo. Al margen de la aventura, se marca un monólogo de lo que aconteció en dicho lugar, y lo hace sin respiro, utilizando un punto en un soliloquio contundente.
Pero lo peor va a ser la marcha atrás que vamos a dar todos, que va a dar el país, ¡pobre España!, lo peor de estos estallidos es el triunfo de la vulgaridad, hay momentos en que el hombre se siente orgulloso de su vulgaridad y presume de burro y de ignorante, son los tiempos peores y también los más dramáticos y sangrientos, los mediocres no perdonan y disfrazan a Dios a su imagen y semejanza, lo visten de clown o de alabardero, podemos retroceder cien años pero hay que callar, no merece la pena querer llevarle la contraria a las mareas, nadie pudo jamás llevarle el pulso a la resaca.
Lo
que dijo Quevedo: Son las mujeres
instrumentos de hacer perder reinos.
Premios, prebendas, halagos y demás zarandajas.- Cela, él,
que sólo le habían dado un premio haya por el muy lejano 1955 por La Catira, entraría en los años de la
transición como un elefante en una cacharrería. Al margen de la crítica por
dicho libro citado, Senador por designación real en la década de los 70. Debió
de tomar buena nota y aprecio a semejantes prebendas mundanas, pues de ahora en
adelante, más que Cela, era Don Camilo, y no, no tenía nada que ver con el
peculiar personaje creado por el escritor italiano Giovanino Guareschi. A su
producción literaria, algo tacaña por momentos, le sigue el Nacional de
Narrativa por su Mazurca Para Dos Muertos
como ya apunté y hasta el Príncipe De Asturias De Las Letras – 1987, todo mientras cocina a fuego lento Cristo
Versus Arizona.
Claro que el premio gordo de verdad le vendría apenas 2 años después con lo que corona toda su obra de cenefas y óleos, el Nobel de 1989. Así pues, entre tanto oropeles y parabienes, Cela apenas publica nada que sea digno de llevarse a los ojos y deleitarse con su curiosa obra. Más se asemeja a un personaje catódico que otra cosa, mejor casi escucharle en alguna entrevista o leerle en interviús que en narrativa.
Claro que el premio gordo de verdad le vendría apenas 2 años después con lo que corona toda su obra de cenefas y óleos, el Nobel de 1989. Así pues, entre tanto oropeles y parabienes, Cela apenas publica nada que sea digno de llevarse a los ojos y deleitarse con su curiosa obra. Más se asemeja a un personaje catódico que otra cosa, mejor casi escucharle en alguna entrevista o leerle en interviús que en narrativa.
Eso sí, 1994 se
despacha con El Asesinato Del Perdedor
y La Cruz De San Andrés, éste último premio
Planeta claro, si semejante honorable se presenta no es para participar, si
acaso para ganar, con plagio y pleitos posteriores, pero esa es otra historia,
lo cual le deja buenas prebendas económicas y varias portadas, que a fin de cuentas
es lo que Don Camilo y adyacente ( en forma de nueva pareja) buscan y
encuentran.
Al margen de cuentos y
novelas cortas, sólo 2 obras destaco de Camilo José Cela: La Cruz De San Andres – 1994 y Madera De Boj – 1999. No sé si es
deliberado o persistente, pero a mayor
gloria suya y de sus lectores, el autor ha dejado al margen cualquier
estructura narrativa e insiste en su conocida inutilidad argumental y diseña
personajes complejos; Cela utiliza un sistema expresivo caótico y variopinto
que ya no variará nunca, así pues, o lo
tomas o lo dejas, pero jamás te será indiferente persona, personaje y escritor.
Cuando
a la mujer le falta el horizonte se refugia en la cama o en la oración.
LA CRUZ
DE SAN ANDRÉS .- 1994.-
En la cruz de San Andrés los ángulos norte y
sur son obtusos, y los ángulos este y oeste son agudos. Tiene también dos puntas
hincadas en tierra y otras dos dibujadas en el aire. De argumento barroco y embarrizado,
Cela, inútil a la hora de trasladar un argumento serio y eficaz con estructura,
nudo y desenlace a la antigua usanza, se desenvuelve mejor en el lío aromático
de su prosa exquisita, revuelta.
