Rockero de Sala
Desde hace una década para acá, quizás desde el comienzo del nuevo Siglo, abandoné poco a poco los mastodontes conciertos en grandes recintos. A veces las razones que uno se busca son de los más variopintas: entradas caras, apenas se ve, ruido atronador antes, durante y cuando empiezas a salir, gente, joder cuánta gente, si vas solo... ¿ ? echas de menos a alguien que te gustaría que estuviese a tú lado, verle saltar, sonreír, cabeceos guitarreros cómplices, vaso de cerveza compartido... ; si vas acompañado ... ¿ ? siempre era el que compraba las entradas con el riesgo de que llegase la mareante ola de personal y los tuyos sin dar señales de vida o a cuenta gotas, no cogías sitio bueno para ver,estar moderadamente cómodo para dos horas o más de rito casi espiritual, eso sí, siempre a pie de escenario, nada de graderío. O simplemente que una noche te quedaste colgado con una entrada que costó mucho y la tuviste que vender por la mitad y entrar enseguida porque aquello empezaba y tú todavía fuera. Hasta aquí hemos llegado.
Tal vez porque después de mucho tiempo acabaste por ver en directo a casi toda la gente que te interesaba, que este país al final de los setenta se abrió a todos los grupos y solistas que ni se acercaron por aquí en años, el caso que poco a poco le fui cogiendo el gusto a las salas pequeñas: aquellas de apenas 300 personas que rara vez se llenan o está todo el papel vendido.
Todo se hace más entrañable: las caras de los muchos compañeros que ves en las salas hasta acabar haciendo amistad. De un tiempo a esta parte, la cantidad de bandas que giran como una peona una y otra vez. Las extranjeras apenas pasa un año, a veces menos, escasos meses y sin publicar nuevo disco, aparecen otra vez. Si no pudiste en la otra ocasión, no hay preocupación, a la siguiente temporada los tienes otra vez en tú ciudad. Será la puñetera crisis que ya no es algo que te pasaba a ti , ahora no pasa de largo, se queda desde hace más de tres años y ha acabado por instalarse en el umbral de mi puerta y por lo que observo en las salas de conciertos y en la gran familia " rockera " de músicos, que deben estar en la furgoneta v arios meses al año para poder subsistir de este negocio.
Hace unas cuantas noches un amigo me lo confirmó : en el basctage se venden más camisetas que vinilos o cds. Se puede comprobar fácilmente al acabar el concierto e ir a la zona donde casi siempre el grupo en cuestión suele ir para firmar, hacerse fotos, o simplemente hablar con los seguidores.
Se me hace más entrañable las Salas que los grandes recintos, también en parte porque en las grandes superficies un 80% de los que acuden no son rockeros ni compradores, acuden como a un gran aquelarre esperando simplemente estar allí. No paran de hablar, de hacerse fotos los unos a los otros, molestan a los escasos 20% que saben a lo que van. Salvo raras excepciones, no ocurre lo mismo en los pequeños recintos donde desde una hora antes todo el mundo está expectante para que comience el swoh.
Tal vez porque después de mucho tiempo acabaste por ver en directo a casi toda la gente que te interesaba, que este país al final de los setenta se abrió a todos los grupos y solistas que ni se acercaron por aquí en años, el caso que poco a poco le fui cogiendo el gusto a las salas pequeñas: aquellas de apenas 300 personas que rara vez se llenan o está todo el papel vendido.
Todo se hace más entrañable: las caras de los muchos compañeros que ves en las salas hasta acabar haciendo amistad. De un tiempo a esta parte, la cantidad de bandas que giran como una peona una y otra vez. Las extranjeras apenas pasa un año, a veces menos, escasos meses y sin publicar nuevo disco, aparecen otra vez. Si no pudiste en la otra ocasión, no hay preocupación, a la siguiente temporada los tienes otra vez en tú ciudad. Será la puñetera crisis que ya no es algo que te pasaba a ti , ahora no pasa de largo, se queda desde hace más de tres años y ha acabado por instalarse en el umbral de mi puerta y por lo que observo en las salas de conciertos y en la gran familia " rockera " de músicos, que deben estar en la furgoneta v arios meses al año para poder subsistir de este negocio.
Hace unas cuantas noches un amigo me lo confirmó : en el basctage se venden más camisetas que vinilos o cds. Se puede comprobar fácilmente al acabar el concierto e ir a la zona donde casi siempre el grupo en cuestión suele ir para firmar, hacerse fotos, o simplemente hablar con los seguidores.
Se me hace más entrañable las Salas que los grandes recintos, también en parte porque en las grandes superficies un 80% de los que acuden no son rockeros ni compradores, acuden como a un gran aquelarre esperando simplemente estar allí. No paran de hablar, de hacerse fotos los unos a los otros, molestan a los escasos 20% que saben a lo que van. Salvo raras excepciones, no ocurre lo mismo en los pequeños recintos donde desde una hora antes todo el mundo está expectante para que comience el swoh.
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