¿ QUÉ FUE DE JESÚS FERRERO ?


   El destino no es muchas veces desleal.


 Esa mañana, mientras sentía erizarse su piel, recordó su infancia junto a su hermano en aquel burdel de Nankín. Su padre, Tien Sing, procedía de una antigua estirpe de mercaderes, ahora arruinada, dedicándose al comercio de opiáceos con Inglaterra.



 Tenía ya herederos nacidos de su unión con Uya cuando conoció a Durga de Go, con la cual tuvo  dos gemelos sietemesinos: Nitya y Yin, que vivieron en el prostíbulo regentado por su madre hasta que ella desapareció.

 Cuando Nitya cumplió los 12 años, Sing se la ofreció como esposa a su socio británico. El pacto le permitía, además de librarse de la muchacha, consolidar sus alianzas con un hombre para el que el comercio de estupefacientes con Inglaterra no tenía secretos. Todo estaba acordado: Sing cedería a Christopher a su hija y Yin se iría a vivir con ellos, el muchacho serviría como doméstico mientras aprendía junto a su cuñado las artes del comercio.

 Desde sus tiernos tiempos, Nitya y Yin representan y se escudan el uno en la otra y viceversa y en esas fuerzas aprenden juntos la búsqueda de la vida y de una cierta libertad. Pero el destino no es muchas veces desleal, a ambos los azares de la vida les  habían conducido de uno a otro laberinto y hasta ese momento el amor les había estado proscrito. Amarse con sombras extrañas alrededor es siempre molesto. Durga, su madre, les había exigido conocer las ciencias del bien y del mal antes de intentar todo acercamiento verdadero, a fin de cuentas las glorias de la vida son siempre vaporosas y las ambiciones del mundo sólo creaban en el alma, insatisfacción.

  Ambos eligen como forma de relación permanente la sensualidad, que es hija de las sugerencias más que de las evidencias, encarnando permanentemente inocencia con sabiduría.


 Los que buscan la muerte, lo saben todo de la vida.


 

  Antes de que desapareciera entre el gentío y la lluvia gris y negra, Bambú dejó su puesto al cuidado del niño mendigo y siguió a Opium y a la otra mujer por las calles empedradas de Lej, hasta que la vio entrar en una casa blanca y añil del barrio de los escultores.

 Volvió al mercado, y al anochecer cruzó el jardín de la casa y se acercó a la ventana desde la que ella miraba hacia los árboles. No se asustó cuando observó una sombra, porque le estaba esperando y sabía que esa mañana le había seguido, además durante el día intentó llegar a él con el pensamiento.

 Y cambió sus vidas. Todo era más luminoso, los árboles del jardín eran otros, resplandecía la hierba, se humedecían sus ojos con frecuencia y le temblaban las manos al coger las cosas. Cuando se besaron notó que la sangre se espesaba en sus labios y que sus pechos buscaban sin querer los del otro y se diluían sus huesos, sus conciencias se tornaban claras y oscuras.

 Cuando se acostaron volvieron a besarse con ferocidad, con alegría y deseo. Olvidaron el comienzo y el final de sus pieles, creyéndose de nuevo en un lugar sin límites.

 Bambú es un tártaro que vende adormideras en un puesto del mercado y Opium es una hermosa muchacha, hija de Albina, que no se desprende de su pipa; ambos encarnan un amor limpio en un porvenir oscuro y un espacio hostil. Sus sentimientos son trágicos, están fuera del tiempo que les toca vivir, pero será por el amor, que se sentirán más allá de la vida y del dolor de la muerte.



Bing bang

La vida es una melodía criminal


  Nicanor se halla apoyado en el mostrador de la recepción, fumando un cigarrillo. El panadero trae dos cajas llenas de bollos calientes; el chico del kiosko deja unos periódicos y Lisa acaba de llegar en taxi, trae ojeras, pero es quien le releva en el turno de día.

 Cuando Nicanor sale a la calle al sol matinal, el olor a asfalto, la dodecafónica sinfonía de los claxones le hace feliz, para él es la mejor hora, una suave laxitud le inunda el cuerpo mientras recorre la avenida con la cartera en la mano y el cigarrillo en la boca. Entra en el bar La Muralla, se toma una cerveza y cuando llega a su portal abre el buzón... y encuentra un gran sobre blanco. Rasga el sobre, se encuentra un montón de naipes rotos que parecen fragmentos de un puzzle y los extiende sobre la mesa del salón de su casa.

 Nicanor respira hondamente y una hora después más o menos tiene recompuesto el asunto de los naipes rotos, con dos claras diferencias, a una le falta uno de los corazones. El asunto contiene un mensaje: " Yo le vigilo..."