Con el disimulo y la
disculpa de contar la historia de una tal Matilde Verdú, eso sería muy sencillo
de inventar, no para Cela, que de ahí saca toda una cohorte de hijos, novias y
parentela que se une y se deshace como un azucarillo en el café. Desarrollar el
hilo de una inspectora de enseñanza primaria, es como poco, casi un insulto;
tiene que haber más sustancia. A fin de cuentas la susodicha se confiesa sin
rubor que ha cometido todos los pecados contra los mandamientos de Dios, como
si eso tuviese alguna importancia digo yo, si acaso sobre las leyes de los
hombres que son las que te penalizan o te absuelven.
Lo mismo da que se hubiese
referido a Betty Boop, a su tía Marianita, Loliña Araujo, Clara Erbecedo y de
sus múltiples novios. Pero Cela se ríe del destino, de lo que puede que le
obligasen a escribir, a él, nada menos que a él esta historia de La Cruz De San Andrés, donde se aprecia
su estilo, su barroquismo, su humor escatológico, fino. No da puntada sin hilo,
saca a su editor como un César y lo saluda a modo de inicio como el gladiador
que va a batirse en la arena del circo, del circo mediático de los premios y
prebendas mundanas, y entonces vuelve a reaparecer en forma de protagonista
Matilde Verdú que recibió la orden de continuar con el cuento, esas órdenes que
las da quien puede y debe hacerlo y nadie más. ¿César…? Y el escriba procede a seguir
enumerando los personajes del drama como si de una comedia griega se tratase.
Y de nuevo aparecen
Betty Boop y su hermana Matty, con sus figuras explosivas, sus novios, su vida.
Y hasta aparece camuflada su agente literario, que tal vez es Carmen Balcells
como la agente Paula Fields, con la que nunca se acostó en lo que ella dejó entrever que no era lesbiana, y le
encarga que escriba los siete sucesos que señalaron la vida de su marido, o
sea, que Matilde Verdú debe de proseguir con su historia. Cela en estado puro,
como buen gallego aquí nunca se sabe si sube o baja, da igual la escalera, el
edificio, el día, la hora y el lugar.
La
historia no es más que el detalle y su interpretación, lo demás es la crónica.
Humor teñido de
piedad, lucida reflexión sobre la condición efímera de la existencia, apenas
Matilde Verdú es un personaje más, será Betty Boop la que ocupe más páginas y
atención, a la cual, en su descarrilamiento al infierno personal, ni siquiera
su madre, Eva, la quiere ver por su casa porque le pone todo patas arriba y le
roba dinero, joyas, comida, ropa, todo lo que encuentra, pero su hija quería
ser libre como el pájaro y estar siempre en la calle; a fin de cuentas cuando
la llama subterránea rompa su prisión y devore la forma, tú serás todavía tú en
libertad, fundiéndote con el cosmos.
A
todos nos gustaría saber el misterio de la muerte, lo que pasa que Dios es muy
callado y no suele decir las cosas a los hombres.
Mientras prepara larpadelas y afila la
entonación.- Hay que tener algunas cuestiones importantes en
orden, cuando don Camilo recibe la noticia de su glorioso Nobel de Literatura,
está enfrascado en las meigas, en los baixos, y que no le pisen la sombra y hasta con el
carallo aún inquieto en un último intento de cerrar su obra, que por otra parte
acabaría siendo una trilogía, no sé si intencionadamente o no, que finiquita
con Madera De Boj.
Los faustos y
prebendas mundanas le llevaron tal vez el último aliento intelectual que le
quedaba al gallego de las ilustres letras, a este académico serio y pendenciero
al mismo tiempo, en una contradicción asumible y muy humana. Debió de
recapacitar, recoger los muchos folios que sucumbieron a los oropeles y
ofrendas en los bajos de los cajones y regresar a la intimidad, al ruido de las
olas, el sonido de los jilgueros, a reescribir y hallar la entonación mientras
las “larpadelas” llenaban su orondo estómago esperando retomar la línea todavía
no terminada. Madera De Boj es el
regreso a la literatura de Cela en toda su magia, esplendor, lucidez, y por qué
no decirlo, cargante. Vuelve a poner en cuestión el concepto mismo de novela y
los límites entre los géneros literarios, es una vuelta a las raíces marineras,
sí, porque si Mazurca Para Dos Muertos – 1983 transita en la Galicia
rural y más arbolada, en La Cruz De San
Andrés – 1994 el idioma es más
urbano, Madera De Boj – 1999 nos lleva al alma marinera de la
Costa De La Morte.