 Nicanor es recepcionista de un hotel por la noche; algunas veces hace de guía turístico por Barcelona, pero es incapaz de aguantar a aquella gente si no va provisto de una petaca. Cuando vuelve a casa mira el buzón ávido de noticias, de cartas nuevas, porque ya localizó quien mandó los naipes rotos, se trata de una artista que responde al nombre de Pepa Gris; también, mientras la vida transcurre: escribe una novela ajena a su vida cotidiana, porque intenta que la realidad no le abandone para soñar mejor el hondo sueño.

 Una noche, en un momento de auténtica desesperación, le pide a su compañero de celda que le corte el dedo del pie izquierdo. No es empresa fácil, pero el negro Hopper, un tipo de una sola pieza, pese a las dudas, lo hace. Clyde Barrow chilla y lo sacan de su aposento, lo llevan a la enfermería y lo curan, lo mejor es que justo ahora le dan el indulto, cuando debía regresar a la cárcel.

 Ya fuera, Clyde regresa a Teleco, sólo ve a su madre y a su hermano Buck, pero luego halla a Bonnie que está en Rowena. Recorren juntos Tejas, a ambos lados de la carretera hay inmensas extensiones de manigua, algún álamo, postes de telégrafos y repentinas bandas de pájaros. De vez en cuando echan gasolina, matan a alguien, atracan edificios bancarios, establecimientos de alimentación...

 Es la novela de Nicanor, mientras observa Barcelona antes de que el tiempo, la barbarie o la usura la reduzcan a cenizas. Entre los sueños literarios de una década del crack donde las pistolas humeantes y las filas de parados, concursos de bailes y el deseo negro infiltrándose en la noche de sus páginas, transcurre una vida anodina pese a todo, que enlaza con la actualidad también con colas de parados, epidemias, colapso de Wall Street y las nubes grises de Chernobil...

 Luego a punto de entrar en el coche, Pepa Gris besa a Nicanor cuando el mar está agitado y apenas deja ver la luna, como esa hora insegura que precede al alba.

 

 Me gustaba robarles la electricidad de la piel y libarla en mis adentros sin dejar que me penetraran.


  Quise sentirme completamente integrada en el mundo, y una tarde me sorprendí comprándome ropas muy diferentes a los blue-jeans y las camisetas que había llevado hasta entonces. Ahora mi piel agradecía la antigua amabilidad del lino y de la seda, y no me gustaba ir con ropas ceñidas, sobre todo cuando estaba en la consulta. Allí creía sentirme feliz, pero también fue allá donde me ví por primera vez como una gran letrina en la que los demás iban vertiendo sus miserias hora a hora y día a día. Porque yo echaba las cartas y no me cambié el nombre, él mío ya era artístico: Débora Blenn.

 Me estoy acercando a un momento de capital importancia para mí, y en el que había pensado muy poco hasta ahora; el origen, las brumas de un comienzo que ya es el principio del fin. Mientras no nacemos somos inmortales, pero una vez nacidos, un genio maligno aprieta el cronómetro. Nací de las entrañas de Rosa, mi padre procedía de una familia de comerciantes de Salamanca, tenía 24 años y había vivido en París tras el servicio militar y luego en Barcelona.

 Mi padre no encuentra trabajo y mi madre se va con una camarera a Berlín, los ingresos que sustentan a mi familia procedían de una lujosa tienda de objetos de piel de la calle España, aunque mi abuelo era taxidermista. Luego viví por mí misma, siempre aprendiendo a perder y a equivocarme mucho hasta desgastar mi ser, pero conocí a gente, a uno enseguida noté que le gustaba el olor a aire enrarecido que emanaba de mi vida, y creo que fue cuando empezó a interesarse por mí.



La cola del diablo se le enredó en los pies.


 La niebla sube a oleadas desde el río y se desgarra al llegar a Notre-Dame. Huele a pan recién hecho en una bocacalle de Saint Michel, donde algunos mendigos se agrupan temblorosos frente a la panadería Gargantúa. En la acera vómitos, charcos de cerveza, orín, y ese olor a aire matinal mezclándose con las hojas podridas de los árboles que alfombran el bulevar a la altura del Café de Cluny, donde ya desayunan algunos madrugadores.

 Un estudiante de mi condición no estaba obligado a excederse en lo referente al sentimiento de su propia dignidad, pero todo tenía un límite, y si las cosas seguían por ahí, acabaría notando el hambre. Soy Dario Dolfos, y en ocasiones cuando la cosa aprieta, me acercaba a casa de mi prima Rosaura, que cuando fuí aquella noche bailaba en mitad del salón, mientras silbaba siguiendo el ritmo de una canción italiana.

 Es sabido que todo sentimiento es un complejo entramado de elementos diversos, porque Rosaura era la tentación, la mirada esencial, ese instante que precede a la desaparición y luego queda una larga oscuridad, como aquella noche que celebrábamos una fiesta, todos llenos de champagne, hasta que caí en la cuenta de que Rosaura llevaba con ella el bolso blanco, entonces se alejó unos pasos de la mesa y empezó a silbar. Todos la miramos, parecía más guapa, y mientras silbaba, se movía cadenciosamente; de pronto me miró y sacó del bolso una pistola, sin dejar de silbar, se apuntó a la sien.

 Toda narración está llena de añadidos intencionados e intencionadas supresiones. Hay que partir de ahí, y desde ahí seguir, a la velocidad del pensamiento, el hilo que se desliza bajo algunos verbos. Es el efecto doppler, el cambio de frecuencia aparente de una onda producida por el movimiento relativo de la fuente respecto a su observado. 




  Le leí con cierto entusiasmo por su originalidad inicial Belver Yin y Opium, donde bebe de unas fuentes orientales curiosas, muy alejadas en su publicación de lo que sus coetáneos escribían y algunos con desigual acierto: publicaban. Desde luego, su narrativa explayaba otros horizontes nada modernos para los tiempos de colorines que se daban en España a comienzos de la década de los 80, del siglo XX.

 En su línea original recreaba la décadas 30 y 80, en el mito eterno de lo bello y lo siniestro elaborando trazas como el crac del 29 con pistolas humeantes en las carreteras llenas de moteles y silencio sólo roto por el ruido chirriante de los neumáticos, que a veces iban demasiado deprisa huyendo de la realidad, encontrándose con las calles de Barcelona a finales del siglo XX a través de un portero de hotel con ínfulas de escritor trasnochado.

 Personajes desubicados, etílicos enfermos de la vida cuando aparentemente no debía de ser así, pero entonces para qué sirve la vida sino es para gastarla. Algo así debió de pensar Debora Blenn, que tiene su encanto en la derrota como el silbido lejano de un tren mientras alguien lo escucha a varios metros y sufre el efecto doppler. Ahí están sus primeras 5 novelas que leí, releí y me perdí largo tiempo sin saber nada del escritor zamorano: por vagancia, dejadez... o porque no me interesaba el resto de su obra, extensa, desde luego. Y  escribo sólo de narrativa, porque los versos se me dan perezosos.

 ¿ Qué fué de Jesús Ferrero ? Pues para mí nada hasta que apareció en mis manos El Hijo De Brian Jones - 2012 y otra vez atravesé su narrativa. Más allá de la búsqueda personal de su protagonista en una Europa medieval de su personaje Alís El Salvaje - 1991, Los Reinos Combatientes - 1992 o El Secreto De Los Dioses - 1993; de los saltos narrativos en su obra, hay que reconocerle cierta originalidad a la hora de abordar estilos, hasta tiene publicadas novelas negras: El Beso De La Sirena Negra - 2009, La Noche Se Llama Olalla - 2013 y Nieve Y Neón - 2015, donde tenemos a la detective Ágata Blanc al frente de las conjeturas negras de la vida. Jesús Ferrero hace gala de su bandera de la versatilidad.

 Pero la madurez y una estructura narrativa elegante la encuentro sin lugar a dudas en El Hijo De Brian Jones, o quizás me pierde ser un acérrimo seguidor de Los Stones y entonces, ¡ ay !; mis ojos se convierten en golosos. 


Se supone que en esta vida podemos elegir, al menos en alguna cosa.


 La memoria es traidora, porque se alía continuamente con el olvido, y cuando contamos algo que nos ha ocurrido, se trata siempre de otra historia y con otro contenido. No creas lo que cuentan algo que ya pasó. Se ha perdido la tensión que movió lo cuerpos, se ha perdido la verdadera explicación, el sello del terror, la electricidad, el vértigo, y sólo  quedan recuerdos de una hoguera que ya ardió.

 A fin de cuentas, él es un arcángel que sobrevolará el mundo sin olvidar que la felicidad es un asunto terrenal, tanto señor Jones, que el género humano se divide en tres grupos fundamentales: los que saben menos de lo que han aprendido, que son los tontos;  los que saben lo mismo que han aprendido, que son los normales; y los que saben más de lo que han aprendido, que son los genios. A veces ser frágil y delicado con un talento excepcional para la música, tener un magnetismo inusual, no te salva de atraer el destino maligno, quizás porque resplandeces demasiado en la mezquindad y acostumbramos a dejar rastros hereditarios.

 Entre aquella farándula de nobles que se querían vulgarizar y plebeyos que se querían ennoblecer, circulaba también una mujer muy hermosa, Lucía Fáver-Florez, procedente de una familia de la nobleza española y a la que todos llamaban Lu. Ella iba a ser la madre de Alexis, si bien tiempo después de que desapareciera de la vida de Jones la desconcertante Pallenberg.

 Luego todo transcurre en Nueva York, en torno a un grupo de teatro de Broadway en la que Alexis, el hijo de Brian Jones, figura como cantante y espectro angelical que atrae a la mayoría de gente a su alrededor como la miel a las moscas.

 

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