De nuevo insisto en mi
teoría, la obra de Cela requiere un esfuerzo notable por parte del lector. Aquí
no hay un hilo argumental de personas, situaciones introspectivas o
extrovertidas, con sus neuras, sus pasiones,
sus adicciones… argumento, nudo y desenlace. Una vez más. Madera De Boj, ese tronco de arbusto de la familia de las Buxáceas,
de unos cuatro metros de altura, con tallos derechos, muy ramosos y de hojas persistentes,
requiere atrevimiento por parte del receptor, aquí el que“ resiste, gana “. Una
literatura muy alejada de la establecida tontería e idiotez como forma de
existencia generalizada, y es que no hay nada más como encender la televisión o
las redes sociales, para darse cuenta de lo que es primordial ahora mismo.
Esto es otro tempo y
otra armonía, digamos, otro nivel.
Un
hombre con el carallo tieso es tan hermoso como un águila volando o un caballo
trotando.
MADERA
DE BOJ.- 1999.-
Como desatado y resistente, Cela insiste, como la vieja madera del arbusto de la familia de las Buxáceas que llega a alcanzar los 4 metros de altura con tallos derechos, muy ramosos, hojas persistentes, opuestas, elípticas, duras y lustrosas, flores pequeñas, blanquecinas, bien, pues de él intenta salir una novela orquestada sin una estructura clara, a como nos tiene acostumbrados el ya Nobel de Literatura en lo que será su ultima obra.
Como desatado y resistente, Cela insiste, como la vieja madera del arbusto de la familia de las Buxáceas que llega a alcanzar los 4 metros de altura con tallos derechos, muy ramosos, hojas persistentes, opuestas, elípticas, duras y lustrosas, flores pequeñas, blanquecinas, bien, pues de él intenta salir una novela orquestada sin una estructura clara, a como nos tiene acostumbrados el ya Nobel de Literatura en lo que será su ultima obra.
Ahora la Costa De La
Muerte es la protagonista, una Galicia con sus muchos cuentos, meigas,
historias inventadas y derivadas de las realidades más palpables, marinera, que
cuenta en sus costas con cientos de muertos a lo largo de los siglos, unos
contados y otros por descubrir, que a veces resurgen de las profundidades Atlánticas
para asustar a los vivos, o simplemente para advertirles de que todavía andan
por ahí.
Con una prosa
excelente, con largos párrafos en gallego y una mezcla, como las olas, que y
van y vienen, de personas, personajes, situaciones, Cela entreteje todo un
mundo ambiguo, etéreo y te sumerge por sus páginas amodorrándote en un mundo
interior devastador.
Nadie
se acostumbró nunca a vivir sin comer.
Cela nos sitúa con Madera de Boj en un viaje personal por
esa Galicia que nace y vive en el alma, esa fachada marítima y nos recuerda,
que hay gente asustadiza que pide al cielo lo que tiene a su alcance.
La
inteligencia acarrea soledad, la independencia también.
BIBLIOGRAFIA SELECCIONADA
LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE - 1942.-
NUEVAS ANDANZAS Y DESVENTURAS DE LAZARRILLO DE TÓRMES .- 1944.-
VIAJE A LA ALCARRIA.- 1948.
LA COLMENA .- 1951.-
MAZURCA PARA DOS MUERTOS .- 1983
LA CRUZ DE SAN ANDRÉS .- 1994
MADERA DE BOJ.- 1999
Camilo
José Cela Trulock – 11 de Mayo de 1916 – Iria Flavia ( La Coruña ) España. - 17 de Enero de 2002 - Madrid (España) .-
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